Enfermedad de Hodgkin. Anuncio de la muerte. Ofrece su vida. Intenciones para cuando llegue al Cielo

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

El médico relata: «Después de ponerme el Padre en antecedentes, pasamos juntos al cuarto de Isidoro y tuve el honor de conocerle. Había con él un acompañante, que hacía de enfermero y le cuidaba solícitamente, con una abnegada caridad que me conmovió.»

El enfermo era un hombre joven, demacrado, que me recibió con una franca sonrisa, con gran afecto sincero, espontáneo y natural, que subyugaba y atraía desde el primer momento, contrastando intensamente, y al primer golpe de vista, con una naturaleza minada por grave enfermedad, a juzgar por la intensa demacración, la intensa fiebre que le consumía y la gran fatiga que le ahogaba, obligándole a estar medio sentado en la cama».

A la vista de los análisis, radiografías, etcétera, y tras un detenido reconocimiento, Serrano confirma sin la menor duda el diagnóstico del doctor Alix: Isidoro padece una linfogranulomatosis maligna de localización torácica.

Se trata de una tumoración cancerosa de los ganglios linfáticos, cuyas víctimas son, sobre todo, varones entre los 30 y los 45 años. Su evolución es relativamente lenta: unos dos o tres años. Produce gran agotamiento; pérdida progresiva del apetito, del peso y de las fuerzas; a menudo, picores intensos y dolor sordo de los ganglios; extrañas elevaciones de la temperatura, sobre todo por las noches, con sudores copiosos y escalofríos. A medida que avanza el mal, se pronuncian la anemia y la fatiga. En el caso de Isidoro, las masas ganglionares comprimen concretamente los bronquios principales, de forma que su capacidad pulmonar está reducida a una cuarta parte: de ahí el enorme esfuerzo y cansancio que le supone incluso el hablar.

Puede durar dos días o unos meses. Aunque Isidoro está preparado para el gran tránsito, el Beato Josemaría quiere que saque todo su partido al tiempo que le quede, y le comunica el pronóstico, a la vez con delicadeza y claridad. Se emociona por la reacción, extraordinariamente sobrenatural, de Zorzano y la comenta con sus hijos.

Aun consciente de su gravedad, el ingeniero no suponía tan próximo el desenlace, y no puede impedir en su rostro un primer gesto, instintivo, de repugnancia: quizá, más que a la muerte, a las fases finales de la enfermedad. Es un ser humano y la perspectiva le contraría. Por eso mismo, impresiona más su reacción inmediata, de fe y alegría: pide permiso al Padre para ofrecerse a Dios como «víctima» por la Iglesia y por la Obra. Pide autorización para ese ofrecimiento —recomendado por algunos autores ascéticos—, porque lo normal en el Opus Dei es santificar, con sencillez y naturalidad, tanto la salud como la enfermedad; y, después de haber trabajado muchos años por el Señor y por la Iglesia, morir en la cama «exprimidos como un limón», según suele repetir el Fundador. Por otro lado, sus hijos no deben considerarse víctimas: rigurosamente hablando, la única Víctima es Cristo. Pero con Isidoro hace una excepción y le da el permiso. Los demás comprenden que en el caso de Zorzano concurren circunstancias especiales. Además, el Opus Dei vive unos momentos muy particulares: son momentos de dura contradicción, se ha iniciado el largo camino de las aprobaciones eclesiásticas, están preparándose para ser ordenados los tres primeros sacerdotes...

Pensando ya en su pronta marcha, Isidoro pregunta al Padre: «¿De qué asuntos me tengo que preocupar, en cuanto llegue al cielo? ¿Por qué quiere que pida?».

El Fundador le habla, precisamente, de los futuros sacerdotes; también de los apostolados de la Obra con mujeres; y, como se trata del —hasta hoy— administrador general, le recuerda los problemas económicos de la labor. Antes de salir del cuarto, una recomendación más: «Obedece al médico, como a mí mismo».

En el diario familiar de Diego de León, el 2 de enero anotan: «Desde primera hora llegan continuamente noticias de que Isidoro está enfermo de mucho cuidado. Antes y después de comer, el Padre nos llena de contento dándonos detalles de cómo está preparado Isidoro para el momento en que el Señor quiera llevarlo a su lado: ‘Sólo quisiera —dice el Padre— tener sus mismas disposiciones cuando yo vaya a morir’». Todos están visiblemente emocionados y Carmen llora. El Fundador lo ve natural: «Es que todos le quieren mucho». También hace notar que, para substituir a Zorzano en sus encargos, harán falta dos o tres personas.