Sentenciado: enfermedad de Sternberg. «¡Que se marche inmediatamente!» del hotel. Descansando en La Cabrera

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

A decir verdad, es Isidoro quien requiere cuidados. Ya en el curso anterior se habían manifestado nuevos síntomas de su enfermedad: concretamente, un prurito insoportable en el pie. Como no volvió a quejarse, tampoco el médico prestó mayor atención al asunto; y Zorzano había seguido con su régimen de vida normal. Pronto se advierte que pierde peso; que apenas tiene fuerzas; que le tiembla el pulso y que se fatiga cuando sube las escaleras.

Sus viejos conocidos de Málaga, que lo saludan cuando pasan por Madrid, lo encuentran muy desmejorado: «Su aspecto dice uno— era totalmente diferente al don Isidoro que yo había conocido y tratado en Málaga», aunque —señala otro— «su sonrisa y placidez eran las mismas de siempre».

El Fundador manifiesta a los mayores del Opus Dei su preocupación por Isidoro; y hace que lo examinen varios médicos. En julio, el doctor José Alix le diagnostica la «enfermedad de Sternberg-Paltamf»: un linfoma, conocido por el nombre —Hodgkin— de quien describiera la dolencia, entonces inexorablemente mortal tras una lenta degeneración del organismo. El médico señala un vigoroso tratamiento a base de radiaciones.

«Cuando los médicos reconocieron su enfermedad», escribe Alberto Ullastres, «le dieron dos años de vida, y por esta vez acertaron». En los centros del Opus Dei se pide que todos recen por Zorzano. Alguno piensa que «no estaba tan grave como nos habían dicho [...], porque su régimen de vida no era el de un enfermo, sino el de un hombre muy sano». No hay que guiarse por las apariencias: «Ahí donde lo ves, tan alegre y tan natural», explica Pedro Casciaro a otro, «no tiene más que dos años de vida. Y él lo sabe».

Una de las enseñanzas del Fundador a sus hijos es que vivan al día: atentos al «hoy y ahora», sin preocuparse por un «mañana», que no saben si llegará. Por eso, abandonado en su Padre Dios, Isidoro ni siquiera pregunta los resultados de los análisis. Pero, aunque prolongará más de un año su horario de hombre sano, es fácil advertir su gravedad. Un penoso episodio lo pone de manifiesto.

Antes de comenzar la radioterapia, el Fundador quiere que Isidoro se reponga unos días en el campo. La hermana mayor de Zorzano sugiere y apalabra un hotel en Las Navas del Marqués. Al poco de llegar, Isidoro se cruza en el hall con una señora, rodeada de tres o cuatro chiquillos. La mujer se dirige con decisión al propietario.

—¡Esto es intolerable! Acabo de cruzarme con un huésped nuevo, que debe de estar tuberculoso. Yo no puedo permitir que mis pequeños convivan con un señor así. Esto no es un sanatorio.

—¡Ah! Se refiere usted al señor Zorzano. Puede estar tranquila. No está tuberculoso ni tiene ninguna enfermedad contagiosa. Trabaja mucho —es ingeniero de la RENFE— y por eso está tan demacrado. Pero le aseguro que no es enfermo contagioso. ¡No lo hubiera admitido en mi hotel

!La señora no atiende a razones y alza la voz:

—Usted dirá lo que quiera, pero no estoy dispuesta a consentirlo. ¡Que se marche inmediatamente! Si es preciso, presento una denuncia a la Dirección General de Sanidad, o a quien sea.

Isidoro advierte lo que ocurre y se retira discretamente. Más tarde el dueño le dice vacilando:

—Pues verá usted, don Isidoro: ...yo, sabe usted, ya se lo he dicho, pero ella... Se trata de aquella señora con los niños...

No se preocupe. Ya lo sé. Esta tarde me marcho, si hay combinación para regresar a Madrid.

—Combinación no hay hasta mañana. Pero, si a usted no le importa, esta tarde marcha a Madrid un huésped en moto...

En su casa se sorprenden por la llegada de Isidoro, sucio del polvo de la carretera, despeinado y algo jadeante después del incómodo viaje; pero sonriente, sin dar importancia a lo sucedido, como si fuera lo más natural: «¿Ya veis: aquí estoy! Resulta que una señora...».

En septiembre se arbitra otra solución para que Isidoro descanse: acompañar a Salus que pasa, con sus hijos, una temporada en la «Casa Fausto» de La Cabrera. El lema de la pensión —«El sol sale para todos»— parece indicar que no habrá problemas. De todas maneras, hubo que vencer cierta resistencia inicial de Fausto. La sobrina de Zorzano recuerda «que mi madre tuvo que convencer al dueño de que Isidoro no sufría ninguna enfermedad contagiosa. El convincente argumento de mi madre fue: ‘Si tuviese algo contagioso, no lo traería yo con mis niños’. La verdad es que el aspecto del tío (demacrado, fatigado...) era muy malo».

Su hermana y sobrinos descubren que tiene las piernas llagadas. También les impresiona oírle jadear por las noches y verlo levantarse para la Santa Misa y comulgar. Esto plantea sus problemas: «No hay hora fija para la Misa»; y, como durante la guerra desaparecieron las campanas, «se llama a los fieles pegando golpes sobre un centro de rueda de coche; generalmente suele ser alrededor de las 9». Como le han recetado «medio papel de gelbis simple en un poco de agua o cocimiento de manzanilla caliente, una hora antes del desayuno», Isidoro no prueba bocado hasta media mañana.

Su jornada se atiene al riguroso descanso que le han prescrito: «Después de desayunar voy a uno de los múltiples prados que rodean la casa, situada a las afueras del pueblo, y de lectura y vida contemplativa lleno el resto de la mañana hasta la hora de almorzar; después, el consabido reposo. Por las tardes no está abierta la iglesia, pero hoy he influido cerca del Sr. Cura para que abra un cierto tiempo y los fieles puedan hacer la visita. Los fieles somos media docena y el único que comulga soy yo».

Para Zorzano esta pausa contemplativa prolonga el retiro espiritual, de varios días, que hizo a primeros de mes. Pero escribe a los de Madrid: «Estoy ya deseando que venga el día primero para ir [...] directamente al Estudio». Se trata de un nuevo Centro, para profesionales, en la calle Villanueva, donde Isidoro vivirá con más sosiego que en Diego de León.

Por estas fechas Zorzano redacta su testamento ológrafo, en el que declara: «Vivo y quiero vivir y morir en el seno de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana». Los bienes muebles o inmuebles que pueda poseer en el momento de su muerte —no tendrá ninguno— los deja «en beneficio de la Sociedad Civil Fomento de Estudios Superiores».

El 14 de noviembre comienza la radioterapia: setenta y una sesiones que, divididas en tres tandas, durarán hasta el 22 de mayo (1942).