De Santa Isabel a Jenner. Administrador de la Obra. Días en Albacete. Instalar la Residencia. Pobreza sin cicatería

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

A partir del 10 de julio (1939), su jornada laboral será continua: de 7 de la mañana a 2 de la tarde. Además, Isidoro disfruta de mayor disponibilidad también por un motivo complementario: su madre y sus hermanas pasan una larga temporada en Peñaloscintos, para reponerse de la guerra. El momento no puede ser más oportuno, pues por esas fechas aumentan los quehaceres de Zorzano.

Por fin se ha encontrado un local adecuado para la residencia universitaria. El domingo 3 de julio anota Isidoro: «Hemos estado a visitar los pisos que nos han gustado»; los «de Jenner 6, me han satisfecho bastante. Se ha tomado ya nota del Administrador para verlo mañana; hoy lo hemos pretendido, pero no estaba en su domicilio». Las gestiones para el alquiler serán breves: el día 6 se firma el contrato. Después de la limpieza de la casa, el día 19 se inicia el traslado de muebles, libros y otros bultos desde Santa Isabel: el sábado 22 terminará la mudanza.

Isidoro exulta con la nueva casa: «El sitio en que está situada es magnífico, a un paso de la Castellana y del metro de Chamberí»; «Son dos pisos, derecha e izquierda; hacen tercero; todos los cuartos son aprovechables, pues o dan al exterior o a patios espaciosos». Poco después se alquilará otro apartamento de la misma casa, donde con cierta independencia pueda el Padre recibir visitas y atender a los miembros de la Obra. Allí residirán también la madre y hermanos del Fundador: doña Dolores y Carmen dirigirán la gestión doméstica de la residencia, en la que crean un clima digno y hogareño.

Don Josemaría impulsa y orienta la fase de reformas e instalación. Colaboran todos los miembros del Opus Dei. El Padre encomienda a Isidoro que administre la residencia. Cuando se abran nuevos centros, en Madrid y en otras ciudades, Zorzano será el administrador general de la Obra.

Ese nombre de «administrador» podría evocar la idea de una burocracia jerarquizada. No hay nada de eso. Isidoro es a la vez gerente, contable, y mecanógrafo: escribe circulares, busca pisos, compra muebles... Se recordará, en Jenner, a Isidoro «en mangas de camisa», porque «había desarmado una cama y se disponía a trasladarla». Su encargo de ningún modo significa gestionar unos capitales, inexistentes. Implica, sí, participar en los mil apuros que pasa el Padre para montar y sostener los nuevos centros de la Obra. Ahora, el de la calle Jenner.

La familia de Pedro Casciaro ha debido exiliarse y dejar su casa, instalada, en Albacete. Allí van Isidoro y Pedro, en agosto, para buscar muebles y enseres. Se hospedan en el Hotel Regina. Pedro recordará que «tuvimos entonces bastante trabajo» e «Isidoro se preocupaba de que yo comiera bien, y pedía vino de mesa. Me pareció cosa singular, porque él no bebía». Una vez conseguidas las necesarias autorizaciones oficiales para trasladar a Madrid los muebles, Zorzano «demostró en estas tareas de embalar y facturar toda una casa, ser un hombre de iniciativas y sumamente hábil. No me explico —dice Pedro— cómo se pudo hacer tanto en tan pocas horas».

El mismo Pedro señalará que, por espíritu de pobreza y por falta real de medios, a Isidoro «no era fácil sacarle el dinero para algún gasto de instalación, si no es que fuera realmente necesario y estuviera a buen precio», después de recorrer varios establecimientos y comparar las ofertas. Cuando tiene dudas, consulta con el Fundador o con Álvaro, a quien el Padre ha nombrado Secretario General del Opus Dei. También escucha Zorzano el parecer de quienes le acompañan en sus correrías por tiendas y almacenes. Así, poco a poco, adquiere la vajilla y los cubiertos, que —por cierto— causan «muy buena impresión». Menos satisfacen, en cambio, unas soperas de aluminio. Al comprobarlo, el ingeniero no canta sus excelencias: sin decir nada, se las arregla para descambiarlas. Los comerciantes acaban por apreciar al perspicaz y amable cliente. Al dependiente de unos almacenes le admira su «atrayente sinceridad, la palabra bondadosa, que parecía reflejar un alma buena, desprovista de egoísmos humanos». «Yo no sé —dirá— qué tenía su presencia y su sonrisa, que me dejaba siempre una sensación especial».

Particular esmero requiere la instalación del Oratorio, para el que doña Dolores y Carmen cosen lienzos y ornamentos. Con su piedad eucarística, Isidoro goza diseñando los adornos para un alba nueva.

Después de la guerra, resulta complicado encontrar ni siquiera bombillas; y las de Jenner se funden a menudo. Pero la Providencia subsana el problema por un camino insólito: «Isidoro fue a Sagasta 3, como le habíamos dicho, y, aunque no era tienda de electricidad sino perfumería, entró a preguntar. De allí, por pura casualidad, le mandaron a una tienda de ultramarinos. El tendero de ultramarinos le vendió veinticuatro, las únicas que le quedaban de un pedido de un pariente de un amigo». También conseguirá, cosa difícil, suministro de carbón.

En un país donde rige un estricto racionamiento postbélico es particularmente compleja la búsqueda de alimentos: por ejemplo, sólo hay cupo de pan para colegios y hospitales, pero no para pensiones, hoteles o residencias. Zorzano tendrá que resolverlo. Igualmente prevé la escasez de aceite y consigue zafras para conservar el que se puede adquirir en un buen momento.

«El problema de administrar las deudas —dirá con gracia Pedro— no fue tarea fácil». Sobre todo cuando se vive, como ha enseñado el Padre a Zorzano, la justicia de pagar sin el menor retraso a los proveedores.

Isidoro no es cicatero. Antes bien, evita que, por un mal entendido concepto de la pobreza, se deje de gastar lo que sea preciso. Pero, como la penuria real es grande, anota los gastos de comestibles y calcula la media diaria «de cocina», por persona. Lleva también puntualmente el diario de caja, el libro mayor y la cuenta de cada residente de Jenner. Periódicamente hace los oportunos resúmenes y arqueos. Siempre le cuadran, porque sabe que su esmero es un modo de mostrar el amor a Dios. A la gente más joven le hace notar cómo «los empleados que dependen de un sueldo, por no perderlo, procuran esforzarse en que todo vaya al día y primorosamente hecho» y «sería una falta de generosidad que a nosotros el amor de Dios no nos empujase a hacer por lo menos [otro] tanto».

Porque Zorzano, procura contribuir a formar las abundantes nuevas vocaciones que Dios manda.