Ha muerto el padre de Álvaro. Atención a las familias de todos. Profesor de Santiago. La difícil «intendencia»

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

En sus cartas, Zorzano también da noticias sobre las familias de cada uno. Visitarlas y alentarlas constituye uno de los cometidos que, por indicación del Padre, ya venía cumpliendo desde hace un año.

Una semana después de marchar el Fundador, «Al ir a saludar a la familia de Alvarito —escribe Isidoro— presencié el fallecimiento de su padre que hacía tiempo estaba enfermo. Como no convenía saliese él de la casa donde está evacuado, no ha podido verle». Al propio Álvaro le dice: «Ya sabrás por tu madre que asistí a los últimos momentos de tu padre. Fue providencial. Siquiera le serví de compañía en esos instantes. Te cabe la tranquilidad de que murió santamente, que es lo único que deseamos de los nuestros. No pases cuidado por ella y tus hermanos, pues están perfectamente atendidos y ya sabes que yo les ayudaré en todo lo que sea menester».

En cuanto a los Fernández Vallespín, Ricardo testificará: «Mi familia pasaba entonces privaciones como todo el mundo en Madrid y, durante una temporada, Isidoro les llevó comida con mucha frecuencia; y además, con su alegría y optimismo, les animaba de tal forma que, cuando mi padre estaba próximo a morir, las visitas de Isidoro eran una de sus mayores alegrías». Fallecerá el 17 de abril (1938), e Isidoro acude inmediatamente a la casa; transmite al Fundador la noticia y continúa visitando asiduamente a esa familia, para llevarles consuelo, aliento y ayuda. También está enferma de cuidado una hermana de Ricardo. Éste recordará cómo, cuando se agravó su hermana, «Isidoro, al darse cuenta de que el médico que la atendía no ponía los remedios adecuados, se ocupó de llevarle otro médico».

También ve casi a diario a los Jiménez Vargas, y frecuenta a las familias de los otros ausentes.

Como es lógico, esto no significa, ni mucho menos, desatender la propia familia. Así, cuando enferma doña Teresa, Isidoro consigue que un médico la visite prácticamente cada día. Y se muestra satisfecho cuando puede comunicar: «Mi madre va mejorando por momentos». Alguno de los tres Zorzano —Isidoro, Salus o Chichina— debe acompañarla siempre. Y si, cuando el ingeniero vuelve a casa, encuentra que sus dos hermanas han salido, las reprende: «¿Dónde habéis estado? ¿No sabéis que no debemos dejar sola a mamá?».

Los Riva —ortigosanos afincados en Málaga, que pasan la guerra en Madrid— ponderarán, con los amigos comunes, la dedicación de Isidoro «al lado de su madre y hermana, a las que en todo momento atendió con ejemplar solicitud filial y fraterna».

Como si fueran su madre y sus hermanos, cuida de doña Dolores Albás, de Carmen y de Santiago Escrivá, a quienes visita todos los días. Por cierto, que en el baúl de la correspondencia ya no cabe ni un alfiler. Entonces —recuerda Santiago— «mi madre decidió abrir el colchón de su cama para ir metiendo estos papeles, sacando un poco de lana cada vez. Llegó un momento en que, en el colchón en que dormía mi madre, había más papeles que lana». Pero el gobierno reclama todas las mantas y colchones para los combatientes. Cuando los comisionados —o los aprovechados— llegan a la calle Caracas para requisar colchones, doña Dolores se mete en la cama, simulando enfermedad.

Además de matricular a Santiago en un Instituto, Zorzano le da clase cotidiana de idiomas: «Yo me dedico con Santi al francés, inglés y ahora hemos empezado con el latín». Pero el estudio no es todo: «Como le gusta mucho —a Santiago— caminar, nos damos buenos paseos y por ello está fuerte».

Algunas de estas caminatas son a «La Industrial Española» para buscar galletas. También hacen correrías en procura de otros alimentos: acuden a cuarteles e incluso a alguna institución religiosa, no católica, que recibe ayudas del extranjero.

La «intendencia», en efecto, sigue constituyendo un grave problema: ¡Cuánto duele a Zorzano decir a los de Honduras: «De comestibles andamos muy mal. [...] De pan, tenemos que pedir nosotros», «No disponemos de nada, por ahora, que se os pueda enviar»!. Los refugiados en la legación recuerdan cómo Isidoro «con Carmen —la hermana del Fundador— acudía periódicamente a un servicio de la Cruz Roja escocesa, para procurarnos comida. Tenían que hacer largas colas y aguantar chubascos de groserías e impertinencias»

Alguna vez son los de Honduras quienes proporcionan víveres, adquiridos en el Consulado. Por ejemplo, patatas: «He hablado a mi familia, dice Isidoro, de las patatas; aunque les parecen un poco caras [...] no tienen inconveniente en comprar. Hoy se lo diré a la abuela y la contestación os la dará Santi». Más adelante, ofrecerán aceite y Zorzano comunica: «La abuela me ha dicho que le interesaría adquirir aceite», «El importe del aceite para la abuela ya me diréis si os lo mando».

Los primeros meses después de marchar el Padre siguen llegando algunos paquetes de Daimiel. Zorzano da las gracias y aprovecha estas ocasiones para transmitir noticias del Fundador: «Ayer tuve carta del abuelo. Dice que en cuanto han llegado, sus peques se pusieron a trabajar. Han recibido la carta que les escribí. También en este correo les escribo a ellos dándoles noticias vuestras. ¡Qué agradecidos tenemos que estar a D. Manuel!, pues no sólo han realizado felizmente el viaje, sino que podemos tener noticias mutuas».