El Fundador, a Burgos, por los Pirineos, Andorra y Francia. Sentimientos de orfandad. Correspondencia Burgos-Madrid

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

El 23 de noviembre recibe Isidoro la última carta del Padre desde Barcelona: «Ayer se recibió carta del abuelo comunicándonos que salía de viaje con todos sus peques. Nos anuncia que tardará bastante en escribirnos. Por fin ha cedido D. Manuel [...]. Salieron el viernes 19». Transcurren dos semanas, ¡eternas!, sin noticias. Alguno teme que los viajeros hayan sido descubiertos y detenidos. Isidoro corta de raíz toda inquietud: «¡Al Padre [...] no le ha ocurrido nada!». Como la Obra es de Dios, tiene la certeza de que al Fundador no le pasará nada. Y comienza los preparativos para su regreso: «Estoy planeando la forma de organizar las cosas para que cuando venga el abuelo, con los peques actuales y con los que esperamos consiga esta temporada, encuentren la casa dispuesta. Como habrán quedado los sótanos —en Ferraz 16—, se pueden poner unos camastros para poderla guardar e ir acomodando todo lo que sea utilizable en los pisos restantes».

Esta confianza de Isidoro no disipa su sentimiento de orfandad: «Acostumbrados a tener al lado al abuelo, se encuentra ahora uno desorientado en muchas cosas». «Los peques del otro lado pueden recibir los cuidados del abuelo. ¡Cómo los echo de menos! Me había acostumbrado a las charlas cotidianas» —es decir, a leer, con algún otro, las meditaciones del Padre—; «luego, a las tertulias en casa de Albareda, con Tomás, sobre el mismo tema; y, últimamente, a las del abuelo y Jean» —el doctor Jiménez Vargas— «y desaparece todo este alimento en un instante».

El 7 de diciembre recibe Zorzano carta del Fundador, fechada el día 3 en Escaldes (Andorra). Los fugitivos han conseguido cruzar, por el monte, la frontera. Para no comprometer a los destinatarios, don Josemaría escribe como si fuera un sudamericano que se desplaza de una ciudad a otra, por motivos familiares o de negocios: «Mi gran amigo: [...] Hoy, aprovechando el haber venido, en excursión deportiva con unos amigos, a este Principado de Andorra, he querido dedicarte estas líneas y rogarte que me escribas a casa de mi primo. Por si no lo recuerdas, su dirección es: Señor Álvarez. Hotel Alexandre. San Juan de Luz (Francia). Bastará que encabeces las cartas a mi nombre: él me las mandará donde yo me encuentre. ¡Me gusta tanto viajar!»

Mi familia con estupenda salud y siempre contentos.

»Cariñosos saludos a tus hermanos. Lo que quieras a la abuela y a los tíos.»

Te abraza, Mariano».

«¡Qué alegría tan grande saber del abuelo y los peques! Verdaderamente se ha conseguido gracias a D. Manuel y a su Madre», dice Isidoro, que comunica la novedad a todos y responde al Padre inmediatamente: «Mi querido amigo José María: Para que esta vez no se queje de mi tardanza en escribirle, le contesto a vuelta de correo a esa linda villa donde está pasando sus vacaciones, descansando de sus ocupaciones de París.»

Todos mis familiares siguen perfectamente. Al pequeño Chiqui lo tengo ahora provisionalmente por el Sur; no tardará en regresar. A pesar del invierno tan crudo que experimentamos, la abuela y los tíos se encuentran admirablemente. [...] Deseando termine felizmente sus vacaciones y con saludos de toda mi familia, le recuerda y abraza su buen amigo».

El Beato Josemaría, por Francia, entra de nuevo en España. Residirá en Burgos, desde donde atiende a sus hijos y mantiene relación con muchas personas que serán la base para la futura labor apostólica del Opus Dei. El corresponsal en Madrid es Isidoro que, como buen ingeniero, se marca una periodicidad para las cartas: «Tengo la costumbre de escribirle todos los días que terminan en 5; de esta forma, son tres cartas por mes».

Pero el servicio postal, vía Francia y con censura en España, deja bastante que desear. Algunas cartas se pierden y, otras veces, se reciben dos o tres juntas. Cuando pasa cierto tiempo sin noticias del Padre, Isidoro pide a la Virgen que llegue la esperada correspondencia. Así, por ejemplo, el día de la Anunciación señala: «Esperaba que mi madre nos hubiera traído hoy carta del abuelo y los peques». Y el viernes de Dolores: «...Esperaba hoy carta del abuelo; me figuraba que la madre de D. Manuel nos traería noticias suyas, pero por lo visto ha creído más conveniente que participemos de sus dolores».