Se marcha Ricardo y llega Juan. Apostolado con Albareda.

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

La permanencia de Isidoro en Madrid resulta eficacísima. El 4 de abril (1937), pocos días después de la determinación, aparece Ricardo por la capital, con barba y vestido de miliciano. Isidoro lo atiende: lo lleva a ver al Padre en la Legación y pasean por Madrid. Hacen compras y se sacan algunas fotografías como recuerdo. Estaba previsto que Fernández Vallespín se quedara en «Honduras» para ser evacuado, por vía diplomática, con el resto de los refugiados. Pero Ricardo propone al Fundador regresar a su destino militar y tratar de llegar a la otra zona de España, a través del frente de guerra.

El mismo día de su marcha, 7 de abril, aparece Jiménez Vargas, que ha desertado de su brigada, porque piensa que el Padre lo necesita.

«Me dirigí», escribe Juan, «directamente a casa de Isidoro: no me cabía ya otra solución que la de refugiarme en una embajada. Cuando Isidoro me vio en su casa, a pesar del peligro que suponía para él y para su familia acoger a un desertor en aquel tiempo, no manifestó el menor temor ni la más mínima irresolución. Inmediatamente fue a casa de mis padres a buscar un traje y a la Legación de Honduras». Como ha quedado vacante la plaza reservada para Fernández Vallespín, «el cónsul me admitió con el nombre de Ricardo Escrivá, como si fuese hermano del Padre». Acto seguido, «una vez resuelto mi refugio, Isidoro regresó a su casa y quemó mi uniforme».

Aparte de estos recibimientos esporádicos y de visitar a Vicente, Zorzano atiende con solicitud a los miembros del Opus Dei que andan, más o menos libres, por la capital. De vez en cuando, reúne a todos en su casa, donde leen las meditaciones del Padre. También Zorzano, con sus propias palabras, les infunde ánimos. Algún día de fiesta incluso almuerzan con él. En ocasiones invita no sólo a los miembros de la Obra, sino también a otros —como José María Albareda o Justo Martí— que solían frecuentar, en DYA, los medios de formación.

En las fechas más señaladas —por ejemplo, San José o Pentecostés— Isidoro los convoca en casa de doña Dolores: a veces comen allí, o toman el té con rosquillas, conversan, oyen música... Días hay en que la tertulia se prolonga hasta las ocho de la tarde. Estas reuniones familiares con doña Dolores y Carmen se convierten casi en una institución, los domingos por la tarde. Hay tiempo incluso para escuchar en la radio las noticias de la guerra. Deben hacerlo con cuidado pues constituye una «traición». Los periódicos aseguran que «un aparato de radio es un arma que vale por muchos fusiles» y piden «un mayor control sobre los aparatos que hay en Madrid, su potencia y la lealtad de los propietarios».

Albareda recuerda que, llegado el verano, «nos permitíamos ya hasta salir al balcón, e Isidoro hablaba de la Obra». El ingeniero, dichoso en su camino, trata de contagiar su propia felicidad al científico, a quien pondera la fraternidad, el sentido sobrenatural y la consiguiente paz que —gracias al ejemplo y solicitud del Padre— se respiran en el Opus Dei, también en circunstancias como aquéllas: «¡Esto no lo encuentras en otra parte!». El hecho es que, a finales de verano, Albareda pedirá ser admitido en la Obra.

Isidoro le hace partícipe de su preocupación por el Fundador. A Zorzano, efectivamente, le inquieta la situación del Padre. A los de Valencia les dice: «Está desconocido, muy delgado y ha vuelto a tener fiebre. Intensificar el pedir a D. Manuel que le envíe pronto la medicina saludable de un cambio de ambiente». Tan desmejorado está don Josemaría que ni doña Dolores lo reconoce, una vez que puede visitarlo en la Legación: «efectivamente ha adelgazado muchísimo, no le queda de su expresión antigua más que la vivacidad de sus ojos, pero sigue con el mismo temple de siempre. [...] Cuando se sale de hablar con él, se encuentra uno más ligero, como si le hubiesen quitado algo que molestaba. Es necesario extremar el cariño y afecto hacia él, ya que él está continuamente pensando en sus peques; nos pasa revista mentalmente a cada instante. Nos recuerda sobre todo cuando visita diariamente a nuestro gran protector D. Manuel».

Pero la prometida evacuación de los refugiados en el Consulado de Honduras se retrasa una y otra vez.