Persecución a la Iglesia. Se busca a Zorzano. Dos meses sin salir. Documentación argentina

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Todavía se piensa que las obras de Ferraz 16 habrán de estar concluidas para el comienzo de curso, en octubre. De todas maneras, y aunque nadie espera una contienda de años, ya está claro que el alzamiento militar no ha supuesto un vuelco total e instantáneo del país. España está fraccionada en dos grandes zonas: la republicana y la llamada «nacional». Ha comenzado la guerra española.

El gobierno republicano no controla realmente su zona. El poder fáctico está en los partidos obreristas, en los sindicatos y en la multitud de comités que proliferan. En Madrid, como en las otras localidades donde ha fracasado el alzamiento, se desata el terror: particularmente virulento durante la primera semana, tomará nuevos bríos a partir del 5 de agosto. Han comenzado los fusilamientos masivos de personas inocentes.

El furor de las masas se vierte principalmente contra la Iglesia. El historiador Salas Larrazábal dirá que «era bastante para merecer la muerte ser sacerdote o religioso, ir a misa, pertenecer a alguna congregación o leer periódicos de derechas». Antes del 3 de agosto serán martirizados más de 1.000 eclesiásticos —sacerdotes, religiosos y monjas— cuyo número llegará, en los meses venideros, hasta 6.832. Es incalculable la cifra de fieles laicos que morirán por el sencillo hecho de ser católicos practicantes.

La persecución a la Iglesia no sólo responde al descontrol de unas masas. El Estado es beligerante. Queda suspendido el culto católico y el día 27 se decreta la incautación de todos los edificios religiosos. Ha comenzado un verdadero vía crucis para los sacerdotes y religiosos. Cualquiera puede buscarlos, detenerlos y asesinarlos impunemente. Por otro lado, no es fácil que nadie se arriesgue a recibirlos en su casa, por el peligro que representan para el anfitrión.

Ante el aviso de un inminente registro, don Josemaría —conocido en el barrio como sacerdote— habrá de dejar la casa de su madre y cobijarse donde buenamente pueda, sin comprometer a otras personas. Particular dolor le produce la imposibilidad material de celebrar varios días la Santa Misa ni ejercer, en la medida en que lo desearía, su ministerio sacerdotal. La solicitud por sus hijos también hace sufrir al corazón del Padre. Sobre su paradero, es Zorzano quien informa a la madre y hermanos del Fundador.

El 4 de agosto, el Comité de Dirección de la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste dirige a Isidoro una notificación: «Como consecuencia de las actuales circunstancias y en tanto se toman resoluciones definitivas, quedan suspensos de empleo los agentes de la red de Ferrocarriles Andaluces figurados en la relación adjunta». En ella está el ingeniero Zorzano Ledesma.

Gracias a Dios que Isidoro no está en Málaga: «Si [...] no hubiera marchado poco antes de la revolución a Madrid» —dirán sus compañeros de Ferrocarriles— «y hubiera permanecido en Málaga, donde era tan conocido, le hubieran perseguido y dado muerte sólo por ser, como era, fervoroso católico. Por esta razón lo fueron 12.000 personas en Málaga».

De hecho, fracasado el alzamiento en Málaga, algunos obreros buscan a Zorzano para asesinarlo. Por encima del afecto personal, sus creencias hacen del antiguo jefe un enemigo. Primero van a «La Veleña», donde —claro está— no lo encuentran. Recuerdan entonces su relación con el Jefe de Material y Tracción, Adolfo Mendoza, y —como relata el propio Isidoro— «creyendo el Comité que estaba oculto en casa de dicho señor por mi calidad de pariente suyo, fueron a buscarme por dos veces a su domicilio para matarme». Se convencen de que no está en Málaga y «al enterarse que estaba en Madrid, intentaron cogerme aquí». Envían a la capital una fotografía y detalles personales para facilitar su detención.

Acosado, Zorzano habrá de permanecer «unos dos meses sin salir de casa para que no me reconocieran por la calle». En Serrano 51 mantiene su contacto con los miembros de la Obra y recibe las visitas de algunos de ellos. También aparecen cuadrillas incontroladas: «asaltaron nuestro piso unos facinerosos armados, pero les dijimos que ya habíamos sufrido registros. Para evitar nuevas molestias, la Embajada nos facilitó un impreso mediante el cual quedaba nuestro piso bajo la protección de Argentina», de modo que pueden vivir con relativa tranquilidad.

Isidoro nunca alardea de piedad: sigue la enseñanza evangélica de orar en su cuarto «y cerrada la puerta» (Mt 6, 6). Pero su hermana Chichina en ocasiones no llama a la puerta: «Algunas veces», dirá, «cuando entraba yo en su habitación, lo encontraba de rodillas rezando».

En cuanto a su seguridad personal —escribirá Isidoro—, «como empezaron a realizar registros domiciliarios, en la Embajada de Argentina me dieron un documento en el que se hacía constar que había nacido en Buenos Aires; ésa era mi única documentación», a la que se añadirá un brazalete con la bandera de aquel país. Esto no significa un reconocimiento de la nacionalidad, puesto que no ha prestado servicio militar en Argentina. Pero el brazalete y el papel constituyen cierta protección, con visos de oficialidad, frente a las patrullas de milicianos ignorantes. Además, dos meses de hambre, un cambio de peinado y unas gafas de cristales obscuros le proporcionan un semblante que poco tiene que ver con su imagen conocida.

Durante la prudente reclusión de Isidoro, los «nacionales» han tomado San Sebastián y controlan la frontera vasca con Francia. En el Sudoeste, las fuerzas que manda el teniente coronel Yagüe, subiendo de Sevilla, han tomado Badajoz y Mérida, para dirigirse después hacia Madrid por el valle del Tajo. De esta columna forma parte el Tabor de Regulares al que pertenece Paco Zorzano, quien el 11 de septiembre es herido, en el frente de Talavera de la Reina (Toledo).