Nueva residencia y expansión de la Obra. Frente Popular. Amenazas de muerte. Cese en la Escuela. Presidente de la Excursionista. Preparativos de marcha: licencia para tres meses

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Isidoro ya está maduro para la función que la Providencia le reserva en Madrid durante los próximos años. Sólo falta el detonante que provoque su traslado a la capital. Confluirán dos motivos.

Por un lado, las necesidades del Opus Dei. Los locales de DYA, en Ferraz 48 y 50, han quedado pequeños para el volumen de trabajo que allí se realiza. En los comienzos de 1936 se ha encontrado ya una casa completa, en el número 16 de la misma calle, que por su amplitud y situación reúne las condiciones deseables.

Varias personas que aprecian el trabajo de formación profesional y cristiana desarrollado por la Academia-Residencia, constituyen una sociedad civil, sin fines de lucro, llamada Fomento de Estudios Superiores. La entidad —entre cuyos socios figura, por cierto, Zorzano— comprará la casa y la arrendará, en buenas condiciones, a DYA.

Al mismo tiempo, se proyecta establecer sendos centros en Valencia y en París. «El notición de las próximas aperturas en Valencia y en París», escribe Isidoro, «aunque las esperaba, no las creía tan próximas». Desde un principio sabía Zorzano que la Obra vista por el Beato Josemaría era universal; pero imaginaba que su expansión tardaría mucho tiempo. Y resulta que ahora llega la diáspora. Se alboroza y, en lo sucesivo, no dejará de interesarse por la marcha del plan. Preguntará las impresiones del Padre y de Fernández Vallespín, cuando viajen a Valencia; y se documenta sobre la situación de los universitarios en París.

El inicio de la labor apostólica en esas ciudades exigirá que abandonen Madrid algunos miembros de la Obra. Y alguien habrá de llenar el hueco que dejen. Ya en febrero (1936) Isidoro trata con el Fundador sobre su posible traslado, el próximo curso.

Hay además otro factor que acelera la marcha de Zorzano a la capital: en Málaga peligra su vida.

En España, desde febrero de este año, reina el caos. Cuando la revolución de octubre (1934) el gobierno, de centro y derecha, intervino vigorosamente y su imagen quedó erosionada. El apoyo del sindicato UGT a la causa revolucionaria significó el decantamiento de los socialistas hacia la extrema izquierda. Los políticos han perdido su credibilidad tanto entre las derechas como entre las izquierdas, que cada vez se crispan más. La ingobernabilidad del país lleva a la disolución de las Cortes (7-I-1936) y a la convocatoria de elecciones generales para el 16 de febrero, en primera vuelta, y el 1 de marzo en segunda.

Mientras la derecha —coaligada en 1933— aparece ahora fraccionada, los grupos de izquierdas consiguen cierta unidad ocasional: socialistas, anarquistas, anarco sindicalistas y comunistas constituyen un Frente Popular, que presenta candidaturas comunes. El resultado electoral será muy discutido, por las irregularidades comprobadas; pero la victoria es del Frente Popular, que toma la calle y reclama el poder antes incluso de celebrarse la segunda vuelta.

Por toda España impera un clima de terror. A Madrid no llegan noticias de Zorzano y, en el diario familiar de la Residencia, el Beato Josemaría escribe: «Nada sabemos de Isidoro. Estoy algo intranquilo porque hay rumores de no sé qué sucesos en Málaga». Al día siguiente llega la esperada carta del ingeniero, que describe la situación malagueña: «Huelgas, algaradas callejeras y manifestaciones: lo que se dice un verdadero paraíso soviético. [...] No se han podido dar más faltas de dejación de autoridad y de grosería plebeya en tan poco tiempo. Como consecuencia de todo ello, se han quedado vacíos los hoteles y han salido para Gibraltar todos los que sus medios económicos se lo han permitido. Se han cerrado también varias iglesias». Entre ellas, la del Sagrado Corazón de Jesús donde venía oyendo Misa Zorzano. Ahora debe ir a la Catedral, «donde, por no haber luz artificial, no me es posible utilizar el misal».

En los talleres campa la anarquía. Isidoro permanece la mayor parte del tiempo trabajando en su despacho. Fuera, lucen «los pasquines comunistas en todos los talleres y no es posible evitar los corrillos que se forman para comentar las órdenes que reciben» los obreros, del superior que se permite dar alguna. Zorzano prefiere no ver los actos de indisciplina que no está en su mano corregir.

Don José Calvo Sotelo, ex ministro de Hacienda con Primo de Rivera y actual líder de la oposición derechista, lee periódicamente en las Cortes la estadística de robos, asesinatos, incendios, tiroteos y atracos a mano armada perpetrados en todo el país desde su anterior informe.

Isidoro cuenta, como persona, con la simpatía de sus hombres: pero no deja de ser un ingeniero, ¡y un ingeniero que va a Misa!

En un conciliábulo de comunistas y anarquistas se habla de dar muerte a Zorzano. Un ex-alumno de Isidoro, Segundo Revidiego, que también trabaja en los Ferrocarriles, tiene noticia del cabildeo. En la Escuela Industrial, donde es auxiliar de Talleres, habla con su profesor titular, y ambos comunican a Isidoro lo que se cuece. Zorzano tendrá que andar con ojo y hacerse notar lo menos posible.

Se añade la circunstancia de que termina su docencia en la Escuela, «por haber venido el Profesor en propiedad»; de todas maneras y hasta terminar el curso, el titular quiere que Isidoro «siga desempeñando el cargo, con el fin de no tener que cambiar de programa».

Permanecer en Málaga resulta temerario. Y en la futura residencia DYA se requiere alguien mayor; sobre todo si, como es previsible, el actual director, Fernández Vallespín, se traslada a Valencia. Gestionar la residencia y la sección de ingenieros en la academia será un trabajo profesional, civil. No muy bien remunerado, es cierto. Pero Fernando Munárriz, el cuñado de Isidoro, está proyectando un negocio, en el que podría intervenir Zorzano.

Isidoro planea pedir en los Andaluces licencia —de empleo y sueldo— por tres meses, que son prácticamente cuatro si se añaden las vacaciones anuales. En Madrid podrá tantear las posibilidades sobre el propio terreno. De acuerdo con don Josemaría, va perfilando la idea, que pondrá por obra cuando terminen los exámenes de la Escuela.

Mientras tanto, prepara borradores de impresos para la sección de ingenieros en DYA: reglamentos, programas de clases, etcétera. También elabora un estudio económico para la instalación y mantenimiento de la nueva residencia. Para ello recaba experiencias organizativas. Por ejemplo, en el Colegio de Huérfanos Ferroviarios, donde descubre un interesante formulario para el balance diario de cocina.

Curiosamente, a la vez que apareja discretamente su marcha, crece la popularidad de Isidoro en algunos ambientes malagueños. También ha llegado a la Sociedad Excursionista el enconamiento político, que parte a España en derechas e izquierdas. Ni unos ni otros consiguen la suficiente mayoría para elegir presidente de su cuerda. Un antiguo presidente propone a Zorzano como candidato y la sugerencia es inmediatamente aceptada por todos. No llegó a tomar posesión del cargo.

A primeros de mayo, Isidoro informa de sus planes al pariente y jefe Adolfo Mendoza, que lo trajo a Málaga. Como no es fácil que comprenda las razones apostólicas del traslado, sólo le habla de las oportunidades, más bien etéreas, que vislumbra en la capital. Mendoza considera un disparate cambiar algo seguro por algo incierto. De todas maneras, Adolfo informará favorablemente la instancia, pero advierte a Zorzano «que se atenga a las consecuencias». Aunque le alegra tener al hijo cerca, tampoco doña Teresa comprende muy bien los planes de Isidoro.

El 22 de mayo (1936) Zorzano solicita «oficialmente la interrupción de servicio, alegando ocupaciones familiares de índole personal, desde el 21 de junio al 20 de septiembre». Antes disfrutará los quince días que le quedan todavía de vacaciones anuales con sueldo.

Muchas circunstancias han concurrido al traslado de Isidoro. A la vuelta de mes y medio se comprobará que la Providencia viene manejando los hilos de Zorzano, con un objetivo insospechado.

Don Josemaría percibe que la mano de Dios anda por medio. El día 5 de junio anota: «Mañana esperamos a Isidoro, que viene definitivamente».

Zorzano nunca más volverá por Málaga. Marcha feliz, pero allí deja unos años decisivos y, acaso, los más brillantes humanamente hablando.

En Málaga quedan tantas personas que lo adoran: Salvador Vicente y la que —con el tiempo— será su mujer, Carmen González Prados. Se despide también de Ángel Herrero y de su sobrino Rafael del Castillo, para quien Zorzano ha supuesto mucho.

Deja a Félez, el ex republicano que presidirá la Junta de Acción Católica. Queda su compañero de peregrinación, cuando el Jubileo, Antonio Lorenzo. Y los colegas tanto de Ferrocarriles como de la Escuela; y los ex alumnos, varios de los cuales —cuando conozcan el fallecimiento de Isidoro— lo tomarán como intercesor celestial para sus problemas.

Quedan los Mendoza: Adolfo, su mujer y sus hijos. También los conocidos de «La Veleña» y el propietario del gimnasio; los amigos, bastantes también discípulos, de la Excursionista... Quedan los obreros que lo respetan y quieren; las jóvenes que se lo rifan y los golfillos que agradecen cuanto hizo por ellos.

Seguro que Isidoro los lleva en el corazón, cuando el tren arranca. A mano derecha, ve por última vez los talleres. Los túneles se interrumpen para permitirle mirar al bien conocido Pantano del Chorro. Van desapareciendo las pitas gigantes y las adelfas rosas que tapizan sierras familiares. Entre la serranía de Ronda y los montes de Frigiliana, y del Torcal de Antequera hasta el de Villavieja, en estos años ha pateado la provincia completa.

Málaga, que fuera escenario de sus esfuerzos para enfilar rutas de santidad, se ha convertido en un volcán próximo a la erupción. Deja el volcán, para dirigirse a un terremoto. Pero Dios le tiene asignado un papel en medio del cataclismo.