Dificultades profesionales y económicas. ¿Qué es ser santo?

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Cortas fueron las vacaciones de Isidoro. El 5 de septiembre, sin haber podido visitar a don Josemaría, ya está en Málaga, sumergido en los quehaceres habituales.

Sus tareas son las de siempre, pero contempladas desde una perspectiva que las hace parecer nuevas: con un sentido vocacional, que las transforma y les proporciona valor y alcance trascendentes. El panorama —son sus palabras— «cada día me parece más hermoso; es mi única ilusión cooperar en dicho ideal». Los horizontes descubiertos por el sacerdote amigo ya son «nuestra causa» para el ingeniero, que asegura: «todo lo debo a la Obra de Dios».

De todas maneras, la situación de los Ferrocarriles Andaluces lo descorazona: «La Compañía en que estoy, cada día está peor, no se hace ningún proyecto, ni se llevan a cabo los ya proyectados; no veo en ella porvenir alguno». Isidoro se siente «cada día peor» en su oficina: «pues no estoy en buena armonía con mi jefe, lo que me hace el trabajo odioso». Por todo ello, continúa sus gestiones para trasladarse a Madrid: «No sé si podría ser en la CAMPSA (petróleos); he escrito a un compañero. También he preguntado a otro de la A.E.G. de electricidad».

A las indicadas, se añade «otra causa por la que querría vivir en Madrid»: la atención de su madre y de su hermana. Mal que bien, el Banco Español del Río de la Plata venía reponiéndose tras el descalabro de 1924. Pero Argentina, que ha sufrido como todos los países el crack del 29, se ve agitada en 1930 por la revolución del general José Félix Uriburu. Isidoro se muestra preocupado. Mediado ya el otoño, sigue sin aclararse la situación: «Mi madre tiene su capital en América. Le mandan los intereses todos los años a últimos de octubre o primeros de noviembre. Este año no nos han enviado aún nada.

Tal vez con las revueltas políticas que ha habido no manden dividendo, en cuyo caso no sé qué determinación tomar». Escribe a su madre, aconsejándole confiar en la divina Providencia, y resuelve mandarle 400 pesetas cada mes. Puede permitírselo pues a las 565 pesetas mensuales que cobra en los Ferrocarriles se suman, desde octubre, otras 300 largas que le pagan en la Escuela Industrial.

Informa de todo a don Josemaría, quien trata de robustecer la incipiente vida interior de Zorzano: «Mira: Si hemos de ser lo que el Señor y nosotros deseamos, hemos de fundamentarnos bien, antes que nada, en la oración y en la expiación (sacrificio). Orar: nunca, repito, dejes la meditación, al levantarte; y ofrece cada día, como expiación, todas las molestias y sacrificios de la jornada». Sobre todo, procura persuadirle a una recepción más frecuente de los Sacramentos.

Carente de una sólida formación teológica, Isidoro, en efecto, no apunta demasiado alto en su frecuencia eucarística: «Cada día», dice, «me encuentro más dueño de mí mismo; comulgo todos los domingos que me quedo en Málaga». Pero son muchos los domingos que sale de la ciudad: especialmente desde que se inscribió en la Sociedad Excursionista de Málaga. La Excursionista organizaba sus salidas los domingos y festivos. Y las normas vigentes acerca del ayuno eucarístico —desde las 12 de la noche anterior— suponían una dificultad para comulgar, si se partía por la mañana temprano y la Misa se oía en el lugar de destino. En todo caso, como recuerdan los conocidos, Zorzano «jamás participó en ninguna excursión sino después de cumplir con sus deberes religiosos».

No faltaban motivos a don Josemaría para velar por la piedad de su viejo amigo y nuevo hijo espiritual. El 24 de agosto ha quedado a Isidoro la idea clara de que su entrega es total y para siempre. Hombre fiel a la palabra empeñada, su perseverancia no desfallecerá. Con la misma decisión con que acometiera los estudios de bachiller y, luego, los de ingeniería, se dispone a vivir su compromiso con Cristo. Pondrá toda el alma en ello, aunque lógicamente desconoce todavía los perfiles concretos, específicos, del espíritu propio del Opus Dei.

A decir verdad, ni siquiera sabe con exactitud en qué consiste, genéricamente, la santidad cristiana. Estos primeros tiempos constituyen un período conmovedor. Alejado físicamente del Fundador, con quien mantiene relación epistolar y el contacto de algunas breves visitas a Madrid, Isidoro tendrá que descubrir los horizontes de la vida interior. De momento, parece persuadido de que lo principal es trabajar en todas las iniciativas apostólicas o asistenciales posibles y promover cuantas estén a su alcance. Así, pronto se adscribe a los Caballeros del Pilar; participará en las obras benéficas de las Adoratrices; colaborará con la Casa del Niño Jesús; formará parte de la primera Junta diocesana de Acción Católica...

Don Josemaría sólo formulará alguna observación cuando estime que Isidoro descuida su propia piedad o el apostolado personal, en los ambientes seculares, característico del Opus Dei. Nunca surgió el peligro de que Zorzano maltratara sus obligaciones profesionales.