En la calle de Serrano. Viaje de prácticas

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Isidoro vivirá mucho más cerca de la Escuela de Ingenieros. La zona y el edificio resultan excelentes, aunque el apartamento en cuestión sea el más modesto de la casa.

El alquiler anual de la nueva vivienda, en el barrio de Salamanca, será de mil doscientas pesetas: novecientas menos que en la calle de los Reyes. Teresa firma el contrato de inquilinato el 13 de diciembre (1925).

Los Zorzano —que van al ático, construido sobre la azotea y retranqueado— compartirán escalera con títulos nobiliarios y con profesionales distinguidos. En el portal anterior vive el conocidísimo doctor Gregorio Marañón; y en el siguiente, nada más cruzar la calle, don José Ortega y Gasset.

El entorno resulta, pues, acomodado. Pero sólo quien ocupa la buhardilla conoce el frío que se puede sufrir en una casa con empaque, durante los meses de invierno; y el calor, en verano. Paco, Salus y Chichina comentan de vez en cuando su mala fortuna. Isidoro, en cambio, adivina que los apuros económicos favorecen la unidad de la familia y llega a decir: «Creo que hemos salido ganando». Este punto de vista no consigue disipar las añoranzas de una buena calefacción. Isidoro, que tiene un profundo sentido cristiano de la vida, les habla de la Providencia divina: «Dios sabe por qué hace las cosas».

En 1926 causa furor el «charlestón», importado de los Estados Unidos. España se incorpora al ritmo de «los felices 20»: se popularizan cada vez más tanto el cine como la radio, y aumenta la circulación automóvil. También entre los estudiantes de ingeniería prende con facilidad el clima ligero, como se pondrá de manifiesto en los viajes de prácticas.

A finales del curso 1925-26, los alumnos de quinto, acompañados por el profesor auxiliar de Física industrial, visitaron Asturias: concretamente las minas de La Felguera y alguna fábrica en Gijón.

La mayoría de los expedicionarios recordarán pocos aspectos técnicos del viaje. Les interesa mucho más el baile que se organiza, al caer la tarde, en Somió, a la salida de Gijón, nada más cruzar el río Piles. Las muchachas de la localidad se sienten felices de alternar con los futuros ingenieros.

Más de seis décadas después, uno de sus compañeros recordará que Isidoro no acudió a esos bailes: prefirió quedarse en la playa observando la luna y sus reflejos sobre el mar, para comentar luego al resto del grupo que la experiencia había resultado muy interesante. Sin que les hable de religión, los compañeros intuyen la veta espiritual de Zorzano: «Era más contemplativo que nosotros».

De todas maneras, su abstención del jolgorio no implicaba reproche alguno, ni le hacía poner caras largas.

En junio (1926) Isidoro no tiene tropiezos en los exámenes. Ya sólo le falta un año para ser ingeniero, facultado para firmar proyectos.