1919-1920: A Madrid. En la Costanilla de los Ángeles

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Se impone replantear la estrategia y trasladarse a Madrid, para frecuentar alguna de las academias especializadas. Ha llegado la hora de separarse por primera vez de la familia, al menos durante los meses lectivos.

Isidoro se despide también de los amigos. Entre ellos, de Josemaría Escrivá, que cursa estudios en el Seminario diocesano y ha tenido en febrero un hermano, Santiago, diecisiete años más joven que él. Josemaría, al barruntar su vocación sacerdotal, había pedido a Dios que concediera un hijo varón a sus padres.

Doce horas tarda Isidoro en llegar, por tren, de Logroño al Madrid donde pervive todavía la fauna castiza, inmortalizada por Benito Pérez Galdós, de pregoneros, murguistas, mozos de cuerda, chulapas, horteras, cesantes, rentistas...

La capital de España viene trepando, desde principios de siglo, la cuesta de su segundo medio millón de habitantes. Por las calles circulan unos pocos automóviles; el grueso del tráfico lo protagonizan los chirriantes tranvías eléctricos y los carros de tracción animal.

En 1910 el Rey Alfonso XIII había iniciado, con una piqueta de plata, la apertura de la nueva Gran Vía. La arquitectura urbana se enriquece con edificios singulares, que figurarán entre los más característicos de la ciudad: el templo neobizantino de San Manuel y San Benito, el Hotel Palace, la iglesia de la Concepción, el mercado de San Miguel o el entonces boyante Banco Español del Río de la Plata cuya sede alojará dentro de unos años al Banco Central. En marzo de este mismo año (1919) se ha inaugurado la Casa de Correos.

Isidoro ya conoce la casa donde se alojará: pasó en ella el mes de junio, durante los exámenes. Residirá con la familia de su tío Juan José Pérez.

La vivienda está en la Costanilla de los Ángeles número 4 (más tarde, 6), según se sube desde Arenal a Santo Domingo, a mano derecha, nada más pasar la plazuela de Santa Catalina de los Donados: a un tiro de piedra del oratorio del Santo Niño del Remedio y del Teatro Real. En pleno corazón del Madrid tradicional, muy cerca de la parroquia de San Ginés y no lejos del Palacio de Oriente.

Isidoro comenzará sus estudios en la academia de Mazas, situada en la calle Valverde 22, donde conoce a varios de los que serán sus mejores amigos durante los años madrileños: por ejemplo, Ángel Quesada y Emilio Sobejano. El propietario y director, presume de que su establecimiento —el más antiguo— a lo largo de la historia ha logrado que 877 alumnos ingresaran en las distintas escuelas de ingenieros.

Las exposiciones teóricas no eran lo principal. Estas academias facilitaban a sus alumnos, sobre todo, colecciones de problemas como los propuestos para los exámenes de ingreso, en años precedentes. Los estudiantes dedican bastantes horas a resolver, por su cuenta, dichos problemas, que luego los profesores explican en clase. El régimen de trabajo era exigente.

Isidoro preparó, en este curso de 1919-20, los exámenes de Aritmética y Álgebra, de Francés e Inglés, y el de Dibujo que no había aprobado en junio. Fuera de las horas de clase, pasa la mayor parte del tiempo estudiando, en el comedor del piso de la Costanilla.

A la vuelta de treinta años, Emilio Sobejano recordará que Isidoro «fue siempre un modelo de estudiante», y evocará sus esfuerzos «para vencer el mismo defecto que yo tuve siempre y del que tantas veces hablamos: la falta de memoria para lo concreto de fórmulas y números». Emilio, que había aprobado el francés y los dibujos, abandonó pronto las fórmulas y los números, para estudiar Derecho.

Refiriéndose a los mismos tiempos, Sobejano dirá que Isidoro «no fue hombre que alardease de su religiosidad». Da por descontada la efectiva fe de Zorzano, pero subraya que a su amigo no le gustaba tratar de cuestiones religiosas. Aunque Isidoro experimenta cierto enfriamiento interior, no deja de rezar a diario, ni de cumplir sus deberes cristianos ordinarios. Así, por ejemplo, en estos meses finales de 1919, los domingos solía acompañar a Misa a la suegra de su tío. La señora, con más de setenta y cinco años, no podía ir sola. Acudían a la parroquia de San Ginés y, a la salida, tomaban churros y buñuelos en la chocolatería situada detrás del templo.