1918-1919: En Logroño. Muere la abuela. Exámenes fallidos

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

La mayor parte de los aspirantes a carreras técnicas superiores preparaban el ingreso en las academias que, con tal objeto, funcionaban en las ciudades sedes de escuela. Teóricamente también cabía intentarlo desde otras capitales de provincia, en academias menos especializadas.

Un triste acontecimiento familiar hará que Isidoro permanezca en Logroño.

Había llegado a España la epidemia de gripe que acompañó a las últimas fases de la guerra mundial y, tras el armisticio, siguió asolando a Europa. Sus complicaciones neumónicas y bronconeumónicas causaron más muertes que la guerra misma.

A principios de otoño cayó enferma doña Salustiana, la abuela de Isidoro. El 3 de octubre otorgaba testamento abierto, en el que instituía heredera de todos sus bienes a su hija Teresa Ledesma. Fallecía cinco días más tarde: el 8 de octubre de 1918. Los restos de la «mamita» reposan, desde entonces, junto a los de su yerno y sobrino Antonio Zorzano.

El trauma resultó particularmente desolador para Teresa, que siempre había tenido junto a sí alguien en quien sentirse apuntalada. Ahora, con cuarenta y seis años, no le resulta fácil asumir un papel rector y, por el resto de sus días, aparecerá como una mujer bondadosa, quizás algo apocada, que nunca perderá la dulzura de su acento americano.

Isidoro renueva las manifestaciones de apoyo que le hiciera cuando falleció su padre; y se queda en Logroño.

Mamá delega su autoridad en el joven, cuyo criterio siempre dará por bueno. Cuando se trata de reñir a alguno de los otros hijos, es a él a quien toca ponerse serio y hacer la corrección. A Isidoro la situación le resultaba cómica: había adoptado un rostro severo, pero no estaba enfadado. Después de reprender a la hermana o hermano, se solía encerrar en su habitación, donde soltaba la carcajada, a duras penas reprimida durante la reprimenda. Los hermanos se daban cuenta y, en ocasiones, le gritaban desde el pasillo

:—Puedes salir a reírte fuera.Ya te hemos oído.

Pero incluso Fernando y Salus, mayores que él, lo respetan y obedecen. Cuando alguien formula una sugerencia inoportuna, basta con que Isidoro diga: «Imposible». Los hermanos no insisten, porque sería un empeño inútil:

—No hay nada que hacer. Isidoro ha dicho que no.

De poco sirve recurrir a mamá, que nunca desautoriza las decisiones de Isidoro. Si alguno aventura la apelación a Teresa, ya sabe cómo discurrirá el diálogo:—Ha dicho Isidoro que no.—Pero aquí quien manda eres tú; no Isidoro.

—Isidoro ha dicho que no y todo lo hace bien.

Sin embargo, los resultados de este primer año de preparación para el ingreso en la Escuela de Ingenieros no fueron muy satisfactorios. Isidoro ha trabajado en firme, como de costumbre; y en la academia apuestan por el éxito... Ahora bien, en la academia no sabían, realmente, mucho sobre las pruebas de ingreso. Conocían los programas; pero no las características de los ejercicios, que giraban en torno a los problemas.

El 2 de junio (1919) Zorzano será suspendido en el examen de Aritmética y Álgebra, que cierra el acceso a las restantes pruebas fundamentales. En cuanto a las complementarias, aprueba el Dibujo «de adorno». Pero no logra el «apto» ni en Francés, ni en Dibujo lineal.

A Isidoro, que había aprobado a la primera todas las asignaturas del bachillerato, esos suspensos le contrarían mucho. Descubre que los exámenes —el de matemáticas, principalmente— han tenido muy poco que ver con la preparación recibida en Logroño. Habrá que recomenzar prácticamente desde cero. Para reponer fuerzas va unos días a Ortigosa..., donde pilla una pulmonía, que le hace perder la convocatoria de septiembre.