Fin del bachillerato. Será ingeniero

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Al llegar septiembre, Isidoro debe elegir a cuál asignatura de sexto año aplicará la matrícula de honor alcanzada. Se decide por «Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial». A fin de cuentas, la agricultura le resulta familiar por los veranos en Ortigosa, donde también ha visto de cerca algunas industrias.

El curso empieza en octubre, pocas fechas antes de que Lenin y sus bolcheviques se hagan violentamente con el poder en Rusia. Las noticias llegaron a todo el mundo: también a La Rioja. Por los mismos días en los ambientes católicos se habla de la portentosa danza que interpretó el sol en Fátima, el 13 de octubre, y que contemplaron unas setenta mil personas junto a los tres videntes de la Santísima Virgen. Lo que se sabrá sólo veinticinco años después es que, en su aparición del 13 de julio, Nuestra Señora se había referido a los errores, guerras y persecuciones contra la Iglesia que la nueva Rusia difundirá por el mundo. Isidoro conocerá de cerca algunos de estos efectos de la revolución comunista; y vivirá la experiencia muy cerca de su compañero Josemaría.

El año 1917 se cierra en Logroño con temperaturas insólitas: de 16 grados bajo cero. El Ebro se ha helado y el Ayuntamiento recubre de paja las calles para que se pueda transitar. Un desacostumbrado temporal de nieve azota La Rioja y su capital, en los primeros días de 1918.

Cuando, por la mañana, la ciudad y sus alrededores aparecen cubiertos por la blanca, fría y silenciosa superficie, unas huellas denotan que alguien ha caminado de madrugada: es un carmelita. Esas huellas serán como un zarpazo en el alma de Josemaría Escrivá, quien vislumbra lo que puede significar el amor de Dios. Barrunta que algo espera Dios de él y que tal vez el sacerdocio, en el que jamás ha pensado, sea un buen modo de disponerse para cuando llegue con claridad la llamada divina.

Isidoro nada sabe de las inquietudes de su compañero, pero atraviesa, también él, su propia crisis personal. Ha sido, casi desde que llegó a Logroño, un niño —después, un adolescente— fervoroso. Su práctica religiosa y su espíritu de sacrificio hacen a muchos dar por supuesto que Isidoro será sacerdote. A quien menos claro le parece que sea ésa su vocación es al propio interesado. Había tratado alguna vez del asunto con el maestro de Ortigosa y habla con un sacerdote, don Valeriano Ordóñez. Por iniciativa de unos parientes, amigos del Prelado, conversará incluso con monseñor Juan Plaza, Obispo de Calahorra. Monseñor quedó encantado de Isidoro. También éste regresó muy ufano a su casa —¡no todos los días se habla con un Obispo!—, ...pero sin haber resuelto nada.

No es Isidoro amigo de cerrar los ojos a los problemas. En este caso, sin embargo, dilata la cuestión hasta el verano. Seguir dando vueltas al futuro mermaría su rendimiento escolar presente. El muchacho tiene un profundo sentido de la justicia y es consciente de los dineros que la familia está invirtiendo en sus estudios: este último curso de bachiller paga en el colegio 67,60 pesetas en concepto de matrícula inicial y ocho mensualidades superiores a las 28 pesetas cada una. De forma que se aplica con toda el alma a preparar los últimos exámenes de bachillerato. Descubre así que la dedicación a un objetivo permite abstraerse de otros asuntos, inoportunos en ese momento —aunque sean importantes, como la posible vocación sacerdotal que le atribuyen—, y mantenerlos en segundo plano, hasta que llegue su turno.

El resultado de tal proceder, que habrá de aplicar con frecuencia en tiempos futuros, será brillante. En el mes de mayo (1918) logra las mejores notas de todos estos años: Sobresaliente, con premio, en Agricultura y Técnica Agrícola e Industrial, a la que aplicara su matrícula de honor del curso anterior. Al estudiarla ha descubierto el atractivo de la técnica industrial. En todas las materias restantes recibe la calificación de Notable. Un éxito en toda la línea. Los profesores que, hace siete años, consideraban problemático su bachillerato no sabían quién era Isidoro, cuya capacidad intelectual —por otra parte— se ha desarrollado con el estudio.

Terminado el curso y llegado el verano, Isidoro no puede seguir dando largas a su determinación profesional.

La guerra mundial está en los últimos coletazos. Son éstos, también para Isidoro, meses de conflicto: de conflicto interior afrontado a plazo fijo. Dijo a su madre que necesitaba descansar unos meses para reflexionar a fondo sobre su futuro. Como de costumbre, fue a Ortigosa, donde no se aisló de los planes habituales en el verano: como siempre, alternó en jiras y excursiones. Tuvo también tiempo para meditar con sosiego y pedir a Dios que le hiciera conocer su Voluntad.

Analiza —analizar se le dará siempre bien— los orígenes de la vocación sacerdotal que le atribuyen. En la tranquilidad camerana comprueba que son los demás quienes lo han venido etiquetando como futuro clérigo. Pero una cosa es cultivar sinceramente la piedad, y otra muy distinta ejercer el ministerio sagrado. Con la honradez que le caracteriza, concluye que Dios no le llama al sacerdocio.

No se siente en la obligación de justificar su determinación, ni de manifestar los razonamientos que le han llevado a excluir la clerecía. El hecho es que jamás experimentará pesar o remordimiento por haber tomado esta decisión. Cuando, a la vuelta de los años, se plantee si Dios no le pide una entrega total a su servicio, se tratará de un problema nuevo, independiente del que ha resuelto este verano de 1918. Ahora debe optar por una carrera.

Su hermana dirá que «sin saber» —los demás— «cómo ni por qué, al finalizar» los tres meses «escribió una carta a mi madre» (que debía de estar en Logroño cuidando a la «mamita» Salustiana, enferma). Se limitaba a comunicar «que lo había pensado mucho y prefería hacerse ingeniero industrial». Teresa «le contestó que lo pensara mucho, pues era cosa trascendental en la vida». Isidoro respondió «que era cosa pensada y decidida».

Cuando Isidoro se expresa con semejante firmeza, todos comprenden que no hay más que hablar; y, en efecto, nadie vuelve a mencionar el sacerdocio. Salus refiere la extrañeza que la carta produjo en los suyos: «Nos chocó bastante, pues nunca creímos que seguiría tal carrera». No se sorprendieron tanto porque desechara la idea del sacerdocio, cuanto por la decisión de hacerse ingeniero.

Pese al chasco que se habían llevado con su bachillerato, superado sin un solo suspenso —con bastantes notables y algunos premios—, los parientes vuelven a mostrar escepticismo a propósito de la ingeniería. También esta vez se demostrará que Isidoro no tomaba sus decisiones a humo de pajas.