Estudio exigente. Confirmación. Obras de misericordia. Vacaciones en la Sierra de Cameros.

Biografía de ISIDORO ZORZANO LEDESMA. Ingeniero Industrial. (Buenos Aires, 1902-Madrid, 1943) por José Miguel Pero Sanz.

Isidoro tiene que trabajar de firme. Su hermana Salus, dramatizando un poco, dirá que a veces llegaban a «saltarle las lágrimas al no comprender una lección; pero redoblaba sus esfuerzos sin una muestra de cansancio, ni mucho menos queja». Los mayores —continúa— «procurábamos ayudarle, hacerle comprender cosas sencillas; pero, como le costaba, nos desalentábamos nosotros y nos cansábamos; pero él redoblaba sus estudios y no se acostaba sin saberlo». Se acuesta tarde y se levanta pronto. Cuando, por las mañanas, acuden a despertarlo, a menudo lo encuentran estudiando.

Con semejante régimen, Isidoro aprueba en mayo (1913) todas las asignaturas de primer curso, hasta con calificación de Notable en Lengua castellana.

También en mayo del año siguiente supera todas las asignaturas correspondientes al segundo curso y logra un Notable en Geografía Especial de España.

Dos meses antes, el 14 de marzo, había recibido el sacramento de la Confirmación. A Isidoro, a lo largo de su vida, no le faltarán oportunidades de ejercitar la fortaleza para la que le ha preparado el Sacramento: para profesar y practicar su fe en situaciones personal o socialmente adversas.

Durante la Primera Guerra Mundial, España se mantendrá neutral, lo que trae consigo algunas ventajas de tipo económico. Pero las especulaciones comerciales provocan una subida de precios en los artículos alimenticios de primera necesidad. Esto se hace sentir, sobre todo, en las zonas rurales. Así, La Rioja se ve repleta de pobres y obreros sin trabajo.

Estas estrecheces no afectan a los Zorzano, salvo en un aspecto: que han de practicar en medida creciente la limosna, en una ciudad llena de pordioseros. A estas fechas se debe remontar la preocupación de Isidoro por los necesitados: «No había», dirá su vecino Ángel Villar, «persona necesitada que, acercándose a su casa, no fuera por él socorrida. Tomaba parte en el sufrimiento ajeno». Otro compañero lo describe «siempre dispuesto a ayudar a todos en cualquier momento, no teniendo en cuenta para nada quién necesitaba de su ayuda». Tal vez fuera esta generosidad el «algo» excepcional que, sin saber definirlo, también los mayores advertían en el muchacho, ya de doce años y con una sonrisa insinuada, que anima su rostro más bien pensativo.

En el curso 1914-15, tercero de bachillerato, continúan los esfuerzos escolares, incrementados este año por el estudio de la lengua francesa. Salus, la hermana mayor, conoce algo el idioma porque las religiosas de la Compañía de María, cuyas aulas frecuenta, son de fundación francesa. Y se constituye de nuevo en institutriz de Isidoro, pero se impacienta cuando el muchacho se trabuca en la pronunciación o se atasca en algún giro. En ocasiones le golpeaba con el libro o lo mandaba «a paseo». Isidoro salía del cuarto y, a veces, sus guasones hermanos y primos le seguían por los pasillos, mientras él iba repitiendo en voz alta las lecciones. No le importa mucho la broma y, cuando calcula que Salus ha recuperado la calma, vuelve para que le amplíe la explicación.

A finales de curso aprueba, sin contratiempos, todas las materias; incluido el dichoso Francés. Por las mismas fechas, su hermano Paco, que quiere ser militar, aprueba el examen de ingreso en el Instituto.

Las vacaciones en Ortigosa discurren con el sosiego de lo acostumbrado.

Los veraneantes suelen hacer excursiones por los parajes vecinos: el Encinedo, El Santo, la Cerradilla o la Fuente de las Moscas. A veces las giras son a lomo de burro, sobre todo cuando hay que transportar la comida. A Isidoro le atraen particularmente las caminatas de gran distancia: al collado de las Tres Marías, por el norte, o al Mojón Alto, por el sur. A la vuelta de los años dirá que le hubiera gustado ser naturalista y coleccionar insectos, rocas o fósiles.

Isidoro y sus amigos organizan también expediciones a las cuevas que se abren, principalmente, en los macizos jurásicos de calizas. Todos los ortigosanos conocen, desde su infancia, la historia de una de estas grutas, situada en el Cerraoco: allí se había refugiado el General Martín Zurbano, guerrillero durante la Independencia, quien posteriormente se sublevó contra el gobierno, que lo derrotó, capturó y pasó por las armas. Los pequeños del lugar visitan de vez en cuando la oquedad. En una de estas ocasiones Isidoro había quedado, para ir al Cerraoco, con su pandilla. Los amigos llegaron tarde a la cita. El muchacho, con infantil terquedad, está indignado por el plantón: «Pues ya no voy». Y no fue. Con los años limará estas rigideces, fruto quizá de la exigencia que tiene habitualmente para consigo mismo.