2. Santificar los trabajos y los días

Memoria del Beato Josemaría Escrivá, entrevista de Salvador Bernal a Mons. Javier Echevarría.

En el primer capítulo de este libro, se menciona la llamada del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer: fundar el Opus Dei, camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano. El Fundador sintetizaba esos fines con algunos textos de la Escritura.

Desde que era sacerdote joven, utilizó como jaculatoria las palabras regnare Christum volumus!, y se empleó, con todas sus fuerzas, para que comenzase a reinar en su vida. De la misma manera, entre otros muchos textos, constituyó tema central de su lucha y su labor el consejo del Apóstol: instaurare omnia in Christo. Se esforzó en transmitirlo a los demás, referido a las profesiones y lugares donde se encuentran los hombres. Se aplicó también constantemente el versículo del Evangelio ubicumque fuerit corpus illic congregabuntur et aquilae: soñaba con esa unión del alma con Dios, reflejada en la figura del águila que mira de hito en hito el sol, para después llevar al Señor todos los ambientes, y le rindan el culto que le es debido. En fin, el pasaje del Evangelio de San Juan et Ego si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum, que oyó mientras celebraba la Santa Misa, y quedó impreso a fuego en su alma, de modo que ardía en deseos de poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas.

Esta idea central aparece en sus primeros escritos, y en sus conversaciones con los que le seguían en los años treinta.

En ese tiempo, cuando apenas llegaban a una decena los miembros del Opus Dei, les hablaba de la necesidad de trabajar apostólicamente en el campo intelectual, en el ámbito de la economía, en los medios obreros, en la agricultura, o en los hogares de familia. Su visión ofrecía tal firmeza, que no tenían la menor duda de que se haría realidad.

El Fundador del Opus Dei transmitió a sus hijos el afán de llevar a Cristo todo lo humano, fortaleciendo su acción con una vida interior profunda y una conducta coherente: no se trata -insistía- de actuar como una perfecta organización humana, ni de considerarnos superhombres, sino de meter en todas las personas de la sociedad, empezando por nosotros mismos, el hondo convencimiento de que hay que vivir cara a Dios. Nos repetía que el Opus Dei ha venido para servir a la Iglesia en cualquier circunstancia, sin limitaciones de tiempo, ni de ambientes, ni de condiciones personales.

Sabiéndonos capaces -reconocía Mons. Escrivá de Balaguer- de cometer los mismos horrores y los mismos errores del hombre más depravado, mis hijos han trabajado con el convencimiento de que el Señor nos ha escogido como instrumentos para que, con su gracia, influyamos en los lugares donde estamos. Resultado de esta tarea es el número ingente de almas, de todas las clases sociales, que han comenzado o recomenzado a llevar una vida cristiana consecuente, con una participación asidua en los Sacramentos; con su colaboración en la vida parroquial y su atención al Magisterio eclesiástico, tanto pontificio como episcopal; con la defensa cristiana de la familia, y de los derechos básicos que la sustentan; en fin, con la promoción social, profesional y espiritual de gente con escasos recursos económicos.

Hoy resulta relativamente normal la consideración del matrimonio como uno de esos grandes senderos de santidad y apostolado en medio del mundo. Pero aún recuerdo que hacia 1984, en un programa de la radio oficial española, un periodista me seguía presentando su escándalo por el punto número 28 de Camino.

El Fundador del Opus Dei predicaba que la santidad no está reservada a los religiosos o a los sacerdotes. Y no dejaba de recordar que el amor de los esposos lo ha querido y bendecido el Señor.

Tuvo siempre en su cabeza la frase que el Apóstol utiliza para evocar el matrimonio: sacramentum magnum. De aquí concluía que es necesario subrayar la llamada a la santidad de quienes por vocación divina están en este camino. Recordaba el esfuerzo de correspondencia cristiana de sus padres y advertía esta misma vida de santidad en muchas almas. Desde que vio que Dios contaba con ellas, a través del camino del Opus Dei, comenzó a dedicarse con más intensidad al apostolado entre los casados, aunque jurídicamente no pudieran ser miembros de la Obra hasta 1948. Pero, desde los primeros años, enseñó a los matrimonios a esforzarse por conseguir que sus hogares fuesen luminosos y alegres.

Pensando en las familias, Mons. Escrivá de Balaguer impulsó el apostolado de las mujeres del Opus Dei, para enseñar a las madres -especialmente en sectores marginados, y en ambientes rurales- a tratar a sus hijos con delicadeza humana y con sentido sobrenatural.

Fomentó en los padres la responsabilidad y la conciencia de ocuparse directísimamente de la educación de sus hijos, promoviendo -ellos- escuelas, colegios y clubs en los que, con la formación humana, forjen un auténtico criterio cristiano. Ese estímulo apostólico ha tenido eco ya en todos los continentes. Y no faltan, en los lugares donde trabaja el Opus Dei, obras de enseñanza y de formación para las categorías sociales menos favorecidas.

Mons. Escrivá de Balaguer dejó muy claro que, a través de estos medios, no se pretendía buscar vocaciones para el Opus Dei, sino influir cristianamente en el torrente circulatorio de la sociedad, elevar la temperatura espiritual del ambiente en que esas iniciativas se desarrollan.

Esta presencia en los más diversos sectores tiene una finalidad apostólica, no motivos de ambición humana. Quizá por esto, desde el comienzo, el Fundador insistió tanto en la igualdad radical de todos los trabajos.

Proclamaba que no admitía discriminación alguna, puesto que detrás de cada persona veía un alma a la que tenía obligación de ayudar y de la que el Señor le pediría cuenta. Esta responsabilidad cristalizó todavía con más fuerza a partir del 2 de octubre de 1928, cuando descubrió la perenne urgencia de formar buenos profesionales, que influyesen cristianamente desde su trabajo y su posición social.

De acuerdo con esa teología de la santificación del trabajo cotidiano, inculcó que todos los quehaceres son importantes para la sociedad, y especialmente para la vida de cada persona, si se realizan con perfección humana, en servicio y como alabanza a Dios, uniéndolos al Sacrificio Redentor de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha ganado la salvación y la posibilidad de santificarnos.

Cuando le comentaban que algún miembro del Opus Dei ocupaba cargos relevantes, Mons. Escrivá de Balaguer reaccionaba de la misma manera: no me interesa su actividad en cuanto tal; me interesa saber, en cambio, si es piadoso, si es apostólico, si procura no considerarse una excepción en el cumplimiento de su plan de vida, si, a pesar de las miserias y defectos personales que tendrá, porque todos los tenemos, procura comportarse siempre como un hombre de fe, de modo que las personas que estén en contacto con él perciban que es un hombre que trata, conoce y ama a su Dios.

Algunos no han entendido esta coherencia cristiana, como si fuese un intento de restaurar confesionalismos en la vida profesional o civil. Y se han apoyado, incluso en Camino, 353: Aconfesionalismo. Neutralidad. -Viejos mitos que intentan siempre remozarse. ¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católico, al entrar en la Universidad o en la Asociación profesional o en la Asamblea sabia o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?

El Fundador del Opus Dei no se cansó de repetir a quienes se acercaban a su labor sacerdotal que habían de dar testimonio de vida cristiana -a través de su profesión-, con un conocimiento profundo de la fe, sin limitarse a unas prácticas religiosas semanales. Propugnaba la necesidad de impregnar de virtud cristiana todo lo que se realiza, aunque parezca sin trascendencia. Manifestaba, por ejemplo, que una formación humana impartida por católicos en la que no haya -de una manera transparente, constante y clara- el influjo del criterio cristiano, puede ser un motivo de escándalo para aquellos que la reciben, además de un mal servicio a la Iglesia y a la sociedad.

En cambio, rechazaba con fortaleza que se utilizase a su alrededor el título de católico. Recalcaba que los fieles hemos de distinguirnos por el cumplimiento acabado de nuestras obligaciones personales y profesionales, sin escudarnos jamás en la condición de creyentes, al presentar una tarea mediocre o mal acabada. Por ejemplo, comprendiendo y respetando el criterio contrario, prefirió no servirse nunca de los nombres de los Santos para designar tareas humanas; así se evitaría que ese título, por una posible incompetencia o falta de categoría de quienes guían esas empresas, pudiera ser objeto de desprecios, mofas o burlas.

Fomentó, pues, la responsabilidad de ser buenos profesionales, para dar testimonio de la fe mediante el trabajo bien terminado, de manera que entrase por los ojos que los católicos saben realizarlo con altura humana, precisamente por su conciencia de creyentes que ofrecen su actividad al Señor, al que no se le puede presentar nada mal hecho.

Ya desde 1928 enseñó la incompatibilidad entre parecer buen cristiano, muy piadoso, y descuidar el trabajo profesional -por pereza, negligencia, falta de preparación o desinterés-, porque la vida de piedad no puede justificar una existencia humana inútil, indolente o irresponsable. A los miembros del Opus Dei, nos repetía: de qué me sirve una persona que me diga que es muy buen hijo mío, y después es un mal maestro, un mal ingeniero, una mala ama de casa. Aparte de que ser hijo mío no cuenta nada y de que lo único importante es ser hijo de Dios, hemos de convencernos de que, para comportarnos como tales, hemos de ofrecer al Señor el sacrificio de una vida entera, gastada con generosidad y en la que busquemos constantemente la perfección cristiana, luchando contra nuestras propias miserias personales, y realizando y acabando todas nuestras ocupaciones perfectamente bien, para ofrecérselas al Señor, por nuestra santidad personal y por la santidad de todas las almas.

Un refrán español califica como dar gato por liebre la actitud de quienes defraudan en servicios o mercancías. El Fundador afirmaba que el espíritu del Opus Dei había de llevar a proceder del modo exactamente opuesto: dar liebre por gato, entregar lo mejor de nosotros, sin aparentar que hacemos algo extraordinario o por encima de lo debido.

En la exigencia del prestigio profesional, se apoyaría el reproche de elitismo dirigido en ocasiones a Mons. Escrivá de Balaguer, dando a entender así que sólo buscaba para el Opus Dei a personas de condiciones destacadas.

Muy en la cabeza tenía quiénes no debían ser admitidos, salvo que cambiasen: no caben los egoístas, ni los cobardes, ni los indiscretos, ni los pesimistas, ni los tibios, ni los tontos, ni los vagos, ni los tímidos, ni los frívolos; caben los enfermos, predilectos de Dios, y todos los que tengan el corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas.

Al exigir que se trabajase, y se trabajase bien, no pretendía hacer un apostolado de elite, con exclusión de personas determinadas. Le he oído muchísimas veces que sólo con los muy inteligentes -todos sabios- no haríamos nada, ya que ocurre con no poca frecuencia que quienes gozan de dotes tan preclaras, viven fuera de la realidad. En cambio, reiteraba que la mayor parte serían talentos medios: hombres y mujeres corrientes que, con su esfuerzo en la práctica de la virtud y en el trabajo bien acabado, llegan a destacar y son útiles donde se encuentran, procurando animar, ayudar y dar ejemplo a los que tienen a su alrededor.

No se debe olvidar que, entre los primeros miembros del Opus Dei, hubo enfermos, y enfermos desahuciados. Soy también testigo de casos de personas con un pronóstico de vida limitado -meses, según los médicos-, que deseaban pedir la admisión en la Obra antes del diagnóstico, y luego se retraían pensando en su inutilidad. El Fundador les aclaraba que, si sentían la llamada divina, su aparente debilidad no era obstáculo, porque significaba un tesoro de fortaleza. Recuerdo que a una paralítica, que se angustiaba por la poca colaboración que podía prestar, totalmente inmóvil en la cama, dentro de una especie de moldura de yeso, Mons. Escrivá de Balaguer, sin conocer esa preocupación, la animó a ser fiel: ¡cuánto puedes moverte, sin moverte! También me consta su alegría por las innumerables vocaciones de campesinos o de obreros; o por las que surgían entre ciegos o sordos: el Fundador afirmaba que constituyen, con el ofrecimiento constante de sus limitaciones, verdaderas columnas que sustentan la labor de la Obra. Lo dejó bien claro a sus hijos: pensadlo bien, meditadlo y vividlo: ¡nos interesan todas las almas!; no hemos cerrado a nadie las puertas y tampoco el corazón. Por eso, en cualquier circunstancia, cuando un alma viene a uno de nosotros, hemos de pensar que tenemos obligación de que conozca, trate, ame y se identifique más con Nuestro Señor Jesucristo.

En su solicitud por las almas, insistía en que, llamándoles con diferentes nombres, se organizasen medios para instruir a personas de toda condición: pues también entre los intelectuales, entre gente de la más alta sociedad o de la burguesía, hay carencia de doctrina. Al hablar repetidamente de la urgencia de dar a conocer a Cristo, resonaban en su corazón las palabras del Maestro, que vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant ["para salvar a todos los hombres"].

Por otro lado, no se puede dejar de señalar que, siguiendo precisamente las orientaciones del Fundador, los miembros del Opus Dei procuran formar y ayudar profesionalmente a cuantos están a su alrededor. De esta manera se realiza una auténtica promoción entre la gente con la que se convive, ya que se fomenta el sentido de responsabilidad, el hábito de trabajar con espíritu sobrenatural y la necesidad de acabar bien las tareas para ofrecerlas al Señor y servir lealmente a la sociedad.

Mons. Escrivá de Balaguer trataba a las almas por igual, sin hacer acepción de personas.

Desde el principio, nunca dejó de impartir un medio de formación, aunque el número de participantes se redujese a uno solo. Los dirigía con la misma ilusión y fuego apostólico que si asistieran muchísimas personas. Y recomendó siempre esta norma de conducta en el Opus Dei: no se deja de dar ninguna clase, no se deja de tener ningún Círculo, no se deja de impartir ningún curso de retiro espiritual o un retiro, aunque los participantes queden reducidos a una sola persona, teniendo muy en cuenta que por cada alma el Señor ha dado toda su Sangre.

No hizo distinciones por el origen social. Se consideró sacerdote de todos y para todos: detrás de cada uno, fuese quien fuese, veía un alma que había que ganar para Cristo. Su generosa dedicación a personas de tan variadas condiciones, produjo -entre los que le trataban- la admiración de ver que atendía, con la misma entrega y espíritu sacerdotal, a aquellos de quienes no podía esperar ningún apoyo. En su labor ministerial, se mostró tan dispuesto a entregarles su tiempo y sus energías, como cuando requerían su atención pastoral o su amistad gentes de relieve o con posibilidades de sobresalir. Como es natural, fomentaba en estos últimos la responsabilidad, que a todos competía, de ayudar a quienes disponían de menos medios o de menor formación humana y religiosa.

He visto con qué naturalidad y cariño sabía ponerse a la altura de las personas más humildes, suscitando a su alrededor un interés efectivo por encontrar a Dios y buscar soluciones a los problemas humanos que les afectaban. No lo hacía como de manera forzada, sino porque se sabía hermano de todos y de cada uno, dispuesto a gastar su vida, con la gracia de Dios, por la última criatura humana que necesitase su ayuda.

No tenía inconveniente en estrecharles la mano o darles un abrazo paternal cuando, por las condiciones materiales en que se encontraban -sudorosos, con la ropa de trabajo manchada, o manchados ellos mismos-, se resistían a ese gesto.

Besaba con agradecimiento sacerdotal las manos de los obreros, porque con ellas estaban haciendo de su trabajo una oración, y muchos, al hilo del espíritu del Opus Dei, continuaban el Santo Sacrificio de la Misa durante la jornada ofreciendo al Señor el esfuerzo que realizaban.

Se mezclaba con espontaneidad entre los pobres con heridas o enfermedades contagiosas; atendía a enfermos indigentes que pedían su ayuda, precisamente porque sabían que su corazón no se cerraba a nadie.

Como demostración patente de todo lo que señalo, está la realidad de que muchos fieles de la Prelatura proceden de condiciones sociales muy bajas, y viven con una delicadeza extraordinaria el mismo camino espiritual que practican los miembros de nivel social más alto.

A lo largo de su vida, y puedo testificarlo porque -como secretario- organizaba el horario de las visitas, ha recibido a todo tipo de personas. No han faltado quienes, al enterarse de esa apertura sacerdotal, comentaban que no entendían su postura. Sin perder la paz, nos aclaraba que era sacerdote de Jesucristo, y que debía tener los brazos abiertos: si viene a mí la persona más cargada de defectos, de errores, de odios, le atenderé con toda la fuerza de mi corazón, recordando que Jesucristo -así lo dijo Él- ha venido para salvar a los pecadores, a los enfermos, y todos somos enfermos y pecadores.

Y, en fin, buena prueba de esto es que, el 26 de junio de 1975, en cuanto tuvieron noticia de su fallecimiento, acudieron a la Sede Central del Opus Dei innumerables personas de todo tipo y condición: desde trabajadores de la industria y del comercio, hasta Obispos y Cardenales de la Iglesia, estudiantes, amas de casa, embajadores, profesionales, religiosos y religiosas, en un desfile continuo, mientras su cuerpo permaneció expuesto. Muchos padres no dudaron en llevar a sus hijos, aunque fueran muy pequeños. Y caían en oración confiada, mirando su rostro, que -también a esas criaturas- llenaba de paz. Trabajadores y proveedores de las obras de aquellos edificios, se acercaron con sus familias a rezar, y comentaron el inmenso bien que a ellos, a sus esposas y a sus hijos, les había proporcionado el trato con Mons. Escrivá de Balaguer.

La santificación del trabajo nada tiene que ver con elitismos. Pero no es menos clara la trascendencia social y cristiana de la recta ordenación de aquellas actividades humanas con un efecto vertebrador de la convivencia. De hecho, el Fundador del Opus Dei dio extraordinario relieve a la presencia de miembros de la Obra en esos quehaceres, comenzando por los que atañen a la cultura y a la vida intelectual.

Se le quedó muy grabada una definición escolar que aprendió de pequeño: "inefable es lo incomparablemente bello que, al romper con su esplendor la armonía de lo creado, despierta en nosotros la idea de lo infinito". La aplicaba a la acción continua de la Providencia, para descubrir la belleza de lo aparentemente más humilde, porque encierra el quid divinum -infinito e inefable- del posible encuentro con Dios.

Cuando conoció que el Señor le pedía fundar el Opus Dei, entendió que ningún ámbito honrado se excluía de la llamada a la santidad. Desde 1928 empezó a trabajar, por tanto, con universitarios y con intelectuales. Comenzó a dirigirles retiros y charlas, y a llevar su dirección espiritual personal. Se ocupaba de que adquiriesen y fundamentasen el conocimiento de la vida cristiana, desde las nociones más básicas del catecismo, hasta los problemas de orden doctrinal y teológico que pudiesen guardar relación más directa con su campo de especialidad. Fomentaba también entre muchos estudiantes la idea de que, preparándose muy bien, se orientasen hacia la investigación y la enseñanza universitaria. Era consciente de que desde las cátedras se influye -para el bien o para el mal- en millares y millares de alumnos que pasan por las aulas.

Partiendo de la universalidad de la doctrina católica, estaba convencido de que era necesario formar pensadores, investigadores, hombres de cultura y de ciencia, que fuesen católicos responsables, de modo que su formación cristiana les sirviese de base para su tarea específica. Al mismo tiempo, deseaba -y no se cansó de repetirlo- que los católicos no abandonasen ningún campo de la ciencia ni de la investigación, de modo que con su prestigio profesional pudiesen también contrarrestar las doctrinas y los caminos que atentan contra la verdad, contra la dignidad del hombre y, por tanto, contra el Creador.

Desde hace años se viene realizando esta labor en la Universidad y en la enseñanza media de tantos países, merced al celo por las almas que el Opus Dei ha sembrado en muchísimas personas. Precisamente la amplitud de la acción apostólica del Fundador con intelectuales y con gente de las clases económicas más altas, le acarreó críticas e incomprensiones, a las que respondía con buen humor: las personas que se dedican a la cultura y los ricos tienen un alma que salvar.