6. Muerte (26-VI-75)

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Cinco años hacía que se trabajaba sin interrupción en Torreciudad. A finales de marzo de 1975 calculaban que, a ese paso, las obras del santuario estarían acabadas al entrar el verano. Se venían cumpliendo rigurosamente los plazos de trabajo; y también al escultor se le metían prisas, sin dejarle ni a sol ni a sombra en su taller. De manera que la ejecución del retablo avanzaba a la par que el resto de la construcción. Ya se pensaba en la ceremonia de inauguración del santuario, cuando el Padre les hizo saber que convendría abrirlo al público tan pronto estuviese acabado; pero que él no pensaba asistir a la ceremonia de apertura, como lo dio a conocer a sus hijos:

Yo no iré para la inauguración de Torreciudad. Una vez acabadas las obras, el Consiliario bendecirá el lugar con la fórmula de la benedictio loci, y a continuación darán comienzo los cultos |# 236|.

A las pocas semanas se vio obligado, sin embargo, a cambiar sus planes y visitar el Santuario.

* * *

A pesar de haber tenido que dejar Barbastro en su primera adolescencia, el Fundador se sintió siempre vinculado con un afecto muy vivo a la ciudad que le vio nacer. La correspondencia mantenida con las autoridades locales y algunas familias emparentadas con los Escrivá, conserva un rescoldo de cariñosos sentimientos por su patria chica. Las evocaciones de Barbastro —pueblo mío queridísimo—, le llenan de alegría; porque, como escribe al alcalde en 1971, soy muy barbastrino y trato de ser buen hijo de mis padres |# 237|. De ello dio buena prueba en los excepcionales servicios a favor de sus paisanos y de la comarca entera; el primero de ellos: su eficaz intervención para evitar que en la reestructuración de las diócesis españolas después de la guerra, desapareciera la de Barbastro |# 238|.

El Ayuntamiento, sin consultarle, decidió conferirle el título de Hijo Predilecto de Barbastro en 1947. Pero, aunque le alegró tal muestra de afecto y distinción, evitó que el Municipio le tributara, en 1948, un público homenaje. (El Fundador tenía especial maestría en el arte de eludir festejos o sacudirse de encima encumbramientos públicos sin disgustar a los organizadores). Hacia 1960 quisieron dedicarle una calle en Zaragoza. Apenas se enteró hizo las gestiones oportunas para que los promotores desistieran del empeño; y consiguió también que sus paisanos no llevasen a cabo un proyecto semejante en Barbastro. Sin embargo, hacia el año 1971, sin previa consulta al interesado, la Corporación Municipal de Barbastro dedicó la principal avenida del ensanche urbano a monseñor Escrivá de Balaguer |# 239|. Así, por el mismo procedimiento de hecho consumado, sin que el Fundador tuviera en ello arte ni parte, el Ayuntamiento Pleno, en sesión del 17 de septiembre de 1974, decidió por unanimidad conceder la Medalla de Oro de la ciudad de Barbastro a Don Josemaría Escrivá de Balaguer, «como reconocimiento a los relevantes méritos de ejemplaridad y proyección universal que concurrían en su persona y a su constante atención y preocupación por el perfeccionamiento, en todos los órdenes, de los habitantes de Barbastro y su Comarca» |# 240|.

En la fecha y hora en que el Excmo. Ayuntamiento de Barbastro se reunía para tomar este acuerdo, el Fundador estaba recuperándose aún del trajinar apostólico por tierras del continente americano. Y cuando, poco más adelante, llegó a Villa Tevere, se encontró con una carta del Alcalde comunicándole la honrosa distinción otorgada por sus paisanos. Su prolongada ausencia de Roma, y el hecho de que había prometido volver otra vez a América, le inclinaban a no multiplicar más sus viajes. Pero sus hijos le hicieron ver que no podía rehusar, por tercera vez, el homenaje que querían hacerle en Barbastro. Más aún cuando el festejo tenía mucho de carácter familiar. De manera que expuso abiertamente al Alcalde sus sentimientos para que los transmitiera a los demás miembros de la Corporación:

Yo también espero con ilusión que el Señor me conceda la gracia de poder reunirme, en fecha próxima, con mis paisanos. Lo espero y lo deseo vivamente, porque estoy convencido de que —aunque me resulta imposible imaginarlo— aumentarán mi cariño y mi oración por Barbastro y su comarca.

Te pido que reces por mí y por mi tarea sacerdotal, invocando a Nuestra Madre de Torreciudad, que tanto bien ha traído y traerá para las almas; yo también pongo a sus pies todas vuestras ilusiones y vuestros trabajos, para que Ella los bendiga y los proteja |# 241|.

El Santuario de Nuestra Señora de Torreciudad estaba a media hora en coche de Barbastro. Al tiempo que asistía a la ceremonia de entrega de la Medalla podría visitar también el Santuario y hacer in situ las últimas indicaciones, si fuera necesario. Así fue cómo, al margen de una decisión personal, a última hora volvió al lugar de su nacimiento.

El viaje estaba fijado para mayo de 1975. Los primeros días de mes el Padre se hallaba fatigado y con la salud un tanto quebrantada, aunque no como para preocuparse excesivamente, ni tampoco para suspender por ello el viaje a España. Esperaron unos días y el 15 salió de Roma para Madrid. Se alojó en su viejo cuarto de la calle de Diego de León, pared por medio con el oratorio de la casa, tan lleno de recuerdos. Su programa de trabajo, visitas y tertulias en Madrid se iba desarrollando normalmente, pero en vísperas del viaje a Torreciudad y a Barbastro, la noche del 21 al 22 de mayo, sufrió un serio accidente cardíaco y, de resultas, un edema agudo de pulmón, del que, por fortuna, pronto se repuso |# 242|. El día 23 al mediodía se le esperaba en Torreciudad, y no faltó a la cita.

La última vez que el Padre había estado allí fue en abril de 1970, cuando rezó el rosario a pie y bendijo, bajo la lluvia, la excavación donde iría la capilla de los confesonarios. Desde entonces habían pasado cinco años, cargados de trabajo y esperanzas. Y ahora, con la visita del Padre, llegaban los días de gozo y de fiesta. Las doce serían, poco más o menos, cuando se divisó un helicóptero al otro lado del embalse y estalló un alegre repicar de campanas. El helicóptero tomó tierra en la explanada del Santuario y, al descender el Padre, las campanas, echadas al vuelo, derramaban su tañido por montes y valles.

Visitó la ermita y estuvo un rato contemplando el conjunto de las edificaciones que se apiñaban en torno al Santuario: las dos casas de retiros, el Centro de investigadores, la torre, los pórticos... Todo en ladrillo; digno, airoso y movido en las soluciones arquitectónicas. Con material humilde, de la tierra, habéis hecho material divino |# 243|, comentó a los arquitectos.

A primera hora de la tarde, acompañado de un buen grupo de hijos suyos, visitó detenidamente el Santuario. Las proporciones del recinto, las formas —atrevidas y modernas— de la fábrica, lo original de la albañilería, la dignidad y grandeza del altar, llamaron poderosamente su atención. Sentóse en un banco para mejor contemplarlo; alzó los ojos al retablo, todavía con andamiaje, y quedó embelesado.

Desde el fondo de la sillería del presbiterio, hasta el arranque de la cubierta, se elevaba la composición, enmarcada con trenza de eslabones y follaje, y decoración esparcida de cardos, rosas y estrellas.

Componían el centro del retablo: el camarín de la Virgen, con la vieja estatua románica ya restaurada; más arriba, como tema central, la Crucifixión; y encima, el óculo para el Santísimo. Las dos calles laterales de la estructura mostraban pasajes de la vida de la Virgen: Desposorios, Anunciación, Nacimiento de Jesús... Y arriba, como remate del conjunto, la Coronación de la Señora por la Santísima Trinidad.

En las divisorias verticales se dejaron hornacinas para los Santos Patronos e Intercesores del Opus Dei.

La totalidad del cuerpo se había ejecutado en alabastro, material de labra bastante corriente en la región, aplicándosele suaves tonos de policromía.

No se cansaba el Padre de contemplar aquella obra maestra:

Es todo un señor retablo.

¡Qué suspiros van a echar aquí las viejas..., y la gente joven! ¡Qué suspiros! ¡Bien! Sólo los locos del Opus Dei hacemos esto, y estamos muy contentos de ser locos... |# 244|.

Tomaron nota de sus observaciones sobre el sitio donde colocar el órgano, cómo instalar el camarín de la Virgen, e iluminar el Cristo de la capilla del Santísimo.

Al día siguiente, 24 de mayo, el Padre consagró el altar mayor y, terminada la ceremonia de la consagración, dirigió unas palabras a los asistentes, recordándoles que el altar es ara del sacrificio:

Acabo de consagrar otro altar. Los hay por todo el mundo: en Europa, en Asia, en África, en América, en Oceanía. En estos altares, vuestros hermanos ofrecen al Señor el sacrificio de sus vidas, gustosos, porque el sacrificio con Amor es una alegría inmensa, aun en los momentos más duros. Un poquito de experiencia tenéis todos, pero no exageréis. No hagamos tragedias; vamos a tomar la vida un poco por lo cómico, que hay muchas cosas de las que reír |# 245|.

Siempre que consagro un altar, les decía, procuro sacar consecuencias personales:

Mirad lo que se ha hecho con un altar para consagrarlo a Dios. Primero, ungirlo. A vosotros y a mí nos han ungido, cuando nos hicieron cristianos: en el pecho, en la espalda, con el óleo santo. Nos han ungido también el día que nos confirmaron. A los sacerdotes nos ungieron las manos. Y yo espero, con la gracia del Señor, que nos ungirán el día de la Extremaunción, que no nos da miedo. ¡Qué alegría sentirse ungido desde el día que nace uno hasta que muere! Sentirse altar de Dios, cosa de Dios, lugar donde Dios hace su sacrificio, el sacrificio eterno según el orden de Melquisedec |# 246|.

Por la tarde, a última hora, le dieron la noticia de la muerte, en Roma, de un hijo suyo, don Salvador Canals. Una vez más se cumplía lo de nulla dies sine cruce; no le faltaba al Padre un nuevo dolor cada día.

El domingo, 25, tuvo lugar en el Ayuntamiento de Barbastro la imposición de la Medalla de Oro de la ciudad. A mediodía comenzó la ceremonia con la lectura, por parte del Secretario, del acta en que se aprobaba la concesión. Luego, impuesta la Medalla, el Alcalde, Sr. Gómez Padrós, leyó su discurso. Esa fecha marcaba un "reencuentro" del Padre con sus paisanos. Y con este motivo, el Alcalde fue despertando, con ferviente afecto, lejanos recuerdos. Desde los juegos de infancia y el rezo de la salve, la tarde de los sábados, en la iglesia de los escolapios, hasta la ilusión de ver cumplida la empresa del Santuario de Torreciudad. Luego, contestó el Padre con unas palabras de agradecimiento. Apenas dijo tres frases, cuando interrumpió la lectura del discurso. En su corazón chocaban fuertemente las emociones. Con el rostro demudado, la voz descompuesta y unas lágrimas a punto de saltar, pidió perdón a los asistentes:

Perdonad. Yo estoy muy emocionado, por doble motivo: primero por vuestro cariño; y además, porque a última hora de ayer recibí un aviso de Roma comunicándome la defunción de uno de los primeros que yo envié para hacer el Opus Dei en Italia. Un alma limpia, una inteligencia prócer [...].

Ha servido a la Iglesia con sus virtudes, con su talento, con su esfuerzo, con su sacrificio, con su alegría, con este espíritu del Opus Dei que es de servicio. Yo debería estar contento de tener uno más en el Cielo, ya que tan frecuentemente en una familia tan numerosa tiene que suceder un hecho de este género. Pero estoy muy cansado, muy cansado, muy abrumado. Me perdonaréis, y estaréis contentos de saber que tengo corazón. Sigo |# 247|.

Y prosiguió la lectura.

Por la tarde el Padre salió a la explanada del Santuario y, bajo los soportales, iba recorriendo las piezas de cerámica en las cuales se representaban los misterios del Rosario; cada uno de ellos con un altar adosado. Andando rezó el Padre el rosario con el grupo que le acompañaba, y lo acabaron en la cripta, en la capilla de la Virgen del Pilar. Luego preguntó el Padre por un confesonario en condiciones y allí mismo se confesó con don Álvaro; y, después, éste con el Padre, dando así por inaugurados los confesonarios de Torreciudad |# 248|.

El lunes, 26 de mayo, el Padre estaba ya en Madrid, de donde salió para Roma el día 31. Un suceso digno de mención, aunque pasó relativamente inadvertido, se recoge en la historia clínica del Fundador: «Estando en Madrid, durante la madrugada del 30-V-75, nueva crisis de disnea y taquicardia similar a la del día 21-V-75. Cede pronto y Mons. Escrivá de Balaguer, tras un sueño reparador, vuelve a encontrarse bien» |# 249|.

Es difícil pensar que, ante lo ocurrido, el Padre no fuese consciente de la gravedad de su condición. Pero, para comprender su actitud en espera de la muerte, existe otro dato de indudable elocuencia biográfica. Y es que, a las pocas horas de salir de la crisis cardíaca, en la madrugada del 22 de mayo, escribió en una de sus notas personales: Es tan sutil el diafragma que nos separa de la otra vida, que vale la pena estar siempre preparados para emprender ese viaje con alegría |# 250|.

Reflexión sacada de su propia experiencia. Hay que ir a la otra vida con alegría, pues no tenemos aquí morada permanente. Es muy frágil la barrera que las separa. Por eso, el cristiano ha de estar preparado para recibir a la muerte con una sonrisa.

* * *

Aquellas recientes crisis nocturnas de los últimos días de mayo podían verse como aviso, que anunciaba un próximo desenlace. El Padre recogió su alcance, pero sin dramatismo ni referencias personales, reintegrándose inmediatamente a su vida normal de trabajo, «sin apegarse a su salud ni centrarse en su bienestar o malestar físico» |# 251|. Conservaba una tranquila actitud de santo abandono, consumiendo al servicio de la Iglesia y de la Obra los días que el Señor quisiera concederle.

No se planteaba con crudeza la salida de este mundo. El Fundador se sabía, por misericordia divina, en esa etapa de la existencia en que es natural que se repasen los días que faltan |# 252|, con la esperanza de hacerlos más fecundos. ¿No tendría presente aquel pensamiento consolador que le escribió el obispo de Ávila, y que recogió en Camino: No, para ustedes no será Juez —en el sentido austero de la palabra— sino simplemente Jesús? |# 253| De forma que, para describir la muerte, no echaba mano de imágenes tétricas sino de comparaciones que infundían serenidad en el ánimo. Los símiles que utilizaba eran, todos ellos, muy felices |# 254|.

Es posible que el Padre presintiese que se le acortaba el tiempo, más que por los fallos alarmantes de su salud, por la irresistible atracción divina que experimentaba su alma. La muerte le cogería preparado y en compañía de sus Custodes. Y, si acaso llegara de sopetón, impensadamente, sería para él un gozoso suceso. Algo así como si el Señor nos sorprendiera por detrás y, al volvernos, nos encontráramos en sus brazos |# 255|. O bien, ocurriría que, cuando su buena hermana la muerte le abriese la puerta de la Vida, cruzaría el umbral de la mano de Nuestra Señora, para ser presentado a la Santísima Trinidad.

Era claro, sin embargo, que le dolía mucho el pensamiento de que su correspondencia a las gracias recibidas era insuficiente. Y este dolor de amor le llevó, un día, a formularse una pregunta, que respondió de inmediato. Estaba de tertulia con sus hijos del Consejo General, después de comer, cuando, con voz clara y, a la vez, queda, miró a los presentes y dijo:

¿El Padre? Un pecador que ama a Jesucristo, que no acaba de aprender las lecciones que Dios le da; un bobo muy grande: ¡esto era el Padre! Decidlo a los que os lo pregunten, que os lo preguntarán |# 256|.

Seguía afirmando ante sus hijos de que en la tierra ya no era más que un estorbo. Desde el cielo, en cambio, podría ayudar mejor a todos. Tenía enormes ansias de contemplar el rostro del Señor. Había recorrido amorosamente las páginas del Evangelio en su busca. Había seguido las pisadas del Maestro, predicado sus enseñanzas y difundido el bonus odor Christi —el divino aroma de su Humanidad—, pero sin alcanzar a ver su rostro. Grabados en su alma traía los rasgos de Jesús. Deseaba ver su faz; pero el semblante divino se le representaba como la imagen de un borroso espejo, que dejaba insatisfechos sus deseos. Y las películas históricas con escenas de la vida de Jesús de Nazaret le producían siempre un desasosiego hondo, aunque sabía que a otras personas podían ayudarle en su vida |# 257|. Ni remotamente encontraba semejanza alguna entre una imagen interior, nacida del amor, y las representaciones artificiosas de un film. Todo su ser apetecía la contemplación, cara a cara, del rostro, gloriosamente bello, de Jesús. En sus últimos días continuaba clamando: Vultum tuum, Domine, requiram! Busco tu rostro, Señor. Quiero ver tu rostro, Señor. Quiero ver tu rostro |# 258|.

La vida de trabajo constituía el ámbito de su existencia contemplativa. La laboriosidad era ya una virtud totalmente integrada en el Padre. Pero no podía ocultar del todo los años que llevaba a cuestas, aunque despachaba sus obligaciones pastorales y de gobierno como si gozase todavía de plenas facultades físicas. Conseguía disimular el cansancio, pero era patente la flojera de piernas al caminar y un ligero temblor de manos, de cuando en cuando. A las tertulias de la noche llegaba rendido. Estando en familia, no le importaba que lo viesen sus hijos. Sus gestos se habían suavizado paternalmente. En cambio, la garra apostólica de su palabra y enseñanzas era más potente que nunca |# 259|.

Siempre estaba pensando en cómo transmitir íntegra y fielmente la herencia que dejaba a sus hijos: el espíritu del Opus Dei y la puesta en marcha de la labor apostólica en más de treinta países |# 260|. Pensaba en quienes ahora componían la Obra y en quienes vinieran a ella en el curso de los siglos. Y, de momento, deseaba acabar la nueva sede del Colegio Romano.

Antes de salir para España había hecho una visita a Cavabianca, donde sus hijos alternaban el estudio con diversos trabajos. Por entonces estaban ocupados en tareas de jardinería, limpieza de suelos y pintura y decoración de la ermita de la Santa Cruz. A los que allí trabajaban les dijo que les tenía envidia y, como miraran al Padre con cara de asombro, éste les explicó por qué había mandado construir esa ermita: por un motivo de piedad sobrenatural y por un motivo de piedad humana. Por devoción a la Santa Cruz y porque serviría de capilla ardiente para velar a quienes el Señor quisiera llevarse al cielo mientras estaban en el Colegio Romano |# 261|.

Una semana llevaba el Padre en Roma cuando el sábado, 7 de junio, se presentó en Cavabianca. Esperando la llegada del Padre habían despejado el oratorio de Nuestra Señora de los Ángeles, desmontando los andamios, para poder ver el efecto de la pintura. Entre los grupos buscaba el Padre a quienes se marchaban a España, para recibir ese verano la ordenación sacerdotal. Venía a saludarles, pero no a despedirse de ellos; porque nosotros —les explicaba— no nos decimos nunca adiós, sino hasta luego |# 262|. Tuvo con sus hijos una larga tertulia, que comenzó con una consideración sobre la continuidad:

Vosotros estáis comenzando la vida. Unos comienzan y otros acaban, pero todos somos la misma Vida de Cristo. ¡Hay tanto que hacer en el mundo! Vamos a pedir al Señor, siempre, que nos conceda a todos ser fieles, continuar la labor, vivir esa Vida, con mayúscula, que es la única que merece la pena; la otra no vale la pena, la otra se va; como el agua entre las manos, se escapa. En cambio, ¡esa otra Vida!... |# 263|.

El domingo, 15 de junio, volvió otra vez a Cavabianca y se reunió con sus hijos en la sala de lectura. Antes había hecho un largo recorrido por la finca, a pie, de acá para allá, inspeccionado el jardín, los campos de deporte y los oratorios y las fontanas. El Padre estaba rendido y les hablaba en voz baja: Tenía necesidad de sentarme. Parece que no, pero hemos dado un buen paseo por ahí... ¡Qué paseo! De Cavabianca quería hacer un lugar agradable para trabajar y descansar, para el rezo y para el deporte. Con la ayuda material que estaban prestando en trabajos de pintura, limpieza o riego de las nuevas plantas, seguían la tradición que hay en el Opus Dei desde que se abrió el primer Centro; les decía el Padre:

Entonces, con menos medios que ahora: sólo con la aureola de locos. Decían de mí que era un cura joven y loco. Tenían razón, y la siguen teniendo ahora. Estoy encantado de ser loco

(Don Álvaro le hizo el cumplido de que se encontraba joven).

— ¿Joven? Las piernas me dicen que no, muchas veces |# 264|.

El domingo, 22 de junio, recorrió de nuevo Cavabianca para hacerles algunas recomendaciones antes de ausentarse de Roma. Se había fijado especialmente en el oratorio de Nuestra Señora de los Ángeles. En la sala de lectura, con las estanterías todavía sin libros, les hablaba de alegría, pero no sin que se le escapase un suspiro de cansancio:

Estoy cansado. No tengo costumbre de andar tanto, y he caminado por aquí, por un lado y por otro... |# 265|.

Cavabianca estaba a punto de acabarse, aunque todavía quedaban muchos detalles y particulares que ultimar.

— Padre, le preguntó alguien, ¿habrá fiesta de la última piedra?

— ¿La última piedra? Muy poca fiesta: diez minutos. Dar gracias a Dios, pero diez minutos |# 266|.

* * *

El miércoles, 25 de junio, celebró en familia el aniversario de la ordenación de los tres primeros sacerdotes. En la tierra estaban don Álvaro del Portillo y don José Luis Múzquiz. ("Chiqui" estaba en el cielo). Les había tenido muy presentes en su misa; y también a los que se habían ordenado después de ellos; y a los que se ordenarían dentro de unas semanas. Para todos sus hijos e hijas pedía al Señor que tuvieran siempre alma sacerdotal. Cuánto había rezado por todos, y concretamente para que calara muy hondo en cada una de sus hijas el alma sacerdotal |# 267|. La felicidad del Padre y su buen humor eran patentes en el rato de tertulia después de comer. En varias ocasiones, sacando del bolsillo un pequeño silbato de barro, que le habían regalado días antes las niñas de un club juvenil, volviéndose hacia don Javier, daba un silbido, con el consiguiente regocijo general.

Por la tarde asistió a la exposición y bendición con el Santísimo en el oratorio de la Sagrada Familia. Esa fecha había sido un día intenso, colmado de oración; y llegó a la noche bastante fatigado. Al bajar la escalera, para ir a la "tertulia" de la noche, llevaba el Padre el servicio de la manzanilla prescrita por el médico. Los que le acompañaban quisieron quitarle la bandeja para que viese sin dificultad los escalones, ya que apenas los distinguía. Pero él se resistía y, en tono de broma, se quejaba: ¡Pero, si no me dejáis hacer ni estos pequeños sacrificios! |# 268|.

Enfrente de donde estaba sentado había una pequeña estatua de la Virgen, a la que dirigía frecuentes miradas, recitando interiormente jaculatorias |# 269|. Durante la tertulia, antes de retirarse a dormir, se le veía como ensimismado, metido en oración. ¿Qué pensamientos cruzarían por su mente?

Al día siguiente, jueves, 26 de junio, celebró misa a las ocho de la mañana, ayudado por don Javier Echevarría |# 270|. Era la misa votiva de Nuestra Señora, en cuya colecta el sacerdote pide «la perfecta salud del alma y del cuerpo». Su lectura debió removerle de modo muy particular ese día, porque las últimas palabras que anotó en una ficha de su agenda, a pesar de sabérselas muy bien de memoria, fueron las palabras finales de esta colecta: «a praesenti liberari tristitia et aeterna perfrui laetitia» |# 271|. Para que libres de las tristezas actuales, disfrutemos para siempre de la alegría que no acaba.

A las nueve y media, acompañado de don Álvaro, don Javier, y el arquitecto Javier Cotelo, salía en automóvil hacia Castelgandolfo, donde le aguardaban sus hijas. Al dejar Villa Tevere comenzaron a rezar los misterios gozosos del rosario. El viaje se alargó a causa de unas obras en la calzada. Durante el trayecto comentó que tal vez pudiera visitar, esa misma tarde, el oratorio de Nuestra Señora de los Ángeles en Cavabianca.

Llegados a Villa delle Rose, el centro de Castelgandolfo, entró en el oratorio, permaneciendo unos momentos de rodillas. Después se reunió en tertulia con sus hijas, en la sala de estar. Había en ese soggiorno un cuadro de la Virgen que apoyaba delicadamente su rostro en la cabeza del Niño, atrayéndolo hacia sí, y sujetando grácilmente, entre los dedos de la otra mano, una rosa de color pálido.

Posó sus ojos en el cuadro el Fundador. (Era costumbre suya, indefectible, el saludar a la Señora al entrar o salir de un cuarto).

La imagen perteneció a doña Dolores, y había recogido sus últimas miradas antes de morir. Familiarmente le llamaban "la Virgen del Niño Peinadico". (El Niño Jesús, como de unos dos o tres años, aparece sonrosado y mofletudo, con mohín candoroso; el pelo rubio, repeinado a raya y con bucle). Le habían preparado un sillón, que el Padre cedió a don Álvaro, ocupando una silla, y les dijo:

Tenía muchas ganas de venir. Estamos terminando estas últimas horas de estancia en Roma para acabar unas cosas pendientes, de modo que ya para los demás no estoy: sólo para vosotras |# 272|.

Les recordó la pasada fiesta de la víspera, 25 de junio, aniversario de la ordenación de los tres primeros sacerdotes del Opus Dei, y el que otros cincuenta y cuatro se iban a ordenar en breve. ¿Les parecían muchos? Pocos eran. Las necesidades apostólicas los absorberían rápidamente.

Como os digo siempre, esta agua de Dios que es el sacerdocio, la tierra de la Obra la bebe corriendo. Desaparecen enseguida.

Vosotras tenéis alma sacerdotal, os diré como siempre que vengo por aquí. Vuestros hermanos seglares también tienen alma sacerdotal. Podéis y debéis ayudar con esa alma sacerdotal, y con la gracia del Señor y el sacerdocio ministerial en nosotros, los sacerdotes de la Obra, haremos una labor eficaz |# 273|.

Discurría plácida y amena la conversación, con anécdotas y recomendaciones. A los veinte minutos se sintió indispuesto. Se cortó. Le venían mareos. Y tuvo que retirarse a descansar unos minutos. Como no se reponía del todo, se despidió, rogándoles que le perdonasen las molestias causadas.

Eran las once y veinte. Por el camino más corto enfilaron la ruta de regreso a Roma. Apretaba el calor, y a ello atribuía el Padre su malestar. No hubo atascos a la vuelta, entraron en Villa Tevere unos minutos antes de las doce. Salió el Padre del auto con soltura y semblante risueño. Nadie sospechaba otra cosa que una ligera indisposición.

Pasó por el oratorio e hizo su acostumbrada genuflexión: devota, pausada, con un saludo al Señor sacramentado. Inmediatamente se dirigió al cuarto de trabajo. Don Javier, que se había quedado atrás, para cerrar la puerta del ascensor, oyó que el Padre le llamaba desde dentro. Acudió. No me encuentro bien, le dijo con voz débil. Acto continuo se desplomó.

(Los párrafos que siguen están entresacados de una carta de don Álvaro, entonces Secretario General del Opus Dei, a los miembros de la Obra: Roma, 29 de junio de 1975).

«Pusimos todos los medios posibles, espirituales y médicos. Yo le di la absolución y la Extremaunción, cuando todavía respiraba. Fue una hora y media de lucha, de esperanzas: oxígeno, inyecciones, masajes cardíacos. Mientras tanto, yo renové varias veces la absolución [...].

Nos resistíamos a convencernos de que había fallecido. Para nosotros, ciertamente, se ha tratado de una muerte repentina; para el Padre, sin duda, ha sido algo que venía madurándose —me atrevo a decir— más en su alma que en su cuerpo, porque cada día era mayor la frecuencia del ofrecimiento de su vida por la Iglesia [...].

En el oratorio de Santa María lo depusimos, con toda nuestra veneración y cariño, delante del altar, retirando previamente el candelabro votivo que allí hay siempre. El Padre estaba todavía vestido con la sotana negra [...].

Se trajeron también cuatro candeleros. Se compuso bien, con todo amor, el cuerpo de nuestro Padre. Poco después, se le revistió —sobre la sotana negra— con el amito, el alba, la estola y la casulla. El alba era de batista de hilo, color marfil, con viso de seda roja bajo el encaje de Bruselas desde la cintura hasta los pies. Era el alba que usaba los días de fiesta [...].

El rostro del Padre aparecía enormemente sereno: una serenidad que infundía una gran paz a cuantos lo miraban».

Murió como era su deseo: saludando a una imagen de la Virgen de Guadalupe. De manos de la Señora recibió la rosa que abre al Amor las puertas de la eternidad.

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NOTAS:

1. AGP, P04 1972, II, p. 638.

2. AGP, P04 1972, II, p. 641.

3. Carta a José María Hernández Garnica, en EF-720219-3. Como medida de prudencia, en caso de enfermedades incurables, el Padre buscaba el momento oportuno para que comunicasen al enfermo su gravedad, pero siempre con tiempo suficiente para prepararse a bien morir. De ahí lo que, en carta al Consiliario de España, aconsejaba a un pariente cercano a Chiqui, en febrero de 1972: puede hablar al resto de la familia. Advertidle, sin embargo, que vosotros comunicaréis a Chiqui la gravedad, en el momento oportuno; y que, por tanto, procuren no alarmarlo innecesariamente (Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-720207-1).

4. Carta a José María Hernández Garnica, en EF-720920-1.

5. Diario de Villa Tevere, 7-XII-1972 (AGP Sec. N, 3 leg. 430-06). Javi: Mons. Javier Echevarría.

6. Carta a Pedro Casciaro Ramírez, en EF-721207-1.

7. Cfr. Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-721210-3.

Por aquel tiempo, Sofía Varvaro, una joven numeraria, se encontraba en una clínica de Roma, desahuciada por los médicos, con un cáncer de hígado. Fue el Padre a visitarla el 18 de diciembre de 1972.

— Padre, a veces tengo miedo de no saber llegar al final, porque soy muy poca cosa, le dijo Sofía. A lo que inmediatamente replicó el Padre:

— ¡Hija, no tengas miedo!: ¡que te espera Jesús! Yo le estoy pidiendo que te cures, pero que se haga su Voluntad. Cuesta a veces aceptar esa Voluntad divina, que no entendemos, pero el Señor se debe reír un poco de nosotros, porque nos quiere y nos cuida como un padrazo, con corazón de madre, ¿comprendes? Yo, mañana, con la Hostia santa, te pondré en la patena para ofrecerte al Señor. Y tú, aquí o en el Cielo, siempre muy unida al Padre, a las intenciones del Padre, porque os necesito a todos bien metidos en mi petición (Álvaro del Portillo, Entrevista…, ob. cit., p. 100).

8. Carta a Xavier de Ayala Delgado, en EF-721212-1.

9. José Luis Soria Saiz, RHF, T-07920, p. 26.

10. Carta a sus hijas e hijos, en EF- 721200-1.

11. AGP, P01 1973, p. 309.

12. Carta a Mons. Mario Casariego Acevedo, C.R.S., desde Milán, en EF-730725-1.

13. José Luis Soria Saiz, RHF, T-07920, p. 100.

14. AGP, P01 1973, p. 363.

15. Tal vez sea éste el momento oportuno para hacer notar que el Padre, por agradecimiento y justicia, había ido destacando, de palabra y con hechos, lo que para la Obra representaba la fidelidad ejemplar de don Álvaro, su total entrega y la fecundidad de su trabajo. Algunas fechas de su vida, por ejemplo, habían sido incorporadas al calendario familiar de la Obra.

16. Carta, desde Civenna, en EF-730820-1.

17. Carta, desde Civenna, en EF-730820-2. Reclamaba también el apoyo de sus hijas de España, cuando les decía: cuento con la fidelidad de cada una: sois el tema de mi oración continua y sois también mis credenciales ante el Señor (Carta a Carmen Ramos García, desde Civenna, en EF-730820-6).

Y a todos los de Italia, como escribía a Mario Lantini, el Consiliario, que se convenzan de que diariamente necesito la fidelidad de cada uno, traducida en una oración constante y en un trabajo bien acabado en la presencia de Dios (Carta, desde Civenna, en EF-730825-1).

18. Cfr. RHF, D-15111, septiembre de 1973.

19. Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-731117-2..

20. RHF, D-15111, noviembre de 1973.

21. Cfr. Carta a José Luis Múzquiz de Miguel, en EF-550120-9; y Álvaro del Portillo, Sum. 828.

Refiere el arquitecto Jesús Álvarez Gazapo (y precisa la fecha: el 17 de marzo de 1958) que hizo notar al Padre que uno de los oratorios en construcción en Villa Tevere iba a resultar de capacidad insuficiente. No te preocupes, que ya llegará la hora de construir catedrales, le contestó. Sin ir más allá —testimonia el mencionado arquitecto—, el Padre tenía en la cabeza el proyecto de un Santuario en los Estados Unidos, que permitiera una gran actividad pastoral en favor de la santificación de las familias. Estaría bajo la advocación: Sancta Maria Mater Pulchrae Dilectionis (Santa María Madre del Amor Hermoso). También habría muchos otros altares y confesonarios en la cripta. Cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4484.

22. «Escritura de enfiteusis de Torreciudad» (RHF, D-15419). Beneficiario de la escritura era la "Inmobiliaria General Castellana S.A." en favor de la cual recaía, con asentimiento del Capítulo catedralicio y del Consejo de Administración de la Diócesis, la posesión útil de la Ermita. La Sociedad beneficiaria se comprometía a pagar una suma al hacerse la escritura, y un canon anual. También se obligaba a mantener el culto público de la imagen de Nuestra Señora y la restauración. La razón de constituir una Sociedad Anónima con personalidad civil no tenía otro objeto que ampliar la base de ayudas económicas, por adquisición de acciones, para cubrir los costos de la restauración de los bienes cedidos.

23. Por carta del 6 de mayo de 1966 solicitó del Cardenal Paolo Marella, Arcipreste de la Basílica Vaticana y Prefecto de la Sagrada Congregación de la Reverenda Fábrica de San Pedro, la coronación de la imagen. En la carta se hacía historia del origen y crecimiento de la devoción a Nuestra Señora de Torreciudad (cfr. RHF, D-15431; el original en los archivos de la Parroquia de San Pedro en el Vaticano). El decreto de coronación de la imagen de Nuestra Señora de Torreciudad y la concesión al Fundador de la facultad de coronarla personalmente es del 20 de junio de 1966 (RHF, D-15104).

24. Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-670617-3.

25. Ibidem.

26. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 2614.

27. Florencio Sánchez Bella, RHF, T-08250, p. 15; cfr. también: Javier Echevarría, Sum. 2614. Hace notar Mons. Javier Echevarría que en aquellos dulces e íntimos coloquios del Padre con la Virgen, que se repitieron durante su estancia en Madrid, el Padre le hablaba «con ternura de niño y con corazón de hombre enamorado» (Sum. 2404).

28. Cfr. César Ortiz-Echagüe Rubio, Sum. 6877.

29. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1033; y Joaquín Alonso Pacheco, Sum. 4828. Del modelo de ese Cristo en yeso, obra del escultor Sciancalepore, se hicieron dos originales; el segundo se destinó al Centro Internacional de Cavabianca.

30. Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-670617-2.

31. Javier Echevarría, Sum. 2615.

32. Ibidem; Álvaro del Portillo, Sum. 1147.

33. Florencio Sánchez Bella, Sum. 7546.

34. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 2530; y Cartas a Martín Sambeat Valón, en EF-740330-1; a Manuel Gómez Padrós, en EF-740402-1; etc.

35. Ibidem; y César Ortiz-Echagüe Rubio, Sum. 6893.

36. Cfr. María del Carmen de Otal Martí, Baronesa de Valdeolivos, Sum. 5993; Encarnación Ortega Pardo, Sum. 5349; y Julián Herranz Casado, PR, pp. 878 y 877.

37. El que pudiese acabarse el retablo en el verano de 1975 es un auténtico milagro. El retablo es obra del escultor Joan Mayné, y está realizado en alabastro policromado; mide cerca de ciento treinta metros cuadrados, con ocho grandes paneles que representan escenas de la vida de la Virgen. César Ortiz-Echagüe, que siguió de cerca el trabajo del retablo, refiere el siguiente suceso de 1974, a un año vista de la inauguración. «El Padre me preguntó que cuándo estaría terminado el retablo principal, en el que iría colocada la imagen. Le contesté que teniendo en cuenta que el retablo se había empezado un año antes, que había que labrar quinientas toneladas de alabastro, y que, según nuestros estudios, los retablos —de tamaño equivalente— de Huesca, el Pilar, etc., habían tardado entre quince y veinte años para terminarse, nosotros preveíamos un plazo de siete años más para el de Torreciudad. El Padre me dijo inmediatamente que había que terminarlo en un año, para que el santuario pudiese abrirse con todo terminado. Me dio algunos consejos, que puse enseguida en práctica. Y un año después, cuando fue a Torreciudad, el retablo estaba acabado» (César Ortiz-Echagüe Rubio, PM, f. 1012)

38. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 613; Mario Lantini, Sum. 3600; Ignacio Celaya Urrutia, Sum. 5906.

39. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4319.

40. Cfr. Jesús Álvarez Gazapo, PR, p. 1345.

41. Cfr. ibidem.

42. El Padre pedía a todo el mundo mucha oración, continuaba trabajando el proyecto de Cavabianca y aseguraba que el Señor no los dejaría desamparados: «los medios vendrán», les decía (Vincenzo Montillo, PR, p. 1040). Hacía ver a sus hijos que necesitarían mucho dinero; pero que no se preocuparan, porque ya se ocuparía de ello el Señor (cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4379).

Ya desde el comienzo de la fundación, en que carecía absolutamente de medios económicos y materiales, había vivido el abandono y confianza en Dios, como se ve en sus Apuntes íntimos, n. 1755: Jesús de mi alma, te lo digo otra vez: esto tiene gracia. Trabajo para ti ¿y me vas a negar los materiales?, había escrito en momentos de apuro.

43. La finca de Salto di Fondi fue la sede de verano del Colegio Romano hasta 1966. Con la urbanización de la zona y las construcciones vecinas a la playa, aquello dejó de ser lugar tranquilo para el estudio y el deporte. Al año siguiente la sede de verano se trasladó a un lugar de montaña, en los Abruzos, muy cerca de L’Aquila. La finca se llamó Tor d’Aveia.

44. AGP, P04 1972, II, p. 608.

45. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 829.

46. Cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4323. En dos años (1968-1970) se hicieron todos los estudios y proyectos previos necesarios para obtener todas las aprobaciones de construcción; y en marzo de 1971 se pudieron comenzar las obras (cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 613).

47. Cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4320. Esta situación se prolongó hasta que acabaron de construir Cavabianca. Aquí estamos como siempre —escribía el Padre—, una huelga detrás de otra, y eso retrasa la terminación de Cavabianca. Paciencia: así tenemos otra cosa que ofrecer al Señor (Carta a Florencio Sánchez Bella, en EF-741107-2).

48. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 829.

49. Cfr. Álvaro del Portillo, PR, p. 1040.

50. Cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4323.

51. El Padre se ocupaba de empujar a los arquitectos para que trabajaran bien los proyectos (cfr. Jesús Álvarez Gazapo, PR, pp. 1404 y 1359).

El retablo del oratorio dedicado a Nuestra Señora de los Ángeles en Cavabianca, está realizado en mármol policromado, con escenas de la vida de la Virgen. El Tabernáculo está en un óculo, en la parte superior encima del altar, siendo el corazón y el centro de Cavabianca.

El deseo del Padre de excitar la devoción en los fieles es particularmente visible en el interés con que siguió los trabajos del escultor romano Sciancalepore, a quien hizo gran número de sugerencias concretas cuando le encargó la ejecución de un Cristo en la Cruz, vivo, antes de la lanzada. Del modelo se hicieron —como va dicho— dos estatuas de bronce dorado: una para el santuario de Torreciudad y otra para la ermita de la Santa Cruz de Cavabianca. Cfr. Joaquín Alonso Pacheco, Sum. 4828; Luigi Tirelli, Sum. 4565; Ignacio Celaya Urrutia, Sum. 5939.

52. Álvaro del Portillo, Sum. 1144; también AGP, P01 1977, p. 213.

53. AGP, P01 1972, p. 163.

54. AGP, P01 1973, p. 309.

55. AGP, P01 1975, p. 655; también Álvaro del Portillo, Sum. 1656. A veces, para expresar que no se consideraba imprescindible, decía: desde el cielo os ayudaré más, porque aquí no sirvo más que de estorbo (Javier Echevarría, Sum. 2050).

56. Javier Echevarría, Sum. 3290.

57. AGP, P01 1973, p. 493.

58. Jesús Álvarez Gazapo fue testigo de una conversación del Padre el 27 de enero de 1974. Después de haber oído tocar el violín a un hijo suyo, le preguntó cuántos años llevaba tocándolo. — Veintidós años, le contestó. Y le comentó el Padre: — Pues, yo llevo setenta y dos; pero así es la vida interior: es preciso tocar a diario, sin dejar de hacerlo un solo día, con perseverancia, con paciencia... ¡y con la paciencia de los demás. Setenta y dos años tocando el violín y el violón! ("Tocar el violón", el contrabajo, en español significa estar haciendo algo inútil e inoportuno). Cfr. Sum. 4498.

59. Cfr. AGP, P01 1974, p. 951.

60. Carta 28-III-1973, nn. 2 y 3.

61. Ibidem, nn. 7 y 8.

62. Ibidem, n. 8.

63. Ibidem, n. 18.

64. Ibidem.

65. Carta 17-VI-1973, n. 18.

66. Cfr. ibidem, n. 10.

67. Ibidem, n. 12.

68. Carta a sus hijas e hijos, en EF-731200-1.

69. Ibidem.

70. Carta 14-II-1974, n. 1. Se refiere al tañido de las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la mañana del 2 de octubre de 1928, día de la fundación del Opus Dei.

71. En la carta, la paternal exhortación a las prácticas de piedad y a la lealtad para con la Iglesia va entremezclada de repiqueteos de la "campana gorda", haciendo desfilar ante el lector el crudo espectáculo de la comedia humana. Vaya por delante un ejemplo: Hemos tenido que soportar —y cómo me duele el alma al recoger esto— toda una lamentable cabalgata de tipos que, bajo la máscara de profetas de tiempos nuevos, procuraban ocultar, aunque no lo consiguieran del todo, el rostro del hereje, del fanático, del hombre carnal o del resentido orgulloso.

Hijos, duele, pero me he de preocupar, con estos campanazos, de despertar las conciencias, para que no os coja durmiendo esta marea de hipocresía. El cinismo intenta con desfachatez justificar —e incluso alabar— como manifestación de autenticidad, la apostasía y las defecciones. No ha sido raro, además, que después de clamorosos abandonos, tales desaprensivos desleales continuaran con encargos de enseñanza de religión en centros católicos o pontificando desde organismos paraeclesiásticos, que tanto han proliferado recientemente (ibidem, n. 13).

72. Ibidem, n. 1.

73. Ibidem, n. 22. ¡Sirvamos al Señor con alegría! Éste es nuestro afán, todo un programa de vida santa, al comienzo del nuevo año. Para servirle nos ha empujado a marchar por este camino divino de la Obra (ibidem, n. 2).

74. Ibidem, n. 9.

75. Ibidem, n. 18.

76. Ibidem, n. 19.

77. Ibidem, n. 5.

78. RHF, D-15111; informe clínico; comentario final.

79. Álvaro del Portillo, PR, p. 1091. A una pregunta similar a ésta, respondió: iré a América donde estoy deseando ir —a todos los sitios—, cuando haya una causa razonable, cuando un padre de familia numerosa y pobre, iría, porque es una cosa muy conveniente para la familia (ibidem, PR, p. 1092).

80. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1579; Javier Echevarría, Sum. 2049; Isabel La Porte Ríos, Sum. 5185.

81. Carta, en EF-740325-1.

82. Carta, en EF-740423-1.

83. La defensa de la vida era el punto de convergencia de los afanes de ambos doctores, como apuntaba el Gran Canciller al hablar de la predicación valiente e incansable de la fe por Mons. Franz Hengsbach. Y no es casual que su primer escrito, en 1934, versase sobre la defensa de la vida, frente a criterios aberrantes que se abrían paso por entonces en su patria. La firme defensa de la vida humana ha llevado al mundo entero el nombre del profesor Lejeune, de la Universidad de París, a quien la ciencia universal reconoce unánimemente como uno de sus primeros y más altos investigadores en Genética (Discurso 9-V-1974; en Josemaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, ob. cit., p. 106).

84. Administró la Primera Comunión a su sobrino Josemaría. Cfr. Cartas a Santiago Escrivá de Balaguer y Albás, en EF-740400-1, y a su hijo, Santiago Escrivá de Balaguer García-Herrero, en EF- 740400-2; Joaquín Alonso Pacheco, PR, p. 1658.

85. Más tarde, refiriéndose a aquel agitado mes de mayo de 1974 y a las instrucciones dadas a don Javier ("Javi", familiar y afectuosamente) antes de partir de Roma para España, decía: Me fui a América no queriendo ir; tengo que ser sincero. Salí de aquí y dije a Javi: pon poca ropa, porque tenemos que hacer esta labor en Navarra, y coger el avión en Madrid, y de vuelta. Y la cosa fue que se retrasó el viaje cuatro meses (Álvaro del Portillo, PR, p. 1092).

86. Cfr. RHF, D-15111; en el informe médico, período mayo 1974.

87. Ibidem.

88. Los médicos que le atendieron testimonian cómo aceptaba con buen humor y rendida obediencia toda indicación médica, sin preguntar por las características de su enfermedad; y lo mismo respecto a las medicinas: nunca preguntaba para qué servían ni cuáles eran sus propiedades terapéuticas. En cuanto a su comportamiento, añaden: «En las visitas médicas que le hicimos destacan su docilidad, su paciencia y un decidido afán de colaborar con nosotros, sin que jamás manifieste su pesar por las molestias que comporta toda exploración médica. Manifiesta abiertamente su estado ante nuestras preguntas, se deja explorar de la cabeza a los pies, echarlo, levantarlo, extraerle sangre, hacerle radiografías y electrocardiogramas, con actitud complaciente y sumisa. Y al mismo tiempo, no se deja servir. Cuesta trabajo ayudarle a desnudarse, quitarse los botones y gemelos de la camisa, ya que con un gesto rápido y vivo se anticipa al nuestro. Si conseguimos soltarle un botón nos coge la mano y nos la besa» (ibidem).

89. En otro apartado del informe médico se dice: «Modificamos el tratamiento farmacológico, ajustamos todavía más el régimen dietético, y señalamos un régimen de vida que incluyera una actividad apostólica menos intensa que en ocasiones similares anteriores. El hecho de que un médico le acompañaría durante el viaje ayudó a la opinión afirmativa» (ibidem, comentario final).

90. Álvaro del Portillo, Sum. 1568.

91. Carta, desde Madrid, en EF-740516-1. Con esa misma fecha escribía a José Luis Múzquiz: Procura acompañarme con tu oración durante este tiempo de catequesis que voy a tener por América. Con la intercesión de nuestra Madre y de Nuestro Padre y Señor San José, y con la ayuda de mis hijos, estoy seguro de que el Señor nos bendecirá siempre más (Carta, desde Madrid, en EF-740516-2).

92. AGP, P05 1974, I, p. 30.

93. Fernando Valenciano Polack, Sum. 7115.

94. AGP, P04 1974, I, p. 47.

95. Ibidem, p. 24.

96. Ibidem, p. 209.

97. AGP, P05 1974, I, p. 37.

98. Ibidem, p. 202.

99. AGP, P04 1974, I, p. 77.

100. Ibidem, p. 244.

101. Ibidem, p. 251.

102. Io. 15, 16

103. Ibidem, p. 209.

104. Ibidem, p. 255.

105. AGP, P05 1974, I, p. 119.

106. Ibidem, p. 121.

107. AGP, P04 1974, I, pp. 306-307.

108. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 36: 11-VI-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

109. Ibidem, pp. 83 y 197: 15 y 27-VI-1974.

110. Ibidem, p. 84: 15-VI-1974.

111. Ibidem, p. 142: 21-VI-1974.

112. Ibidem, pp. 34-35: 11-VI-1974.

113. Ibidem, p. 38: 11-VI-1974.

114. Ibidem, pp. 187-188: 26-VI-1974.

115. Ibidem, p. 188: 26-VI-1974.

116. AGP, P05 1974, I, p. 318.

117. AGP, P04 1974, I, p. 666; también AGP, P05 1974, I, p. 537.

Sobre el modo de tratar materias escabrosas de forma positiva, sin caer en la gazmoñería, valga su respuesta a una artista, el 23 de junio en el Teatro Coliseo. Esta conocida pintora le preguntaba qué podía hacer para que sus colegas pintores comprendieran que una vida honesta, y unas obras y temas que también lo sean, no son obstáculo para que se les considere artistas de verdad.

Hija mía, ellos lo saben. Yo no tengo inconveniente en decirte que el desnudo clásico me gusta mucho, y me lleva a Dios. En el Capitolio, en Roma hay una Venus; la Venus Capitolina. No la ha recogido Satanás, la recogieron los Papas, y ahora está en ese museo, sola, en una sala —yo la he visto hace unos años— y sin ningún vestido. La miré, en su desnudez casta, y bendije a Dios. Ningún mal pensamiento, ningún mal deseo.

Ellos lo saben. Saben que tienen que envilecer sus pinceles y sus lápices, para manchar el arte con cosas brutales y obscenas. Hija mía, sé artista. ¡Artista del alma y artista de los colores! Y diles con cariño que no sean toscos. Que pudiendo ser criaturas de Dios, no se hagan bestias. Y que has oído a un sacerdote que quiere mucho a la Santísima Virgen, que es Madre castísima y Virgen inmaculada, decir que ha admirado, con agradecimiento a Dios Nuestro Señor, la Venus Capitolina (AGP, P05 1974, I, p. 551; AGP, P04 1974, I, p. 679).

118. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 158: 23-VI-1974 1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

119. AGP, P04 1974, I, p. 695; AGP, P05 1074, I, p. 608.

120. Ibidem.

121. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 184: 26-VI-1974 1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1). Atravesaba por entonces Argentina una época de inseguridad callejera y de secuestros. Llevaba el Padre consigo unos agentes que le protegían en las aglomeraciones del público, que presionaba a la entrada y salida de los actos para verle y tocarle. A ellos se refirió en una de las tertulias como a "sus Ángeles Custodios".

122. AGP, P05 1974, I, pp. 632-635.

123. Cfr. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 197: 27-VI-1974 1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1). Días antes, 19-VI-1974, se recoge en el Diario, p. 124, otra confidencia similar: dijo también el Padre que, cuando era joven, creía que sabía todo de mí, hasta cuándo el Señor me iba a llamar. Ahora no sé nada. El Señor permite que no sepa nada.

124. Ibidem, p. 204 (27-VI-1974); también: AGP, P04 1974, I, p. 703.

125. Ibidem, pp. 705-706.

126. Ibidem, pp. 706-707; y Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 208: 27-VI-1974 1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

127. Ibidem, p. 147. El texto actual de la nueva Vulgata: Faciem tuam, Domine, exquiram (Sal. 27, 8).

128. Los Consiliarios del Brasil y de Argentina eran, por entonces, el Dr. Xavier de Ayala Delgado y D. Emilio Bonell Zapater, respectivamente; y los de los demás países de Sudamérica, además de Chile, eran: D. Vicente Pazos González (Perú), D. Antonio Arregui Yarza (Ecuador), D. Ugo Puccini Banfi (Colombia), D. Agustín Falceto Calvo (Uruguay), D. Ramón Taboada del Río (Paraguay), D. Roberto Salvat Romero (Venezuela) y D. Antonio Rodríguez Pedrazuela (América Central).

129. AGP, P04 1974, II, p. 18.

130. Ibidem, p. 56.

131. Ibidem.

132. Cfr. RHF, D-15111; y Álvaro del Portillo, Sum. 1500; Javier Echevarría, Sum. 3140.

133. Carta, desde Santiago de Chile, en EF-740703-1. Otra carta por el mismo estilo envió al Presidente del Ecuador, General Guillermo Rodríguez Lara, durante su estancia en Quito, 13 de agosto de 1974:

Excelentísimo Señor:

he recibido ayer su amable carta, con la que me desea una feliz estancia en esta querida nación del Ecuador, y me apresuro a agradecer a V. E. su atención tan afectuosa.

He venido a tierras de América como sacerdote —la única razón de mi vida—, y he venido a aprender: me llevo en el corazón un gran tesoro de piedad y de virtudes, que aquí he admirado.

No dejaré de rezar, con cariño y con admiración, por este bendito país, con la certeza de que el Corazón Sacratísimo de Jesús velará con predilección por el pueblo ecuatoriano y por sus dignísimas Autoridades (Carta, desde Quito, en EF-740813-1).

Cfr. también la carta al Presidente de Guatemala, pocos meses más tarde, en la que insiste, como ha sido siempre costumbre en mi vida, en los fines, exclusivamente pastorales, de su catequesis en Guatemala: A los pies del Señor, por la intercesión de la Virgen y de San José, pongo mi tarea sacerdotal en esta tierra, pues sólo busco ser eso: un sacerdote fiel (Carta a Kjell Eugenio Laugerud García, desde Ciudad de Guatemala, en EF-750217-1).

134. AGP, P04 1974, II, p. 106.

135. Ibidem.

136. Ibidem, p. 107.

137. Ibidem, p. 110. Unos días más tarde el Padre recibió carta de la Priora agradeciéndole su visita y enseñanzas: «Quedamos felices y muy endeudadas con usted y con su Obra; siempre estarán presentes en nuestras oraciones» (ibidem); también AGP, P05 1974, II, p. 95.

Cuando al año siguiente las carmelitas de ese Monasterio de San José, de Santiago de Chile, supieron la muerte del Padre decidieron celebrar una Misa solemne en su memoria. Sin embargo, no quisieron que fuese una misa de difuntos, porque habían decidido cantar el Gloria, por tener la seguridad de que el Padre se encontraba en el Cielo. Cfr. Javier Echevarría, PR, p. 2066.

138. AGP, P04 1974, II, p. 214.

139. Ibidem, p. 252.

140. Ibidem. Muchos de aquellos sacerdotes trabajaban en la "Academia San José", sede del Seminario Mayor de la Prelatura en Cañete, siendo entonces obispo de Yauyos Mons. Luis Sánchez-Moreno Lira (cfr. Sum. 6429).

141. Ibidem, p. 252.

142. AGP, P04 1974, II, p. 320. Esa mañana del 14 de julio el doctor Alejandro Cantero exploró al Padre, que no había dormido esa noche y tenía faringitis, y una voz afónica. El doctor Cantero sugirió que suspendieran la tertulia anunciada para esa mañana; pero, en cuanto se enteró el Padre, quiso tener esa reunión (cfr. Alejandro Cantero Fariña, Sum. 6648).

143. Cfr. RHF, D-15111.

144. Diario de la estancia de nuestro Padre en Perú: 20-VII-1974 1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1056-4).

145. AGP, P04 1974, II, p. 427.

146. Cfr. Alejandro Cantero Fariña, Sum. 6595.

147. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 192: 26-VI-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

148. RHF, D-15111.

149. AGP, P04 1974, II, p. 496.

150. AGP, P05 1974, II, p. 563.

151. AGP, P04 1974, II, p. 498.

152. Ibidem, p. 527.

153. Ibidem, p. 496.

154. Ibidem, p. 527.

155. Ibidem, p. 499.

156. Carta a Carlos Manuel Larrea Ribadeneira, desde Barcelona, en EF-740915-2. La amistad con don Carlos Manuel se remonta a los años cuarenta, en Roma, cuando representaba al Ecuador ante la Santa Sede. Tiempo después de su marcha de Roma, pidió la admisión en el Opus Dei como supernumerario.

De su estancia en Quito hablaba a sus hijas el 12 de agosto: Yo tengo que confesar que paso por una pena que ofrezco por el Ecuador con toda mi alma, y es que no he celebrado la Santa Misa estos días. Me ha dado la Comunión don Álvaro; hoy también... Y nada más sentir sobre mi lengua la pequeña partícula, me conmuevo (AGP, P05 1974, II, p. 479).

157. Ibidem, p. 531.

158. Diario de Altoclaro, en los días en que el Padre, por primera vez, estuvo en Venezuela: 15-VIII-1974 a 31-VIII-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

159. Cfr. AGP, P05 1974, II, p. 551. La razón de esa costumbre la explicaba el Padre: Ya sabéis que en nuestros Centros lo primero es el Sagrario; después, vuestras hermanas —que viven a quinientos kilómetros de distancia— y luego, en último lugar, nosotros (AGP, P01 1973, p. 578).

160. Diario de Altoclaro, p. 18: 17-VIII-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

161. AGP, P05 1974, II, p. 564. Los dibujos de las patas, muy esquemáticos y siempre con el pico abierto, como reclamando más, eran expresión de las incesantes peticiones de sus hijas, y de su propensión a la locuacidad.

162. Cfr. Diario de Altoclaro, p. 59: 27-VIII-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

163. AGP, P04 1975, p. 213. Esa misma ansia del alma —Tu rostro busco, Señor— la describe en un punto de meditación: Trata a la Humanidad Santísima de Jesús... Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo "disparatado" de contemplar su Faz.

En esa ansia —que no es posible aplacar en la tierra—, hallarás muchas veces tu consuelo (Via Crucis, VI Estación). Cfr. también: Diario de Altoclaro, p. 51 (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28); y Sal. 27, 8.

164. «A última hora —narra el cronista del Diario de Altoclaro—, fuimos con el Padre un momento a la salita. Al pasar por el recibidor el Padre se fijó en la vieja caja de caudales que, como un sencillo trasto de adorno, está junto a la puerta de entrada. Nos preguntó: ¿Qué tesoro guardáis ahí? Don Roberto, que la creía vacía, la abrió muy decidido para mostrarle al Padre que nada guardábamos en esa pobre caja fuerte desvencijada. Pero —¡oh sorpresa!— apareció un bacín, un orinal. Estaba limpio, pero era un bacín. Alguien, quizá para dejar sin accesorios el baño auxiliar de la entrada, había escondido, precisamente en la caja, el trebejo de marras que allí lucía, dentro de la caja, su figura monda y lironda» (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

165. AGP, P04 1974, II, pp. 613 y 617.

166. Ibidem, p. 615.

167. Ibidem, p. 648.

168. Carta a Mons. Mario Casariego Acevedo, C.R.S., desde Caracas, en EF-740828-1.

169. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 199: 27-VI-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

170. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 2619 y ss. Son innumerables las muestras de la devoción a San José por parte del Fundador. San José es, junto con Nuestra Señora, Patrono de toda la Obra. Cuando en la residencia de Ferraz preparaba el primer oratorio de la Obra, y hacía las gestiones pertinentes para obtener el permiso, encomendó el asunto al Santo Patriarca, a quien llamaba Nuestro Padre y Señor San José. En agradecimiento, mandó que la llave del Sagrario de todos los oratorios de la Obra llevase una cadenita con una medalla del santo, y grabado en ella: Ite ad Ioseph. A él encomendaba el apostolado, especialmente con una sencilla oración en la víspera de su fiesta, que se celebra el 19 de marzo. El Padre aconsejaba invocarlo como patrono de la buena muerte y en la Obra se siguió la devoción de los siete domingos de San José. Como cabeza de familia, durante muchos años el Fundador se imaginaba que el hogar de su madre y hermanos era el de Nazaret, de modo que le ayudara a comportarse con ellos como lo hubiera hecho San José. Y cuando en tiempos del Papa Juan XXIII se decidió mencionar a San José en el canon de la misa, fue grande su alegría. La unión de los dos primeros nombres del Fundador en uno solo es también muestra de su amor y devoción conjunta a Jesús, José y María.

El 19 de enero de 1973 Santiago, su hermano, le regaló una imagen de San José que provenía de casa de sus abuelos maternos. Era de origen francés, de yeso sin pintar, con una simple pátina para resaltar las sombras y los detalles. La estatua había estado también en Roma en casa de tía Carmen (cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1152).

D. José Luis Soria Saiz recoge una breve y estupenda definición que el Fundador hizo del Santo Patriarca el 18 de marzo de 1974, víspera de su festividad: ¡San José es maravilloso! Es el santo de la humildad rendida..., de la sonrisa permanente y del encogimiento de hombros (RHF, T-07920, Anexo II, p. 24). Con ello quería expresar el Fundador la absoluta disposición del Santo Patriarca, noche y día, para hacer la Voluntad de Dios, sereno y confiado para abrirse paso a través de las dificultades, atento a las personas que Dios había puesto bajo su tutela.

171. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 354.

172. Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974, p. 199: 27-VI-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

173. Ibidem.

174. AGP, P04 1974, II, p. 73.

175. Ibidem, p. 85.

176. Ibidem, p. 245.

177. Diario de Altoclaro, p. 22: 18-VIII-1974 (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

178. Ibidem, p. 38: 18-VIII-1974.

179. Carta, desde Caracas, en EF-740828-1.

180. AGP, P04 1974, II, p. 632.

181. Ibidem, p. 640.

182. Carta a Mons. Mario Casariego Acevedo, C.R.S., desde Caracas, en EF-740828-1. Durante su recorrido catequístico por la península Ibérica (1972) y Sudamérica (1974), el Fundador había podido comprobar de cerca la copiosa labor realizada por sus hijos en muy diversos campos: educativo, de formación doctrinal, de asistencia social y de beneficencia con gente humilde. Las iniciativas habían sido muchas, y muchísimas las almas que recibieron con ello la ayuda necesaria para acercarse a Dios.

Entre las labores corporativas de la Obra y otras promovidas también por personas del Opus Dei, estaban, por ejemplo, los Colegios de segunda enseñanza y las Escuelas Familiares Agrarias, para la formación religiosa, profesional y humana de la gente de campo. En el Perú pudo hablar con profesores y alumnos de la Universidad de Piura, ciudad en el extremo norte del país. La Universidad, creada ex novo, empezó a funcionar en 1969, año en que el Fundador fue nombrado Gran Canciller. En 1974 había alcanzado considerable desarrollo y sólido prestigio en el mundo universitario. Por su estado de salud el Fundador no pudo desplazarse a Piura durante su visita a Lima.

183. Carta, en EF-720219-2.

184. Carta a Carmen Ramos García, en EF-731205-1. En otra carta, a esta misma persona, recoge las palabras que comúnmente usaba, recomendando pedir que el Señor quiera acortar el tiempo de prueba que atraviesa la Iglesia Santa: Carta, en EF-740502-1.

185. Carta a Mons. Giovanni Benelli, desde São Paulo, en EF-740531-1.

186. Letras de don Álvaro en Carta del Fundador a Mons. Giovanni Benelli, desde Lima, en EF-740727-1. Otras cartas: desde Quito, en EF-740814-1; desde Caracas, en EF- 740830-1.

187. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1505. En mayo de 1974 le había examinado el doctor Alejandro Marín Lillo, que observó en el ojo derecho una condensación de las fibras cristalinas y sólo un tercio de agudeza visual en dicho ojo. Cfr. RHF, D-15111.

188. Cfr. RHF, D-15111. La uremia alcanzó una cifra seis veces superior a la normal.

189. Ibidem. Los análisis se practicaron en la Clínica San José de Barcelona.

190. Carta a sus hijas de Colombia, desde Madrid, en EF-740910-2.

191. RHF, D-15111.

192. Carta 25-I-1961, n. 4. "Su castillo": se refiere al juego infantil que tiene por objeto construir, con tacos de madera de distintas formas y colores, un castillo u otro tipo de edificio.

193. En el Diario de Altoclaro (Sábado, 17 de agosto de 1974), se lee: «Nos ha dicho que él ha sido un simple amanuense, scribanus, Escrivá. Él ha sido un amanuense de Dios» (AGP Sec. N, 3 leg. 413-28).

En más de una ocasión le habían preguntado:

— ¿Por qué fundó usted el Opus Dei?

Y a veces contestaba quitándose del medio:

Tengo que decir que yo no he fundado el Opus Dei; el Opus Dei se fundó a pesar de mí. Ha sido una voluntad de Dios, que se ha realizado a pesar de mí. Ha sido una voluntad de Dios, que se ha realizado, y ya está. Yo soy un pobre hombre, que no he hecho más que estorbar. De modo que no me llames Fundador de nada (AGP, P04 1975, p. 90).

194. Acta de aprobación del "Codex Iuris Particularis" del Opus Dei (1-X-1974); en Amadeo de Fuenmayor et al., ob. cit., Apéndice Documental 58, pp. 588-593. Cfr. también ibidem, pp. 414ss.

195. Ibidem, p. 592. El Fundador mandó extender dicha acta «para dejar constancia de la aprobación del Codex Iuris Particularis del Opus Dei, de los antecedentes de su redacción y de la fuerza obligatoria que se atribuye a las normas que lo integran». Se hace, pues, breve historia de las sesiones del Congreso General Especial, de sus propuestas y conclusiones, y «de cómo no hubo más remedio que incluir en nuestro Derecho particular algunas expresiones o normas, propias de la parte general de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, aceptando un ropaje jurídico que no respondía a la naturaleza de nuestro espíritu».

A esta acta va unido, como Anexo, la transcripción literal de las Conclusiones finales del Congreso General Especial, aprobadas unánimemente el 14-IX-1970. Y la primera de dichas conclusiones es pedir que se resuelva el problema institucional del Opus Dei otorgándole «una configuración jurídica diversa de la de Instituto Secular: la cual conserve sustancialmente nuestro actual derecho peculiar, pero permita suprimir de él los elementos propios de los Institutos de perfección, es decir, la profesión de los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia; y la obligatoriedad de esa profesión mediante vínculos de carácter sagrado» (en Amadeo de Fuenmayor et al., ob. cit., Apéndice Documental 55, pp. 584-585).

196. Al solicitar la nueva configuración jurídica del Opus Dei —se subraya al final del acta— «se solicitará a la Santa Sede la supresión de las normas relativas a la profesión de los consejos evangélicos y la aprobación de las acomodaciones que sea imprescindible introducir en el Codex Iuris Particularis, en cuanto exigidas por la nueva configuración jurídica» (Ibidem, Apéndice Documental 58, p. 593).

197. Y continuaba: digo esto porque... yo, cuando era joven, creía que sabía hasta el tiempo en que me iba a morir. Pero, no contéis esta simpleza, ¿eh? Ahora resulta que yo, de mí, no creo nada. ¡Bendito sea el Señor! ¡Adelante! Como Dios quiera, cuando Dios quiera, donde Dios quiera (Diario de la visita de nuestro Padre a la Argentina, 7 a 28 de Junio de 1974: 17-VI-1974, p. 99; en AGP Sec. N, 3 leg. 1057-1).

Por dos veces, días más adelante, volvió a insistir el Padre sobre este tema de la fecha de su muerte. Cfr. ibidem, pp. 124 y 197. Asunto ya mencionado, lo que hace suponer una repetición consciente y querida por parte del Fundador.

198. AGP, P01 1982, p. 1266. De una tertulia en el Centro del Consejo General, el 10-XII-1974.

199. Carta a sus hijas e hijos, en EF-741200-2.

El Fundador alude aquí a un viejo cuento popular, del que los escritores ascéticos clásicos sacaron consecuencias morales en su predicación, y del que en alguna ocasión se sirvió el Padre: Al filo de la medianoche, cuando todo el mundo duerme en el castillo, cuando se han apagado las brasas del llar y los candiles, una cuadrilla de bandoleros acecha la mansión. Están atrancadas las puertas y cerradas las ventanas, menos un ventanuco. Por allí introducen los ladrones a un niño escuchimizado, que, una vez dentro, descorre barras y cerrojos y abre las puertas.

200. AGP, P01 1975, p. 779.

201. Ibidem, p. 782.

202. Ibidem.

203. Su ojo derecho había perdido dos tercios de la visión; y cuando el 19 de diciembre de 1974 le examinaron en Roma, el oftalmólogo observó una opacidad central en el cristalino del ojo izquierdo, con alteración retiniana. Este diagnóstico lo confirmó más tarde en Madrid el doctor Alejandro Marín Lillo. Pero, gracias a un eficaz tratamiento, la visión, a finales de enero de 1975, había mejorado. Cfr. Alejandro Cantero Fariña, Sum. 6596; y RHF, D-15111.

204. AGP, P01 1975, p. 65.

205. Ibidem, p. 784.

206. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 3142; también Alejandro Cantero Fariña, Sum. 6596. Otro ataque cardíaco grave, con un edema agudo de pulmón, había sufrido la noche del 10 de noviembre de 1974, en que le atendieron Mons. Álvaro del Portillo, Mons. Javier Echevarría, y el doctor D. José Luis Soria Saiz. Dos días más tarde se trasladó en avión a Madrid, donde le examinaron los doctores: Eduardo Ortiz de Landázuri, Diego Martínez Caro, José Manuel Martínez Lage y Alejandro Cantero Fariña. Cfr. RHF, D-15111.

207. AGP, P01 1975, p. 149.

208. Carta, en EF-750113-1.

209. Cfr. RHF, D-15111.

210. Cfr. Cartas a Juan Bautista Torelló Barenys, en EF-750114-2; a José Ramón Madurga Lacalle, en EF-750121-1; a Richard Rieman, en EF-750122-1, etc.

211. Carta, en EF-750128-2.

212. AGP, P04 1975, p. 56.

213. Ibidem, p. 21.

214. Diario de Altoclaro: 11-II-1975 (AGP Sec. N, 3 leg. 1058-2).

215. AGP, P05 1975, p. 148.

216. Ibidem, p. 185.

217. Diario de Altoclaro: 5-II-1975 (AGP Sec. N, 3 leg. 1058-2). Contestando en una de las tertulias a una pregunta sobre la educación de los hijos, decía el Padre: Yo les pasearía un poco... por esos barrios que hay alrededor de la gran ciudad de Caracas. Les pondría la mano delante de los ojos, y después la quitaría para que vieran las chabolas, unas encima de otras: ¡y ya les has contestado! Que sepan que el dinero lo tienen que aprovechar bien; que han de saberlo administrar, de modo que todos participen de alguna manera de los bienes de la tierra. Porque es muy fácil decir: yo soy muy bueno, si no se ha pasado ninguna necesidad.

Un amigo, hombre de mucho dinero, me decía una vez: yo no sé si soy bueno, porque nunca he tenido a mi mujer enferma, encontrándome sin trabajo y sin un céntimo; no he tenido a mis hijos debilitados por el hambre, estando sin trabajo y sin un céntimo; no me he encontrado en medio de la calle, tendido sin un cobijo... No sé si soy un hombre honrado: ¿qué habría hecho yo, si me hubiera sucedido todo eso?

Mirad, hemos de procurar que no le pase a nadie; hay que habilitar a la gente para que, con su trabajo, pueda asegurarse un bienestar mínimo, estar tranquilo en la vejez y en la enfermedad, cuidar de la educación de los hijos, y tantas otras cosas necesarias. Nada de los demás puede resultarnos indiferente y, desde nuestro sitio, hemos de procurar que se fomente la caridad y la justicia (AGP, P04 1975, pp. 83-84).

218. Javier Echevarría, Sum. 3144.

219. AGP, P04 1975, p. 225.

220. Ibidem, p. 240.

221. Ibidem, p. 253.

222. De la bendición se dejó constancia en una lápida, de la que son estas palabras. Cfr. AGP, P04 1975, p. 272.

223. Ibidem, p. 325.

224. Poco antes de salir de casa camino del aeropuerto, el Padre entró en el oratorio a despedirse del Señor, acompañado del Cardenal Mario Casariego y algunos hijos suyos. Delante del altar recitó la bendición del viaje. Entonces, audazmente, se abrió paso el Cardenal; se adelantó, se quitó el solideo y, señalando al Sagrario y a los presentes en el oratorio, exclamó: — Padre: en la presencia de Dios Nuestro Señor y de estos hijos suyos, no me muevo de aquí si no me da su bendición. Con el Cardenal a sus pies, el Padre trazó la señal de la cruz.

— Mario, usted consigue lo que no había logrado nadie, le comentó a la salida el Padre.

— «No podía perderme la bendición de un santo», explicaba el Cardenal (Álvaro del Portillo, PR, p. 2023; y AGP, P04 1975, p. 337).

225. Carta, desde Madrid, en EF-750226-1.

226. Carta a Mons. Mario Casariego Acevedo, C.R.S., en EF-750328-1.

227. AGP, P01 1975, p. 800.

228. Ibidem, p. 803.

229. Ibidem.

230. Cfr. Carta a Demetrio Molloy McDermott, en EF-750312-1.

231. AGP, P01 1975, p. 809.

232. Ibidem, p. 810.

233. Ibidem, p. 809.

234. Carta a sus hijas e hijos, en EF-750128-2.

235. Álvaro del Portillo, Sum. 1629.

236. AGP, P01 1975, p. 814.

237. Carta a Manuel Gómez Padrós, en EF-710328-1. Cfr. también, Cartas a Martín Sambeat Valón, en EF-710330-1; a Manuel Gómez Padrós, en EF-750324-1; etc.

238. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1448.

239. Cfr. Javier Echevarría, Sum. 3252 y 3253; también AGP, P05 1975, p. 828; y Álvaro del Portillo, Sum. 390.

240. Archivo municipal de Barbastro y RHF, D-11770. Sobre la concesión de la Medalla de Oro de Barbastro, cfr. Manuel Garrido González, Barbastro y el Beato Josemaría, Barbastro 1995, pp. 127-134.

El Ayuntamiento de Barbastro, «a propuesta de la Comisión especial de Primeras Autoridades, fuerzas vivas y representaciones diversas, en sesión celebrada el día 6 de agosto de 1975, acordó, por unanimidad, nombrar Barbastrense del Año, a título póstumo, a Monseñor Escrivá de Balaguer» (Archivo municipal de Barbastro y RHF, D-11770). El título se entregó públicamente el 7 de septiembre de 1975. Cfr. también Manuel Garrido González, Barbastro…, pp. 135 y 193-194

241. Carta a Manuel Gómez Padrós, en EF-741003-1.

242. El doctor Alejandro Cantero, que vivía en Diego de León, refiere que: «en la noche del 21 al 22 de mayo de 1975 me despertó D. Javier Echevarría, diciéndome que bajara urgentemente a la habitación que utilizaba el Padre en el Centro de Diego de León, en Madrid. Al llegar vi que estaban ya Don Álvaro del Portillo y Don Javier acompañando al Padre, que se quejaba de un dolor lacerante torácico. Tenía más de treinta respiraciones por minuto, y un número de pulsaciones mayor de ciento cincuenta por minuto. Tenía una expectoración sonrosada, es decir, padecía un edema agudo de pulmón muy grave. En esas circunstancias, vi cómo le pedía a Don Álvaro del Portillo que le diera la absolución» (Alejandro Cantero Fariña, Sum. 6646).

243. AGP, P01 1975, p. 819. A poco de llegar, el Padre —que a sí mismo se calificaba de "fijón"— había observado desde una ventana de los pisos altos los detalles del trabajo de albañilería. Las hiladas de ladrillo visto estaban acabadas con suma pericia profesional: todas a la misma altura, de manera que trazaban líneas perfectamente horizontales. Y comentaba a uno de sus hijos: Contemplando esta mañana cómo están colocados los ladrillos en estos lugares que apenas se ven, me he alegrado al comprobar que habéis enseñado a trabajar bien a los obreros, cara a Dios (César Ortiz-Echagüe Rubio, Sum. 6893). (Probablemente se acordaría de aquellos canteros de la catedral de Burgos, autores de la crestería y filigrana gótica de los altos pináculos, que difícilmente se apreciaban desde abajo). Aquello, hecho cara a Dios, era operatio Dei: una labor humana con entraña divina.

244. AGP, P01 1975, p. 820.

245. Ibidem, p. 824.

246. Ibidem.

247. Los discursos del acto están recogidos en Scritti editi sparsi, Roma 1983, pp. 89-90; también en AGP, P01 1975, pp. 829-835; y en El Noticiero de Zaragoza, del 27-V-1975. En las dos primeras fuentes, con las frases improvisadas en el discurso del Fundador.

248. «Apenas llegó a Torreciudad —cuenta César Ortiz-Echagüe Rubio— nos preguntó si estaban terminados los confesonarios, y al decirle que sí, comentó: Pues mañana me toca confesarme, y tendré la alegría de estrenar uno de ellos» (Sum. 6872). Cfr. también Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4348.

249. AGP, RHF, D-15111.

250. Julián Herranz Casado, Sum. 3963; y Giuseppe Molteni, Sum. 3828. Nota del 22-V-1975. Cfr. Álvaro del Portillo, Una vida para Dios, Madrid 1992, p. 89.

251. Javier Echevarría, Sum. 2099. Y pedía a los médicos —continúa diciendo— «que no le tratasen con indulgencia, ni pensaran que podía dedicar más tiempo al reposo o desentenderse de unas tareas que eran importantísimas para el servicio de Dios».

Los sufrimientos no le importaban, en cuanto tales, «pero los aceptaba y hasta los amaba, porque los veía como caricias del Señor, como un medio de purificación personal. Lo más importante era sacar adelante la Obra» (Mons. Julián Herranz Casado, Sum. 4004). Y añade: «he visto siempre, con admiración, que llevaba una vida normal de trabajo intensísimo, estimulando el trabajo de todos, comunicando a todos su paz y su gozo sobrenatural».

252. AGP, P01 1975, p. 761. «Los meses que van de noviembre de 1974 a junio de 1975 transcurrieron como un período de preparación espiritual para el abrazo definitivo con el Señor, en continuo crescendo» (Ernesto Juliá Díaz, Sum. 4250).

253. Camino, n. 168.

254. Los aspectos de la muerte los juzgaba siempre con un criterio de esperanza sobrenatural: Dios es el Señor de la vida y de la muerte. Por lo tanto, nos cuida y nos llama en los momentos más propicios y que más nos convienen (Javier Echevarría, Sum. 2735).

De ello tenía experiencia el Padre, pues había visto a centenares de hijas e hijos suyos que, al saber que les quedaban pocos días de vida, se preparaban a bien morir, ofreciendo sus dolores con alegría sobrenatural. Por eso decía que, para quienes el Señor llama a la Obra, el Opus Dei es el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir (Javier Echevarría, Sum. 2732).

La salida de este mundo para un gozoso encuentro con Dios —Padre de justicia y de misericordia— lo veía expresado, como imagen, en la letra de una canción italiana de moda en los años cincuenta; y decía a sus hijos que se la cantasen a la hora de morir: «Aprite le finestre al nuovo sole, è primavera...» (cfr. Ernesto Juliá Díaz, Sum. 4256; María Begoña Álvarez Iráizoz, RHF, T-04861, p. 10).

Imágenes crudas y descarnadas había utilizado el Fundador, muchos años atrás (cfr. Camino, por ejemplo), pero siempre llenas de esperanza sobrenatural.

255. Umberto Farri, PR, p. 139.

256. Esto ocurrió el 5 de abril de 1975, en la tertulia, después de comer. Álvaro del Portillo, Sum. 1632; Joaquín Alonso Pacheco, Sum. 4712.

257. Sobre este punto comenta Mons. Joaquín Alonso Pacheco: «Siempre me ha impresionado mucho la fuerza y el vigor, llenos de amor, con que hablaba de su deseo de encontrarse con Jesucristo. Nos hacía meditar sobre la grandeza de este encuentro, y se preguntaba cómo serían el rostro de Jesús y su mirada. Era algo que llevaba muy dentro del alma [...]. Durante las proyecciones de películas sobre la vida de Cristo, en las que aparecían escenas representando al Señor, muy rara vez se quedaba allí hasta el fin, porque, después de unos momentos, salía del Aula Magna (de Villa Tevere) donde se proyectaba la película y volvía al trabajo. No le satisfacían jamás las representaciones cinematográficas de Jesucristo, a causa de la riqueza interior que poseía de la imagen del Señor» (Sum. 4811).

Con este testimonio coincide el de Mons. Julián Herranz Casado, que refiere que desde los dieciséis años, Josemaría comenzó a meditar «metiéndose en las escenas del Evangelio, tratando a la Humanidad amabilísima de Nuestro Señor». En los films sobre la vida y pasión de Nuestro Señor, apenas aparecía en las pantallas la figura de Cristo, se levantaba inmediatamente del asiento y se iba en silencio. «No soportó jamás que un actor representara la persona de Cristo; le hería en el fondo del alma [...]. Tenía como impresa a fuego (el fuego de amor de un alma contemplativa) una imagen mucho más perfecta, más rica, más viva y más suya, de la santísima, dulcísima y amabilísima Humanidad de Cristo, Nuestro Señor» (Sum. 3945).

258. Muchas veces, todavía un muchacho, recitó este verso del salmo (26, 8), y lo meditó con frecuencia. Cfr. Álvaro del Portillo, Sum. 1294; y también: Javier Echevarría, Sum. 2725 y 3291; Javier de Ayala Delgado, Sum. 7631, etc.

259. Sobre estas consideraciones, acerca de la vitalidad física del Padre en sus últimos días, cfr. Jesús Álvarez Gazapo, Sum. 4330.

260. El último período de su vida —como se ha visto— lo consume también defendiendo la doctrina y la fe, con sus catequesis y viajes apostólicos. La expansión por nuevos países, en Asia y África, la deja confiadamente en manos de sus hijos, acompañándoles con su oración, sus consejos y su trabajo. En dicho período se continúa la expansión apostólica en diversos países: Australia (1963), Filipinas (1964), Nigeria (1965), Bélgica (1965), Puerto Rico (1969). Resta, sin embargo, por mencionar otro aspecto de su vida: sus libros y escritos. Aunque se sabía con facultades de escritor, el Fundador renunció, desde un primer momento a tomar el camino literario, para poner todo su tiempo y esfuerzo al servicio de su vocación. Su obra escrita es muy abundante y es producto de la riqueza interior de su alma, sobresaliente doctrina en cuanto a la llamada universal a la santidad y afanes apostólicos. Así, Camino, por ejemplo, tiene una génesis muy particular. Pero, en el fondo, lo mismo puede decirse de Surco y Forja: son un conjunto de pensamientos. Como Conversaciones es un conjunto de entrevistas con corresponsales; y Amigos de Dios y Es Cristo que pasa, un conjunto de homilías seleccionadas entre las innumerables que predicó en vida el Fundador. (Cfr., páginas atrás, el cap. XXI: 6. El carisma fundacional).

261. Cfr. AGP, P01 1975, p. 611.

262. Ibidem, p. 846.

263. Ibidem, p. 847.

264. Ibidem, p. 857.

265. Ibidem, p. 859.

266. Ibidem, p. 861.

267. Carta del Secretario General del Opus Dei, don Álvaro del Portillo, a todos los miembros (29-VI-1975).

268. Julián Herranz Casado, Sum. 3879.

269. Cfr. Joaquín Alonso Pacheco, Sum. 4762. «Estaba sentado en un ángulo de la sala de estar y habló poco durante aquella reunión familiar; más bien se dedicó a mirar a la Virgen que tenía enfrente. Así lo recuerdo: mirando a la Virgen y buscando refugio en su protección».

270. Javier Echevarría, Sum. 3287.

271. Joaquín Alonso Pacheco, Sum. 4762; y Julián Herranz Casado, Sum. 4032.

272. AGP, P01 1975, p. 673.

273. Ibidem.