4. El último romántico

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Las dificultades que halló la Obra en la década de los años sesenta no provenían tan sólo de la oposición de una persona determinada, o de un grupo en particular. El Fundador se dio de cara con resistencias de todo tipo, como frecuentemente ocurre a cualquier institución de empuje histórico. (Al hablar de resistencias y contradicciones, conviene no perder de vista la buena acogida que el mensaje del Opus Dei tuvo en el mundo, y la rápida expansión de sus obras de apostolado en gran número de países). Pero sería prolijo referir por menudo esos obstáculos. Unos quedan ya esbozados, por lo dicho con motivo de las turbulencias del Concilio. Otros, en cambio, surgieron por fuertes presiones en el campo político. De manera que el Fundador hubo de andar atento a las nuevas intrigas, hechas de rumores y falsedades, que, de tiempo en tiempo, se urdían en torno a la Obra. Estas campañas difamatorias, que tuvieron su origen en España, se corrieron pronto a otros países. Sin embargo, tan acostumbrado estaba a ellas el Fundador que las contradicciones, más que robarle la paz, le robaban tiempo, sin quitarle la alegría. Detrás de los ataques a la Obra acostumbraba ver la mano de Dios, que se servía de los sucesos como herramienta de pulimiento espiritual. Por eso, en medio de una de aquellas campañas escribía con todo sosiego a sus hijos:

Nunca hemos dejado de ver la intervención de la Providencia Divina cuando se suceden periódicamente, con una frecuencia que deja ver la mano poco limpia de algunos santos varones y de sus corifeos, esas oleadas de cieno...

Bendigo a Dios: porque cuando el Nilo se salía de madre, volvía pronto a su cauce —todo vuelve victoriosamente a su cauce— y los campos anegados se quedaban secos y llenos de fecundidad |# 158|.

Su empeño no era una pelea a brazo partido con quienes le insultaban. Era pelea de amor y siembra de paz y alegría:

En todo el mundo —continúa escribiendo—, nos rodea la oración, el cariño y la ayuda material de millones de corazones. Y Pedro —¡Pedro!— nos mira con particular amor.

Adelante: piadosos, trabajadores, estudiosos, apostólicos sin discriminaciones, poned amor donde no haya amor. Así, la Santísima Virgen, Nuestra Madre, seguirá sonriendo al mirar este mar libre sin orillas, que es la Obra de su Hijo —el Opus Dei— y podremos sembrar paz y alegría entre todos los hombres, también entre los que no desean tener el corazón grande —¡pobres!—, poniendo por Jesús en marcha de polo a polo esta labor exclusivamente sobrenatural, espiritual, apostólica |# 159|.

Si alzamos ahora la vista por encima de las circunstancias históricas, que son siempre pasajeras, ¿no resultaba inevitable que se repitiese lo antes sucedido; es decir, que la novedad de espíritu del Opus Dei y sus bríos apostólicos chocaran con esquemas rígidamente tradicionales? El mensaje del Opus Dei llevaba consigo el empeño de buscar la santificación de las actividades familiares, profesionales y cívicas —incluidas las de carácter político—, y esto supuso una auténtica renovación de mentalidad entre los cristianos. Mayormente si se tiene en cuenta la situación política de España, que a continuación expondremos.

En aquellos irremediables choques, en aquellas campañas denigratorias, no faltaban a veces el apasionamiento, el partidismo o la mala fe. A fin de cuentas, miserias humanas que todo fiel cristiano ha de soportar con caridad. En tales casos el consejo del Fundador era éste: comprender que no nos comprendan |# 160|. Postura liberal y generosa, pronta a disculpar equivocaciones, y a revestirse de los sentimientos de Cristo, tanto para tratar a quienes son hermanos nuestros como a los enemigos de la Iglesia, que pretenden encerrar de nuevo a los cristianos en las catacumbas.

No saquemos las cosas de quicio —explicaba el Fundador—: es lógico que los enemigos de Dios y de su Iglesia no nos quieran. Y es lógico también que, a pesar de todo, nosotros les queramos: caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu! |# 161|.

Unas veces de boca y otras por escrito el Fundador no se cansaba de hablar a sus hijos de libertad. Y, ¿por qué les hablaba tanto de libertad? ¿No sería por el ambiente enrarecido que respiraban en España, después de tan largos años de gobierno autoritario? Sin embargo, las insistencias de Mons. Escrivá no contemplaban exclusivamente el escenario de actualidad de éste o aquel país. Su doctrina tenía hondura fundacional; y de ahí el machacar y machacar el tema:

No me cansaré de repetir, hijos míos —decía en 1954—, que una de las más evidentes características del espíritu del Opus Dei es su amor a la libertad y a la comprensión: en lo humano, quiero dejaros como herencia el amor a la libertad y el buen humor |# 162|.

Mantenía muy en alto la bandera de la libertad y gustaba llamarse el último romántico, y enamorado de la libertad |# 163|. Por ella suspiraba, porque sin ella no puede expresarse el amor. Agradecía a Dios, de todo corazón, el que le hubiese dejado correr la gran aventura de la libertad |# 164|. Enseñaba esa libertad a sus hijos tan pronto venían a la Obra. Hacía con ellos como los patos: los patos dejan que sus pequeños se muevan con independencia, vigilándoles discretamente, con el fin de que aprendan a administrar su libertad: para que naden cuanto antes por su cuenta |# 165|.

Como un romántico enamorado quería morir. Y así murió. Su vida fue una continua lucha por la libertad de espíritu, porque solamente esa libertad personal hace al hombre capaz de merecer u ofender, de perdonar o de guardar resentimiento, de odiar o de amar |# 166|. Además, ese don precioso de la libertad, que tantas veces exaltó el Fundador, resultaba tan necesario que allí donde no existía libertad se asfixiaban los apostolados del Opus Dei. Y es que la libertad y la consiguiente responsabilidad son como el contrasello de la actividad laical, también en el apostolado |# 167|.

La libertad, como característica esencial del espíritu del Opus Dei, estaba implícita, desde 1928, en lo que sería forma de vida y apostolado de sus miembros. Contenido esclarecido, por gracia fundacional, el 7 de agosto de 1931, cuando aquel joven sacerdote, en el momento de alzar la Sagrada Hostia en la misa, comprendió que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas |# 168|, añade. Pero preparar el camino de la exaltación de Cristo en todo quehacer humano exigía, previamente, borrar falsas concepciones en la actuación apostólica de la gran mayoría de los católicos.

Es frecuente, aun entre católicos que parecen responsables y piadosos, el error de pensar que sólo están obligados a cumplir sus deberes familiares y religiosos, y apenas quieren oír hablar de deberes cívicos. No se trata de egoísmo: es sencillamente falta de formación |# 169|.

Por otro lado, como contrapartida al deber propio de todo ciudadano, el Fundador defendía enérgicamente el derecho de los católicos a intervenir activamente en la vida pública. Y a quienes se dedicaban específicamente a labores de partido político, de administración o de gobierno, les advertía y recalcaba que lo hacían a título personal. Este principio estaba ya fijado desde los comienzos. Así, por ejemplo, don Josemaría dejó escrito que en política cada miembro de la Obra era personalmente libre y, por consiguiente, responsable único de su actuación: Nunca los Directores de la Obra pueden imponer un criterio político o profesional —temporal, en una palabra—, a sus hermanos |# 170|, señalaba con energía.

A quienes habían escogido la política como vocación profesional van dirigidas las siguientes palabras:

Como todos los demás miembros de la Obra en sus ocupaciones temporales, al actuar en ese campo, lo hacéis sin hacer valer vuestra condición de católicos ni de miembros del Opus Dei, sin serviros de la Iglesia ni de la Obra: porque sabéis que no podéis mezclar ni a la Iglesia de Dios, ni a la Obra, en cosas contingentes [...].

Los que os encontráis con vocación para la política, trabajad sin miedo y considerad que, si no lo hacéis, pecaréis de omisión. Trabajad con seriedad profesional, ateniéndoos a las exigencias técnicas de esa labor vuestra: con la mira puesta en el servicio cristiano a todas las gentes de vuestro país, y pensando en la concordia de todas las naciones |# 171|.

El Opus Dei quedaba, pues, al margen de la política: Libertad, hijos míos. No esperéis jamás que la Obra os dé consignas temporales |# 172|. Y, no satisfecho con éstas, y otras muchas advertencias, tomó medidas prácticas. Dispuso, por ejemplo, que el Opus Dei, como tal, no tuviera nunca revistas, diarios ni publicaciones propias, salvo el Boletín Oficial de la Prelatura (Romana). Todo para que no sucediese lo que tantas veces sucede en los países y en los partidos políticos: que veinte audaces se imponen a toda una multitud |# 173|.

* * *

El derecho de opción y actuación política de que debe gozar todo ciudadano no siempre fue respetado, como sucedió en la España de entonces. El régimen de Franco tenía sus orígenes en la guerra civil española (1936-1939) y estaba montado sobre un planteamiento que justificaba un poder autoritario y personal. Cuando en 1957 Franco hubo de renovar el gobierno |# 174|, remodeló la representación de las fuerzas políticas integradas en el Movimiento Nacional: falangistas, tradicionalistas carlistas, demócratas cristianos franquistas, monárquicos dinásticos e, igual que desde su primer gobierno, personas que le merecían confianza por sus conocimientos profesionales, al pertenecer a los altos cuerpos de la Administración del Estado |# 175|. Objeto del cambio fue el análisis y el impulso de las reformas sociales, políticas, administrativas y económicas que, según el parecer de Franco, la nación necesitaba. A la vez, el nuevo gabinete era el reflejo de las ideas básicas de unidad nacional, política y social que configuraban el pensamiento del Jefe del Estado y que, a su vez, impedían el pluralismo político y social |# 176|.

Uno de los objetivos del nuevo gobierno fue la integración de la economía española en el marco del mundo occidental. Las consultas realizadas con el Fondo Monetario Internacional y la OCDE mostraron la necesidad de un plan de Estabilización y de medidas liberalizadoras propias de una economía de mercado. Esa operación económica estaba pilotada por el Ministro de Hacienda, Mariano Navarro Rubio, y el de Comercio, Alberto Ullastres, y contaba con el consenso de la mayor parte de los agentes económicos. El plan de Estabilización se aprobó en julio de 1959. Dos años después comenzaron los estudios que condujeron a los Planes de Desarrollo, con la consiguiente expansión de la economía.

La presencia de miembros del Opus Dei en el Gobierno de España —Navarro Rubio y Ullastres— suscitó comentarios de diversa índole en los ambientes políticos y sociales. Sectores del Movimiento Nacional los calificaron, en sentido despectivo, de tecnócratas |# 177|. Con esta palabra querían designar, de modo críptico, su pertenencia al Opus Dei, y descalificarlos políticamente. Ante todo, es necesario afirmar que si fueron ministros, se debió a la voluntad de Franco, que asumía todos los poderes del Estado. Y también, por supuesto, a la libre aceptación de su nombramiento. Su pertenencia al Opus Dei no condicionó su decisión en el aspecto político, aunque sí debía reflejarse en el rigor profesional y en la sensibilidad moral al ejercer sus cargos. Al igual que sus colegas de gobierno, católicos ellos también |# 178|, trataban de tomar sus decisiones en las materias políticas y sociales de acuerdo con su conciencia y eran conscientes de que su acción política debía reflejar la fe que profesaban |# 179|.

Cuentan varios testigos que, al enterarse del nombramiento de Alberto Ullastres como ministro, un Cardenal se creyó obligado a felicitar al Fundador con tan fausto motivo. Ni tiempo tuvo de proponer sus plácemes. Monseñor Escrivá de Balaguer le atajó con ademán decisivo: A mí no me va ni me viene —le dijo—; no me importa; me da igual que sea ministro o barrendero, lo único que me interesa es que se haga santo en su trabajo |# 180|.

El éxito del Plan de Estabilización configuró las condiciones que hacían posible los Planes de Desarrollo |# 181|. A la vez, a lo largo de 1962, corrieron rumores de cambios en el Gobierno, por la necesidad de dar respuesta a los desafíos que surgían de una sociedad cada vez más consciente de sus derechos políticos y sociales |# 182|. Durante el desarrollo de la crisis de gobierno |# 183| le llegaron noticias al Fundador, de las que se deducían que sectores de la vida pública española consideraban a la Obra como un grupo político. Ante estos rumores la Secretaría General del Opus Dei emitió un comunicado del que son las siguientes frases: "Los socios del Opus Dei son libérrimos en su pensamiento y en su actuación política, lo mismo que cualquier otro ciudadano católico. Dentro de la Asociación caben, y de hecho hay, personas de distintas y aún opuestas ideas políticas, sin que el Opus Dei tenga nada que ver de ningún modo en los méritos o deméritos de la gestión personal de sus socios. Quede, pues, claro que el Opus Dei no está ligado a ninguna persona, a ningún régimen, ni a ninguna idea política" |# 184|.

Eran muchas las visitas que recibía el Fundador, tanto de autoridades civiles como de autoridades eclesiásticas. Todos tenían preguntas que hacerle. ¿Por qué no asumía el Opus Dei una postura política definida, para saber a qué atenerse? ¿Por qué no daba a sus hijos consignas u orientaciones en este campo? Y el Fundador no se cansaba de repetir que

la actuación política —con la intensidad que vean oportuna—, la hacen los miembros del Opus Dei libérrimamente y, por tanto, con personal responsabilidad, según les dicte su conciencia de ciudadano cristiano, sin tolerar que impliquen a nadie en las decisiones que legítimamente cada uno ha sabido tomar |# 185|.

Recibía presiones de distintas instancias, instándole a que obligase a los miembros del Opus Dei a retirarse del gobierno. Pero no estaba en sus manos —les decía— el mermar o coaccionar la libertad de cualquier hijo suyo. En cuanto al pronunciarse con autoridad sobre un régimen político desde el punto de vista doctrinal, no le correspondía a él sino a la Santa Sede o a los Obispos del país de que se tratase |# 186|. Mandar a sus hijos retirarse de ese gobierno, o de cualquier otro no rechazado por la autoridad eclesiástica, hubiera significado traicionar el espíritu del Opus Dei.

En la década de los sesenta, con ocasión de una fuerte campaña que se desató en varios países contra la Obra, uno de los directores de la Comisión Regional de España recuerda haberle oído esta frase, de apariencia tan simple, aunque detrás de ella se esconde un sinfín de penalidades: hijo mío, me quitarían muchos problemas si esos hermanos tuyos no fueran ministros, pero si yo insinuase eso no respetaría su libertad y destrozaría la Obra |# 187|.

Pasaban los años y el Fundador, que residía en Roma desde 1946, vivía conforme a la norma que se había impuesto, de ocultarse y desaparecer. No asistía a los actos públicos organizados por las autoridades civiles, de cualquier país que fuese, ni tampoco a las recepciones de las embajadas en Roma. Declinaba las invitaciones, pues se le hacían a título de Presidente General del Opus Dei. Quería mostrar así, de manera patente, que la Obra nada tenía que ver con gobiernos ni con países determinados |# 188|.

Con el transcurso del tiempo, evocando el pasado, dio gracias a sus hijos porque con su fidelidad y su cariño —les escribía textualmente en 1966— habéis suavizado mi necesario destierro voluntario de más de veinte años. Hablo de destierro, porque lo es; y no pocas veces he de rechazar la psicosis del exilado, aunque tenga un gran afecto por Italia y especialmente por Roma. Y continuaba:

Necesario he dicho que es este destierro. Y lo es, por razones sobrenaturales: lo exigía positivamente la universalidad de la Obra —que nació católica y debía manifestarse, a todos, romana—; y negativamente también había la necesidad urgente de evitar una implicación política —a lo que se llegaba rápidamente con mi ausencia—, a la vez que sería más fácil para todos manifestar claramente la libertad, de que mis hijos gozan, obrando cada uno según le dicte su recta conciencia, en todas las cosas temporales |# 189|.

A un hombre de exuberante vitalidad interior, con sobrante energía física, siempre dispuesto —por razones apostólicas— a patear las ciudades y visitar a sus hijos, le debía costar mucho la quietud; y más aún el encierro. La calificación con que bautiza a sus años de Roma (clausura monjil) |# 190|, o a sus épocas de trabajo estival en Elorrio o Il Trebbio (lugares recónditos), nos hacen ver cuáles eran sus sentimientos.

Ni su ausencia de España ni sus silencios en Roma mantuvieron tranquilos a ciertos sectores, que se exasperaban, sin motivo alguno. El tratamiento injusto que se daba al Fundador de la Obra, o las calumnias que le dedicaban algunos periódicos no le quitaban la paz, no le importaban gran cosa. Pero llegó un momento en que los ataques contra la Obra se volvieron contra la Iglesia; y el Fundador, por salir en su defensa, cambió aquella su vieja táctica de soportar en silencio las injurias. Esto ocurrió en los primeros meses de 1964, cuando se desencadenó en Holanda una durísima campaña contra el Opus Dei, con repercusiones internacionales. ¿El motivo? Que la princesa Irene, una hija de la reina de Holanda, se había convertido al catolicismo; un sacerdote del Opus Dei había sido instrumento de Dios para su conversión.

El Padre, para borrar tristezas y temores en sus hijos de Holanda, les escribía repitiéndoles el programa que tan buen resultado le había dado en su vida:

Cuando el Señor permite que se desahoguen, con tantas cosas calumniosas, esos grupos de fanáticos, es señal de que vosotros y yo hemos de saber callar, rezar, trabajar, sonreír... y esperar. No deis importancia a esas insensateces: quered de veras a todas esas almas. Caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu! |# 191|.

De la gravedad y vileza de dicha campaña da idea la carta que el 27 de marzo de 1964 enviaba el Fundador a Mons. Jan Van Dodewaard, Obispo de Haarlem, para felicitarle la Pascua de Resurrección:

Continúan llegándome publicaciones de esa querida Nación, en la que se nos llena de injurias, de falsas interpretaciones y de calumnias, tan descomunales que, a pesar de ser casi un anciano sacerdote, no había podido jamás imaginármelas, ni siquiera de lejos. Pero no se preocupe, Excelencia, porque esto me hace amar aún más a Holanda y a todos los holandeses |# 192|.

A los pocos días hubo de contestar por escrito a Carrero Blanco, brazo derecho de Franco. Se trata de unas breves palabras:

Me dieron verdadera alegría tus líneas y renovaron mi psicosis de desterrado por el servicio de Dios. Espero que Él quiera disponer las cosas, para que pueda alguna vez estar despacio en España, sin la preocupación de que el viaje me hace faltar a la pobreza, porque pueda hacer buena labor sacerdotal |# 193|.

Carta afectuosa y lacónica que ayuda a interpretar rectamente la labor sacerdotal y la psicosis de desterrado de quien la firma, el 3 de abril de 1964.

Esta breve carta cierra una época, porque después del corto período de unas semanas el Fundador dio un leve, pero importante, giro a su modo de enfocar sobrenaturalmente las contradicciones. Un examen cuidadoso del contenido y estilo de su correspondencia nos muestra en qué consiste ese cambio de comportamiento. Un primer indicio aparece en la carta a sus hijos de Inglaterra —del 10 de mayo de 1964—, en la que hace una serie de consideraciones de las que él mismo se sorprende (Perdonadme esa consideración innecesaria, que acabo de hacer. Y en la postdata: ¡Ya veis que hoy mi pluma está llena de consideraciones!). En realidad, al escribir a sus hijos tiene el pensamiento en otro asunto, relacionado con la falta de comprensión de algunos católicos para con sus hermanos en la fe:

A veces, puede sucedernos —cosa que tristemente se ve, con motivo o con ocasión del Concilio— que somos comprensivos y condescendientes con los que no tienen nuestra fe (y esto va bien: es nuestro espíritu desde 1928) y, en cambio, no lo somos tanto con nuestros hermanos (y esto no iría bien: hay que evitar que pueda suceder) |# 194|.

Y más adelante:

Me voy haciendo viejo. Si queréis, diré que voy dejando de ser joven. Quizá sea la razón que me hace considerar tristes experiencias del mundo, que no podrán remediarse hasta que se pueda hablar claro, acabado el Concilio |# 195|.

Importante era el asunto cuando en otra carta de ese mismo día se apresura a referir al Consiliario de España un suceso reciente, que le lleva a "hablar claro".

Voy a contarte ahora que se me ha avivado la devoción, que en mí es vieja, a Santa Catalina de Siena: porque supo amar filialmente al Papa, porque supo servir sacrificadamente a la Santa Iglesia de Dios y... porque supo heroicamente hablar.

Estoy pensando en declararla internamente Patrona (intercesora) celestial de nuestros apostolados de la opinión pública ¡Ya veremos! |# 196|.

El caso es que, en su acostumbrado programa de conducta a la hora de la contradicción (callar, rezar, trabajar y sonreír), sustituyó la recomendación del silencio por la proclamación de la verdad, asumiendo la defensa del honor de Dios, de su Iglesia y del Romano Pontífice. Y luego la puso inmediatamente en práctica.

Este cambio de comportamiento, valiente y caritativo a la vez, responde al propósito firme del Fundador de no tolerar infamias contra Dios y sus servidores. Caso distinto eran las injurias hechas a él personalmente, que estaba dispuesto a seguir aguantando como antes.

La decisión de hablar claro se refleja en la correspondencia de aquellos días. En efecto, el 23 de mayo de 1964 escribía a S.A.R. don Francisco Javier de Borbón-Parma:

Alteza,

He recibido sus afectuosas líneas y, con mucho gusto, voy a ponerle esta carta, para decirle que no debe V. A. darme las gracias porque no he hecho otra cosa que cumplir con mi deber de sacerdote, que me hace servir a todas las almas sin tener presente ninguna otra consideración, y menos si es temporal o política —como he dicho de viva voz a V. A.—, cosa bien lejana de nuestra Obra, que es sólo y exclusivamente espiritual y apostólica [...].

Siento de veras esos inmerecidos ataques que, en Holanda, hacen a la Princesa; a nosotros, contra nosotros —sin ningún motivo razonable— hay en ese país, que yo amo, una continuada campaña de calumnias groseras y de insultos inauditos, que ofrecemos a Dios con alegría por aquellas buenas almas y por nuestra santificación. Omnia in bonum! |# 197|.

Pero lo cortés no quita lo valiente. A la carta acompañaba una nota, también para don Francisco Javier de Borbón-Parma, también con fecha 23 de mayo. Decía así:

Me llama poderosamente la atención, aunque soy muy amigo de la libertad política y muy respetuoso con lo que piensan todos, que en la reunión de Montejurra no haya habido más que unas cuantas pancartas en las que se insultaba a unos hijos míos que, en uso de su libertad, piensan honradamente como les da la gana. Sobre todo, cuando en España son tantas las personas que no coinciden con los carlistas. Renuevo mi maravilla, y no puedo entender esa predilección. Respeto, sin embargo, la libertad disgustosa de esos señores de Montejurra, y no presento ninguna queja.

Sin embargo, llegó a mis manos una hoja que se llama "Boina Roja" —sin pie de imprenta, pero con contenido carlista—, n. 89, año 12, con un artículo titulado "A los españoles", y firmado por "Unos excombatientes", en donde se ataca calumniosamente a la Obra. No lo puedo tolerar: y me avergüenza que personas que pertenecen a la llamada Comunión carlista se presten a difamaciones de este estilo. Espero que, como es de justicia cristiana, los jefes de la organización evitarán sucesos como el que lamento. Si estos hechos se repiten, tendré que tomar mis determinaciones, ya que no se trata de una infamia contra mí, que estoy siempre dispuesto a soportar en silencio, sino de una infamia contra Dios Nuestro Señor y los que, consagrándole sus vidas, le sirven |# 198|.

* * *

Inspirado en la audacia de santa Catalina, y movido por un deber de conciencia, el Fundador intentó luego explicar claramente a Pablo VI su apreciación de la compleja situación religiosa y política de España, aunque tocaba también otros puntos. En lugar de presentarlo como un documento informativo, prefirió darle la forma de carta. De este modo podía emplear un estilo suelto y familiar. El tono resulta apropiado para la confidencia, y la carta (fechada en junio de 1964) es larga. El autor se inclina por hacer historia contemporánea y habla de asuntos que afectan a la vida de la Iglesia. Se trata —confiesa el Fundador en las primeras líneas— de abrir una vez más el corazón al Santo Padre, de contarle cosas que nunca antes de ahora he puesto por escrito, consciente de que con esta carta sirvo fielmente a la Iglesia de Dios y al Sumo Pontífice |# 199|.

Entre otras muchas cosas, surca dicha carta, de arriba abajo, la historia de España desde 1900 hasta nuestros días: caída de la Monarquía; venida de la República en 1931, la guerra civil y, después, la paz.

En esa carta manifestaba su preocupación por el futuro de su país, por el hecho de que en España todo dependa de la vida de un hombre que, de buena fe, también él está persuadido de ser providencial |# 200|. También hacía referencia a la renovación religiosa ocurrida en España desde 1939. Sin embargo, junto con esa luz de Iglesia resurgida, el cuadro religioso español mostraba zonas de densa oscuridad, con falta de doctrina, exceso de pietismo, exageraciones en el culto público... Y ahora llega a uno de los puntos cruciales del escrito:

En la actualidad, dada la edad de Franco, las circunstancias comienzan a ser graves, si no se arbitran las medidas que lleven a una evolución, y mejor si es rápida |# 201|.

Tenía en la mente que esa evolución no afectara negativamente a la fe religiosa de los españoles y a la acción pastoral de la Jerarquía de la Iglesia. Para ello, la Jerarquía en España debía preparar la mentalidad de los católicos, para que intervinieran libremente en las cuestiones del Estado. Se me podrá preguntar qué he hecho yo en este sentido, escribió el Fundador; y respondió:

Formar gente que, bien preparada doctrinalmente, pudiera trabajar mejor que yo. Me he esforzado en trabajar, porque sé que el trabajo es oración; y en rezar, porque es el fundamento de toda acción |# 202|.

El resto de la carta está abundantemente sazonada de anécdotas, y de cada una de ellas se puede extraer una provechosa lección.

Quería el Fundador que también sus hijos se comprometieran en esta actitud de defensa de la Iglesia, de su doctrina y de sus instituciones. De forma que, llevado del amor a la verdad, preparó una Carta para los miembros del Opus Dei fechada el 15 de agosto de 1964. Porque para cumplir nuestra misión de dar doctrina, para realizar esa inmensa catequesis que es la Obra de Dios, necesitamos ser portadores de la verdad y hombres llenos de la caridad de Jesucristo |# 203|.

Hijas e hijos míos —les escribe—, conocéis bien la historia de la Iglesia y sabéis cómo el Señor se suele servir de almas sencillas y fuertes, para hacer llegar su querer en momentos de confusión o de modorra de la vida cristiana. A mí me enamora la fortaleza de una Santa Catalina, que dice verdades a las más altas personas, con un amor encendido y una claridad diáfana |# 204|.

Con claridad diáfana pone el Fundador al descubierto las lacras de la hora actual, que no son otra cosa que manifestaciones de la humana miseria. Cuando la Iglesia llama a sus hijos a renovarse interiormente y producir abundantes frutos de santidad, los hombres desvirtuamos esa llamada con nuestros hechos personales, nacidos de nuestra poquedad:

Organiza la humanidad mucho ruido, y lo que debería llevar a un íntimo diálogo de reconciliación con Dios, con crecimiento en santidad, lo desfiguramos los hombres, haciendo difícil al pobre, al pueblo sencillo, a los nuevos pastores de Belén, reconocer prontamente la voz del Mesías, la imagen del Mesías, en medio del griterío de nuestras miserias |# 205|.

* * *

En noviembre de 1964, con ocasión de un viaje a Pamplona, en breves líneas, dirigidas a Franco, deja constancia de su visita a España. Es un gesto cortés, pero expresivo, de su propósito de mantener, según la doctrina paulina, una actitud respetuosa con las autoridades políticas:

Excelencia,

al pisar tierra española, con ocasión de presidir el acto de concesión de dos doctorados honoris causa a dos Rectores de la Universidad, en la de Navarra, cumplo con el grato deber de presentar a V. E. mi respetuoso saludo.

No dejo cada día de rezar por nuestra amadísima España y por todos los españoles, especialmente por V. E., con los suyos, y por todos los que tienen el deber de gobernar nuestra Patria |# 206|.

Las relaciones entre Mons. Escrivá y Franco quedaron ancladas en el necesario respeto entre el Jefe del Estado y un sacerdote que se clasificaba entre los súbditos en voluntario destierro. Hasta el punto de que cuando, dos años más tarde, tiene que visitar de nuevo la Universidad de Navarra, el Fundador vuelve a repetir el gesto, utilizando casi las mismas palabras:

Excelencia: al poner el pie en esta tierra bendita de Navarra, considero gustoso mi primer deber enviar a V.E. un saludo lleno de respeto y afecto, puesto que no me va a ser posible ir a Madrid |# 207|.

El período que media entre carta y carta, del otoño de 1964 al otoño de 1966, son años de continuas campañas difamatorias contra el Opus Dei por parte de algunos. Por eso, si alguna advertencia tenía que hacer el Fundador a sus hijos era la de que no debían mantener cerrada la boca:

Debéis siempre estar alerta —les avisaba—: vigilate et orate!, siempre serenos, con la alegría, la paz y la valentía del que está en la rectitud. No podemos callar, porque esta Madre nuestra es y será —aunque pasen los años— menor de edad: y necesita que sus hijos la defiendan veritatem facientes in caritate: yo he escrito al Santo Padre tres veces, y una cuarta hoy, porque es necesario quitarse el cieno de encima. He de decir que el Papa tiene mucho cariño, y lo demuestra |# 208|.

Y una semana más tarde les repetía lo dicho:

Ahora es preciso que no os olvidéis del consejo evangélico: vigilate et orate! No podemos tolerar más la calumnia, ni la insinuación venenosa: y, de cada cien casos, los cien tienen su origen en esa España mía queridísima. ¡Basta! |# 209|.

A partir de la mencionada carta de junio de 1964, Mons. Escrivá procuró enviar periódicamente a la Secretaría de Estado noticias que pudieran ser de utilidad. La correspondencia entre el Cardenal Dell’Acqua y el Fundador es abundante; y la amistad entre ambos, fraternal. En todas las cartas se manifiesta un profundo afecto y devoción al Romano Pontífice.

Pido excusas a Vuestra Excelencia —escribe en una ocasión—, si le cuento estas cosas sin pudor alguno: pero, ante Dios y ante el Papa, quiero ser siempre sincero y espontáneo como un niño. Al mismo tiempo, querría poder ofrecer continuamente al Santo Padre motivos abundantes de consuelo y alegría.

Recuerdo que, en 1946, el entonces Sustituto de Su Santidad, Mons. Montini, tuvo la delicadeza de decirme una vez que le daba mucho gusto oírme hablar del Opus Dei, porque de ordinario no Le llegan más que malas noticias de las cosas que no van bien en este mundo. Por eso es grande la pena que siento cuando entre las noticias que le envío —porque me parece que pueden ser realmente útiles— las hay que no son demasiado consoladoras |# 210|.

Efectivamente, no todas las noticias que enviaba al Papa le resultarían agradables. Tales eran los tiempos que se vivían. Se había comprometido a no guardar silencio si ello afectaba a la Iglesia o a la Obra. En varias ocasiones tuvo que coger la pluma, pues hasta Roma llegaban las salpicaduras de ciertas campañas de prensa, francesa y española, que desvirtuaban la naturaleza espiritual del Opus Dei y negaban su dimensión universal |# 211|. Entonces exponía al Papa la realidad objetiva de los hechos, la falsedad de las acusaciones y el origen de los ataques. Como era natural, estos desagradables sucesos, aunque no le quitaban la paz interior, algo le afectaban. Contemplados desde arriba eran un cúmulo de bajezas, pequeñas y rastreras:

Me dio pena leer aquella mordacidad obscena, que enviaron anónimamente desde España. Es inevitable que el demonio no esté contento: cuando va bien para los corderos, no va bien a los lobos. Quemé el papelucho. Estad tranquilos, porque vuestro trabajo y el de vuestros hermanos —el Opus Dei— llega al cielo en olor de suavidad |# 212|.

¿Cómo hacer frente a la maledicencia difundida por los enemigos de Dios y de su Iglesia? El Fundador había pensado el modo: conceder entrevistas a corresponsales de diversas naciones y periódicos. La primera de ellas la concedió a un corresponsal de Le Figaro, y apareció publicada en mayo de 1966 |# 213|. Su proceder era sencillo: contar claramente la verdad, repitiendo incansablemente que en el Opus Dei todos obran con completa libertad personal, sin que la diversidad en el actuar o en el opinar constituya ningún problema para la Obra, porque la diversidad que existe y existirá siempre entre los miembros del Opus Dei es, por el contrario, una manifestación de buen espíritu, de vida limpia, de respeto a la opinión legítima de cada uno |# 214|.

Contemplando ahora los acontecimientos en su debida perspectiva no parece sino que la Obra, por querer de Dios, tenía que pasar esta prueba. El caso es que, con motivo de unas elecciones sindicales en España, aparecieron comentarios y artículos que defendían una mayor representatividad sindical. Los autores de algunos de esos artículos eran personas del Opus Dei. Lo cual produjo una violenta reacción de la cadena de periódicos del régimen, llamada Prensa del Movimiento, y el diario Pueblo, de la Organización Sindical Española. Mons. Escrivá intervino en el asunto, no por el daño que esos periódicos podían causar a su persona ante la opinión pública sino porque el alboroto estaba montado sobre calumnias y representaba, por lo tanto, una ofensa a Dios |# 215|. Por indicación del Fundador, el Consiliario de España, Florencio Sánchez Bella, se encargó de visitar a los altos jefes de la Secretaría General del Movimiento y de Sindicatos para protestar contra tan injusta campaña. No habiendo obtenido ningún resultado, repitió de nuevo la protesta en el mes de octubre ante el Ministro Secretario General del Movimiento, también sin éxito |# 216|.

El Fundador fue conociendo los entresijos de aquella organizada campaña, y supo de personas que no digieren lo espiritual y, aunque les metas en la cabeza y en el corazón el vino de las bodas de Caná, es inútil, porque lo convertirán inmediatamente en vinagre.

El comprador y los vendedores, igual que aquellos que retrata Cervantes, pícaros al fin todos, son capaces de apalear a una mujer, que no puede defenderse, o de lanzar pellas de miseria contra un sacerdote, que no debe defenderse: porque está obligado a manifestar su mansedumbre. Es la de esa gente una manifestación de cobarde bellaquería, que hay que perdonar y —no faltaba más— que perdonamos |# 217|.

Pero el sacerdote sí que sabía defenderse, y escribió una carta clara, contundente y muy caritativa, dirigida a José Solís Ruiz, Ministro Secretario General del Movimiento:

Roma, 28 de octubre 1966

Muy estimado amigo:

Hasta aquí me llega el rumor de la campaña que, contra el Opus Dei, hace tan injustamente la prensa de la Falange, dependiente de V. E.

Una vez más repito que los socios de la Obra —cada uno de ellos— son personalmente libérrimos, como si no pertenecieran al Opus Dei, en todas las cosas temporales y en las teológicas que no son de fe, que la Iglesia deja a la libre disputa de los hombres. Por tanto, no tiene sentido sacar a relucir la pertenencia de una determinada persona a la Obra, cuando se trate de cuestiones políticas, profesionales, sociales, etc.; como no sería razonable, hablando de las actividades públicas de V. E., traer a cuento a su mujer o a sus hijos, a su familia.

Con ese modo de proceder equivocado se comportan las publicaciones que reciben inspiración de su Ministerio: y así no logran más que ofender a Dios, confundiendo lo espiritual con lo terreno, cuando es evidente que los Directores del Opus Dei nada pueden hacer para cohibir la legítima y completa libertad personal de los socios, que nunca ocultan —de otra parte— que cada uno de ellos se hace plenamente responsable de sus propios actos y, en consecuencia, que la pluralidad de opiniones entre los miembros de la Obra es y será siempre una manifestación más de su libertad y una prueba más de su buen espíritu, que les lleva a respetar los pareceres de los demás.

Al atacar o defender el pensamiento o la actuación pública de otro ciudadano, tengan la rectitud —que es de justicia— de no hacer referencia, desde ningún punto de vista, al Opus Dei: esta familia espiritual no interviene ni puede intervenir nunca en opciones políticas o terrenas en ningún campo, porque sus fines son exclusivamente espirituales.

Espero que habrá comprendido mi sorpresa, tanto ante el anuncio de esa campaña difamatoria como al verla realizándose: estoy seguro de que se dará cuenta del desatino que cometen y de las responsabilidades que en conciencia adquieren ante el juicio de Dios, por el desacierto que supone denigrar a una institución que no influye —ni puede influir— en el uso que, como ciudadanos, hacen de su libertad personal sin rehuir la personal responsabilidad, los miembros que la forman, repartidos en los cinco continentes.

Le ruego que ponga un final a esa campaña contra el Opus Dei, puesto que el Opus Dei no es responsable de nada. Si no, pensaré que no me ha entendido; y quedará claro que V. E. no es capaz de comprender ni de respetar la libertad, qua libertate Christus nos liberavit, la libertad cristiana de los demás ciudadanos.

Peleen ustedes en buena hora, aunque yo no soy amigo de las peleas, pero no mezclen injustamente en esas luchas lo que está por encima de las pasiones humanas.

Aprovecho esta ocasión para abrazarle y bendecirle, con los suyos,

in Domino |# 218|.

El Fundador era verdaderamente un "romántico", que luchaba por la libertad sin meterse en política |# 219|. Porque si bien la política es arte de gobierno, con muchas posibilidades y muy variada inspiración, no hay que olvidar que es también puerta de acceso al poder. Para Mons. Escrivá, el respeto a la libertad humana era la mejor garantía de la unidad interna de la Obra; mientras que la ambición de poder llevaría derechamente a su desintegración. Tal es la condición común del hombre: una perenne tentación de imponer la propia voluntad a sus conciudadanos. Razones en las que, aparte las sobrenaturales, se apoyaba el Fundador para afirmar que un Opus Dei metido en política es un fantasma que no ha existido, que no existe y que nunca podrá existir: la Obra, si sucediera ese caso imposible, inmediatamente se disolvería |# 220|.