4. El Hotel Sabadell

“El Fundador del Opus Dei”, biografía escrita por Andrés Vázquez de Prada

Pasadas las primeras semanas de angustia de don Josemaría, al pensar en que podía haber contraído una tuberculosis, y en el peligro de contagio que corrían sus hijos, adoptó ante aquella rebelde enfermedad un punto de vista bastante diferente. Muy pronto vio que se trataba de purificarle por medio del dolor y de la sequedad espiritual; y así los recibió de manos del Señor, como una caricia |# 150|.

En cuanto rindió viaje en Burgos de su correría apostólica "de tanteo", ya se había hecho cargo de cuáles eran las necesidades más apremiantes, y las resumía en dos palabras: Señor: necesitamos gente y dinero |# 151|.

Y de gente, ¿cómo andaba? Esa temporada venía repitiendo el Padre que precisaba cincuenta hombres que amen a Jesucristo sobre todas las cosas |# 152|. A primera vista no parecía difícil hacerse, entre tanto héroe de guerra, tanto joven decidido, con un puñado de vocaciones. Sin embargo, geográficamente, con sus hijos desparramados por frentes distintos, en los extremos norte o sur de la península, los desplazamientos para llevar la dirección espiritual resultaban lentos y entorpecían las visitas regulares. Otro posible remedio consistía en obtener permisos militares y pasar unos días en nuestra Casa de San Miguel de Burgos, como anunciaba en la Carta circular del 9 de enero. Pero si el Padre esperaba que el ardor religioso y patriótico sirviera de trampolín para lanzar a la juventud militarizada a un ideal más alto, se llevó grandes chascos: ¡Tanta gente joven, dispuesta a morir, por un ideal!... y ¿...? ¡¡¡imposible!!! |# 153|.

En el mundillo militar existía una institución con la que se vio obligado a encararse seriamente don Josemaría, a pesar de venir floreada de patriotismo. Era ésta la de las "madrinas de guerra". No todo era trigo limpio. En más de una ocasión tuvo que aconsejar el romper relaciones con determinadas personas. Al pedir don Josemaría, como fruto del apostolado en la milicia, cincuenta hombres que amasen a Jesucristo "sobre todas las cosas", en este montón de cosas que superar iban comprendidas las madrinas de guerra y similares.

El Amor bien vale un amor, aseguraba a los suyos |# 154|. Y, ¿cómo había correspondido él, el Fundador, a ese Amor?, ¿cómo había reglado su vida en esos nueve años y medio de existencia del Opus Dei? Esta consideración le movió a escribir, desde Zaragoza, al prelado de Ávila:

Jesús guarde a mi Señor Obispo.

Padre: aquí está este pecador, a saludarle, a decirle que no le ha olvidado ningún día —menos, ahora, ante el Pilar—, y a pedirle que mi Padrecico, el Sr. Obispo, nos ayude con sus oraciones y nos bendiga. Vamos a terminar la primera mitad de nuestro décimo año de labor silenciosa y escondida... ¡Qué cuentas me pedirá el Señor!

Ayúdeme V. E. a rendirlas cum gaudio et pace |# 155|.

«Me hizo gracia —le contestaba unos días más tarde Mons. Santos Moro— que hable Vd. de la "cuenta" que le pedirá N. Señor. No, para Vds. no será Juez —en el sentido austero de la palabra—, sino simplemente Jesús. Ojalá pudiera yo prometerme otro tanto, trabajando como Vds., ya que no como Capitán, siquiera "sicut bonus miles Xi. Iesu"...» |# 156|.

Al tiempo de cruzarse estas cartas, por correo, se hallaba don Josemaría en el momento más cruel y oscuro de su enfermedad, y dominado por el presentimiento de que padecía una tuberculosis.

Seguían buscando piso. Es lástima —escribía el Padre— que no se haya logrado encontrar casa: habríamos estado mejor y más baratos. Claro que, en medio de todo, donde estamos, estamos bien |# 157|. Sin embargo, pocos días de estancia les quedaban en la pensión de Santa Clara. Esa misma semana, a fines de marzo, se produjo un pequeño revuelo. La patrona estaba decidida a echar a Pedro y a Paco, para instalar allí a otras dos personas. Si querían estar juntos tendrían que marcharse todos a otra parte. Y para agravarlo, a la hora de presentarles las cuentas de la pensión alguien debió de cargar la mano deliberadamente, pues don Josemaría habla de unas cuentas dignas del patio de Monipodio |# 158|. Así lo contaba a Ricardo: ¡Si vieras las cuentas del Gran Capitán, que se han permitido presentarnos! |# 159|.

Don Francisco Morán le había pedido «una nota, con los fines, origen, desarrollo y estado actual» de su empresa |# 160|. Con no mucho entusiasmo, don Josemaría envió al Sr. Vicario una hoja sobre el origen, fines, apostolado y desarrollo de la Obra. El texto es breve, apretado y sucinto. Pero don Josemaría quedó un tanto insatisfecho. Hubiera preferido explicarse de palabra, porque algunas de las cosas que dejaba por escrito corrían peligro de no ser entendidas justamente. De todos modos, concluye la nota con un inevitable comentario que claramente expresa sus sentimientos: ¡Qué poquitas cosas se pueden decir, en una hoja así escrita! Y, sin embargo, aún me parece que he sido indiscreto. Y, desde luego, incompletísimo |# 161|.

A raíz de esta nota el Padre comenzó a pensar seriamente en la vuelta a Madrid, replanteándose los problemas con la vista puesta en la terminación de la guerra:

Estar en Burgos —se decía a sí mismo— no es estar en nuestro centro. Ni mucho menos. Mientras la guerra no tenga fin, tal como está constituida la familia —gente excesivamente joven— se puede decir que no tendré la tranquilidad —sí, la paz— que es necesaria para hacer labor honda. No quiero, con esto decir que no trabaje, porque, entre unas cosas y otras no se para, pero es indudable que, con gente más hecha en años, ahora se haría una obra estupenda. En fin, Dios sabe más |# 162|.

Volver a poner en marcha las cosas, después de una guerra tan destructora y funesta, no iba a ser coser y cantar. Bien lo meditaba el Padre, sin hacerse ilusiones felices sobre la paz:

¡Tengo unas ganas de que se acabe esta guerra! Entonces comenzaremos, recomenzaremos, otra quizá más dura, pero más nuestra. Y pienso que quizá haya que volver a vivir aquellos años terribles de penuria. No importa: el Señor, con nuestro esfuerzo al máximo también, nos sacará de todo antes, más y mejor de lo que podemos soñar |# 163|.

Mientras tanto, quisiéralo o no, tendría que residir en Burgos.

* * *

Cuando el domingo, 3 de abril, el Padre entró en Burgos, de regreso de Vitoria, ya habían desalojado los cuartos de Santa Clara. Ahora, su nuevo domicilio era el Hotel Sabadell, calle de la Merced, 32. En el folleto impreso del hotel se lee: «Magníficamente situado frente al río Arlanzón. El más próximo a la Catedral y cerca de la Estación. — Precios especiales para familias y estables. — Calefacción central. Agua corriente caliente y fría en todas las habitaciones. Cuartos de baño». (El texto del folleto había sido redactado en tiempos de paz).

Don Josemaría, a la hora de ocupar esta nueva vivienda, no se deshace en elogios. Simplemente nos dice: No estoy contento con nuestro nuevo domicilio, porque sale caro |# 164|. (El precio que pagaban era de cuatro pesetas por cama, es decir, de dieciséis pesetas diarias por la habitación que ocupaban, ya que en ese precio no estaba incluida ninguna comida).

La categoría del hotel no pasaba de tercera clase. Constaba de planta baja y tres pisos. Su aspecto era agradable. Por la fachada principal podía imaginarse la disposición interna del hotel. La entrada estaba protegida por una marquesina de hierro y cristal; y sus tres pisos tenían, cada uno, tres habitaciones a la calle: la central con un balcón y las dos laterales con miradores de cristalera. El cuarto que ocupaban correspondía a uno de esos miradores de la primera planta. En el fondo tenía una alcoba, especie de recámara oscura y sin ventilación, con un lavabo, y separada por una cortinilla de tela del resto de la habitación. En esa alcoba dormía el Padre; y el cuarto principal lo llenaban tres camas, una al lado de la otra; dejando, enfrente, espacio para una mesa, un par de sillas y un pequeño armario ropero, más que suficiente para almacenar lo poco que traían. Por toda decoración había dos horribles litografías que terminaron por quitar. Colgaron luego en su lugar un pequeño crucifijo de madera y una imagen de la Virgen, con aire de icono bizantino; y, para dar un poco de colorido a las desnudas paredes, confeccionaron unos patrones con los que hicieron banderines de fieltro de color, que llevaban las siglas RIALP y DYA. Y con objeto de seguir la marcha de la guerra y conocer el paradero de sus hijos, desplegaron en la pared un mapa de Aragón y Cataluña, en el que se indicaba, con banderitas y otras señales, la situación de los frentes de batalla |# 165|.

Habla el folleto del hotel de cuartos de baño. Se refiere, por supuesto, a un cuarto por cada planta. El Padre, que era el primero que lo utilizaba, para ganar tiempo en la operación dejaba por la noche la bañera llena de agua, que, por cierto, amanecía helada en las mañanas de invierno, porque la ventana tenía un cristal roto. Luego abría el grifo para llenar de nuevo la bañera. «Porque ya se comprende —precisa Paco Botella— que no había ducha ni agua caliente» |# 166|.

El traslado de ropa y equipaje de la pensión al hotel no ofreció mayores inconvenientes. Componían los enseres unos cuantos recuerdos del paso de los Pirineos —el vaso eucarístico, la rosa de Rialp, la bota de vino—, los papeles, cartas, diario y fichero; y muy pocas cosas más. El objeto más engorroso era una máquina de escribir portátil, de segunda mano, comprada por cuatro perras en una tienda de los soportales de la plaza Mayor. Era de marca "Corona" y tenía un teclado muy peculiar; por razones de técnica mecánica no podía escribir deprisa. Era lenta, pero segura. La habían comprado para preparar el original de "Noticias" del mes de marzo de 1938, continuando la idea de los veranos de 1934 y 1935. Esta "hoja familiar" |# 167|, en la que daban noticias de amigos y residentes de Ferraz y consejos espirituales, se enviaba en sobre cerrado a cada uno de los interesados. El propósito de don Josemaría era que esta hoja apareciese mensualmente, en la segunda quincena del mes. El proceso de su elaboración consistía en enviar el original, escrito a máquina, a don Eliodoro Gil, a León; el cual mandaba luego a Burgos, para distribuir, las copias hechas a multicopista. Cuantos recibían las "Noticias" sentían renacer en el alma nuevos impulsos con su lectura:

Ahora mismo en el cuartel, en la trinchera, en el parapeto, en el forzoso descanso del hospital, con vuestra oración y vuestra vida limpia, con vuestras contradicciones y con vuestros éxitos, ¡cuánto podéis influir en el impulso de nuestra Obra! Vivamos una particular comunión de los santos: y cada uno sentirá, a la hora de la lucha interior, lo mismo que a la hora de la pelea con las armas, la alegría y la fuerza de no estar solo (Marzo, 1938) |# 168|.

Y el impacto espiritual se notaba por las muchas cartas que se recibían en el Hotel Sabadell, especialmente a partir del mes de abril:

¡Qué bien reflejáis, en vuestras cartas —se lee en la hoja de Noticias de julio de 1938—, la alegría que os producen estas líneas! Son como recibir, a un mismo tiempo, cartas de muchos amigos; recuerdos de muchas horas de trabajar y de reír juntos; deseos y confianzas de un nuevo y aun más laborioso porvenir... |# 169|.

El dejar la pensión de Santa Clara para instalarse en el hotel supuso «un gran adelanto», en opinión de Pedro y de Paco, pues era el adiós a aquella vida familiarizada que congregaba a todos los huéspedes alrededor de una mesa, para tomar juntos la sopa a hora fija. Bien mirado, la vida que llevaban ahora en el hotel tampoco era de total independencia. La cortinilla que separaba el cuarto principal de la alcoba donde dormía el Padre valía tan sólo en cuanto símbolo. Durante el día procuraba encontrar el sacerdote algún rato, en que los demás se hallaban fuera, para tomar las disciplinas, ya que no podía utilizar el cuarto de baño, en atención a la quietud de la casa y al sosiego de sus huéspedes. Pero, encontrase o no ocasión a propósito para ello, corría la cortina y despachaba con aquella energía que ya conocían doña Dolores, y Ricardo Fernández Vallespín, y Álvaro del Portillo. También Pedro se ponía nervioso. Cuando quiso intervenir para que atenuase los golpes, el Padre le contestó que si habían sido testigos de sus debilidades y miserias, ¿qué importaba que lo fuesen ahora de su penitencia? |# 170|.

Lo que sí contaba como una indiscutible ventaja del cuarto era el disponer de un mirador con cristaleras. Medía éste dos metros escasos de largo por menos de un metro de profundidad. Cabían en él, justamente, dos silloncitos y una mesita de mimbre. A este estrecho recinto se le dio un honroso destino. En cuanto se bajaban las persianas de listoncillos verdes y se cerraban desde dentro de la habitación las vidrieras, con sus correspondientes contraventanas, se hacía un reservado donde charlar con intimidad. Cuando esto sucedía, desde el interior del cuarto Paco y Pedro se daban las ¡buenas noches!, y encendían la luz eléctrica.

El mirador, aislado de las tres camas en batería, adquiría un aire de elegancia y discreción que hacía olvidar al visitante la pobreza del resto del cuarto. Lo mismo servía de confesonario que de saloncito de recibir. Por allí pasó mucha persona importante: monseñores, profesores de Universidad, médicos, diplomáticos, sacerdotes amigos, industriales, altos funcionarios... En fin, todo ese sector que, en los propósitos del retiro espiritual hecho en Pamplona, definía don Josemaría como proselitismo, sobre todo con catedráticos. A esta prometedora labor apostólica con profesionales se refería cuando observaba que es indudable que, con gente más hecha en años, ahora se haría una labor estupenda |# 171|.

Para ayudarle a realizar esta labor con intelectuales, solamente tenía a su lado a José María Albareda, a quien encargó, además, de algo muy concreto: la formación de un depósito de libros, que serían el comienzo de la biblioteca del futuro centro que montasen en Madrid al acabar la guerra. Fue el mismo Padre quien lanzó la idea de una biblioteca circulante. ¿Por qué no comienzas a escribir, pidiendo libros?, le decía a José María Albareda. Tres meses más tarde enviaban una circular en varios idiomas avalada con las firmas de quince catedráticos, solicitando libros por todo el mundo. La dirección que daban era la del hermano de José María en San Juan de Luz. Llegaron muy pocos libros; y las pocas revistas y separatas que alcanzaron su destino venían con destrozos y maltratadas por el correo |# 172|.

* * *

No abundaban los permisos para pasar unos días en retaguardia. Quien los conseguía, y tenía la suerte de pasar unas horas o un día con el Padre, era muy bien acogido. Con estos visitantes salía don Josemaría de paseo por la ribera del Arlanzón, hacia el monasterio de Las Huelgas o hasta la Cartuja. Otras veces subía con ellos a la torre de la catedral, a contemplar desde lo alto el espinazo de las bóvedas, los pináculos y la crestería de piedra labrada recortándose en el azul. Luego, de vuelta al Hotel Sabadell, acababan encerrándose en el mirador para charlar confidencialmente. Y si pasaban la noche en Burgos, les invitaba a asistir a su misa, que solía celebrar de mañana en la iglesia de San Cosme |# 173|.

Pero, como decía el Padre: estar en Burgos no es estar en nuestro centro. Cuando los jóvenes militarizados no podían ir a verle, se desplazaba a su encuentro. Si alguien necesitaba de su ayuda y consejo, no vacilaba en buscarle, por lejos que se encontrara. Hasta Andalucía fue para intentar ver a un joven que se hallaba en apuros |# 174|.

El día 17 de abril estaba en camino. La ruta, a causa de la guerra, no era muy expedita. Don Josemaría, para diversión de sus hijos, prometió escribirles. Con muy buen humor recogía las impresiones del ambiente y lo pintoresco de los personajes con que se topaba. Acababa de llegar a Córdoba; y escribía:

Voy al hotel. ¡Qué saludadores son en Córdoba! Todo el mundo, el saludo militar, al sacerdote desconocido, o el sombrerazo. ¡Otro sombrero cordobé!

En el hotel me dan la habitación número 9. El número que me entusiasma (¡esa teología de las matemáticas!). En León aún conocían mejor el negocio: me dieron el 309: y pensé: el 3, mi Padre-Dios; el 0, yo, pecador (mea culpa!); y el 9, mis chicos. ¡Qué rebueno es Jesús, que, con tan poca cosa, nos lleva a Él!

Me he puesto a escribir cartas, a estos hijos de mi alma. Llega Miguel: un abrazo. Pax! In aeternum. Anochece y, en confidencia filial, noblemente, con extremada sencillez, desahoga los casi dos años de separación. Y el Padre —muy Padre quiero ser siempre, para todos— da consejos y normas prácticas, y da también —quiero darlo— Amor de Dios y ese cariño nuestro, que es chispazo de aquel Amor.

No vuelve a Alcolea. Se queda conmigo, en la fonda, Miguel. Cenamos. Paseo. Preces. Bendición |# 175|.

Vuelta a Sevilla. Más visitas. Nuevas dificultades. Los trenes venían llenos y don Josemaría no tenía reserva de billete para el tren de la noche. Le aconsejaron desplazarse a Utrera, donde tendría más posibilidades de hallar billete. Andaba muy corto de dinero cuando a las seis de la tarde, ya en Utrera, se acercó a la ventanilla donde expedían billetes y expuso su caso al factor, pues los únicos asientos disponibles eran de primera o segunda clase:

Yo le explico mi caso. Él, paciente y amablemente, me da la tarifa en 3ª, para la que tengo dinero; y en segunda, para la que no me llega el capital. Mira otra vez la tarifa, acortando el trayecto: en segunda, podría justamente llegar a Salamanca.

Había que esperar a que el tren saliese de Cádiz y telegrafiasen a Utrera indicando el número y clase de billetes que quedaban libres. Don Josemaría, con la remotísima esperanza de obtener un billete de tercera clase hasta Burgos, encomendó el asunto vivamente a su Custodio, que ese día causó una auténtica revolución en la taquilla. En efecto, volvió a la estación a las ocho y pico: El factor me ha reservado billete de 3ª, y dice —a mi Santo Ángel Custodio lo encomendé— con pasmo: "hoy telegrafían que venda diecisiete billetes..., y ¡todos de tercera!" Yo no me podía pasmar |# 176|.

Dos noches de tren, y un día en medio; a las cuatro de la madrugada del 23 de abril se presentó don Josemaría en el Hotel Sabadell. A continuación del mes de abril vinieron las visitas y viajes de mayo, sin pausas ni descansos intermedios. El mes de mayo, casi íntegro —cuenta al Obispo de Ávila—, lo pasé de una parte a otra, incluso en la primera línea del frente de Teruel |# 177|. La razón del desplazamiento a un frente, tan peligroso y activo como el de Albarracín (Teruel), fue que llevaba mucho tiempo sin ver a Juan.

* * *

El Señor continuaba dando cohesión, fortaleza y madurez a la Obra. El Fundador, con fino sentido realista de lo que estaba ocurriendo en la historia, y de lo que se avecinaba, escribía: Vamos a encontrar dificultades, pero —¡son tantos los favores patentes de Dios, en estos meses!— las venceremos |# 178|. Estaba repitiendo lo dicho dos semanas antes: Sólo hay motivos de agradecimiento al Señor. Sin embargo, me abruma pensar en lo que se me viene encima |# 179|.

Pero, cuanto mayor era la tensión entre los favores de la gracia y los obstáculos que había de superar, más avanzaba el Fundador y, en su marcha hacia la santidad, arrastraba tras sí a toda la Obra. Claro es que este secreto dato espiritual de su biografía no tiene comprobación directa, pero lo confirman los elocuentes silencios de esta época. Comienzan esos silencios en la primera semana de marzo de 1938, en medio de fuertes tinieblas de desamparo espiritual que le hacían verse desnudo y avergonzado, como nuestros primeros padres al salir del Paraíso. Y, a partir de esas fechas, siguen semanas y meses de silencio en sus Apuntes. Tan sólo, muy de tarde en tarde, accede el Fundador a mostrar las claridades de su unión contemplativa, como ráfagas de luz en la oscuridad de la noche.

El lunes, 6 de junio, anota en sus Apuntes uno de esos serenos resplandores:

Mi oración de la mañana camino de las Huelgas: guiado por S. José, me he metido, con luz del Espíritu Santo, en la Llaga de la mano derecha de mi Señor |# 180|.

Al volver a casa, por la tarde, todavía metido en la llaga divina, escribía a Juan Jiménez Vargas:

Burgos — 6-VI-938.

+ Jesús te me guarde, para Él.

Querido Juanito: Esta mañana, camino de las Huelgas, a donde fui para hacer mi oración, he descubierto un Mediterráneo: la Llaga Santísima de la mano derecha de mi Señor. Y allí me tienes: todo el día entre besos y adoraciones. ¡Verdaderamente que es amable la Santa Humanidad de nuestro Dios! Pídele tú que Él me dé el verdadero Amor suyo: así quedarán bien purificadas todas mis otras afecciones. No vale decir: ¡corazón, en la Cruz!: porque, si una Herida de Cristo limpia, sana, aquieta, fortalece y enciende y enamora, ¿qué no harán las Cinco abiertas en el madero? ¡Corazón, en la Cruz!: Jesús mío, ¡qué más querría yo! Entiendo que, si continúo por este modo de contemplar (me metió S. José, mi Padre y Señor, a quien pedí que me soplara), voy a volverme más chalao que nunca lo estuve. ¡Prueba tú! [...]

Siento una envidia enorme de los que están en los frentes, a pesar de todo. Se me ocurre pensar que, si no tuviera bien señalada mi senda, sería magnífico dejar corto al P. Doyle. Pero... eso me iría muy bien: nunca me costó gran cosa la penitencia. Sin duda, ésta es la razón de que me lleven por otro camino: el Amor. Y el caso es que se me acomoda mejor todavía. ¡Si no fuera tan borrico!

Vaya, hijo: Dominus sit in corde tuo!...

Un abrazo. Desde la Llaga de la mano derecha, te bendice tu Padre

Mariano |# 181|.

Había cogido el pulso a ese secreto latir del Corazón de Cristo, no por el camino del temor y de la penitencia sino por el del Amor y la filiación divina.

* * *

Isidoro, en una de las cartas enviadas a los demás miembros de la Obra en zona republicana, les hacía esta consideración: «cuando hemos tenido al abuelo con nosotros no hemos sabido aprovecharnos de él. Muchas veces he pensado en ello; es la dinamo potente que nos nutre de energía» |# 182|. El empuje, la fuerza motriz del Fundador provenía de su energía espiritual.

Las cosas que hay que hacer, se hacen, era uno de sus principios establecidos; se comienzan como se puede. No se dejan de hacer, por falta de elementos —de instrumentos—, sino que se comienzan |# 183|.

Estos razonamientos sobre la pobreza y las exigencias apostólicas, explican muchas paradojas de la vida del Fundador. Porque el arte de combinar, en su justa proporción, los medios materiales y los sobrenaturales, es auténtico arte de santidad. En semejantes ocasiones, el resto de los mortales suele pasarse por presunción o quedarse corto, por falta de fe.

Fue en Utrera, antes de coger el tren de vuelta a Burgos, cuando observó don Josemaría que la sotana que le había regalado don Marcelino, de no muy buena tela y de peor confección (y en ello no había tenido arte ni parte el Sr. Obispo), se le desintegraba: porque mi sotana, tantas veces cosida por mí —nos dice—, lleva sueltos los forros |# 184|.

Aunque a veces disponía de dinero para gastos específicos, nunca tenía una peseta para sus necesidades personales. Periódicamente enviaba cierta cantidad al Obispo de Ávila para estipendios de misas de sus sacerdotes, que él, en cambio, no tocaba por haber renunciado a todo estipendio. Éste era el sacerdote que andaba buscando afanosamente un millón, mientras viajaba siempre en tercera clase, y ni comía ni bebía, para no gastar. En la hoja mensual de Noticias pedía a los chicos del frente una limosna, con la que cubrir gastos de viajes e incluso distribuir entre los necesitados |# 185|. Pero tampoco tocaba el Padre esas pesetas. Se atenía rigurosamente a los fondos de la caja en que se guardaban los dineros para hacer frente a los gastos diarios. Tratábase de una caja de madera que había servido de envase a un queso de Burgos. Su contenido no sería tentación para ningún ratero. En cuanto al procedimiento de contabilidad que se seguía era, como explicó un día José María Albareda al Padre, el llamado «vectorial». Es decir, indicando los movimientos de caja con una flecha, hacia dentro o hacia afuera, según se tratase de un ingreso o de una salida. Le cayó en gracia al Padre. ¡Dos matemáticos —Pedro y Paco—, y un investigador —José María Albareda—, que llevaban las cuentas peor que la cocinera de doña Dolores en Barbastro! A partir de entonces los matemáticos se ajustaron al universal: Haber y Debe |# 186|.

En ocasiones extraordinarias, mostrando tangiblemente su fe, don Josemaría prescindía de los ahorros. Así, un domingo por la tarde, preguntó al que hacía de cajero, cómo andaba de fondos. Le contestó que no podrían pagar el recibo del hotel, que el administrador les pasaría al cobro a la mañana siguiente. Pero, ¿queda dinero para merendar?, insistió el Padre, con el fin de levantar el ánimo a los suyos. Y ese día merendaron. El lunes, después de desayunar, llegó un giro de unos miles de pesetas que enviaba, desde Santander, Manolo Pérez Sánchez, otro de los asiduos a Ferraz |# 187|.