Santa Sede-Israel, entre la amistad y la desconfianza

Las relaciones entre cristianos y judíos han mejorando notablemente en los últimos cuarenta años, con los desarrollos doctrinales del Vaticano II sobre el judaísmo, los gestos y palabras de Juan Pablo II, y el ininterrumpido diálogo interreligioso

En diciembre de 1993 se firmó un Acuerdo Fundamental entre la Santa Sede y el Estado de Israel por el que se establecían relaciones diplomáticas. Se cumplía así un antiguo deseo del mundo judío. Como gesto de buena voluntad, Juan Pablo II optó por proponer un Acuerdo Fundamental y negociar más tarde cuestiones concretas, como el estatuto jurídico de las instituciones eclesiásticas y su tratamiento fiscal.

Y pasaron 15 años

Parecía que todo podía arreglarse con rapidez, pero se necesitaron cuatro años –hasta noviembre de 1997– para que la Iglesia obtuviera reconocimiento jurídico en Israel, con una lentitud que en el Vaticano produjo perplejidad y preocupación. La Iglesia católica tiene unas trescientas instituciones en Tierra Santa, que incluyen iglesias, conventos, escuelas y organismos de caridad.

Sin embargo, quince años después del establecimiento de relaciones diplomáticas, todavía hay cuestiones que siguen sin resolverse. El acuerdo sobre el reconocimiento jurídico de la Iglesia aún no ha sido ratificado por la Knesset (Parlamento).

El acuerdo sobre el tratamiento fiscal de las propiedades de la Iglesia católica parece cercano, pero aún no se ha firmado. Según la ley israelí, los templos están exentos de pagar el impuesto sobre bienes inmuebles, pero la Iglesia posee también otras instalaciones (hoteles para peregrinos, escuelas, residencias...) cuyo estatuto fiscal es controvertido. El pasado 30 de abril se reunió la comisión negociadora “en una atmósfera de gran amistad y espíritu de cooperación y buena voluntad”, según el comunicado. Pero la negociación no se cerró, y se ha dado una nueva cita para el 10 de diciembre de 2009 en el Vaticano.

Otro punto de conflicto repetido tiene que ver con la concesión de visados y permisos de residencia al personal eclesiástico. En 2004 las Iglesias denunciaron estas restricciones de visados, que entonces afectaban a 138 religiosos. El problema radica en que los ciudadanos de los países árabes por regla general sólo reciben visados para entrar una sola vez, y no de entrada múltiple. Además, deben someterse a procedimientos de aprobación muy lentos. Esta norma, justificada con razones de seguridad, el Estado de Israel la aplica también al clero.

Esto trae graves problemas al trabajo pastoral de la Iglesia. El patriarcado latino dispone de dos centenares de sacerdotes, religiosos y religiosas que proceden de los territorios palestinos, Jordania, Egipto, Irak y Líbano. El problema es que, incluso cuando un sacerdote egipcio o jordano destacado en Jerusalén o Belén acude a visitar a su familia por vacaciones, debe después esperar semanas o meses hasta que le permitan de nuevo la entrada. La complicación se amplía por el hecho de que el patriarcado latino no sólo abarca a Israel y los territorios, sino también a Jordania y Chipre, por lo que el personal eclesiástico necesita cierta libertad de movimientos.

En una entrevista realizada por Vicente Poveda en diciembre de 2008, el franciscano Artemio Vítores, vicario de la Custodia de Tierra Santa, declaraba a propósito de los visados que en Israel “vives con el sentimiento de que tienes una espada de Damocles sobre tu cabeza”, pues siempre hay la incertidumbre de que, si creas algún problema, te quiten la residencia.

La cuestión de los visados preocupa también por el hecho de que en el nuevo gobierno de Binyamin Netanyahu el Ministerio del Interior se haya adjudicado a un miembro del partido religioso Shas. La última vez que el Shas controló este ministerio hubo un frenazo total a la concesión de visados al personal eclesiástico.

El asunto inquieta también a Benedicto XVI, quien al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador israelí ante la Santa Sede en mayo del año pasado, se refirió a “algunas dificultades causadas por las continuas incertidumbres sobre los derechos y estatus legal” de los eclesiásticos , y mencionó en particular la cuestión de los visados (cfr. Aceprensa, 13-05-2008 ).

Los cristianos emigran

Otros que dependen también de los permisos israelíes son los cristianos de los territorios ocupados. El padre Artemio Vítores lamentaba esta situación en la entrevista: “En Belén, los cristianos vivían especialmente de ir a trabajar a Jerusalén. Pero el muro lo ha cortado todo. Ahora, para trabajar en Jerusalén necesitan un permiso especial, renovable cada tres meses, que los israelíes dan a quien quieren y retiran cuando quieren. El muro, además, se cierra con frecuencia”. Muchos han perdido su trabajo. “Los cristianos son cada vez una minoría más pequeña y probablemente tienen miedo también de que les tachen de pro israelíes al aceptar los visados”.

En consecuencia, muchos cristianos palestinos emigran por la falta de perspectivas económicas y por la ocupación israelí. En Belén, que tiene 30.000 habitantes, en 1967 la población cristiana era el 70% y hoy no llega al 15%. En su mayoría se van los hombres jóvenes, lo que trae el problema añadido de que las chicas no encuentran con quién casarse.

También por esa contracción de la población cristiana las peregrinaciones a Tierra Santa son importantes. Desde el punto de vista psicológico, para que los cristianos de Tierra Santa se vean acompañados por cristianos de otras partes del mundo. Y desde el punto de vista económico, por los ingresos que supone el turismo religioso.

Los cristianos en Israel son hoy el 2,1% de una población total de 7,1 millones de habitantes, en un país donde el 75,8% son judíos y el 16,5% musulmanes. En su discurso al recibir al embajador de Israel, el Papa subrayó que esta presencia cristiana representa “un potencial para contribuir significativamente a cicatrizar la separación entre ambas comunidades”, judía y musulmana. Benedicto XVI habló entonces de su sueño de que todas las personas de Tierra Santa puedan vivir en paz “en dos Estados soberanos independientes”, expresión que el gobierno de Netayahu se resiste a emplear.

Reacciones asimétricas

En las relaciones entre la Santa Sede e Israel, cuando una de las partes se queja de una postura de la otra, se observan reacciones asimétricas.

En 2007, en el memorial de Yad Vashem de Jerusalén, se puso un gran retrato de Pío XII junto a fotos aéreas del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau, con unos textos que acusaban al pontífice de indiferencia ante el holocausto judío. Ninguno de ellos recuerda los agradecimientos de la comunidad judía a Pío XII al término de la guerra. El Nuncio protestó, pero el retrato y los textos siguen ahí. En su viaje a Israel, Benedicto XVI visitará Yad Vashem, aunque no entrará en el museo donde se ofende la memoria de Pío XII.

En cambio, cuando Benedicto XVI, con el deseo de superar el cisma de los tradicionalistas lefebvrianos, levantó la excomunión a cuatro obispos, entre ellos a Richard Williamson, se armó el gran escándalo. Williamson había hecho unas declaraciones negando el Holocausto, cosa que la Santa Sede por lo visto ignoraba. La oficina de prensa de la Santa Sede y el propio Benedicto XVI tuvieron que salir al paso, para explicar que lo único que se buscaba era recomponer la unidad en la Iglesia, que el levantamiento de la excomunión era solo un paso previo que aún no suponía la reintegración de los obispos lefebvrianos, y que en modo alguno esta medida implicaba dar por buena las insostenibles opiniones de Williamson sobre el Holocausto.

La aclaración era sin duda necesaria, después de un error de comunicación. Pero lo más llamativo es que esta decisión del Papa, que no tenía que ver directamente con las relaciones entre católicos y judíos, pareciera en un primer momento anular todo el proceso de acercamiento de cuatro décadas. El Gran Rabinato de Israel anunció que cortaba sus relaciones con el Vaticano y canceló una reunión prevista.

Después las aguas se calmaron. El rabino David Rosen, encargado del diálogo interreligioso en el Gran Rabinato de Israel, dijo que “las comunidades judía y católica tienen demasiadas cosas en común como para cuestionar su relación de más de cuarenta años”. También es verdad que el viaje de Benedicto XVI a Tierra Santa, que sin duda interesa al Estado de Israel, estaba aún por confirmar, y el rabino Rosen se apresuraba a decir que “en el contexto de este episodio, es todavía más necesario para las relaciones judeo-cristianas que el Papa visite Israel y Tierra Santa” (La Croix, 12-02-2009).

Cuando la Santa Sede hace algo que no gusta a los israelíes –como el caso Williamson o la valoración de la figura de Pío XII, o las críticas a las matanzas de Gaza– enseguida se denuncia como una falta de colaboración en la lucha contra el antisemitismo. Pero cuando la intolerancia se dirige contra el cristianismo en Israel, el baremo no suele ser el mismo. A raíz del caso Williamson, en un programa televisivo de Canal 10, el comediante Lior Shlein ridiculizó con palabras e imágenes blasfemas a la Virgen María y a José, dentro de una emisión que el Vaticano consideró como “un vulgar y ofensivo acto de intolerancia hacia los sentimientos religiosos de los creyentes cristianos”. La cadena pidió disculpas después. Pero no cabe duda de que ninguna cadena europea se hubiera permitido hacer un programa de ese tipo para ridiculizar a los judíos.

Igualmente, se producen en Israel actos anticristianos que, si ocurrieran en otros países contra judíos se pondría el grito en el cielo. El padre Artemio Vítores cuenta uno significativo: “Hace unas semanas volvíamos los frailes [franciscanos] de Getsemaní. Cuando llegamos a la Ciudad Vieja nos encontramos una manifestación de judíos ortodoxos, todos muy jóvenes. Al parecer, recorren Jerusalén una vez al mes para decir que la ciudad es suya. Cuando vieron a los frailes, hubo insultos, escupitajos a la cara, en el hábito. Los policías no hicieron nada”. Los mismos ultraortodoxos organizan de vez en cuando quemas públicas del Nuevo Testamento. Estos incidentes, aunque sean aislados y obra de extremistas, llevan a preguntarse por las raíces de ese anticristianismo.

En el mundo católico, ha habido en los últimos tiempos una seria preocupación por desmontar prejuicios contra el judaísmo y revisar con este fin textos escolares. Pero ¿qué es lo que aprenden del cristianismo en las escuelas de Israel? “Más bien cosas negativas”, responde el P. Artemio Vítores, franciscano, vicario de la Custodia de Tierra Santa.