«¿De dónde sacas el tiempo?»

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

La mayor incógnita de mis amigas –afirma Margarita, ama de casa– es la eterna cuestión... «¿Pero tú de dónde sacas el tiempo?». Aunque mi marido y yo solemos decir que de lo único que no tenemos tiempo es de perder el tiempo. Sinceramente creo que el tiempo se estira y se encoge y todo es cuestión de querer. Para esto es aconsejable levantarse a una hora en punto todos los días. Más o menos, desde el día anterior tengo organizado el siguiente, aunque esto es muy elástico, porque las cosas no salen siempre como se tienen previstas. No se trata de organizar un régimen de cuartel, pero sí conviene prepararlo, y tener un horario, aunque sea ligero, porque después van surgiendo cosas. Así da tiempo a dedicar un rato durante el día a hacer oración, tratar a algunas amigas, tener la casa arreglada, y encima dar clases a los niños... Claro, que esto me hace ir corriendo todo el día.

Mi apostolado –concreta– surge naturalmente del trato con las personas que viven por los alrededores de mi casa y que, a fuerza de tratarnos, va nos hemos hecho amigas. Nos vemos y nos buscamos con frecuencia. Cuando ha pasado un poco de tiempo y no he podido estar con alguna de ellas, me suelo acercar a su casa al ir a buscar al pequeño al colegio. Siempre se tiene la oportunidad de ayudar a los demás o de proporcionarles nuevas experiencias en cualquier circunstancia. Con la enfermedad de un hijo mío, que estuvo siete años entre la vida y la muerte, solían venir algunas visitas y a lo mejor comentaban: « ¡Qué horror! Mira que pasaros eso a vosotros...». Entonces era el momento de explicarles que si se tiene una clara conciencia de la filiación divina, si de verdad se está convencido de que Dios es nuestro Padre y de que nos da fuerzas y nos ayuda en todo momento, las cosas se ven de otro modo... Suelo hablar mucho con mis amigas del trabajo de la casa, que puede convertirse en un trabajo profesional muy serio, en el que la falta de controles y de exigencias de un jefe debe ser sustituida por un sentido profundo de responsabilidad. A veces me suelo preguntar: «Si a mí me estuviera pagando una persona de fuera por ni¡ trabajo en la casa, ¿podría mantenerme con este sueldo?». Hablo también mucho con ellas del matrimonio... En realidad todo esto es hablar de Dios. Les suelo aconsejar libros para que se vayan formando y después conversamos sobre lo que han leído. Insisto sobre todo en la idea de que el trabajo no es algo que empieza y acaba en el mismo trabajo, sino que tiene una enorme repercusión, hasta el punto de que puede convertirseen el mejor medio de santificación. Pero esto no sólo para mí, que tengo una vocación concreta, sino para cualquier persona...