«He trabajado como un indio y...»

“La herencia de Mons. Escrivá de Balaguer”, escrito por Luis Ignacio Seco.

A la gente del Opus Dei hay que encontrarla en la calle, es decir, en el lugar donde trabaja o donde vive, y no es fácil que se pongan a contar su vida –vidas corrientes de personas corrientes– al primero que se acerque, sobre todo en lo que se refiere a su aspecto más íntimo, que es el espiritual. No podía ser de otro modo. Como la absoluta mayoría de los habitantes de este planeta, ninguno de ellos se siente noticia. Llegarán a serlo algunos, como cualquiera, por sus actividades, pero nunca por el hecho de pertenecer al Opus Dei. Por eso tienen verdadero mérito periodístico las entrevistas rápidas y vivas que hicieron a algunos miembros de la Obra varios periodistas, y que nos pueden ofrecer un animado mosaico de la cercana realidad del Opus Dei .

Manuel, por ejemplo, es un industrial catalán que se hizo a pulso en la vida. Tiene setenta y dos años y cuatro hijos varones.

–¿Cuándo conoció el Opus Dei?

–En 1951. Entonces mi segundo hijo, Antoni, estudiaba para ingresar en Ingenieros Industriales, aquí en Barcelona. Yo observé que todas las tardes él se marchaba, aparecía a la hora de cenar, y luego se quedaba a estudiar por la noche. «¿Dónde vas?», le pregunté. «Al Colegio Mayor Monterols, del Opus Dei», me contestó. «¿Y eso qué es?», volví a preguntar. Me dijo que allí estudiaban y me dio una explicación somera, añadiendo: «Si quieres enterarte de más, en Monterols te lo explicarán». La primera gestión que hice al día siguiente fue ir a ver a un fraile dominico, al que conocía, y le dije: «Tengo un hijo que frecuenta una residencia del Opus Dei; ¿qué le parece?, ¿qué debo hacer» Y me dijo: «Te contestaré con cuatro palabras: vale mucho más que vaya allí que a cualquier otro sitio; no te preocupes».

–¿Y se quedó usted tranquilo?

–Se lo dije a mi mujer y fui a Monterols. «Soy padre de Antoni y quisiera saber de buena tinta qué es el Opus Dei». El Director me lo explicó y me enseñó todo. Me habló del Fundador de la Obra, de que quien recibe esta vocación se guía por unas normas de vida cristiana, de que es una manera de procurar que la gente se santifique en su trabajo, donde Dios le ha puesto... Y yo pensaba mientras le oía: «He trabajado como un indio, no sé lo que son sábados, fiestas, ni vacaciones, de día y de noche... y cuántas veces me he preguntado, ¿para qué te servirá todo esto?»... Al salir de allí me dije: «Hoy he descubierto la cosa mayor de mi vida; esto me cuadra; he trabajado como un indio, desordenadamente, sin más, y resulta que trabajando puedo además santificarme. ¡Esto es fantástico! ». Luego, mi hijo mayor me invitó a un curso de retiro espiritual, y fui conociendo más a fondo el Opus Dei. Y mi hijo Antoni, muy satisfecho. El ya era de la Obra. Siguió estudiando y acabó la carrera, se consiguió él mismo una beca del gobierno americano y se fue dos años a Boston, al MIT, para estudiar. Ahora hace tres años que se fue como profesor de matemáticas a la Universidad de Ibadan, en Nigeria, pagado por la Universidad de Londres.

–¿Qué le decidió a usted a hacerse del Opus Dei?

–Conocer esta elemental base de su espiritualidad: que sin ser un anacoreta, ni un fraile, ocupándome de mi trabajo y de mi familia, podía buscar la santidad. Primero fui Cooperador del Opus Dei, y al cabo de un tiempo pedí la admisión.

–¿Qué hacía como Cooperador del Opus Dei?

–¿Qué hacía?... Rezar cada día por la Obra, ayudar con dinero a una labor apostólica y tratar de acercar a Dios a mis familiares, amigos de la profesión y a otros amigos.

–¿Y qué le da el Opus Dei?

–Me da continua formación y dirección espiritual. No sé... no me da nada más... y nada menos; me ayuda en lo espiritual, que es lo verdaderamente interesante. Como padre de un chico del Opus Dei, que dedica todo su tiempo a Dios y al apostolado, no hay que negar que recibimos, de momento, un golpe: al marcharse de casa nos pareció que le perdíamos; pero al pasar los años, vemos que le ganamos; lo hemos perdido mucho menos que a otros hijos. Nos escribe muy frecuentemente. La familia entera le admira. Cuando alguien me ha hablado de intereses, le he preguntado: « ¿Os parece que se lo pasará cañón?». Un chico que se va voluntariamente a Nigeria a empezar la labor apostólica del Opus Dei –con lo que cuesta empezar de cero cualquier cosa–, con unas temperaturas de 35 grados todo el año, con esa cantidad de mosquitos, en un medio social tan distinto... para mí esto es fenomenal, y a ver quién puede criticarlo. Lo estoy viviendo día a día con él. Podéis multiplicarlo por lo que queráis. Como él son todos los que he conocido. Nuestro hijo, esté donde esté, aparte de la frecuencia con que nos escribe, no se olvida jamás –es de una puntualidad cronométrica– de felicitarnos en todas las ocasiones..., más que los que están cerca. La distancia es sólo física. A mí y a mi mujer nos parece que le tenemos al lado... Uno de mi familia no quiere ni oír hablar del Opus Dei, y sin embargo, dice: «Ah, pero Antoni es una excepción». «¿Crees –le contesté– que se ha hecho el Opus Dei sólo para él? ¿Crees que han fabricado sólo uno a su medida? No, hombre: Antoni no es un caso, no es una excepción...».