Un viraje de espiritualidad

Testimonio del Cardenal Sebastiano Baggio Prefecto de la S. Congregación para los Obispos Capitulo de “Así le vieron”, libro que recoge testimonios sobre el Fundador del Opus Dei

El 26 de junio moría en Roma el fundador del Opus Dei, Mon­señor Josemaría Escrivá de Balaguer, a los setenta y tres años de edad. En Roma vivía desde 1946, y en Roma ha sido enterrado, en la cripta del oratorio de Santa María de la Paz, en la sede central de la Asociación, calle Bruno Buozzi, 75. Había hecho de Roma el centro del Opus Dei porque quería subrayar el carácter univer­sal, católico y romano de esta Asociación católica internacional, y el sentido de responsable y amorosa fidelidad a la Cátedra de Pedro. En menos de medio siglo, el Opus Dei se encuentra en plena vitalidad y expansión y aparece definitivamente marcado con el carácter que Monseñor Escrivá de Balaguer quiso y supo imprimirle.

Precisamente en aquel año de 1946 tuve la fortuna de conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer y de trabar con él una permanente amistad, respetuosa y discreta, pero no por esto menos afectuosa y profunda. Me había impresionado que la sede de la ya entonces importante Asociación no tuviese nada en común con las construcciones eclesiásticas del tipo convencional: eran habitaciones y ofi­cinas comunicados entre si, distintos unos de otros, como cualquier apartamento o casa del barrio del Parioli, sin placas ni símbolos vistosos, con plantas y flores, decorados con buen gusto y con algu­na exuberancia debida a la proveniencia familiar de sus ocupantes y al amoroso esfuerzo de arquitectos y artistas, socios del Opus Dei, que habían volcado allí su talento.

El amabilísimo anfitrión me explicaba que también aquel estilo, para mi insólito, formaba parte de la espiritualidad laical del Opus Dei: la santificación de la vida ordinaria y de la propia condición social, llevada hasta el heroísmo, pero sin alterar para nada sus tra­zos comunes y, sobre todo, sin alimentar la veleidad de salirse de ese ambiente o el sentimiento de querer ser otra cosa distinta de la que se es. En una homilía dirigida a los universitarios, Monseñor Escrivá de Balaguer desenmascaró esta tentación a la que llamó mística ojalatera, la mística del «ojalá».

A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el Opus Dei y sobre su fundador –o quizá por eso mismo–, prevalentemente en clave polémica por no decir fantástica, nosotros, sus contemporáneos, no tenemos la necesaria perspectiva para valorar el alcance histó­rico de la enseñanza (en tantos aspectos auténticamente revolucio­naria y anticipadora) y de la acción pastoral (de una eficacia y una irradiación sin equivalentes) de este insigne hombre de Iglesia. Pero es evidente desde ahora que la vida, la obra y el mensaje del fun­dador del Opus Dei constituyen un viraje o, más exactamente, un capítulo nuevo y original en la historia de la espiritualidad cristiana, si la consideramos –y así debe ser–– como un camino rectilíneo bajo la guía del Espíritu Santo.

Monseñor Escrivá de Balaguer era hombre sencillo y modesto que rehuía la publicidad y los gestos clamorosos; no iba de un lado para otro para dar conferencias, aunque era generalísimo e incan­sable en el ministerio sacerdotal y paterno de la palabra; sólo concedía entrevistas a la prensa cuando ya no era posible evitarías. En su elogio fúnebre fueron recordadas oportunamente las palabras que escribió a los socios del Opus Dei en una ocasión tan clásica como sus bodas de oro sacerdotales: «No quiero que se prepare ninguna solemnidad, porque deseo pasar este jubileo de acuerdo con la norma ordinaria de mi conducta de siempre: ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca».

Sin embargo, era conocidísimo. El Opus Dei, la Asociación internacional fundada por él en 1928, cuenta hoy con unos sesenta mil socios de todas las naciones del mundo, de todas las profesiones y clases sociales. Hay que tener en cuenta, además, que millones de personas han encontrado una guía para la oración y para la san­tificación del trabajo cotidiano en los escritos espirituales y pastorales de Monseñor Escrivá de Balaguer. De uno de ellos, Camino que alguien ha llamado «la imitación de Cristo de los tiempos modernos» y que otros tendían a minusvalorar, no entendiendo el valor de la extrema sobriedad de su escritura–, han sido publicadas hasta ahora 120 ediciones en 30 idiomas, con una tirada total que roza los dos millones y medio de ejemplares. Su obra más reciente, Es Cristo que pasa, recoge 18 homilías sobre los principales momen­tos del año litúrgico.

SANTIDAD PARA EL HOMBRE DE LA CALLE

Desde los comienzos del Opus Dei su fundador proclamó que la santidad no es un ideal para privilegiados, sino para todos aque­llos que se esfuerzan en vivir el Evangelio hasta sus últimas con­secuencias, cualquiera que sea su situación en la vida, y siempre atentos al Magisterio de la Iglesia. A muchos parecía eso una herejía (aunque hubiese bastado recordar la Introducción a la vida devota de San Francisco de Sales); después del Concilio Ecuménico Vati­cano II esta tesis se ha convertido en un principio indiscutible. Pero lo que continúa siendo revolucionario en el mensaje espiritual de Monseñor Escrivá de Balaguer es la manera práctica de orientar hacia la santidad cristiana a hombres y mujeres de toda condición, en una palabra: al hombre de la calle.

El modo de concretar, en la práctica, este mensaje se basa en tres novedades características de la espiritualidad del Opus Dei:

1) Ante todo, los seglares no deben abandonar ni despreciar el mun­do, sino quedarse dentro, amando y compartiendo la vida de sus conciudadanos; 2) quedándose en el mundo, los seglares deben saber descubrir el valor sobrenatural de todas las normales circuns­tancias de su vida, incluidas las más prosaicas y materiales; 3) en consecuencia, el trabajo cotidiano es decir, el que ocupa la mayor parte del tiempo y caracteriza la personalidad de la mayoría de las personas– es lo primero que hay que santificar y el primer instru­mento de apostolado.

Para ilustrar estas tres ideas fundamentales, nada más breve y eficaz que las palabras del mismo fundador del Opus Dei. Las toma­ré de una de sus homilías, pronunciada en 1967, y que ha sido luego publicada con el significativo título de Amar al mundo apasiona­damente, en el volumen Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer.

LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD DE LOS LAICOS

Respecto al primer concepto –que teológicamente puede desig­narse como carácter laical y secular–, Monseñor Escrivá de Bala­guer ha enseñado siempre a situarse idealmente junto a los primeros cristianos, en aquella época en la que los fieles se esforzaban por vivir el Evangelio quedándose en el mundo y participando plena­mente en todas las actividades honestas de la sociedad en que vivían. Y así como los primeros cristianos hombres y mujeres, jóvenes y viejos, patricios, plebeyos y esclavos– se santificaron en la vida corriente y consiguieron convertir el mundo pagano, igualmente los cristianos de hoy, si no tienen una vocación al estado religioso, están llamados a santificar el mundo desde dentro. «Tendré que volver a afirmar –decía en aquella ocasión– que los hombres y mujeres que quieren servir a Jesucristo en la Obra de Dios son sen­cillamente ciudadanos iguales a los demás, que se esfuerzan por vivir con seria responsabilidad –hasta las últimas consecuencias– su vocación cristiana. Nada distingue a mis hijos de sus conciu­dadanos».

No escapaban a Monseñor Escrivá de Balaguer las consecuen­cias prácticas de una espiritualidad verdaderamente laical. «Son muchos los aspectos del ambiente secular, en el que os movéis, que se iluminan a partir de estas verdades. Pensad, por ejemplo, en vues­tra actuación como ciudadanos en la vida civil. Un hombre sabedor de que el mundo –y no sólo el templo es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena prepara­ción intelectual y profesional, va formando –con plena libertad–sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desen­vuelve, y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida». Y he aquí, en este punto, la característica aversión de Monseñor Escrivá de Balaguer por todo tipo de clericalismo: «Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para repre­sentar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. Esto no puede ser, hijos míos. Esto sería cle­ricalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas».

Esta pasión por la libertad que brotaba en él por su vital inser­ción en la unidad orgánica del Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, y que se proyectaba en la madurez de los seglares formados en su escuela, es una herencia rica y fecunda que el fundador del Opus Dei deja confiada a los socios y a todos los cristianos conscientes; de ese modo puede darse vida a un legítimo y prudente pluralismo, tal como lo ha deseado el Concilio Ecuménico. Escribía a los socios:

«Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laica que ha de llevar a tres conclusiones: a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen en materias opinables– soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene, y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de Nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas».

Estas ideas explican el por qué los hijos y alumnos espirituales de Monseñor Escrivá de Balaguer son unánimes y solidarios en los ideales de santidad y apostolado, mientras adoptan las más diversas posiciones en el campo político e ideológico, manifestando así por tanto un amplio pluralismo de opciones humanas. El secreto está en que, como dice el fundador, en las cosas temporales «están de acuerdo en no estar de acuerdo», coincidiendo solamente en la común fe cristiana y en la búsqueda de la santidad en medio del mundo.

EL «MATERIALISMO» CRISTIANO

El segundo concepto –el valor cristiano de la vida ordinaria es expresado así en la homilía programática de 1967: «Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mi por los años treinta (observemos aquí que faltaban otros tantos años y más para la Constitución pastoral Gaudium et Spes) que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas».

« ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésta es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.»

E insistía, consciente de la novedad de ese planteamiento: «El auténtico sentido cristiano –que profesa la resurrección de toda carne– se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los mate­rialismos cerrados al espíritu».

Con la originalidad y la ortodoxia de este programa de profesión cristiana y de santidad, Monseñor Escrivá de Balaguer neutralizaba con anticipación las diversas teologías reductoras de las realidades temporales que han pululado como parásitos en torno del árbol frondoso de la Gaudium et Spes.

SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO

La tercera novedad espiritual a la que antes aludía es la impor­tancia teológica que se da al trabajo profesional, a las ocupaciones cotidianas de los cristianos que viven en medio del mundo. El tra­bajo, en la enseñanza del fundador del Opus Dei, es la materia prima que hay que santificar, el instrumento de la santificación propia y de la santificación de los demás. Así la vida del cristiano no se hace con idealismos descarnados, sino que es un esfuerzo concreto de colaboración en la construcción de una sociedad más justa, un esfuerzo que ennoblece todas las actividades humanas, desde las más vistosas a las más humildes e inadvertidas. Después de haber citado párrafos de las epístolas de San Pablo («Todas las cosas son vuestras; vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios», «Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios».) Monseñor Escrivá decía: «Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra –como sabéis– en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra».

En otra de las conversaciones espirituales del fundador con los socios del Opus Dei, una homilía que lleva por título Hacia la santidad, escribe: «Cuando la fe vibra en el alma, se descubre, en cam­bio, que los pasos del cristiano no se separan de la misma vida huma­na corriente y habitual. Y que esta santidad grande, que Dios nos reclama, se encierra aquí y ahora, en las cosas pequeñas de cada jornada».

«Me gusta hablar de camino, porque somos viadores, nos diri­gimos a la casa del Cielo, a nuestra Patria. Pero mirad que un cami­no, aunque puede presentar trechos de especiales dificultades, aun­que nos haga vadear alguna vez un río cruzar un pequeño bosque casi impenetrable, habitualmente es algo corriente, sin sorpresas. El peligro es la rutina: imaginar que en esto, en lo de cada instante, no está Dios, porque es tan sencillo, tan ordinario».

SANTA CRUZ Y OPUS DEI

¿Quiénes son, por tanto, los socios del Opus Dei, esos que encar­nan este mensaje nuevo –y sin embargo, tan sencillo y natural - de la santificación del trabajo ordinario? Encontramos la respuesta en otra homilía: «Quienes han seguido a Jesucristo conmigo pobre pecador– son: un pequeño tanto por ciento de sacerdotes, que antes han ejercido una profesión o un oficio laical; un gran número de sacerdotes seculares de muchas diócesis del mundo... y la gran muchedumbre formada por hombres y mujeres de diversas nacio­nes, de diversas lenguas, de diversas razas– que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más huma­na y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad –repito–, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las reali­dades más vulgares».

Entre tantos millares de personas que han seguido el ejemplo y la enseñanza de Monseñor Escrivá de Balaguer, dos están en cami­no de ser elevados a los altares: se trata de un ingeniero argentino, Isidoro Zorzano, y de una joven española, Montserrat Grases, de los cuales se me ha dicho que se encuentra en fase avanzada el proceso de beatificación.

Artículo publicado en AVVENIRE

Roma, 1976