The Dream Team: Dios, mi trabajo y yo (II).

Jorge es un abogado que ha descubierto su pasión por la Filosofía, por lo que emprendió su especialización en esta área para afrontar la responsabilidad de trabajar por un mundo más justo.

Foto de Cristina Gottardi en Unsplash

Cada persona tiene un don, y un gran don conlleva una gran responsabilidad. Así reflexiona Jorge Machin, un joven abogado de 23 años que ha descubierto sus dones en el derecho y la filosofía, y siente la responsabilidad de trabajar por la justicia social y la defensa de los derechos humanos. Nació en Maracaibo, Venezuela. De sus padres, ambos abogados, experimentó desde muy temprano la pasión por la práctica jurídica y sus valores.

En agosto del año pasado, al terminar su carrera de Derecho en Maracaibo, se mudó a España junto a su esposa Oriana, con la que emprendió la gran aventura de casarse, formar familia y comenzar un doctorado. A este par de valientes, poco más de un año después, se les unió Mateo, su hijo de ya tres meses.

Se estableció en Pamplona, para realizar un doctorado en Filosofía del Derecho en la Universidad de Navarra. Considera que esta ciencia es un pilar clave para que la sociedad pueda avanzar, siempre y cuando apunte hacia el bien común. Esto fue lo que lo movió a estudiar Filosofía: encontrar las razones últimas que fundamenten sus ideas y tener las herramientas para aportar luz en la búsqueda del bien común que permita construir un mundo más justo.

Todas las personas –en el fondo– filosofamos siempre, pues desde pequeños tenemos la inclinación de preguntarnos el por qué de las cosas, buscando la verdad. Sin embargo, en este momento, he decidido asumir la Filosofía como parte de mi profesión porque me ayuda a ahondar sobre temas que ya se han desarrollado, tratando de profundizar y de aportar algo nuevo. Intento encontrar el fundamento de los derechos humanos que permita hacer viable esa persecución del bien común, nos explica Jorge.

En ese preguntarse sobre la raíz de las cosas, reconoce que en su vida hubo un antes y un después: durante una conversación con un amigo que pertenecía al Opus Dei, me di cuenta de que Dios da a cada ser humano distintos dones, que a la vez definen su misión en la vida. Para unos puede ser la capacidad de debatir, para otros la creatividad de hacer diseños… el asunto es que Dios a través de esos dones nos pide algo, y con nuestra respuesta podemos hacer mucho bien a los demás.

De esta forma, descubrió que su pasión por la justicia, su vocación profesional, era un don que a la vez le daba la responsabilidad de trabajar por los derechos de todas las personas. Sin embargo, solo no podía y buscó formar un equipo con Dios. “Encontré mi camino en el Opus Dei, como Supernumerario. En realidad, desde pequeño, conocía el mensaje de San Josemaría sobre la vocación universal de la santidad a través del trabajo y la vida ordinaria, pues estudié en un colegio donde la formación espiritual está confiada a la Obra, pero fue en ese momento cuando me sentí impulsado a conocer más y formarme mejor como cristiano en el Opus Dei.

Opina que un filósofo que quiere estar cerca de Dios, en realidad debe hacer lo mismo que cualquier persona que tenga ese propósito: tratar, y digo tratar porque no siempre nos sale, de ofrecer a Dios todo lo que haces, que sea motivo de tu conversación con Él. También agrega, que por los temas que suele tocar en su profesión, puede ser que se le haga más fácil iniciar este diálogo con Dios y tenerlo presente en medio de su quehacer profesional. Por ejemplo, en mi caso concreto que trabajo con derechos humanos, es normal que se me venga al pensamiento: “Señor, una parte del mundo se ha alejado de Ti, las leyes no hablan de Ti y esto es por falta de una fundamentación”. Y cuando busco esas bases para reorientar el rumbo hacia la verdad, me doy cuenta de que todo esto tiene sentido si es para Dios.

Por eso, pienso que la santificación del trabajo es algo muy sencillo, quizás a veces puede pasarse por alto, pero en realidad es algo muy simple. Una cosa si hay que tener claro: no se consigue solo al hacer las cosas perfectamente, sino haciéndolas bien pero por amor a Dios y a los demás. Esto es importante porque, cada cosa que haces por muy pequeña que sea, afecta a los que te rodean: ordenar un poco la oficina, hacer un buen informe o preparar una clase. Todo lo puedes hacer para servir a los demás y para procurarles algún beneficio de ese trabajo que hiciste con empeño y sacrificio, porque algunas veces cuesta, requiere de tu parte constancia, disciplina y cuidar los detalles.

A la vez reconoce que, aunque es su principal labor como filósofo, no solo el trabajo intelectual puede y debe ser santificado. En realidad, todas las actividades que componen tu día puedes entregárselas a Dios y son una oportunidad para crecer en virtudes: terminar y empezar a la hora que te propusiste, cuidar el material utilizado, y también dejar que el trabajo ocupe su lugar, sin que haga que se descuiden otros aspectos importantes de la vida como la familia y los amigos.

Una última cosa quisiera recomendar para los que quieren santificar su trabajo: tomar consciencia de que todo lo que haces, por insignificante que parezca, a Dios le importa. De esta forma tendrá mucho valor para ti también y lucharás por hacerlo cada vez mejor y por amor.