Pitahaya: un reencuentro… 25 años después

Pitahaya es un Instituto de Capacitación Profesional para la Mujer en el área del servicio y de la hospitalidad. Allí, al tiempo que hacen sus estudios de bachillerato, las muchachas se especializan en gastronomía, tintorería, textiles, decoración, corte y confección. A Pitahaya asisten mujeres de sectores de bajos ingresos, provenientes de toda la geografía nacional.

Han pasado 25 años desde que se iniciaron las actividades en Pitahaya, un Instituto de Capacitación Profesional para la Mujer en el área de la hospitalidad, ubicado en Maracaibo, estado Zulia. Desde ese momento han estudiado en esta escuela cientos de mujeres de toda la geografía nacional, deseosas de buscar mejores oportunidades de formación para el trabajo. 

Para rememorar esos años, un grupo de antiguas alumnas del estado Barinas realizó un encuentro. En Barrancas, con el calor llanero y bajo los árboles de mango, vinieron desde Barinas, Pedraza, Las Palmas, Quebrada Seca, Calderas, Algarrobo, Obispo, Las Palmas, Ciudad Bolivia, Bumbum, Barinitas, Mirí, Toruno, entre otros lugares. Todas con ganas de ver nuevamente a sus compañeras y a sus antiguas profesoras.

En un momento de la Santa Misa

Key Hernández, de 34 años, es de la promoción del 85. Es ama de casa y se licenciará próximamente en educación integral. Ella nos cuenta. 

“Fui a Caracas, pero no me gustó el ambiente de la ciudad. No estaba contenta y sentía que me discriminaban por ser del campo. Perdí el año escolar y por eso volví a Barinas. Se presentó la oportunidad de ir a Pitahaya. Al principio me parecía una locura eso de vivir en el Instituto. Sin embargo, mi mamá me dijo que no me obligaba, pero que a ella le parecía que era una buena oportunidad. “Ve a la convivencia y, si te gusta, te quedas”, me dijo, y accedí”.

“Todo fue totalmente diferente a lo que yo me imaginé –continúa relatando Key. Me recibieron con mucho cariño, me sentía como en mi casa. Las personas que estaban allí se desvivían por atendernos y hacernos sentir bien. Me encantaba la comida y la manera como la colocaban en la mesa, los platos bien servidos, se sentía gran paz. En diciembre hasta nos daban detalles de parte del Niño Jesús”.

¿Cómo han influido en su vida esos años en Pitahaya?

Agradezco mucho: en buena parte, lo que tengo hoy, se lo debo a lo que allí aprendí y, en el día a día, procuro transmitirlo a los demás. En las casas de mis amigas trato de ayudarlas en lo que puedo sobre cómo arreglar la mesa, cómo quitar las manchas...

Pero la formación va más allá del propio entorno familiar. 

“En Pitahaya aprendí a asistir a la Santa Misa todos los domingos. Un día estaba con mi esposo en la fila de la comunión y se acercó un joven que nos veía con mucha frecuencia comulgando. Nos dijo que le llamaba la atención nuestro recogimiento y constancia, y se acercaba para pedirnos ayuda porque él quería ser sacerdote, pero no sabía qué hacer. Lo pusimos en contacto con el Obispo de la zona. Hoy este muchacho es sacerdote, párroco de Bumbum, y nosotros somos los padrinos de ordenación”.

Hoy Key vive con su familia en Acarigua. Tiene un club para niñas en el que –junto con personas de la Obra- da formación humana y espiritual a las pequeñas que asisten.

Maribel Hernández es ama de casa, llegó a Pitahaya en 1985: “Estuve en Pitahaya hasta 1988. Es decir, desde los 13 a los 16 años. Del Instituto recibí demasiado. Puedo decir que allí recibí la base para ser madre, ama de casa y esposa”.

Maribel tiene cuatro hijos varones, uno de 15, otro de 12, otro de 11 y un último de 8.

“Todo lo que aprendí allí se lo aplico a mis hijos varones. En mi nevera hay un horario para fregar que todos cumplen. Quiero que aprendan que sí pueden colaborar en las labores de la casa. En Pitahaya aprendí a vivir un horario, que siempre ayuda para organizarse mejor y que el día te rinda más”. 

¿Qué es lo que más recuerda del instituto?

“Ese luchar por hacer las cosas por amor, porque Dios nos ve y se alegra de que cada cosa la estemos haciendo para Él. Es Él quien nos “supervisa”. Gracias a Él nosotras pudimos estudiar en esa escuela”. 

El centro motor

La organizadora de este evento es Sicelis de Maggiorani, profesora de educación física que actualmente trabaja como administradora de fincas y en la compra y venta de ganado. 

¿Qué es lo más importante que aprendió en Pitahaya?

“La experiencia de Pitahaya marcó mi vida, tanto en lo espiritual como en lo material. Yo no conocía a Dios. Allí lo conocí, hice mi primera comunión y hasta hoy no lo he dejado. Lo que más me impresionó fue la vida de familia que se vivía allí. Al mismo tiempo, me hice experta en la parte culinaria, que era lo que más me gustaba. La verdad es que no sé que hubiese sido de mí sin la Obra”.

Cientos de alumnas

Por esta escuela de formación han pasado unas 1.000 alumnas de toda Venezuela. Sólo en el estado Barinas se han formado unas 140 mujeres. Actualmente ejercen las más variadas actividades. Yessenia Querales, por ejemplo, ejerce su profesión de licencia en educación pre-escolar que hace compatible con un taller de cerámica. Aleida Briceño es instructora de la Escuela de Capacitación Profesional Pitahaya y trabaja en la administración de la Residencia Universitaria Albariza. Arminda Berríos se desempeña como enfermera intensivista en la Clínica Amado, en Maracaibo. Yenssi Terán cursa estudios de medicina. María Clementina Rodríguez trabaja en el Instituto de Capacitación Kasanay y es chef panadero. Ana Marisol Jaimes es ingeniero en sistemas. Yenny Rosario, es licencia da en educación integral... Así, cientos de mujeres, cada una con su propia historia, madres de familia, profesionales, amas de casa. 

Sofía Terán, que es de la segunda promoción, descubrió su vocación a la enfermería en Pitahaya. Cuenta que en su trabajo profesional se encuentra con diversas situaciones que ha sabido afrontar gracias a lo que vivió en el instituto.

“Le pido mucha ayuda a la Virgen para hacer siempre lo correcto. Hace poco atendí a un señor que estaba a punto de morir. Él quería confesarse, pero su hija, que no es católica, se oponía a que viniera un sacerdote. Le dije que esa era la voluntad de su papá, que sí era católico, y que no podía negársele ese último auxilio. Ella se seguía negando. Ante la insistencia del enfermo decidí llamar al sacerdote que le confesó y le dio la extremaunción. Al día siguiente el señor murió. Me doy cuenta que desde este trabajo puedes ayudar a muchas personas”.