“Él me ve y me oye siempre” Una vida tratando a Dios en wayuunaiki

Rita Yguarán, agregada del Opus Dei, es de la etnia wayúu y se desempeña como recepcionista, trabajo que comparte con el mantenimiento de su hogar y la dirección del Club para niñas La Sierrita, donde ofrece clases de manualidades, cocina y costura.

La Sierrita es un caserío del estado Zulia. Allí vive Rita. A las 4:45 de la mañana se levanta cada día, camina un trecho para llegar al autobús que la lleva en dos horas hasta la ciudad de Maracaibo, donde oye Misa a las 8:00 am. “En el camino hago media hora de oración. A veces me tengo que quedar en Maracaibo porque cuando llueve, normalmente, se desborda la cañada y ya no se puede pasar a mi casa, que queda un poco alejada del caserío”. Puntualmente a las 8:30 empieza el día de trabajo en el lugar donde labora. 

 Desde 1994 pertenece al Opus Dei. “Era un 2 de octubre de 1994 –aniversario de la fundación de la Obra- cuando escribí mi carta al Prelado diciéndole que quería ser parte del Opus Dei. Ya han pasado 12 años”, recuerda.

 —¿Nos puede hablar de su familia y de sus costumbres?

Rita en la puerta del lugar donde trabaja

En La Sierrita, nosotros fuimos por mucho tiempo la única familia guajira, todos los demás eran “alijuna”, así es como llamamos a los blancos en lengua wayuunaiki. Sin embargo, conservamos muchas costumbres guajiras: dormimos en chinchorro, comemos nuestras cosas típicas…

Hay otras costumbres que no conservamos, por ejemplo, ni mis hermanos ni yo quisimos aplicarle la ley guajira a las personas que atropellaron, hace tres meses, a mi hermano menor quitándole la vida. Según la ley guajira, quien mata a alguien de la tribu tiene que pagar por la muerte con una altísima suma de dinero. Algunas personas de la tribu nos presionaron para que lo hiciéramos, pero nosotros somos católicos y sabemos que la vida no tiene precio y que todo lo que ocurre está en los planes de Dios y es para bien.

Mi papá, que es de la casta waraliyu, nos contaba que él era un esclavo (nació en la alta Guajira colombiana) y fue vendido y llevado a Aruba. Allí lo dejaron libre, regresó a Venezuela y conoció a mi mamá, que era de la casta jayaliyu. Los dos eran católicos y nos enseñaron a ser personas creyentes.

Mis hermanos y yo estudiamos hasta 6to grado de primaria en el único colegio público que había cerca. Yo siempre trabajé, junto con mis papás y mis 10 hermanos, en la finca de la familia en La Sierrita. Allí cultivábamos maíz, aguacate, níspero, yuca; también teníamos unas vaquitas y vendíamos leche, queso y mantequilla en el mercado de los campos petroleros. Trabajo desde muy joven y nunca le he tenido miedo al esfuerzo, es un valor familiar. 

Recuerdo mucho que mi papá abría huequitos en la tierra para que los más pequeños colocáramos la semilla… Cuando mi papá murió, salimos a trabajar a la calle. Yo me empleé como cocinera en casas de familia, era lo que sabía hacer mejor porque mi mamá, que cocinaba muy bien, me había enseñado. Ahora trabajo como recepcionista.

 —Dicen que también le gusta la música… 

Sí, me gusta mucho. Estuve asistiendo a clases de órgano durante 10 años. Ahora practico con un órgano que me presta una familia amiga. Cuando tengo un tiempito, me acerco y toco media hora, una hora, trato de hacerlo semanalmente. Algunas veces me invitan a dar conciertos a las muchachas del Instituto de Capacitación Profesional Pitahaya. Ahora a las muchachas jóvenes también les gustan los boleros, así que todas lo disfrutamos mucho. 

 —¿Cómo descubrió la vocación al Opus Dei? 

Desde siempre había sentido una inquietud por dar a conocer a Dios, que todas las personas lo trataran, lo quisieran. Tengo una amiga a la que aprecio mucho y pasábamos largos ratos conversando. Un día me enteré de que ella era atea, que no creía en Dios. Eso me golpeó mucho. Recuerdo que regresé a mi casa llorando porque no entendía cómo una persona tan buena podía vivir sin Dios. Quería gritarle que Dios sí existía. Ese día me di cuenta que tenía que hacer algo, que no me podía quedar de brazos cruzados. 

Empecé a rezar más, decidí hacer un curso de retiro. Por esa fecha conocí la Obra a través de mi hermana mayor y me dijeron que podía hacerlo allí. En esos días vi mi vocación: Dios me llamaba al Opus Dei.

Desde entonces procuro estar más cerca de Dios, ofrecerle todo lo que hago: trabajo, descanso y hacer apostolado para que muchas personas le conozcan. 

¿Qué hace por los demás? 

Cuando comencé a recibir formación en el Opus Dei me di cuenta que tenía que transmitirla a los demás, así que hice un censo de los niños de mi barrio que aún no habían hecho la primera Comunión y los preparé. Me acuerdo que eran 20, casi no me cabían en la casa.

Los sábados, Rita organiza un club para las niñas del caserío. Allí les enseña manualidades, les da clases de cocina, de modales y de costura. También les dicta una charla sobre virtudes y valores. “Creo que esto hace mucha falta en la sociedad. Los niños tienen que aprender desde muy pequeños a portarse bien y a querer a Dios”.             

Los fines de semana los pasa en su casa, con sus demás hermanos. Sus papás murieron hace varios años, pero la familia permanece unida. “Mi hermana Arelis es supernumeraria de la Prelatura y las dos procuramos que en nuestra casa se viva lo que nos enseñó San Josemaría”. 

Una de las cosas que más me llamó la atención de las casas de la Obra –comenta Rita- fue la sobriedad y pensé, “yo quiero que mi casa sea sobria”. Al principio mis hermanos no entendían que nos esmeráramos tanto en el orden y en querer mantener la casa sin tanto adorno, ahora ellos comparan nuestra casa con otras que no están tan ordenadas y ven con alegría que seamos de la Obra.

Una cosa que se empezó a vivir en casa de los Yguarán fue el descanso dominical. “Antes trabajábamos desde las cinco de la mañana de lunes a domingo, pero yo les dije a mis hermanos que los domingos debemos descansar. Les costó levantarse más tarde, pero ahora, nos levantamos a las seis y media, hacemos el desayuno, descansamos, vamos a la santa Misa. Me encanta prepararles costillitas de cordero a la brasa, que es una de las comidas preferidas.”

 —¿Cuál es la diferencia entre el trabajo que hacía antes de ser del Opus Dei y el que hace ahora? 

Antes trabajaba bien porque me lo exigían. Mi papá nos organizaba a todos en la finca: yo era la encargada de la cocina y a las personas con las que trabajaba les gustaba que hiciera muy bien las cosas; pero ahora no se trata sólo de eso, hago las cosas por amor a Dios y a los demás, ahí está la diferencia. El Fundador del Opus Dei, San Josemaría, decía que no hay ningún trabajo sin valor, que todos hay que hacerlos muy bien, es uno el que le da el valor al trabajo cuando se lo ofrece a Dios y lo hace procurando hacer su voluntad. 

Como muchas personas, Rita cuenta que busca en el día a día ocasión de ofrecer pequeños sacrificios a Dios: el calor, las colas del autobús, las pequeñas contrariedades del día, y todo lo demás.

Mientras conversamos con ella, está atendiendo el teléfono y la puerta. Conoce muy bien el lugar y tiene a la mano todos los datos que le piden. “Yo sé que Dios me ve y me oye siempre y está pendiente de todo lo que hago”.