Mes mariano en Uruguay: Espacio de contemplación en la Catedral de Minas

“Contemplar el rostro de Cristo debe ser la prioridad de la Iglesia en el nuevo milenio”, pedía San Juan Pablo II. En la Catedral de Minas se ha creado un espacio de contemplación, por medio de catorce reproducciones de pinturas de Murillo. El Obispo de Minas, Mons. Jaime Fuentes, explica la iniciativa en el folleto que reproducimos.

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Cuando terminaba el Año Jubilar del 2000 y empezaba el tercer milenio, el Santo Padre Juan Pablo II quiso escribir para toda la Iglesia una Carta inolvidable que, hoy más que entonces, constituye un tesoro de espléndidas propuestas para afrontar serena y animosamente este tiempo nuestro.

En cinco palabras se resume el contenido de Al comenzar el nuevo milenio. Son cinco palabras que tienen validez permanente para los hijos de Dios: el empeño capital, el afán de nuestra vida, si queremos alcanzar el Cielo después de dejar huella de nuestro paso en la tierra, debe ser contemplar el rostro de Cristo.

Treinta y siete veces se refiere el Papa santo al rostro de Jesús, invitándonos a contemplarlo. «¡Queremos ver a Jesús!», pidieron unos griegos al apóstol Felipe, según el relato evangélico (Juan 12, 21), estrenando así una petición que, más o menos conscientemente, los hombres de hoy continúan haciéndonos a nosotros, los cristianos. ¿Cómo dar una respuesta digna, creíble, a este perenne deseo, si no fuera el fruto de la experiencia personal? De aquí la necesidad de que seamos, en palabras de Juan Pablo II, los primeros contempladores de su rostro. De lo contrario, nuestro testimonio sería enormemente deficiente (n. 16).

¿Qué es contemplar?

Contemplar, contemplación. ¿Qué quiere decir exactamente este concepto? Me viene a la memoria el recuerdo de una pareja de novios a los que casé hace años. Él era un hombre de muy pocas palabras; ella, por el contrario, hablaba casi sin parar. Un día –me lo contaba su papá con emoción- el novio fue a la casa de ella y, después de un rato de monólogo, la novia se dirigió a él, que no había pronunciado palabra: - ¿Y tú?... ¿No decís nada? Él respondió admirado: - ¡Te estoy contemplando!

Contemplar es mirar con amor, no le demos más vueltas. Volviendo a nuestro tema, ¿cómo contemplar el rostro de Jesucristo, sino es de este modo, con amor? ¿Y quién, si no su Madre Santísima, puede facilitarnos llegar a Él?

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable,escribió también Juan Pablo II en El Rosario de la Santísima Virgen. Esto es así porque el rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él (n. 10)

Queremos contemplar el rostro de Cristo, y recurrimos a María porque es «suyo» ese divino rostro. En esta Catedral, dedicada a la Purísima Concepción de Minas, dejaremos que guíe nuestro itinerario de contemplación un artista extraordinario, que ha de estar en el Cielo mirando con inmenso amor los rostros de Jesús y de su Madre Santísima… y sosteniendo con san Juan Pablo II conversaciones del mayor interés.

En efecto, el Papa también escribió que quien percibe en sí mismo esta especie de destello divino que es la vocación artística -de poeta, escritor, pintor, escultor, arquitecto, músico, actor, etc.- advierte al mismo tiempo la obligación de no malgastar ese talento, sino de desarrollarlo para ponerlo al servicio del prójimo y de toda la humanidad. (Carta a los Artistas, n. 3).

Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) es un representante ilustre de esa clase de hombres, como lo enseña la Historia del Arte y como son un ejemplo las catorce obras suyas que aloja la Catedral de Minas.

Murillo fue un hombre piadoso, de profunda vida espiritual, que dedicó muchas horas de su vida a meditar los misterios de nuestra fe católica, para después volcar en sus telas, con tierna devoción y extraordinario arte, los frutos de su contemplación.

La gran mayoría de sus obras fueron de temas religiosos, pero por la Santísima Virgen tuvo una especial debilidad: a la Inmaculada Concepción, en concreto, le dedicó no menos de veinte cuadros y se cuentan por centenares los del Niño Jesús y los de laTrinidad de la tierra, como llamaba a la Sagrada Familia formada por Jesús, María y José.

Para contemplar el rostro de Cristo

Con sus pinturas, Murillo ha creado en nuestra Catedral un particular espacio de contemplación. Él tuvo la inspiración genial y el talento para presentar el misterio central de nuestra fe –Dios encarnado de María Virgen, por obra del Espíritu Santo- humanizado en las figuras de los hombres y mujeres corrientes de su tiempo. De tal manera lo logró, que también en nuestro tiempo tecnológico nos sentimos conmovidos y movidos a acercarnos a Jesús Niño, a su Madre Santísima y a su esposo, San José.

Contemplando el rostro de Cristo, el de su Madre, el de San José, y el de tantos personajes representados en sus cuadros, podremos realizar el ideal que latía en el corazón de san Juan Pablo II: nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas « escuelas de oración », donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el «arrebato del corazón». Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios (Al comenzar… n. 33).

Para aprovechar el espacio de contemplación creado en la Catedral con las obras de Murillo, es imprescindible cultivar una disposición personal derecogimiento. Esta actitud interior sólo se consigue con el silencio: por eso, aquí están fuera de lugar los ring tones de los celulares, las fotos y lasselfies. Si, como es natural, alguien se siente atraído por alguna de las imágenes, echará mano deGoogle en otro momento y en un instante estará a su disposición.

El espacio de contemplación de nuestra Catedral requiere también dedicarle tiempo a cada uno de los cuadros, puesto que el artista, cuando realiza una obra maestra, no sólo da vida a su obra, sino que por medio de ella, en cierto modo, descubre también su propia personalidad. En el arte encuentra una dimensión nueva y un canal extraordinario de expresión para su crecimiento espiritual. Por medio de las obras realizadas, el artista habla y se comunica con los otros (Carta a los Artistas, n. 2).

Para entrar en comunicación con Murillo se requiere unaserenidad que facilite encontrar la respuesta a esta pregunta esencial: ¿qué quiso expresar el artista en una determinada pintura? No es una tarea fácil; hace falta disponer el espíritu para, insisto, mirar con amor. Entonces, descubriendo un detalle oculto a primera vista, por ejemplo, el espíritu encontrará respuestas insospechadas…y el Espíritu moverá al alma a elevarse más allá de sí misma, porque la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. (n. 16).

Murillo nos ayudará a contemplar el rostro de Cristo, que, como vimos, le pertenece a María de modo especial. Podemos conversar con una u otra de las figuras que componen los cuadros, pero sobre todo con nuestra Madre: mirándola, admirándola, contemplándola en los diversos momentos de la vida de Jesús. De ese diálogo silencioso surgirá una honda oración que cristalizará, ante todo pero no exclusivamente, en propósitos de humildad, la reina de las virtudes.

La humildad de María está expresada de forma maestra en nuestras pinturas. Basta mirar a la Virgen en cada una de ellas, para caer en la cuenta de que nunca aparece como protagonista: el verdadero protagonista es siempre el rostro de Jesús: Niño recién nacido, Niño de pocos años; Jesús hombre en Caná, camino al Calvario… María siempre aparece como en segundo plano, contemplando su rostro o esbozando apenas una sonrisa.

Consecuencia de esta actitud de la Virgen podrá ser tratar de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Fue testigo delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 173).

Es gracias a la tecnología que podemos tener a Murillo en nuestra Catedral. Sus obras se encuentran repartidas por los más famosos museos del mundo y en colecciones particulares. A esos museos recurrimos explicándoles nuestro propósito y obtuvimos el permiso para reproducir las obras, que nos enviaron en archivos de alta resolución.

Su impresión en tela, al mismo tamaño que las originales, merece un agradecimiento muy particular. Fueron hechas en Montevideo por la casaUrupress. Cada cuadro es un capolavoro, se puede decir, un trabajo muy bien realizado; algunas de las pinturas las imprimieron más de una vez, hasta que sus colores estuvieron reproducidos con perfección, como si el mismo Murillo debiera aprobar el resultado. Una vez acabada la labor, Urupress quiso regalar su trabajo a nuestra Catedral porque, como me dijeron, hacerlo fue un honor muy grande para ellos. Lo agradecemos de corazón.

Don Luis Mesa, madrileño afincado en Minas desde hace no pocos años, se encargó de confeccionar los marcos de los cuadros. Hizo su labor a conciencia; a él también nuestra gratitud.

Debo decir, no obstante, que nuestro espacio de contemplación es la coronación mariana del extraordinario trabajo de restauración de la Catedral. El arquitecto Francisco Collet eligió los colores, diseñó la iluminación externa e interna del templo y dirigió la obra realizada por Adrián Vega. El P. Pablo Graña, párroco de la Catedral, se encargó de la parte más difícil: conseguir, con perseverante esfuerzo, movilizar a muchas personas y obtener los recursos económicos necesarios para terminar la obra. Es a él y a todos los que le han ayudado, a quienes se les debe el mayor agradecimiento.

Los comentarios que siguen son nada más que breves consideraciones, escritas con la intención de facilitar algo la contemplación de las pinturas. Hemos copiado además las oraciones marianas tradicionales de la piedad de los fieles, que han ayudado a millones de hombres y mujeres de todos los tiempos, a expresar sus íntimos sentimientos para con Dios, para con Jesús y su Madre, para con San José.

Que la Sagrada Familia de Nazaret bendiga a cuantos lleguen a la Catedral de Minas con el deseo de contemplar, con la ayuda de Santa María y de San José, el rostro de Cristo.

8 de Diciembre de 2016, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

[Los comentarios y oraciones que se mencionan aparecen en el folleto descargable]