Una joven decidida a abrirse camino

Al acabar la guerra civil española, en 1939, Dora tenía 25 años, se dirigió a Madrid y allí comenzó a trabajar en casas de familia.

A Dora le gustaba su profesión y pronto alcanzó una buena preparación en cocina, lavado de la ropa, plancha, costura, etc. Por otra parte, siguiendo su disposición natural, se presentaba siempre arreglada, elegante, tanto si vestía ropa de calle como el uniforme de trabajo.

Durante aquel período tuvo experiencias más o menos positivas. Dora era valorada por sus cualidades, que la hacían capaz de realizar los trabajos más delicados y exigentes a satisfacción de todos.

En busca de aventura

Pero, Dora no ambicionaba sólo un buen salario o un cómodo alojamiento: quería conocer otras partes del mundo, aprender otras lenguas y culturas. Por eso, cuando supo de unos diplomáticos que, en breve, trasladarían su residencia a Berlín, y estaban dispuestos a llevarla con ellos, sin pensarlo dos veces, se resolvió a acompañarlos a la capital germánica. Era 1943 y Europa se encontraba en plena Guerra Mundial.

Al saber su decisión, la familia con la que trabajaba en ese momento, intentó hacerla recapacitar. La situación de Alemania era crítica: se adivinaba ya su derrota, y eso significaba que no sólo le resultaría muy difícil volver a España, en caso de que no se encontrase bien en Berlín, sino que se iba a poner en grave riesgo para su vida.

Sin embargo, Dora insistió y continuó los trámites para obtener el pasaporte. Pero, providencialmente, estos se demoraron.

Alemania, 1945

Rasgos que un padre sabe leer

Así las cosas, Dora decidió transcurrir el verano con su familia, para acompañarles y ayudarles en las faenas agrícolas. Nada más llegar al pueblo, su padre intuyó estaba tramando algo, quizá porque la vio aparecer con un equipaje copioso o porque supo leer en sus rasgos como sólo el cariño sabe hacer. Dora misma lo recordaba muchos años después: “Me dijo que, por lo que veía, le parecía que o me iba a casar o me marchaba fuera. Le respondí que me iba a Alemania. Entonces, mi padre se negó en rotundo y me prohibió marchar allá. Tuve que rescindir el contrato”.

Gracias al sentido común de Demetrio del Hoyo, Dora evitó aquel viaje. Así que volvió a Madrid y retornó a su empleo anterior. La hora de Dios estaba cada vez más próxima.