Josemaría Escrivá y mi quehacer profesional

Dedica su vida a la investigación y a la docencia, y es ese el camino que encontró para intentar seguir las enseñanzas del Fundador del Opus Dei de ir al encuentro con Dios dentro de su profesión. Hoy, desde la rectoría de la Universidad de Montevideo, procura continuar con fidelidad las enseñanzas del santo.

Tal vez, a la hora de este testimonio, sea conveniente replantearme una interrogante fundamental: ¿cómo situarme yo –un cristiano corriente-, cuya vida transcurre ordinariamente en el entretejido de su quehacer profesional, para ir al encuentro personal con Dios, del que tanto nos hablara Josemaría Escrivá?

Así, sin circunloquios, enfrento la cuestión que animara y anima mi vida, con reclamos del tiempo que se gasta sin retorno posible. Desde ella veo una experiencia vivencial que procuraré narrar.

El encuentro con el Fundador del Opus Dei –persona y pensamiento– introdujo en mi vida (concreta existencia) aquella dimensión nueva, con reclamos de respuesta en términos de operación y responsabilidad personal. Aquel encuentro me planteó un panorama insospechado: la grandeza de la vida corriente, ordinaria y cotidiana.

Y transcurrieron décadas, mostrando San Josemaría que podía realizar la apuesta a la búsqueda de Dios e ir a su encuentro en mi propio ambiente

La existencia cristiana no habría de ser ya, también para mí, “... algo solamente espiritual -espiritualista, quiero decir-, propio de gentes puras, extraordinarias, que no se mezclan con las cosas despreciables de este mundo, o, a lo más, que las toleran como algo necesariamente yuxtapuesto al espíritu mientras vivimos aquí” (Josemaría Escrivá, “Amar al mundo apasionadamente”).

Me alcanzó entonces un reto personal, porque –uno más entre miles y millones– me llegó esa palabra llamando a la audacia de huir de toda forma de evasión de las honestas realidades diarias, porque de éstas dijo: “Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de nosotros descubrir”.

Y transcurrieron décadas, mostrando San Josemaría que podía realizar la concreta apuesta a la búsqueda de Dios e ir a su encuentro en mi propio ambiente, a través de mi profesión, afirmando vigorosamente, con su fe y su gallardía también humana, que es posible “... una fidelidad sin paliativos, sin eufemismos, que llegue hasta sus últimas consecuencias, sin medianías ni componendas” para con Dios y con los hombres.

El quehacer profesional me brindó (...) un ámbito singularmente oportuno y cierto aquella búsqueda y encuentro: la docencia universitaria

Y el quehacer profesional me brindó y brinda hasta el presente un ámbito singularmente oportuno y cierto para aquella búsqueda y encuentro: la docencia universitaria. Pero era necesaria la concreción, y ella se me facilitó por el camino del método pedagógico que aprendí de aquel gran pedagogo que fue Víctor García Hoz: la educación personalizada. Es que ésta “responde al intento de estimular a un sujeto para que vaya perfeccionando su capacidad de dirigir su propia vida o, dicho de otro modo, desarrollar su capacidad de hacer efectiva la libertad personal, participando, con sus características peculiares, en la vida comunitaria”. Ya, desde entonces, cada curso y año lectivo no fue “el grupo”, “la masa”, ni “la masa crítica”; en todo caso, personas singulares a cuyo respecto la educación, también la universitaria, “puede ser entendida –como afirmara García Hoz– como un proceso de asimilación cultural y moral, y al mismo tiempo como un proceso de separación individual”.

Aquí estaba y está presente aquel desafío a que invitaba el Fundador del Opus Dei, porque el cuidado en cada uno y para cada alumno de su formación personal, ha de hacerse respetando “su libertad cívica, de preparación intelectual, de emulación profesional” y el derecho a construir su propia existencia.

Había encontrado los senderos de una “fraternidad” casi ilimitada, y aun prolongado en la constitución de un “Grupo de Estudio e Investigación” de la disciplina del Derecho que muy pronto elegí: el Derecho Público Administrativo. De él hacen parte aquellos que libremente ingresan, sin otro requisito que la persistencia en el esfuerzo para la formación universitaria y el servicio a la comunidad mediante la investigación y publicaciones correspondientes.

Sólo queda -¡vaya si importa para seguir el sendero hasta el fin!– continuar con fidelidad la enseñanza del Beato Josemaría. Así espero, confiado en su intercesión.

Mariano Brito, Abogado, docente, rector de la Universidad de Montevideo // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002