“El Opus Dei, sin cambiar nada, me cambió todo"

Su pasión por los caballos, que lo lleva a la competencia internacional, al adiestramiento hípico y a la pintura especializada en equinos, cobró nueva dimensión al conocer el espíritu del Opus Dei, que lo atrapó por “el comenzar y recomenzar” tantas veces repetido por San Josemaría aplicado no ya a la competencia sino a la vida cristiana

El fascinante mundo de los caballos me ha llevado a dedicar muchos años de mi vida -a medida que pasan los años siento más que es toda mi vida, porque comencé a los diez- a las actividades hípicas, en plural: adiestramiento de caballos y participación en concursos hípicos nacionales e internacionales en las tres disciplinas olímpicas (adiestramiento, salto y prueba completa) y enseñanza y preparación de jinetes para competencias.

Tenía 24 años, estaba bien adentrado en la carrera de Arquitectura, continuaba por supuesto con mis actividades ecuestres, y preparaba mi primera exposición cuasi individual de pinturas: verdaderas correrías que me dejaban poco tiempo para pensar en el sentido de mi existencia. Pero fue allí cuando ocurrió un hecho sobre el cual giró toda mi realidad posterior. Finalmente, después de haber escuchado las insistentes invitaciones de un amigo, asistí a un retiro espiritual organizado por el Opus Dei. ¿En qué consistió ese giro en mi vida del que hablo? En que sin cambiar nada, cambió todo: la santidad en medio del mundo predicada por el Fundador del Opus Dei me impactó. San Josemaría Escrivá me decía que se podía ser santo siendo arquitecto, o con la pintura de mis cuadros, y también se podía –esto fue lo radical para mí- desde el lomo de un caballo, practicando todo tipo de actividad ecuestre. Luego del retiro me relacioné con la Obra, hasta ese momento desconocida por mí, me resultó sumamente amable la figura de su Fundador y me sentí atrapado por Camino, que se transformó desde entonces en mi libro de cabecera.

Estas cosas sucedían en Mayo de aquel año. En Enero del mismo año había adquirido a Faraón que, para los amantes del turf, era hijo de Epidor VIII y Perlera. Lo rebauticé con el nombre de Fausto, sin aludir al de Goethe, para ingresarlo al mundo de los saltos. Pienso que en este momento del relato es importante mencionar a Fausto, con quien gané muchos premios en su campaña de quince años.

San Josemaría me decía que se podía ser santo (...) con la pintura de mis cuadros, y también -esto fue lo radical para mí- desde el lomo de un caballo

Para un deportista no es difícil entender el concepto de “comenzar y recomenzar”; lo novedoso era –por lo menos para mí- verlo aplicado a la espiritualidad. Y sin embargo, al intentar meterme por caminos de vida espiritual más honda, percibí la idea de manera cabal. Luego de las competencias que vienen seguidas del triunfo, es inútil distraerse a saborear aquello, porque hay que dirigir todas las energías en la preparación de la próxima contienda. Pero aprendí una cosa nueva: rezar para dar gracias y ofrecer a Dios aquello, porque es dueño de todas las cosas, pidiéndole ayuda para lo siguiente. Y si lo que sigue al concurso es la derrota, es necesario detenerse a analizar los fallos para aplicarse con dedicación a corregirlos. Aprendí a poner todas mis posibilidades junto a las de mi caballo a disposición de ese “juego” en el que ahora también participaba Dios.

Continuaron los viajes y los concursos. Ahora contaba con un nuevo compañero de aventuras: la conciencia de saberse de la mano de Dios cambia bastante las cosas. El sentido de la filiación divina es, si se quiere, la enseñanza más importante que me dejaba el contacto con la Obra. Desde ese momento acudo a la ayuda divina antes y después de las competencias, a través de la intercesión del Fundador del Opus Dei. También para realizar cualquier trabajo. Se podría decir que San Josemaría es un verdadero jinete.

En todo lo que hagamos hay que contar con la disciplina, el orden, ya que nada se obtiene milagrosamente de una vez, como un chispazo. Vuelvo a los caballos para decir que el entrenamiento ha de ser diario y progresivo, paciente y pensado para cada caso, porque siendo todos los caballos similares, son muy distintos y variados en aptitudes, actitudes, reacciones. ¡Qué alegría escuchar que San Josemaría hablaba de igual manera para referirse a la espiritualidad, y a cualquier quehacer diario que nos tiene que llevar a Dios! Comenzar y recomenzar; levantarse después de las caídas; todos los días un poco; luchar por mejorar; por un plano inclinado; deportividad...¡Más alegría el procurar ponerlo en práctica, aunque a veces haya que intentar una y otra vez!

Ahora contaba con un nuevo compañero de aventuras: la conciencia de saberme de la mano de Dios cambió bastante las cosas

Cuando doy clases de equitación no sólo busco que el alumno sea diestro como jinete, sino que procuro contribuir a que ese estudiante estudie mejor y se forme más luego del rato que estuvo montando; o a que el otro, empresario, pueda despejar su cabeza de tantos problemas agobiantes, preparándose para tomar decisiones acertadas; y a que aquel otro se sensibilice, luego del trato con el animal, y lo haga más solidario, más comprensivo con los demás: puedo sentir que mi tarea sirve para algo. Todos podemos luchar por ser mejores. Y puedo decir sin equivocarme que ese aspecto del mensaje del Opus Dei me cambió la perspectiva de las cosas, me cambió la vida.

¡Qué bien expresa el Beato Josemaría el tema del entrenamiento de la vida, en Camino!: “Me dices: cuando se presente la ocasión de hacer algo grande... ¡entonces! -¿Entonces? ¿Pretendes hacerme creer, y creer tú seriamente, que podrás vencer en la Olimpíada sobrenatural, sin la diaria preparación, sin entrenamiento?”

Gustavo Calvo, Jinete, arquitecto y pintor // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002