El CADI les completó la vida

Giovanna relata cómo el CADI ayuda a ella y a su familia a criar y educar bien a sus hijos.

Arriba: Giovanna y Sergio con sus hijos. Abajo: la casa soñada y construida por ellos

Joaquín, con sus escasos cinco años de edad, tiene tan incorporada a su vida la costumbre aprendida en el CADI de bendecir la mesa antes de comer que el primer día que asistió al pre-escolar en la escuela pública, espontáneamente a la hora del almuerzo y viendo que nadie lo hacía, juntó sus manitos e invitó a sus compañeros a rezar la bendición. La maestra, sorprendida, no impidió que lo hiciera y sus compañeros, también sorprendidos, hicieron lo mismo que él. Además, a la salida buscó una imagen de la Virgen para despedirse pero no había, por lo que su mamá le dijo que él la podía saludar igual en su casa con la imaginación.

Micaela, la hermana de siete años de Joaquín, que ahora pasa a segundo año en la escuela pública, desde que llegó allí después de hacer su etapa de Jardín en el CADI, se destacó inmediatamente por ser una excelente alumna. Tan es así que, cuando sus compañeros de clase tienen alguna duda, siempre le preguntan a ella, al punto que a veces, cuando son varios que tienen las mismas dudas, este “pichón” de maestra, los junta a todos y les da las explicaciones necesarias en conjunto.

Joaquín y Micaela son hijos de Giovanna (28) y de Sergio (35). Ella trabaja unas pocas horas un día por semana como auxiliar de servicio en una oficina, pero no quiere salir más horas de su casa porque entiende que lo más importante para ella es criar y educar bien a sus hijos. Él trabaja en una fábrica de carpintería de aluminio con un sueldo que les da para vivir discretamente. Forman una familia muy unida, con firmes valores cristianos, que siempre pasean juntos, muy agradecidos a las oportunidades que la vida les ha dado.

Según manifiesta Giovanna, una de las cosas más importantes que valora de ese centro educativo es la formación humana y espiritual que se les da a los chicos

Una de esas oportunidades fue conocer el CADI. Según manifiesta Giovanna, una de las cosas más importantes que valora de ese centro educativo es la formación humana y espiritual que se les da a los chicos porque no sólo se les enseña a respetarse entre ellos, a ayudar a los demás y a cuidar las cosas, sino que también se les enseña a vivir pequeños detalles de piedad, tales como bendecir la mesa y saludar a la Virgen antes de retirarse, algo que Joaquín sin duda demostró.

La vida también les ofreció otra oportunidad. Cuando se casaron hace ahora diez años, Giovanna y Sergio comenzaron muy modestamente, viviendo en una habitación con un pequeño baño al fondo de la casa de ella. A medida que fue creciendo la familia, aquella habitación resultó demasiado chica. Necesitaban más espacio pero la perspectiva de tener algún día la casa propia era un absoluto imposible. Tenían unos pocos pesos ahorrados que no daban ni para empezar a soñar. Fue así que, por unas de esas vueltas de la vida, se enteraron que había un lugar vacante en el proyecto próximo a comenzar de una cooperativa de 16 viviendas a construirse por ayuda mutua justamente en el barrio donde vivían, a dos cuadras del CADI. Sin demora se asociaron y así comenzaron una nueva etapa en su vida familiar.

El CADI sigue estando como música de fondo en la vida de esta familia

La condición para incorporarse a la cooperativa era comprometerse a trabajar efectivamente en la construcción 21 horas por semana para que, una vez concluidas las viviendas, se sortearan entre los cooperativistas. De esta manera, no habría privilegios para nadie. Y así empezaron las obras. Para poder ir a trabajar a la cooperativa, Giovanna dejaba los niños en el CADI y, cumplido su horario, los recogía a la vuelta, además de trabajar los fines de semana.   A su vez, Sergio iba a trabajar fuera de horario, más sábados y domingos sin descanso. Así trabajaron los dos durante dos años corridos sin parar.

Entre las primeras tareas que tuvo que hacer Giovanna fue ponerse a limpiar de yuyos y mugre el terreno de la construcción. Terminada esta etapa, aprendió a hacer mezcla, a acarrear ladrillos en una carretilla, a sacar clavos de tablas, a alcanzar material para poner pisos y muchas otras tareas afines a la construcción. Por su parte, Sergio después de hora iba a levantar paredes y a ayudar en lo que pudiera. Así y junto con otros cooperativistas, lentamente fueron construyéndose las 16 casas de la cooperativa. Una vez concluidas, tenían que esperar el sorteo para ver cuál casa les tocaba en suerte.

Sergio y Giovanna le habían “echado el ojo” a la casa Nº 10 porque estaba ubicada en una esquina, con muy buena vista y un pequeño jardín. Sergio ya se había imaginado poniendo un arbolito de Navidad detrás de la ventana para que se viera desde la calle. Quiso el destino que fuera ésa precisamente la casa que les tocó en suerte y fue tanta la emoción que Micaela lloraba diciendo que Dios los había ayudado. Ahora cada niño tiene su dormitorio donde no falta la imagen de la Virgen.

El CADI sigue estando como música de fondo en la vida de esta familia. Después de un tiempo, cuando Micaela tuvo edad suficiente, se incorporó al Club de Niñas que funciona allí fuera de horario de escuela, para concurrir a diversos talleres, incluso de música, que disfruta mucho, aparte de la formación que recibe. Por su parte Giovanna sigue en contacto y actualmente se ha hecho dos firmes propósitos: 1º) Le va a pedir a una amiga que la ayude a crecer en su formación espiritual y así ser cada vez una mejor madre y una mejor hija de Dios y 2º) En cuanto Joaquín tenga edad suficiente, lo va a inscribir en Los Pinos para que no pierda la formación humana y espiritual que el CADI sembró en él al comienzo de su vida.