Dos encuentros que valieron por mil

Durante su juventud tuvo dos encuentros cara a cara con San Josemaría. Las palabras que le dirigió le han quedado grabadas, tanto como cada detalle de esas reuniones por más nimio que fuese. Y es que fueron importantes: le valieron cambiar la vida.

Fuera de las reuniones multitudinarias en las que tuve la suerte de poder estar con San Josemaría, tuve la suerte de tener dos encuentros más íntimos y personalizados con él, que sin lugar a dudas me marcaron a fuego.

El primero tuvo lugar en Roma a comienzos de abril de 1972. Al finalizar un encuentro con jóvenes de diversas nacionalidades en Villa Tevere, nombre de la casa donde residía, un pequeño número de nosotros (no seríamos más de diez), compuesto mayoritariamente por venezolanos entre los que yo me había “colado”, pudimos salir antes de la sala de estar en la que se había desarrollado la tertulia.

El propósito de esa salida precipitada y anterior a la de Escrivá era poder recibir de sus manos en el pasillo de afuera una bendición especial de viaje, pues al día siguiente retornábamos a nuestros respectivos destinos. Al salir San Josemaría, acompañado por don Alvaro del Portillo y don Javier Echevarría –los dos colaboradores más cercanos en el gobierno de la Obra durante decenas de años-, se topó con nosotros. Nos pusimos inmediatamente de rodillas, a la par que le iban diciendo que este era el grupo que le había solicitado esa bendición pues viajaría a las pocas horas.

Recuerdo perfectamente cómo -mientras nos iba mirando y señalando a cada uno con su dedo índice- nos decía: "(...) no lo olvidéis, debéis iros al cielo"

Grande fue nuestra sorpresa cuando estando a punto de darla (ya había comenzado a realizar el gesto con su mano derecha), se detuvo, cambió de idea y nos dijo: “Aquí no, pues estamos estorbando a los que todavía salen. Mejor vamos a otro lado...” En el minuto siguiente nos encontramos los diez apeñuscados alrededor de su figura, luego de que él se hubiera sentado en la primer silla que encontró. Y ahí comenzó una “mini-tertulia” que duró unos siete u ocho minutos, en la que San Josemaría nos fue dejando palabras y consejos que se nos quedarían grabadas para siempre.

Entre otras, recuerdo perfectamente cómo – mientras nos iba mirando y señalando a cada uno con su dedo índice – nos decía: “...Porque tú... y tú... y tú..., no lo olvidéis, deben irse al cielo, pero llevando colgados de los dedos (y hacía el gesto, como si sus manos tuvieran hilos atados) a muchos de vuestros amigos...Y si no, no vale....” ¡Qué emoción y alegría contagiosa teníamos cuando salimos de esa salita!

Dos años más tarde, en junio de 1974, me encontraba en La Chacra, casa de retiros en Argentina. Fue entonces que tuve la inmerecida suerte de poder estar al lado de San Josemaría durante unos 45 minutos.

De los minutos que transcurrieron luego, sólo quiero rescatar algunos aspectos, pues otros resultan demasiado íntimos como para estar ventilándolos. En primer lugar, nunca se me borrará lo bien que olía nuestro Padre. Me ha quedado grabado el aroma de una colonia con un perfume penetrante al olfato pero muy fresco a la vez. En aquel momento se me hicieron muy presentes las palabras que alguna vez había leído de escritos del beato Josemaría, para comprender que el “bonus odor Christi” no era una simple metáfora, pues él lo vivía también hasta físicamente.

Luego, y a medida que se fue dando la conversación, vino este consejo cuando le expuse mis dificultades y mi sequedad (“...soy un tronco Padre...”, le dije) a la hora de muchas veces ponerme a rezar y que no me saliera nada. Palabras más o menos su respuesta fue:

-“No te preocupes; tú ponte a rezar igual. ¿Tú tocas la guitarra?”Ante mi desconcierto y titubeo por lo inesperado de la pregunta, me insistió:

"Pero no te preocupes; tú haz como esos enamorados: ponte a rezar y verás qué buen sonido sale de tu guitarra..."

- “¿Tocas o no tocas?”

-“Bueno, algo sí Padre, aunque no mucho...”

-“Pues para el caso es lo mismo. Si tocas te ha de pasar a veces lo que le sucede a muchos enamorados cuando van a cantarle una serenata a sus seres queridos al pie de un balcón o escalinata: a veces pueden distraerse y no concentrarse en lo que están haciendo, pero ellos siguen tocando el instrumento. El sonido de sus guitarras sigue siendo bueno, y llega a destino... Hoy mismo cuando hace un rato rezábamos el Santo Rosario en el jardín yo me distraje un par de veces...Pero no te preocupes; tu haz como esos enamorados: ponte a rezar y verás qué buen sonido sale de tu guitarra..."

Casi al finalizar esos minutos, tuve ocasión de poder decirle a nuestro Padre algo que estoy absolutamente convencido fue representativo de lo que todos los que con él estábamos en ese momento teníamos en la cabeza y en el corazón: Que si podía, se hiciera una “escapada” hasta Uruguay donde lo esperábamos con los brazos abiertos. Pero que si ello no se hacía posible, de todas maneras nosotros íbamos a seguir rezando y pidiendo por lo que él pidiera. Me lo agradeció sinceramente y al poco rato fue hora de terminar la tertulia, pues con la excusa de “...Un cigarrito más Padre...” la habíamos estirado más de lo previsto. Él se percató de ello y nos comentó, sonriente y cómplice, que eso del “cigarrillo más” ya se lo hacían desde años atrás sus primeros hijos en el Opus Dei, cuando le iban pasando disimuladamente al fumador de turno un cigarrillo siempre encendido que nunca se terminaba....

Han pasado 28 años y mucha agua debajo del puente. Durante este tiempo, ¡cuántas omisiones, errores y metidas de pata he cometido!

La reflexión consoladora que me viene es: si teniendo tan buenos recuerdos, me he equivocado igual tantas veces, ¡¿qué hubiera sido de mi, si no hubiera vivido estas cosas?!

Es que en realidad, con el título me he quedado corto. Esos dos encuentros no valieron por mil. Valieron un cambio de vida.

Nicolás Etcheverry, Abogado, Director del PRE/U // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002