Aniversario de la Ordenación Sacerdotal de san Josemaría

El 28 marzo de 1925 Josemaría Escrivá fue ordenado sacerdote en la capilla del Seminario. El día 30 celebró su primera Misa en la Basílica del Pilar, en sufragio por el alma de su padre. Sólo estaban presentes su madre, sus hermanos y algunos amigos. Desde aquel momento la Santa Misa se reafirmó como el verdadero centro de su vida.

Las Navidades de 1917-18 fueron extremadamente frías. El termómetro se mantuvo a catorce grados bajo cero durante muchos días y la ciudad quedó casi paralizada. Y un día de aquéllos, tras una fuerte nevada, un hecho aparentemente anodino cambió el horizonte de su vida. Fueron unas huellas en la nieve: las huellas de un carmelita, que caminaba con los pies descalzos por amor a Dios.

Con sus hermanos, Santiago y Carmen

Al ver aquellas huellas, Josemaría experimentó en su alma una profunda inquietud divina, que le suscitó un fuerte deseo de entrega. Otros hacían tantos sacrificios por Dios y él —se preguntó—.¿él no era capaz de ofrecerle nada?

«El Señor me fue preparando a pesar mío, con cosas aparentemente inocentes, de las que se valía para meter en mi alma esa inquietud divina. Por eso he entendido muy bien aquel amor tan humano y

tan divino de Teresa del Niño Jesús, que se conmueve cuando por las páginas de un libro asoma una estampa con la mano herida del Redentor. También a mí me han sucedido cosas de este estilo, que me removieron y me llevaron a la comunión diaria, a la purificación, a la confesión... y a la penitencia».

Puede sorprender que un motivo tan pequeño —unas pisadas en la nieve— baste a un adolescente para tomar una decisión tan grande: entregar a Dios su vida entera; pero ése es el lenguaje con el Dios suele llamar a los hombres y así son las respuestas, los signos de fe, de las almas generosas que buscan sinceramente a Dios. No fue una reacción, emotiva y pasajera. «Comencé a barruntar el Amor, a darme cuenta de que el corazón me pedía algo grande y que fuese amor (...). Yo no sabía lo que Dios quería de mi, pero era, evidentemente, una elección. Ya vendría lo que fuera».

A partir de aquel día fue creciendo en su alma, de forma cada vez más impetuosa, la necesidad de conocer y tratar más íntimamente a Cristo en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Empezó a asistir diariamente a la Santa Misa.

San Josemaría seminarista

Decidió hacerse sacerdote: le pareció que era el mejor camino para estar enteramente disponible a esa Voluntad de Dios que había intuido en su alma —«un algo que estaba por encima de mí y en mí»—, y cuyo alcance último desconocía.

¿Y luego? Luego... «ya vendría lo que fuera».

Habló con su padre. Don José, como buen padre cristiano, aunque le costaba la decisión de su hijo, y más en aquellas circunstancias familiares —de hecho, fue la única vez que Josemaría le vio llorar—, le aconsejó que le planteara su inquietud a un sacerdote de la ciudad, para cerciorarse de que aquélla era la Voluntad de Dios. Este sacerdote le confirmó a don José la vocación de Josemaría. Y a pesar de que aquello les supusiera, desde una perspectiva puramente humana, lo que suele llamarse "un sacrificio", los padres de Josemaría secundaron la llamada de Dios con gran sentido sobrenatural.

«Hazme eco —enseñaba san Josemaría—: no es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle. Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad».

Josemaría presentía que Dios le estaba prepando para algo... ¿Qué? No lo sabìa. «Acuden a mi pensamiento tantas manifestaciones del Amor Dios en aquellos años de mi adolescencia —recordaba—, cuando barruntaba que el Señor quería algo de mí, algo que no sabía lo que era». Y empezó a pedir en su oración, cada vez con más fuerza: —«Señor ique vea!»

En 1918 comenzó los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño, como alumno externo, como solían hacer los seminaristas que vivían en la ciudad y dos años después, en 1920, se incorporó al Seminario de san Carlos de Zaragoza.

El Arzobispo de Zaragoza, Cardenal Soldevila —que fue asesinado poco después por odio a la fe-advirtió pronto el don de gentes y las cualidades espirituales y morales del joven Josemaría —un joven responsable, alegre, con muy buen humor— y en 1922 le confió el cargo de inspector del seminario. En 1923, con permiso de sus superiores, pudo realizar un antiguo deseo de su padre, y comenzó a estudiar también Derecho en la Universidad Civil de Zaragoza.

Basílica del Pilar, donde san Josemaría celebró su primera Misa

El joven seminarista se acercaba todos los días a la cercana Basílica del Pilar y le confiaba sus afanes y sus inquietudes intimas a la Virgen:«Yo, medio ciego, siempre esperando el porqué. ¿Por qué me hago sacerdote? El Senor quiere algo; ¿qué es? Y con un latín de baja latinidad repetía: Domine, ut videam! Ut sit! Ut sit! Que sea eso que Tú quieres y que yo ignoro. Domina, ut sit!»

Pasaba largos ratos de oración junto al Sagrario en la capilla del Seminario. A veces, durante toda la noche. «Un día —contaba— pude quedarme en la iglesia después de cerradas las puertas. Me dirigí hacia la Virgen, con la complicidad de uno de aquellos buenos sacerdotes ya difunto, subí las pocas escaleras que tan bien conocen los infanticos y, acercándome, besé la imagen de nuestra Madre. Sabía que no era ésa la costumbre, que besar el manto se permitía exclusivamente a los niños y a las autoridades (...). Sin embargo, estaba y estoy seguro de que a mi Madre del Pilar le dio alegría que me saltara por una vez los usos establecidos en su catedral».

El 27 de noviembre de 1924 recibió un aviso inesperado: debía ir rápidamente a Logroño porque su padre acababa de morir de forma repentina. «Mi padre murió agotado —recordaba años después—. Tenía una sonrisa en los labios...». Don José —que tanto le había ayudado con su generosidad y sus consejos— no estaría presente en la próxima ordenación sacerdotal de su hijo Josemaría, que conservaría siempre vivo su ejemplo de honradez y su espíritu de sacrificio. Tras su muerte, se convirtió en el cabeza de familia, con graves problemas económicos por resolver.

El 28 marzo de 1925 Josemaría Escrivá fue ordenado sacerdote en la capilla del Seminario. El día 30 celebró su primera Misa en la Basílica del Pilar, en sufragio por el alma de su padre. Sólo estaban presentes su madre, sus hermanos y algunos amigos. Desde aquel momento la Santa Misa se reafirmó como el verdadero centro de su vida. A lo largo de su existencia Dios le iría dando luces decisivas para su misión durante la celebración de la Eucaristía. «Lucha para conseguir que el Santo Sacrificio del Altar sea el centro y la raíz de tu vida interior, de modo que toda la jornada se convierta en un acto de culto —prolongación de la Misa que has oído y preparación para la siguiente—, que se va desbordando en jaculatorias, en visitas al Santísimo, en ofrecimiento de tu trabajo profesional y de tu vida familiar...».

Del libro: San Josemaría Escrivá , MIguel Dolz