Valores y virtudes.

PiuraLa Dra. Genara Castillo, profesora de Antropología, habló sobre “Valores y virtudes en la vida humana”. Comenzó su disertación reflexionando sobre el dilema ético de Sócrates.

“Sócrates, según narra Platón –y después retoma Aristóteles–, plantea la siguiente pregunta: ¿qué es peor: sufrir un acto injusto, o cometer el acto injusto? Éste es el primer gran aporte socrático para empezar a entender la virtud. Según sea la respuesta que se dé a esta pregunta, se capta la moral o no se capta”.

“El talante ético de una persona se define en esa tesitura, frente al bien y frente al mal moral. Hemos de procurar con todas nuestras fuerzas obrar bien, luchar por acrecentar el bien y evitar el mal. Es lo primero, lo que está en la base”.

“¿Qué es peor: cometer la injusticia o recibirla? Aquí está la pregunta inicial sobre qué es lo que realmente hace bueno o malo a un ser humano. Según se conteste a esta pregunta podemos darnos cuenta de cuál es nuestro nivel ético, y me parece pertinente traerla a colación porque últimamente se ha oscurecido bastante lo que es la ética. Hay quienes contestan que es peor recibir la injusticia, es decir que si –por ejemplo– se trata de dar un palo a otro lo que hay que hacer es adelantarse. Sin embargo, también hay quienes se dan cuenta de que la peor consecuencia de un acto injusto es la que afecta al que lo comete. Entonces hay que plantearnos ¿por qué? El argumento que dan los filósofos clásicos es profundamente ontológico: el que sufre un mal, un acto injusto, es sometido extrínsecamente a las consecuencias del acto, pero en cambio, quien ejerce el acto injusto, ése es actor del acto y el hacerlo lo constituye de manera que él mismo se hace injusto. Estamos ante la dinámica interna, profundamente intrínseca de la acción humana”.

“Por eso, San Josemaría nos dice que hay que “ahogar el mal en abundancia de bien”, “ante el mal no contestaremos con otro mal” porque si no “Cristo no podrá reinar en nuestra alma”, “Hemos de comprender a todos, (...) hemos de perdonar a todos. No diremos que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno. Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien. Así Cristo reinará en nuestra alma, y en las almas de los que nos rodean”. Así pues, hemos de estar dispuestos a todo, menos a introducir voluntariamente el mal dentro de nosotros mismos.”

“Quien hace el mal adquiere un vicio; y si ejerce un acto bueno adquiere una virtud. ¿Por qué? Según los grandes socráticos, es imposible que un hombre ejerza un acto libre sin que en su misma índole de hombre adquiera una profunda reconfiguración intrínseca. La vida humana está entretejida de multitud de actos, pero no es indiferente actuar bien o mal, porque cada acto tiene consecuencias externas, pero también –y sobre todo– consecuencias internas”.

“Aristóteles y también Santo Tomás y San Agustín lo dicen: ¿cuál es el castigo de un ánimo desordenado? Su desorden. ¿Cuál es el castigo del que ha cometido el mal? Que se hace malo. Cada vez que actuamos perfeccionamos o deterioramos nuestros principios o facultades. De aquí nos ha llegado aquello de que la naturaleza no perdona nunca. Así, cuando algunos intentan dañar a otros, con la injusticia, la envidia, la murmuración, la mentira, etc., en realidad la pena mayor es que ellos mismos se hacen un daño interior muy profundo, destruyen sus facultades”.

La Dra. Castillo prosiguió hablando del sentido moral. Al referirse a los bienes a que aspiramos hizo referencia a una apreciación de Sto. Tomás de Aquino que ayuda a centrar el tema.

“Según la argumentación de Tomás de Aquino, los bienes finitos no son bienes porque se pueden perder, entonces no se puede garantizar una felicidad plena. Sólo el Bien absoluto no puede fallar, sólo Aquel puede hacernos felices. Sin el Bien Absoluto, la felicidad no es plena, se queda la nivel del animal que tiene su "gozo" en la comida, etc., en cuyo caso, la tendencia al Fin Supremo está insatisfecha”.

El activismo y la lucha también fueron puntos tocados por la profesora:

“Una de las causas del activismo moderno, consiste en creer que lo importante de la acción es lo que se produce externamente. La primera observación que hay que hacer es precisamente que la producción más importante no es lo que ve la gente –que tiene su importancia–, sino las inevitables consecuencias internas de la acción. Pero para verlo hay que entender lo que es la virtud y el vicio. El activismo moderno lleva consigo la pérdida del valor ontológico de la virtud, por eso es que la virtud es una de las cosas más básicas que hay que recuperar en situaciones de crisis moral como la nuestra.

Por tanto, “vivir la vida a pleno pulmón”, “producir externamente”, tienen aquí su principio básico. Tenemos que partir de que mientras uno realiza una acción –por ejemplo, la que ustedes y yo estamos realizando en este momento–, nuestras facultades acusan el efecto de esas acciones (pensamientos, intenciones, sentimientos, palabras, etc.). Y esos actos redundan en nuestros principios o facultades internas, produciendo nuevas reconfiguraciones en nuestras facultades, por lo cual no quedamos igual cada vez que actuamos, sino que nuestras facultades adquieren una nueva forma, se hiper formalizan, ¿cuál es el resultado inmediato de nuestras acciones?, el resultado es que nuestras facultades resultan fortalecidas si hemos actuado bien, o deterioradas si hemos actuado mal, y de acuerdo con eso quedamos mejor o peor dispuestos para el siguiente acto. Es el enfoque cibernético de las acciones humanas, en las cuales toda “salida” externa, es una “entrada” interna.

Tenemos entonces que tenemos que actualizar bien nuestras facultades, y tratar de progresar en ese sentido. Es necesario ir despertándonos poco a poco, del sueño en que nos sume una vida falsa, San Josemaría dice y lo cito nuevamente: ¡No te duermas!, porque si no, en medio de lo bueno, vendrá lo malo y te arrastrará. El hombre dormido es el que tiene sus facultades humanas pero no se preocupa por actualizarlas, por perfeccionarse. Ser ético es estar despierto: no quedarse en poder, sino en ser. Ser ético es esforzarse en crecer en el bien, en la verdad, y quien no se esfuerza en serlo no es ético”.

Posteriormente se refirió al aspecto de la libertad en los actos virtuosos.

Ahora bien, ese ejercicio de perfeccionamiento intrínseco sólo se da en un ámbito de libertad, precisamente porque ayuda a crecer en libertad. Los vicios nos encadenan, las virtudes contribuyen a hacernos más libres. La libertad es un valor que a menudo está oscurecido. A veces se escucha ¡déjame hacer mi vida! Aquí está la oportunidad para hacerlo. ¿Por qué? Primero, porque en el paso al acto el ser humano no puede ser sustituido. El hombre está en sus propias manos, dice la antropología clásica; nadie puede sustituir su iniciativa. Este hallazgo clásico lleva a formular la libertad como Causa sibi, ser causa en orden a actos; ser causa para sí en orden a actos. Desarrollarse, actualizar sus facultades corre a cargo de cada quien. Por eso, San Josemaría designa como una característica del espíritu del Opus Dei, la libertad, dice –y lo cito– que su espíritu es un espíritu de libertad.

Los actos virtuosos los ejercitamos desde la libertad y sólo así podemos progresar en esa libertad. Por eso, la gran tradición clásica hasta Tomás de Aquino, sostiene que el invalorable don de la libertad radica en controlar la propia conducta, es ser causa sibi. La libertad ante todo es el autodominio. Es dueño de sí el que tiene virtudes y no es dueño de sí el que no las tiene porque tiene vicios. Por eso, la alternativa ética es ontológica, afecta al ser mismo del hombre: uno se hace bueno o se hace malo. ¿Cómo se hace bueno o se hace malo? A través de sus actos, por esto es por lo que son importantes puesto que el origen de la moralidad está en los actos y éstos se determinan por sus objetos.

Finalmente la Dra. Castillo, dijo, con San Josemaría, que las virtudes son eminentemente prácticas.

“Al respecto podemos recordar lo que dice San Josemaría: “En cualquier caso, no basta el afán de poseer estas virtudes: es preciso aprender a practicarlas, discite benefacere: aprended a hacer el bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes –hechos de sinceridad, de veracidad, de paciencia–, porque obras son amores, y no cabe amar a Dios sólo de palabra, sino con obras y de verdad "