El sentido del trabajo: la docencia

El discurso contemporáneo sobre el trabajo está normalmente centrado sobre su productividad en términos materiales, su aportación al mundo pragmático y sus resultados inmediatos marginando trabajos valiosos para la sociedad de entre los que destacan los trabajos académicos.

A nadie pasa desapercibido el valor de un trabajo bien hecho. Vivimos un mundo predominantemente práctico y por eso nos enseñan desde pequeños a valorar el esfuerzo. También nos enseñan a juzgar el trabajo en términos prácticos: sus frutos, su productividad. Lo que rara vez se enseña es el valor que tiene el trabajo por sí mismo, más allá de sus resultados.

Es un discurso que casi nunca encontramos en el aire. Los medios hablan del trabajo sólo cuando deben hablar de aquellos que han acumulado muchos de sus bienes. Entre empresarios se habla de productividad. Incluso en familia se habla del trabajo normalmente sólo para referirse al éxito que deben perseguir los hijos. El problema que trae consigo el trabajo así entendido tiene su cúspide cuando intentamos defender el trabajo que no puede medirse en términos de productividad. El epítome de este tipo de trabajos es sin lugar a dudas el trabajo académico. El trabajo en la universidad es un trabajo verdadero, parece bastante obvio. Sin embargo tiene algunas peculiaridades que lo hacen distinto a cualquier otro tipo de trabajo.

La más importante de estas circunstancias, es sin lugar a dudas que es en la docencia donde más estrecha es la relación entre el producto y el productor. Cuando un profesor pretende mejorar la calidad de su clase, elevar el nivel intelectual de sus alumnos, es necesario que primero eleve el suyo. Un profesor, un buen profesor, debe siempre estar en constante formación, debe ser “ejemplo vivo y convincente de lo que es un trabajo bien hecho”[1]. Un buen profesor está enamorado de la materia que da, le apasiona el estudio de esta y seguramente habrá temas que le emocione impartir. Sin embargo, su público no siempre estará dispuesto, tendrá que impartir también los temas tediosos y contestar innumerables preguntas que muchas veces lo alejen de su área de especialidad. Todo esto requiere muchas virtudes: paciencia, laboriosidad y, sobre todo, mucha generosidad.

A todo esto por supuesto hay que sumar que el trabajo de un profesor no termina con su clase. Hay detrás de todo su tiempo invertido una verdadera preocupación por encontrar la verdad. Monseñor Javier Echevarría dirigió unas palabras al respecto al claustro académico de la universidad de los Andes en Chile: Quiero recordaros que debéis ser apasionados buscadores de la verdad, apasionados practicantes de la verdad y apasionados difusores de la verdad[2]”.

Dejé para la final la particularidad más grande de la docencia, la verdadera gran razón por la que la docencia se distingue del resto de los trabajos: detrás de todo trabajo, en las bases que fundamentan el mundo práctico, está la docencia. Los profesores y sus investigaciones son uno de los pilares que sostienen la sociedad. No viven lejos en un mundo paralelo detrás de las murallas de la Universidad. Los profesores están presentes en cada negocio, cada descubrimiento, cada decisión política. Como san Josemaría decía: “¿Has visto las cumbres nevadas de las grandes montañas? Así son las grandes ideas y las grandes inteligencias: parecen distantes, ajenas, aisladas, pero de esa nieve proviene el agua que hace fructificar los valles”[3].

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Este texto fue tomado de la revista ROMANA 2003; art. Trabajo y educación en Congreso internacional “La grandeza de la vida corriente”


[1] Quiroga, R. Francisca. “Trabajo y educación” en Congreso internacional “La grandeza de la vida corriente”. Universita della Santa Croce. Roma: 2003. pp. 142.

[2] La cita la recuperé en Ibid, pp. 144.

[3] Relación de Fidel Gómez Colombo, en A. DE FUEMAYOR – V. GÓMEZ-IGLESIAS – J.L ILLANES, El intinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona 1989, p. 45, nota 38. Recuperado en: Quiroga, R. Francisca. “Trabajo y educación” en Congreso internacional “La grandeza de la vida corriente”. Universita della Santa Croce. Roma: 2003. pp. 146.