He sido testigo en muchas ocasiones de la predicación de san Josemaría, que era, a la vez que exhortación dirigida a la cabeza y al corazón de sus oyentes, en primer lugar, verdadero diálogo con Dios. He experimentado centenares de veces esa tensión hacia el Señor de sus palabras para ayudar a sus hermanos los hombres; y, sin embargo, sigue llamándome la atención esa fuerza cada vez que releo sus homilías.
En la que tiene por título Con la fuerza del amor se entrecruzan vestigios muy claros de esa experiencia. "Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento?", leemos, por ejemplo, en unos de los primeros párrafos. Es una pregunta que, en efecto, san Josemaría dirigía con repetida machaconería a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en su oración personal, o en el marco de una meditación en voz alta, o de una homilía predicada durante la Misa. "Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34), había dicho Jesús a sus discípulos en la Última Cena. Sin embargo, el deber de amar al prójimo ya existía en el Antiguo Testamento. ¿Por qué, entonces, llamarlo "nuevo"?
"Pidamos a san Josemaría que nos ayude a fomentar los mismos sentimientos y afectos que emanaban del Corazón misericordioso de Jesús, y que emanan también de todos los santos y santas que se han refugiado en Él."
Hagámonos esta pregunta todos, cada uno, como se la hacía san Josemaría. Hay una respuesta negativa, que se daba a sí mismo y que también planteaba a todos: porque no lo ponemos en práctica, porque sigue sin estrenarse. Pero hay también una respuesta positiva: el mandamiento de Jesús es nuevo porque su medida, como "Yo os he amado", apunta a mucho más de lo que cualquier sentimiento natural o cualquier conclusión de orden ético -"como querríais que los demás os amaran", por ejemplo- alcanzará jamas a sugerir. Sí, solo Dios, que es Amor infinito, puede poner como ley suprema la caridad y revelárnosla con su encarnación y con el sacrificio de su propia vida.
Por eso, para el cristiano -escribe san Josemaría, previniéndonos tanto del sentimentalismo cono del intelectualismo- el amor consisten en "convivir con el prójimo, venerar [...] la imagen de Dios que hay en cada hombre". Y veneramos esa imagen de Dios con nuestra sonrisa, con nuestra oferta de perdón, con nuestro tiempo dado alegremente al prójimo, con nuestra ternura, con nuestro esfuerzo de comprensión, de generosidad, de carió..., que no es mero sentimiento, que no es cálculo de fuerzas positivas y negativas: encierra otra cosa, pide mucho más.
Me parece oportuno sugerir que, al meditar esta homilía, pidamos a san Josemaría que nos ayude a fomentar los mismos sentimientos y afectos que emanaban del Corazón misericordioso de Jesús, y que emanan también de todos los santos y santas que se han refugiado en Él.
Que la Virgen María, Madre de Misericordia, nos acompañe en esta senda, como acompañó a su Hijo en el camino del Calvario: con la fuerza de la fe, con la fuerza de la esperanza, con la fuerza del amor.
Javier Echevarría
Prelado del Opus Dei
Artículo tomado de la web de san Josemaría: www.es.josemaríaescriva.info