Viajeros libres: historias de la beatificación

La Tierra: un mundo sin fronteras, una casa para todos, sin superioridad de razas, sin desequilibrios Norte-Sur, sin barreras generacionales ni físicas, en perfecta ecología humana. Utópico, ¿no? Pues en Valdebebas lo vivimos este fin de semana, en la Beatificación de Álvaro del Portillo. Y así lo cuentan las personas a las que nos acercamos. Bueno, cada cual lo hace a su manera pero todos dicen ¡Gracias! con la misma alegría desbordante y contagiosa.

Algunos conocieron a San Josemaría y a Don Álvaro, como Steven, médico de Hong Kong, converso y cooperador del Opus Dei, que descubrió la fe católica en Irlanda, donde le enviaron sus padres a estudiar cuando era pequeño. Una vez le preguntó en Roma al Fundador cuándo iría a su país. Steven está aquí para agradecer al nuevo beato que hiciera realidad el sueño que San Josemaría no pudo llegar a cumplir: su visita pastoral y el comienzo de la labor del Opus Dei en Hong Kong, en 1981. Y añade con orgullo algo que considera un privilegio: le hizo de chófer durante su estancia en aquel país.

Del otro lado del Pacífico, viene un grupo de estadounidenses de Chicago, directos, prácticos. Para Chris, Álvaro del Portillo era un tipo normal y un ejemplo increíble de santidad. Su beatificación es un evento trascendental. Teresa e Ivi, estas dos jóvenes que lo acompañan, describen lo que están viviendo como algo muy fuerte, una especie de reunión gigante de familia. Y otro chico del grupo añade algo más: un gran momento de familia de la que forma parte como hijo, porque así consideraba Álvaro a los que están cerca de la Obra. ¡Así que tengo un padre que va a ser beatificado!

Josephine procede de la India. Su precioso sari la delata. Es del Opus Dei, médico, como Steven; una ginecóloga que desarrolla su trabajo en Nueva Delhi y que además ha puesto en marcha tres ONGs que prestan un gran servicio a las mujeres y niños de su país. También ha venido, junto con un grupo de compatriotas, para dar gracias a Don Álvaro por el comienzo del trabajo de la Obra en India, en 1993.

En este hormigueo de ciudadanos del mundo que campan por Valdebebas, nos encontramos con dos matrimonios de Lituanos. Han venido trece y tienen tan buena experiencia de la eficacia de Álvaro del Portillo que desde ahora le pedirán muchas más cosas.

Con delicados vestidos orientales y respetuosos gestos, un grupo de Sri Lanka agradece la fidelidad de Don Álvaro a Dios y a la Iglesia y se siente muy bendecida de estar aquí.

Elisa llega del Líbano con su marido y tres de sus cuatro hijos. Es del Opus Dei. Don Álvaro les ha hecho un favor muy especial y están felices de haber venido. Y de Kinshasa, en el corazón de África, también están Veronique y Mark. Le deben a la intercesión de Álvaro su hijo Ángelo.

Viajar hasta Madrid desde lugares tan distantes ha supuesto un esfuerzo grande para muchos, pero se hace con gusto. Como las chicas de Camerún que han vendido todo tipo de productos para conseguir el dinero para su billete de avión.

Mila Bobek viene con un grupo de checos dispuestos a pedir al nuevo beato milagros grandes: por la novia de su hijo, que está enferma, por sus hijos para que sepan escuchar la voz de Dios y por el parvulario que han puesto en marcha en su ciudad. Nada menos.

Don Álvaro ayuda de muchas maneras, también con favores de tipo profesional. Para este hoy ingeniero mecánico, que de niño ayudaba a sus papás a sembrar maíz en el altiplano guatemalteco, la vida del nuevo beato fue una inspiración que le motivó a superarse cada vez más hasta alcanzar su sueño de estudiar en Kinal, una obra corporativa del Opus Dei.

Y volvemos de nuevo al lejano oriente, la esquina de esta gran casa del mundo con sede en Valdebebas. Con sus kimonos, estas tres japonesas, junto con otras ochenta personas del país del sol naciente, han venido para dar gracias a Álvaro del Portillo por visitar su tierra. Una tierra muy querida para el nuevo beato, que ya de joven, quiso aprender japonés.

Estos son nuestros viajeros libres. Dibujan un collage, un patchwork maravilloso de vistosos ropajes tradicionales y de ropa de calle, de paraguas de colores, de alegría. Dejan a su paso una estela de paz y de unidad que llena de esperanza, como la sonrisa de Álvaro del Portillo.