Un rebelde me acercó a Dios

Karlos Umaña, tiene 26 años y nos cuenta su historia de cómo conoció la Obra de Dios y pidió la admisión como supernumerario en Honduras.

Recuerdo que mi primer contacto con las personas de la Obra fue a través de un compañero de colegio cuando estaba en octavo grado. A este amigo, todos lo etiquetaba como “rebelde”, aunque en realidad podríamos decir que era alguien con “espíritu alegre”. A diferencia de él yo era más callado y centrado en mis estudios, con pocos amigos, buen estudiante, y mi etiqueta era de “angelito”.

Este compañero me molestaba, siempre en tono de broma, pero lo cual a mi me caía pesado en ese momento, porque no me gustaba ser objeto de burlas, aún así no fue hasta que por cosas del destino escolar tuvimos que trabajar juntos ya que quedamos como equipo de trabajo para una tarea en parejas. Él estaba entusiasmado, y yo por el contrario con el pensamiento de que por qué no había sido con alguien más.

Recuerdo muy bien mi primera vez en el Club Nauta: la meditación predicada por el sacerdote en el oratorio y que tuvimos Bendición con el Santísimo, y luego un alegre partido de fútbol

Me invitó a su casa para trabajar en dicho proyecto y qué sabría yo que esa tarde-noche la excusa de trabajar en el proyecto, nos llevaría a forjar una amistad sincera e integra. Ese mismo fin de semana me invitó a las actividades de Club Nauta, un club juvenil del Opus Dei en San Pedro Sula, Honduras. Recuerdo muy bien mi primera vez en el Club, la meditación predicada por el sacerdote en el oratorio y que tuvimos Bendición con el Santísimo, y luego un alegre partido de fútbol o “potra” como popularmente le decimos en Honduras.

Desde entonces, mis planes de sábado se convirtieron en ir a la casa de mi nuevo amigo y luego irnos juntos a las actividades del Club, las cuales no olvido porque eran muy entretenidas y divertidas. Pero no todo era diversión, otras tantas eran poner en práctica las obras de misericordia: visitamos en varias ocasiones los niños con síndrome de down y VIH, íbamos a visitar a los niños con cáncer al hospital Mario Catarino Rivas o a los ancianos del asilo Perpetuo Socorro.

En varias ocasiones recolectábamos víveres y los llevábamos a estos institutos y otras veces hacíamos “Work Camps” donde acudimos a pueblitos rurales a hacer estas donaciones de comida, ropa e incluso juguetes. Recuerdo dos “Work Camps” especialmente: uno que hicimos a La Esperanza, Intibucá, donde ayudamos a construir dos casitas para las familias más necesitadas y otro que fuimos en conjunto con el Club Espavel, a donar comida, ropa y pintar una iglesia a Comayagua.


Karlos durante un Work Camp

Aparte de estas convivencias, recuerdo bien las Convenciones de Clubes, cada año se trataba de unir a los clubes de otros de otros países como Guatemala, El Salvador y Honduras, en un hotel en Guatemala y hacíamos campeonatos de fútbol, básquetbol, piscina, películas (estilo a los Oscars, cada club hacía una película) la cual mirábamos todos una noche; reíamos y nos divertíamos como nunca, lo bonito era poder convivir con personas de diferentes países, que asisten a centros de la Obra.

Me sentí siempre en casa y a medida que pasaban los días vi muy clara mi vocación como Supernumerario

Luego que el tiempo pasó, terminé el colegio, luego la universidad y comenzaba la etapa de ser un profesional joven. Durante buena parte de mis estudios universitarios no frecuenté el centro de la Obra, pero cuando retomé las actividades como parte de los jóvenes profesionales era como si nunca lo hubiera dejado, me sentí siempre en casa y a medida que pasaban los días vi muy clara mi vocación como Supernumerario a través de mucha oración y practicando normas de piedad como rezar el Rosario todos los días y el rezo del Ángelus. Sin dejar a un lado, que empecé a frecuentar la Misa diaria para recibir a Jesús sacramentado en la Eucaristía. 

Así fue como ese mismo año pedí la admisión, y ahora a mis 26 años y a casi dos años de haber pedido la admisión soy más feliz que nunca santificando mi vida en el trabajo y vida ordinaria. Hoy aquel niño que una vez me molestaba en clase, es mi mejor amigo de toda una vida y le agradezco siempre que si no hubiera sido por ese trabajo en equipo nunca hubiera conocido la Obra.

Karlos y el grupo de profesionales jóvenes en San Pedro Sula