Los trabajos domésticos en el Opus Dei

San Josemaría se encargó personalmente de la instalación y organización de la atención doméstica de los primeros centros del Opus Dei hasta que hubo mujeres preparadas para hacerlo. El Fundador les confió estas tareas, formándolas de una manera muy directa con ayuda de su hermana Carmen. Así nació lo que familiarmente se conoce en la Obra como el trabajo de la Administración.

A continuación se recoge una selección de textos del libro "El Fundador del Opus Dei" de Andrés Vázquez de Prada, Ediciones Rialp, 2003.

San Josemaría se encargó personalmente de la instalación y organización de la atención doméstica de los primeros centros del Opus Dei hasta que hubo mujeres preparadas para hacerlo. El Fundador les confió estas tareas, formándolas de una manera muy directa con ayuda de su hermana Carmen. Así nació lo que familiarmente se conoce en la Obra como el trabajo de la Administración. Ocupación que el Fundador había definido esencialmente como apostolado de los apostolados, por su gran repercusión y eficacia en las actividades apostólicas de la Obra.

Inicio de la atención doméstica de los centros: las administraciones

Sobradamente conocía el Fundador los principios por los que se regía ese apostolado de los apostolados: lo primero, el servicio que se hacía a toda la Obra; detrás vendrían los demás apostolados variadísimos de sus hijas.

Se esforzaba el Padre* en aclararles que estaban comenzando. Les pedía fe y audacia: "con sólo media docena de mujeres que sé que me seréis fieles, llenaremos el mundo de luces de Dios, de fuego divino. Tened fe en Dios, y un poco de fe en este pobre pecador", les suplicaba. Era el inicio de la labor y, precisamente por eso, las primeras debían estar dispuestas a todo. Más adelante, con el desarrollo de los apostolados, sólo un pequeño porcentaje se ocuparía profesionalmente de las labores domésticas. "Habrá —les decía el Padre— hijas mías Catedráticos, Arquitectos, Periodistas, Médicos…"Pero, por de pronto, todas tendrían que encargarse también de la administración de los centros de la Obra en Madrid.

A lo largo de los cursos académicos 1941-1942 y 1942-1943, don Josemaría, con la ayuda de su hermana Carmen, libró la batalla de la formación de las nuevas administradoras de los centros y residencias de la Obra en Madrid, en todo lo referente a las tareas domésticas. Lo peor de todo eran las prisas; y el mayor obstáculo la falta de tiempo. Tuvieron, por tanto, que aprender sobre la marcha.

Tía Carmen

Carmen, la hermana del Fundador, se encargó de formar a las primeras administradoras

Tía Carmen se impuso esta obligación con Lola, Nisa, Encarnitay alguna otra. Carmen, (…) sin meterse en terrenos que no le incumbían, enseñaba y arrastraba con el ejemplo. Y el Padre, con la autoridad que le correspondía, las animaba y exhortaba para irlas formando, con mucha paciencia, sin dejar de corregirlas. Tenía don Josemaría excelentes condiciones pedagógicas, aunando, a la vista del caso concreto, la teoría con la práctica. De modo que cada lección era una enseñanza inolvidable. Las lecciones versaban sobre los menesteres y las operaciones más variadas y vulgares. El Padre les enseñaba a ejecutar con la mayor perfección posible, y por amor a Dios, cualquier trabajo, por insignificante que pudiera parecer. Quería que aprendieran a ser fieles en lo pequeño, en las tareas corrientes de cada día, porque ése es el camino para santificar toda nuestra existencia, les decía. (…)

Solía acompañar las lecciones prácticas de alguna palabra amable, de una sonrisa y, por dentro, con oración. Es muy de sospechar que estos ingredientes pedagógicos procedían de la educación y buenos modales aprendidos en el hogar de Barbastro.

Encarnita, sin pretender ser exhaustiva, ni mucho menos, hace una lista con un montón de observaciones y variedad de quehaceres: "Aprendimos el tono humano que debían tener nuestras casas; limpias, puestas con buen gusto y con detalle; evitando la tacañería, pero sin lujos y cuidando las cosas para que duren. Nos dejó muy claro que para el oratorio todo debía, siempre, parecernos poco. Aprendimos que los cuadros debían estar bien colocados; que los muebles no debían rozar las paredes; a cerrar bien las puertas; a poner armonía y gracia, tanto en la colocación de unas flores, como en un adorno que estuviera sobre una mesa o en una vitrina. Nos explicaba cómo, al entrar en una habitación teníamos que ser observadoras y darnos cuenta enseguida de lo que estuviera torcido, estropeado o roto(…) También nos insistía en que no debía haber más luces encendidas que las necesarias en cada momento (…)."

En aquella labor educativa resultaba sorprendente la fecundidad de don Josemaría al formular los principios teórico-prácticos, por los que debían regirse.

Eran otras tantas reglas de oro donde se compendiaba algún aspecto concreto del espíritu de la Obra, aplicado a la administración de los centros. Consistían estas reglas en frases fáciles de recordar, o lo suficientemente pintorescas como para que no se cayesen de la memoria. Si escaseaba la comida y sus hijas e hijos se plegaban a las restricciones, el Padre exigía mayor confianza. Dios velaría por sus hijos: "si nosotros no le faltamos —les decía—, Él no nos faltará. Pero sin la presunción de que les iban a llover las cosas del cielo, como el maná del desierto: hay que poner todos los medios humanos, como si no hubiera sobrenaturales, y después una fe tan grande como si las cosas dependieran sólo de Dios".

San Josemaría con sus hijas.

Ir por delante

A las mujeres que tenían que dirigir a las empleadas del hogar en sus tareas domésticas, les aconsejaba, si es que querían que todo marchase bien, que fuesen ellas por delante en los servicios desagradables. En cuanto al modo de vivir la pobreza, les mostraba dónde y cómo ahorrar: manejar con cuidado los objetos frágiles, reparar cuanto antes los desperfectos, alargar la vida de los instrumentos de servicio. En una palabra, comportarse con dignidad, sin pobretería, pero con sacrificio, haciéndose a la idea de que eran madres de familia numerosa y pobre, conscientes de que la riqueza del Opus Dei es que sepamos vivir pobres (…). En fin, tenían que revestir el cumplimiento de sus faenas con una nota de discreta elegancia, porque la buena Administración ni se ve ni se oye.

Ni qué decir tiene que no parecía sencillo ponerlo en práctica. Sin embargo, pronto aprendieron de la mano del Padre en gran medida, pero también gracias a los muchos percances, errores y equivocaciones cometidos. A tales contratiempos, algunas de ellas los denominaban "desastres"; y el Padre, tomándolos por el lado positivo, los calificaba de "experiencias". Pequeños desastres se produjeron, como sucede en todo lugar y, para que no se repitiesen en el futuro, se hacían fichas de experiencias, para ir ganando terreno y no caer dos veces en el mismo hoyo. Grandes desastres tampoco faltaron, sucediendo que el mayor de ellos dio lugar a la mejor de las experiencias.

* Los miembros del Opus Dei llaman familiarmente Padre a san Josemaría.