"Un amor enteramente gratuito"

En esta noticia incluimos los textos actualizados de Benedicto XVI en este tiempo litúrgico junto con algunos seleccionados de años anteriores (Última actualización: 5 de enero)

4 de enero

Angelus

Al mediodía de hoy, el Santo Padre se asomó a la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro para rezar el Angelus con los miles de peregrinos allí presentes.

El Papa recordó al inicio que la liturgia de este domingo “propone nuevamente a nuestra meditación el mismo Evangelio proclamado en el día de Navidad, es decir, el Prólogo de san Juan. Después del trajín de los días pasados para comprar los regalos, la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo el misterio de la Navidad de Cristo para comprender mejor su profundo significado y su importancia para nuestra vida”.

“Se trata -dijo- de un texto admirable que ofrece una síntesis extraordinaria de toda la fe cristiana. Comienza por lo alto: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios"; aquí está la novedad inaudita y humanamente inconcebible: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros".

Benedicto XVI subrayó que esta “no es una imagen retórica, sino una experiencia vivida. La relata Juan, testigo ocular. (...) No es la palabra erudita de un rabino o de un doctor de la ley, sino el testimonio apasionado de un humilde pescador que, atraído cuando era joven por Jesús de Nazaret, en los tres años de vida común con Él y con los demás apóstoles, experimentó su amor -hasta el punto de definirse a sí mismo "el discípulo al que Jesús amaba"-, le vio morir en la cruz y aparecerse resucitado, y recibió junto a los demás su Espíritu. De toda esta experiencia, meditada en su corazón, Juan sacó una certeza íntima: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, es su Palabra eterna, que se hizo hombre mortal”.

Tras poner de relieve que “al conocer a Jesús, estando con Él, escuchando su predicación y viendo los signos que realizaba, los discípulos reconocieron que en Él se cumplían todas las Escrituras”, el Papa dijo que “cada hombre y cada mujer necesita encontrar un sentido profundo para su propia existencia. Y para ello no bastan los libros, ni siquiera las Sagradas Escrituras. El Niño de Belén nos revela y nos comunica el verdadero "rostro" del Dios bueno y fiel, que nos ama y que no nos abandona ni siquiera en la muerte”.

El Santo Padre afirmó que “la primera que abrió el corazón y contempló "al Verbo que se hizo carne" fue María, la Madre de Jesús. Una humilde muchacha de Galilea se convirtió de este modo en la "sede de la Sabiduría". Al igual que el apóstol Juan, cada uno de nosotros está invitado a "acogerla en su casa", para conocer profundamente a Jesús y experimentar su amor fiel e inagotable. Este es mi deseo para cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, al inicio de este año nuevo”.

Después del Angelus, el Papa invitó a todos a rezar por el fin de la guerra en Gaza y recordó que el odio y la guerra no solucionan los problemas.

“Hoy, en todas las iglesias de Tierra Santa, los patriarcas y los jefes de las Iglesias cristianas de Jerusalén invitan a los fieles a rezar por el final del conflicto en la franja de Gaza y a implorar justicia y paz para su tierra. Me uno a ellos y os pido también a vosotros que hagáis lo mismo, recordando, como ellos dicen, "a las víctimas, a los heridos, a quienes tienen el corazón roto, a quienes viven en la angustia y en el temor, para que Dios les bendiga con el consuelo, la paciencia y la paz que proceden de Él".

El Santo Padre afirmó que “las dramáticas noticias que nos llegan de Gaza muestran que el rechazo del diálogo lleva a situaciones que pesan de manera inenarrable sobre las poblaciones, que una vez más vuelven a ser víctimas del odio y de la guerra”.

“La guerra y el odio no son la solución de los problemas. Lo confirma también la historia reciente. Pidamos, por tanto -concluyó-, para que "el Niño del pesebre... inspire en las autoridades y en los responsables de ambos frentes, israelí y palestino, una acción inmediata para acabar con la trágica situación actual".

1 de enero de 2008

A las 10,00 de hoy, en la basílica vaticana, el Santo Padre presidió la celebración eucarística en la solemnidad de Santa María Madre de Dios y con ocasión de la XLII Jornada Mundial de la Paz, cuyo tema en 2009 es: "Combatir la pobreza, construir la paz”.

Comentando en la homilía el tema de la Jornada Mundial de la Paz, el Papa explicó que existe, por una parte, “la pobreza elegida y propuesta por Jesús, y por otra, la pobreza que hay que combatir para que el mundo sea más justo y solidario”.

“El nacimiento de Jesús en Belén -dijo- nos revela que Dios eligió la pobreza para sí mismo en su venida en medio de nosotros. (...) El amor por nosotros empujó a Jesús no sólo a hacerse hombre, sino a hacerse pobre”.

Sin embargo, añadió, existe “una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad; una pobreza que ofende la justicia y la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica”.

El Papa recordó que en el mensaje de este año había vuelto a denunciar, “frente a las plagas difundidas, como las enfermedades pandémicas, la pobreza de los niños y la crisis alimentaria, la inaceptable carrera armamentística”, y refiriéndose al fenómeno de la globalización, dijo que es necesario que las naciones “se esfuercen por mantener alto el nivel de la solidaridad”.

Benedicto XVI preguntó si “estamos preparados para leer la actual crisis económica en su complejidad, como desafío para el futuro y no sólo como una emergencia a la que dar respuestas a corto plazo. ¿Estamos dispuestos a hacer juntos una revisión profunda del modelo de desarrollo dominante, para corregirlo de forma concertada y a largo plazo. Lo exigen, en realidad, antes que las dificultades financieras inmediatas, el estado de salud ecológica del planeta y, sobre todo, la crisis cultural y moral, cuyos síntomas son evidentes desde hace tiempo en todo el mundo”.

“Para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. No se puede combatir eficazmente la miseria”, si no se “reduce el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario”, afirmó.

El Santo Padre confió a la Virgen María “el profundo deseo de vivir en paz que anida en el corazón de la gran mayoría de las poblaciones israelí y palestina, una vez más puestas en peligro por la intensa violencia en la franja de Gaza, en respuesta a otra violencia”.

“También la violencia, también el odio y la desconfianza son formas de pobreza -quizá las más tremendas- que hay que combatir”. En este sentido, expresó “también la fundada esperanza de que, con la sabia y previsora contribución de todos, no será imposible escucharse, encontrarse y dar respuestas concretas a la difundida aspiración a vivir en paz, en seguridad y dignidad”.

PROMOVER UN NUEVO ORDEN MUNDIAL DIGNO DEL SER HUMANO

Este mediodía, poco después de la misa celebrada en la basílica vaticana, Benedicto XVI se dirigió a los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para el rezo del Angelus.

El Papa felicitó el Año Nuevo a todos los presentes y a los que seguían el Angelus mediante la radio y la televisión, y aseguró que “con la gracia del Señor -y solo con ella- podemos esperar siempre nuevamente que el futuro sea mejor que el pasado”.

Con el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, cuyo tema en 2009 es: “Combatir la pobreza, construir la paz”, “deseo -aseguró- dialogar nuevamente con los responsables de las naciones y de los organismos internacionales, ofreciendo la contribución de la Iglesia católica para la promoción de un nuevo orden mundial digno del ser humano".

“Al inicio del nuevo año -dijo- mi primer objetivo es precisamente invitar a todos, gobernantes y simples ciudadanos, a no desanimarse frente a las dificultades y los fracasos y a renovar sus compromisos”.

El Santo Padre señaló que “en la segunda parte de 2008 ha surgido una crisis económica de vastas proporciones. Esta crisis debe ser examinada en profundidad, como un síntoma grave que requiere intervenir sobre las causas. No basta -como diría Jesús- poner remiendos nuevos en un vestido viejo. Poner a los pobres en primer lugar significa pasar decididamente a la solidaridad global que ya Juan Pablo II había indicado como necesaria, concertando las potencialidades del mercado con las de la sociedad civil, en el constante respeto de la legalidad y tendiendo siempre al bien común".

“Jesucristo -terminó el Papa-, no ha organizado campañas contra la pobreza, pero ha anunciado a los pobres el Evangelio para un rescate integral de la miseria moral y material. Lo mismo hace la Iglesia con su labor incesante de evangelización y promoción humana. Invoquemos a la Virgen María, Madre de Dios, para que ayude a todos los hombres a caminar juntos por la Vía de la paz”.

31 de diciembre de 2008

El Papa presidió a las 18,00, en la basílica vaticana, las primeras vísperas de la solemnidad de Santa María Madre de Dios, y la exposición del Santísimo Sacramento, el canto del "Te Deum" de acción de gracias al concluir el año y la bendición eucarística.

En la homilía, el Santo Padre afirmó que el tiempo de Navidad “trae consigo una profunda connotación mariana; el nacimiento de Jesús, hombre-Dios y la maternidad divina de María son realidades inseparables entre sí; el misterio de María y el misterio del Hijo unigénito de Dios que se hace hombre forman un único misterio, donde uno ayuda a comprender mejor el otro”.

“Esta tarde -dijo- queremos poner en las manos de la celeste Madre de Dios nuestro himno de acción de gracias al Señor por los beneficios que nos ha concedido ampliamente en los doce meses pasados” y “unimos la petición de perdón por no haber empleado siempre el tiempo útilmente”.

Dirigiéndose en particular a los fieles de la diócesis de Roma, Benedicto XVI subrayó que “el encuentro con Cristo renueva la existencia personal y ayuda a contribuir a la construcción de una sociedad justa y fraterna. Por eso, como creyentes, podemos aportar una gran contribución también para superar la actual emergencia educativa. Es muy útil por este motivo que crezca la sinergia entre las familias, la escuela y las parroquias para una evangelización profunda y para una valiente promoción humana, capaces de comunicar al mayor número posible de personas la riqueza que brota del encuentro con Cristo”.

“En estos tiempos, marcados por la inseguridad y la preocupación por el futuro, es necesario experimentar la presencia viva de Cristo. María, Estrella de la esperanza, nos conduce a Él. Ella, con su amor materno, puede guiar a Jesús especialmente a los jóvenes”.

El Santo Padre pidió a los jóvenes, “responsables del futuro” de Roma: “¡No tengáis miedo de la tarea apostólica que el Señor os confía, no dudéis en elegir un estilo de vida que no siga la mentalidad hedonista actual. (...) El aumento de las necesidades de la evangelización requiere numerosos obreros en la viña del Señor: no dudéis en responderle con prontitud si os llama. La sociedad necesita ciudadanos que no se preocupen sólo de sus propios intereses, porque, como recordé el día de Navidad, “el mundo se encamina a la ruina si cada uno piensa sólo en sí mismo”.

“Este año -continuó- se cierra con la conciencia de una crisis económica y social creciente, que afecta al mundo entero; una crisis que exige a todos más sobriedad y solidaridad para ayudar especialmente a las personas y a las familias con dificultades más serias”. En este contexto señaló que “la comunidad cristiana se está ya empeñando, y que la Caritas diocesana y las demás organizaciones benéficas hacen lo posible, pero es necesaria la colaboración de todos, porque nadie puede pensar en construir por sí solo la propia felicidad”.

“Aunque vayan apareciendo en el horizonte muchas sombras sobre nuestro futuro, no debemos tener miedo. Nuestra gran esperanza como creyentes es la vida eterna en la comunión de Cristo y de toda la familia de Dios. Esta gran esperanza nos da la fuerza para afrontar y superar las dificultades de la vida en este mundo”.

Benedicto XVI concluyó afirmando que “la presencia maternal de María nos asegura esta noche que Dios no nos abandona nunca si confiamos en Él y seguimos sus enseñanzas. A María, por tanto, presentamos con filial afecto y confianza las esperanzas y deseos, así como los temores y las dificultades que llevamos en el corazón, mientras nos despedimos del 2008 y nos preparamos para acoger el 2009”.

28 de diciembre. Fiesta de la Sagrada Familia. Ángelus

El Santo Padre afirmó que “la familia de Jesús merecía realmente el título de “santa” porque su único deseo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable presencia de Jesús. Por una parte, es una familia como todas las demás, y en cuanto tal es modelo de amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de confianza en la Providencia, de laboriosidad, de solidaridad, de todos aquellos valores que la familia custodia y promueve, contribuyendo principalmente a formar el tejido de todas las sociedades”.

“Al mismo tiempo -continuó-, la familia de Nazaret es única, distinta de todas, por su singular vocación ligada a la misión del Hijo de Dios. Precisamente con esta unicidad señala a todas las familias, y en primer lugar a las familias cristianas, el horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad, la perspectiva del cielo al que estamos destinados”.

Benedicto XVI se dirigió a continuación a las miles de personas congregadas en la Plaza de Colón de Madrid que participaban en una fiesta para “orar por la familia y comprometerse a trabajar en favor de ella con fortaleza y esperanza”.

“La familia -dijo- es ciertamente una gracia de Dios, que deja traslucir lo que Él mismo es: Amor. Un amor enteramente gratuito, que sustenta la fidelidad sin límites, aún en los momentos de dificultad o abatimiento. Estas cualidades se encarnan de manera eminente en la Sagrada Familia, en la que Jesús vino al mundo y fue creciendo y llenándose de sabiduría, con los cuidados primorosos de María y la tutela fiel de San José”.

“Queridas familias -continuó-, no dejéis que el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen. Pedídselo constantemente al Señor, orad juntos, para que vuestros propósitos sean iluminados por la fe y ensalzados por la gracia divina en el camino hacia la santidad. De este modo, con el gozo de vuestro compartir todo en el amor, daréis al mundo un hermoso testimonio de lo importante que es la familia para el ser humano y la sociedad. El Papa está a vuestro lado, pidiendo especialmente al Señor por quienes en cada familia tienen mayor necesidad de salud, trabajo, consuelo y compañía”.

Después del Angelus, el Papa hizo un llamamiento por el fin de la violencia en Tierra Santa y pidió a la comunidad internacional que haga todo lo posible por ayudar a israelíes y palestinos a solucionar el conflicto actual.

“La Tierra Santa, que en los días de Navidad ocupa el centro de los pensamientos y de los afectos de los fieles de todo el mundo -dijo el Santo Padre-, se ha visto golpeada de nuevo por un estallido de inaudita violencia”.

“Estoy profundamente apenado por los muertos, los heridos, los daños materiales, los sufrimientos y las lágrimas de las poblaciones víctimas de esta trágica cadena de ataques y de represalias" , afirmó.

“¡La patria terrena de Jesús -exclamó- no puede seguir siendo testigo de tanto derramamiento de sangre, que se repite sin fin! Imploro el fin de la violencia, que hay que condenar en todas sus manifestaciones, y la reanudación de la tregua en la franja de Gaza. Pido una prueba de humanidad y de sabiduría en todos aquellos que tienen alguna responsabilidad en esta situación, pido a la comunidad internacional que haga todo lo posible por ayudar a los israelíes y a los palestinos a salir de este callejón oscuro y a no resignarse -como decía hace unos días en el mensaje “Urbi et Orbi”- a la lógica perversa del enfrentamiento y de la violencia, sino a privilegiar el camino del diálogo y de la negociación”.

“Confiamos a Jesús, Príncipe de la Paz -concluyó- nuestra ferviente oración por estas intenciones y a El, a María y a José, decimos: “¡Oh familia de Nazaret, que tanto has padecido, dona al mundo la paz”. Dónala hoy sobre todo a Tierra Santa!”.

26 de diciembre.

Festividad de San Esteban. Ángelus

En la narración del martirio de San Esteban, dijo el Papa, hay un detalle que “durante este Año Paulino se debe resaltar: la nota de que “los testigos dejaron sus túnicas a los pies de un joven llamado Saulo”.

“Aquí -observó el Santo Padre- aparece por primera vez San Pablo con el nombre judío de Saulo, como decidido perseguidor de la Iglesia. (...) Poco después del martirio de San Esteban y siempre empujado por el celo contra los cristianos tuvo lugar su fulguración, la experiencia singular en que se le apareció Jesús resucitado que le habló y cambió su vida”.

“Saulo perseguía a la Iglesia y había participado en la lapidación de Esteban: lo vio morir a pedradas y sobre todo vio el modo en que murió: en todo como Cristo, es decir, rezando y perdonando a sus asesinos. En el camino de Damasco Saulo comprendió que persiguiendo a la Iglesia perseguía a Jesús muerto y verdaderamente resucitado; a Jesús vivo en su Iglesia, vivo también en Esteban, al que Pablo había visto morir, pero que ahora vivía ciertamente con su Señor resucitado. Casi podríamos decir que en la voz de Cristo escuchó la de Esteban y que, también por su intercesión, la gracia divina llegó a su corazón”.

“En San Esteban -terminó Benedicto XVI- vemos madurar los primeros frutos de la salvación que la Navidad de Cristo aportó a la humanidad: la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la luz de la verdad sobre las tinieblas del engaño. Demos gracias a Dios porque esta victoria permite también hoy a tantos cristianos no devolver mal por mal, sino responder con la fuerza de la verdad y del amor”.

Una vez rezado el Ángelus, el Papa pronunció las siguientes palabras: “En la atmósfera navideña se agudiza la preocupación por aquellos que se encuentran en condiciones de sufrimiento o de grave dificultad. Pienso, entre otros, en las dos consagradas italianas: Maria Teresa Olivero y Caterina Giraudo, pertenecientes al movimiento contemplativo misionero “Padre de Foucauld”, secuestradas hace más de mes y medio, junto a un grupo de colaboradores locales en la aldea de El Waq, en el norte de Kenya. Quisiera que en estos momentos sintiesen la solidaridad del Papa y de toda la Iglesia. ¡Ojala el Señor, que naciendo vino a darnos su amor, llegue al corazón de los secuestradores y haga que estas hermanas nuestras sean liberadas para que reanuden su servicio desinteresado con los hermanos más pobres! Os invito a rezar por ello, sin olvidar tampoco los numerosos secuestros de personas en otros lugares del mundo de los que no siempre se tienen noticias claras: pienso en los secuestrados sea por motivos políticos que de otro tipo en América Latina, Oriente Medio y África”.

25 de diciembre

Extracto del Mensaje de Navidad

"La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz. No una luz total, como la que inunda todo en pleno día, sino una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha “venido a la luz”.

“Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. Es un encuentro con la Vida inmortal, que se ha hecho mortal en la escena mística de la Navidad”.

“El anuncio de esperanza que constituye el corazón del mensaje de la Navidad está destinado a todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un “oasis” de paz”.

“Que sientan el poder de la gracia salvadora de Dios tantas poblaciones que todavía viven en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Que la luz divina de Belén se difunda en Tierra Santa, donde el horizonte parece volverse a oscurecer para israelíes y palestinos; se propague en Líbano, en Irak y en todo el Medio Oriente. Que haga fructificar los esfuerzos de quienes no se resignan a la lógica perversa del enfrentamiento y la violencia, y prefieren en cambio la vía del diálogo y la negociación para resolver las tensiones internas de cada País y encontrar soluciones justas y duraderas a los conflictos que afectan a la región”.

“A esta Luz que transforma y renueva anhelan los habitantes de Zimbabwe, en África, atrapado durante demasiado tiempo por la tenaza de una crisis política y social, que desgraciadamente sigue agravándose, así como los hombres y mujeres de la República Democrática del Congo, especialmente en la atormentada región de Kivu, de Darfur, en Sudán, y de Somalia, cuyas interminables tribulaciones son una trágica consecuencia de la falta de estabilidad y de paz. Esta Luz la esperan sobre todo los niños de estos y de todos los países en dificultad, para que se devuelva la esperanza a su porvenir”.

“Donde se atropella la dignidad y los derechos de la persona humana; donde los egoísmos personales o de grupo prevalecen sobre el bien común; donde se corre el riesgo de habituarse al odio fratricida y a la explotación del hombre por el hombre; donde las luchas intestinas dividen grupos y etnias y laceran la convivencia; donde el terrorismo sigue golpeando; donde falta lo necesario para vivir; donde se mira con desconfianza un futuro que se esta haciendo cada vez más incierto, incluso en las Naciones del bienestar: que en todos estos casos brille la Luz de la Navidad y anime a todos a hacer su propia parte, con espíritu de auténtica solidaridad. Si cada uno piensa sólo en sus propios intereses, el mundo se encamina a la ruina”.

“Hoy “ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador” (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo”.

“Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos”.

Homilía de la Misa de Nochebuena Queridos hermanos y hermanas

«¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?». Así canta Israel en uno de sus Salmos (113 [112],5s), en el que exalta al mismo tiempo la grandeza de Dios y su benévola cercanía a los hombres. Dios reside en lo alto, pero se inclina hacia abajo... Dios es inmensamente grande e inconmensurablemente por encima de nosotros. Esta es la primera experiencia del hombre. La distancia parece infinita. El Creador del universo, el que guía todo, está muy lejos de nosotros: así parece inicialmente. Pero luego viene la experiencia sorprendente: Aquél que no tiene igual, que «se eleva en su trono», mira hacia abajo, se inclina hacia abajo. Él nos ve y me ve. Este mirar hacia abajo es más que una mirada desde lo alto. El mirar de Dios es un obrar. El hecho que Él me ve, me mira, me transforma a mí y al mundo que me rodea. Así, el Salmo prosigue inmediatamente: «Levanta del polvo al desvalido...». Con su mirar hacia abajo, Él me levanta, me toma benévolamente de la mano y me ayuda a subir, precisamente yo, de abajo hacia arriba. «Dios se inclina». Esta es una palabra profética. En la noche de Belén, esta palabra ha adquirido un sentido completamente nuevo. El inclinarse de Dios ha asumido un realismo inaudito y antes inimaginable. Él se inclina: viene abajo, precisamente Él, como un niño, incluso hasta la miseria del establo, símbolo toda necesidad y estado de abandono de los hombres. Dios baja realmente. Se hace un niño y pone en la condición de dependencia total propia de un ser humano recién nacido. El Creador que tiene todo en sus manos, del que todos nosotros dependemos, se hace pequeño y necesitado del amor humano. Dios está en el establo. En el antiguo Testamento el templo fue considerado algo así como el escabel de Dios; el arca sagrada como el lugar en que Él, de modo misterioso, estaba presente entre los hombres. Así se sabía que sobre el templo, ocultamente, estaba la nube de la gloria de Dios. Ahora, está sobre el establo. Dios está en la nube de la miseria de un niño sin posada: qué nube impenetrable y, no obstante, nube de la gloria. En efecto, ¿de qué otro modo podría aparecer más grande y más pura su predilección por el hombre, su preocupación por él? La nube del ocultación, de la pobreza del niño totalmente necesitado de amor, es al mismo tiempo la nube de la gloria. Porque nada puede ser más sublime, más grande, que el amor que se inclina de este modo, que desciende, que se hace dependiente. La gloria del verdadero Dios se hace visible cuando se abren los ojos del corazón ante del establo de Belén.

El relato de la Natividad según San Lucas, que acabamos de escuchar en el pasaje evangélico, nos dice que Dios, en primer lugar, ha levantado un poco el velo que lo ocultaba ante personas de muy baja condición, ante personas que en la gran sociedad eran más bien despreciadas: ante los pastores que velaban sus rebaños en los campos de las cercanías de Belén. Lucas nos dice que estas personas «velaban». Podemos sentirnos así atraídos de nuevo por un motivo central del mensaje de Jesús, en el que, repetidamente y con urgencia creciente hasta el Huerto de los Olivos, aparece la invitación a la vigilancia, a permanecer despiertos para percibir llegada de Dios y estar preparados para ella. Por tanto, también aquí la palabra significa quizás algo más que el simple estar materialmente despiertos durante la noche. Fueron realmente personas en alerta, en las que estaba vivo el sentido de Dios y de su cercanía. Personas que estaban a la espera de Dios y que no se resignaban a su aparente lejanía de su vida cotidiana. A un corazón vigilante se le puede dirigir el mensaje de la gran alegría: en esta noche os ha nacido el Salvador. Sólo el corazón vigilante es capaz de creer en el mensaje. Sólo el corazón vigilante puede infundir el ánimo de encaminarse para encontrar a Dios en las condiciones de un niño en el establo. Roguemos en esta hora al Señor que nos ayude también a nosotros a convertirnos en personas vigilantes.

San Lucas nos cuenta, además, que los pastores mismos estaban «envueltos» en la gloria de Dios, en la nube de luz, que se encontraron en el íntimo resplandor de esta gloria. Envueltos por la nube santa escucharon el canto de alabanza de los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Y, ¿quiénes son estos hombres de su benevolencia sino los pequeños, los vigilantes, los que están a la espera, que esperan en la bondad de Dios y lo buscan mirando hacia Él desde lejos?

En los Padres de la Iglesia se puede encontrar un comentario sorprendente sobre el canto con el que los ángeles saludan al Redentor. Hasta aquel momento –dicen los Padres– los ángeles conocían a Dios en la grandeza del universo, en la lógica y la belleza del cosmos que provienen de Él y que lo reflejan. Habían escuchado, por decirlo así, el canto de alabanza callado de la creación y lo habían transformado en música del cielo. Pero ahora había ocurrido algo nuevo, incluso sobrecogedor para ellos. Aquél de quien habla el universo, el Dios que sustenta todo y lo tiene en su mano, Él mismo había entrado en la historia de los hombres, se había hecho uno que actúa y que sufre en la historia. De la gozosa turbación suscitada por este acontecimiento inconcebible, de esta segunda y nueva manera en que Dios ha manifestado –dicen los Padres–surgió un canto nuevo, una estrofa que el Evangelio de Navidad ha conservado para nosotros: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama». Tal vez podemos decir que, según la estructura de la poesía judía, este doble versículo, en sus dos partes, dice en el fondo lo mismo, pero desde un punto de vista diferente. La gloria de Dios está en lo más alto de los cielos, pero esta altura de Dios se encuentra ahora en el establo: lo que era bajo se ha hecho sublime. Su gloria está en la tierra, es la gloria de la humildad y del amor. Y también: la gloria de Dios es la paz. Donde está Él, allí hay paz. Él está donde los hombres no pretenden hacer autónomamente de la tierra el paraíso, sirviéndose para ello de la violencia. Él está con las personas del corazón vigilante; con los humildes y con los que corresponden a su elevación, a la elevación de la humildad y el amor. A estos da su paz, porque por medio de ellos entre la paz en este mundo.

El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.

Con estos pensamientos nos acercamos en esta noche al Niño de Belén, a ese Dios que ha querido hacerse niño por nosotros. En cada niño hay un reverbero del niño de Belén. Cada niño reclama nuestro amor. Pensemos por tanto en esta noche de modo particular también en aquellos niños a los que se les niega el amor de los padres. A los niños de la calle que no tienen el don de un hogar doméstico. A los niños que son utilizados brutalmente como soldados y convertidos en instrumentos de violencia, en lugar de poder ser portadores de reconciliación y de paz. A los niños heridos en lo más profundo del alma por medio de la industria de la pornografía y todas las otras formas abominables de abuso. El Niño de Belén es un nuevo llamamiento que se nos dirige a hacer todo lo posible con el fin de que termine la tribulación de estos niños; a hacer todo lo posible para que la luz de Belén toque el corazón de los hombres. Solamente a través de la conversión de los corazones, solamente por un cambio en lo íntimo del hombre se puede superar la causa de todo este mal, se puede vencer el poder del maligno. Sólo si los hombres cambian, cambia el mundo y, para cambiar, los hombres necesitan la luz que viene de Dios, de esa luz que de modo tan inesperado ha entrado en nuestra noche.

Y hablando del Niño de Belén pensemos también en el pueblo que lleva el nombre de Belén; pensemos en aquel país en el que Jesús ha vivido y que tanto ha amado. Y roguemos para que allí se haga la paz. Que cesen el odio y la violencia. Que se abra el camino de la comprensión recíproca, se produzca una apertura de los corazones que abra las fronteras. Qué venga la paz que cantaron los ángeles en aquella noche.

En el Salmo 96 [95] Israel, y con él la Iglesia, alaban la grandeza de Dios que se manifiesta en la creación. Todas las criaturas están llamadas a unirse a este canto de alabanza, y en él se encuentra también una invitación: «Aclamen los árboles del bosque delante del Señor, que ya llega», (12s.). La Iglesia lee también este Salmo como una profecía y, a la vez, como una tarea. La venida de Dios en Belén fue silenciosa. Solamente los pastores que velaban fueron envueltos por unos momentos en el esplendor luminoso de su llegada y pudieron escuchar una parte de aquel canto nuevo nacido de la maravilla y de la alegría de los ángeles por la llegada de Dios. Este venir silencioso de la gloria de Dios continúa a través de los siglos. Donde hay fe, donde su palabra se anuncia y se escucha, Dios reúne a los hombres y se entrega a ellos en su Cuerpo, los transforma en su Cuerpo. Él «viene». Y, así, el corazón de los hombres se despierta. El canto nuevo de los ángeles se convierte en canto de los hombres que, a lo largo de los siglos y de manera siempre nueva, cantan la llegada de Dios como niño y, se alegran desde lo más profundo de su ser. Y los árboles del bosque van hacia Él y exultan. El árbol en Plaza de san Pedro habla de Él, quiere transmitir su esplendor y decir: Sí, Él ha venido y los árboles del bosque lo aclaman. Los árboles en las ciudades y en las casas deberían ser algo más que una costumbre festiva: ellos señalan a Aquél que es la razón de nuestra alegría, al Dios que viene, el Dios que por nosotros se ha hecho niño. El canto de alabanza, en lo más profundo, habla en fin de Aquél que es el árbol de la vida mismo reencontrado. En la fe en Él recibimos la vida. En el sacramento de la Eucaristía Él se nos da, da una vida que llega hasta la eternidad. En estos momentos nosotros nos sumamos al canto de alabanza de la creación, y nuestra alabanza es al mismo tiempo una plegaria: Sí, Señor, haz vernos algo del esplendor de tu gloria. Y da la paz en la tierra. Haznos hombres y mujeres de tu paz. Amén.

17 de diciembre

Extracto de la audiencia general

“También los no creyentes  perciben en esta festividad cristiana algo extraordinario y trascendental, algo íntimo que toca el corazón. Es la fiesta que canta el don de la vida. El nacimiento de un niño tendría que ser siempre un acontecimiento alegre”.

“La Navidad es el encuentro con un recién nacido que llora en una mísera gruta. Contemplándolo en el Nacimiento, ¿cómo no pensar en tantos niños que todavía hoy, en muchas regiones del mundo nacen en medio de la pobreza? ¿Cómo no pensar en los recién nacidos rechazados, los que no consiguen sobrevivir por falta de cuidados? ¿Cómo no pensar también en las familias que querrían la alegría de un hijo y no ven colmada esta esperanza?”.

“Desgraciadamente, bajo el empuje de un consumismo hedonista, la Navidad corre el peligro de perder su significado espiritual para convertirse en una mera ocasión comercial de compras e intercambio de regalos. En verdad, sin embargo, las dificultades, la incertidumbre y la crisis económica que en estos meses viven tantas familias y que toca a la entera humanidad, pueden servir de estímulo para redescubrir el calor de la sencillez, de la amistad y de la solidaridad, valores típicos de la Navidad. Despojado de la costra materialista y consumista, la Navidad puede convertirse en una ocasión para acoger, como regalo personal, el mensaje de esperanza que emana del misterio del nacimiento de Cristo”.

“Sin embargo, no basta todo esto para captar en su plenitud el valor de la fiesta para la que nos preparamos. Sabemos que celebra el acontecimiento central de la historia: la Encarnación del Verbo divino para la redención de la humanidad. (...) Se renueva así para nosotros en el recurrente ciclo anual el misterio de nuestra salvación, que, prometido al inicio y concedido al final de los tiempos, está destinado a durar sin fin”.

“En Navidad, por lo tanto, no nos limitamos a conmemorar el nacimiento de un gran personaje, no celebramos en abstracto el misterio del nacimiento del ser humano o en general el misterio de la vida. (...) En Navidad recordamos algo muy importante y concreto para los seres humanos y esencial para la fe cristiana, una verdad que San Juan resume en estas palabras: “El Verbo se hizo carne”. Se trata de un hecho histórico que el evangelista Lucas se preocupa por situar en un contexto histórico determinado: en los días en que se emanó el decreto para el primer censo de Cesar Augusto”.

“En la oscuridad de la noche de Belén se encendió una luz: el Creador del universo se encarnó uniéndose indisolublemente y para siempre a la naturaleza humana, hasta el punto de ser “Dios de Dios, luz de luz” y al mismo tiempo, verdadero hombre. Lo que Juan llama “el Verbo” (...) significa también el Sentido” y “el Sentido que se hizo carne no es solo una idea general grabada en el mundo; es una Palabra que se dirige a nosotros”.

“El Sentido tiene poder: es Dios. Un Dios bueno que no hay que confundir con un ser excelso y lejano al que no podemos llegar, sino un Dios que se hizo prójimo nuestro y está cerca de nosotros” y “Dios se nos muestra como un niño pequeño para vencer nuestra soberbia. (...) Se hizo pequeño para librarnos de la pretensión humana de grandeza que brota de la soberbia; se encarnó libremente para hacernos libres de amarlo”.

“La Navidad es una oportunidad privilegiada para meditar sobre el sentido y el valor de nuestra existencia. La proximidad de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar, por una parte, sobre el dramatismo de la historia en la que los seres humanos, heridos por el pecado, están perennemente en búsqueda de la felicidad y de un sentido del vivir y el morir; por otra, nos exhorta a meditar sobre la bondad misericordiosa de Dios, que salió al encuentro del ser humano para comunicarle directamente la Verdad que salva y para hacerlo partícipe de su amistad y de su vida”.

14 de diciembre de 2008

Ángelus

El Santo Padre recordó que este tercer domingo de Adviento se llama "Domingo gaudete" porque, “retomando una expresión de san Pablo en la Carta a los Filipenses”, el Apóstol dice: “El Señor está cerca”. Esta es la razón de nuestra alegría. Pero, ¿qué significa: “el Señor está cerca”? ¿Cómo tenemos que entender esta “cercanía” de Dios? El apóstol Pablo, al escribir a los cristianos de Filipos, piensa evidentemente en el regreso de Cristo, y les invita a estar alegres pues es seguro”.

“Sin embargo -continuó-, el mismo Pablo, en su Carta a los Tesalonicenses, advierte que nadie puede conocer el momento de la venida del Señor y pone en guardia ante todo alarmismo, como si el regreso de Cristo fuera inminente. De este modo, ya entonces, la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo, comprendía cada vez mejor que la "cercanía" de Dios no es una cuestión de espacio y de tiempo, sino más bien una cuestión de amor: ¡el amor acerca! La próxima Navidad vendrá para recordarnos esta verdad fundamental de nuestra fe y, ante el Nacimiento, podremos saborear la alegría cristiana, contemplando en el recién nacido Jesús el rostro de Dios que por amor se hizo cercano a nosotros”.

“Dios, Padre nuestro, tú has amado tanto a los hombres hasta el punto de mandarnos a tu único Hijo Jesús, nacido de la Virgen María, para salvarnos y volver a llevarnos a ti.

“Te pedimos para que, con tu bendición, estas imágenes de Jesús, que pronto vendrá entre nosotros, sean signo de tu presencia y de tu amor en nuestras casas.

“Padre bueno, bendícenos también a nosotros, a nuestros padres, a nuestras familias y a nuestros amigos.

“Abre nuestro corazón para que sepamos recibir a Jesús en la alegría, hacer siempre lo que él pide y verle en todos los que tienen necesidad de nuestro amor.

“Te lo pedimos en el nombre de Jesús, tu Hijo amado, que viene para dar al mundo la paz. Él vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.

Después de la oración mariana, el Papa dijo: “Hoy, en la diócesis de Roma, se celebra la jornada para la construcción de las nuevas iglesias. En los últimos años se han construido nuevas parroquias, pero todavía hay comunidades que sólo cuentan con locales provisionales e inadecuados. Doy las gracias de corazón a quienes han apoyado este compromiso tan importante de la diócesis y renuevo a todos esta invitación: ayudemos a las parroquias de Roma a construir su iglesia”.