TRABAJO Y APOSTOLADO

“La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad”. Libro escrito por el teólogo José Luis Illanes. Décima Edición revisada y actualizada.

„Santificar el trabajo“, procurando hacer de él obra perfecta en lo humano y llena de savia divina; „santificarse en el trabajo“, viviéndolo de manera que desemboque en vida contemplativa: dos puntos del lema en que el Fundador del Opus Dei compendia su espíritu, que ya hemos considerado. Para llevar a término nuestro comentario debemos ahora analizar el tercero: „santificar con el trabajo“.

Se ha afirmado a veces que la búsqueda de la santidad, de la unión amorosa con Dios, es una actividad absorbente que impide otras ocupaciones y que, por tanto, aleja de los hombres. Hablar así es presentar una caricatura del cristianismo, ajena por entero a la realidad, pues olvida que la caridad, el amor que nace de la fe cristiana es uno: amar a Dios, identificarse con Él, es participar del amor con que Dios ama y, en consecuencia -digámoslo con palabras del Beato Josemaría- endiosarse „con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres“ (155). Búsqueda de la santidad personal, y amor y servicio a los demás hombres son como dos caras de una misma moneda, dos facetas de un mismo proceso, en suma, dos actitudes simultáneas e inseparables.

A lo largo de toda su vida, el Beato Josemaría Escrivá defendió esta doctrina y rechazó toda forma de pensar, o incluso meramente de hablar, que separara búsqueda de Dios y servicio a los hombres y, en consecuencia, santidad y apostolado. Vio con claridad que todo intento, no ya de oponer, sino incluso de aislar esas dos realidades, nace o de una vida interior falsa, es decir, de una piedad no auténtica sino meramente verbal, bajo la que puede esconderse, y suele esconderse de hecho, el egoísmo; o de un planteamiento naturalista en el que el servicio a los hombres es entendido desde un horizonte exclusivamente intramundano, excluyendo de él lo que es, en verdad, el servicio más profundo que puede prestárseles: anunciarles a Dios y contribuir a que se acerquen a Él. Si lo primero hace que el hombre se encierre en sí mismo y caiga en un individualismo egocéntrico; lo segundo lleva a empobrecer lo humano, privando al hombre del supremo bien del que tiene necesidad absoluta. En uno y otro caso, el espíritu cristiano queda negado o enervado, destruido o privado de efectividad.

Son esas perspectivas de fondo las que le llevaron, de una parte, a poner de manifiesto que la perfección humana del trabajar trasciende lo técnico, para incluir lo ético y lo espiritual, como ya tuvimos ocasión de comentar al explicar el primer tablero del tríptico que nos está sirviendo de guía, es decir, „santificar el trabajo“. Y, de otra, a subrayar la posición determinante e imprescindible que la dimensión apostólica tiene en el existir cristiano, cuestión de la que debemos ocuparnos ahora.

Todo cristiano, en efecto, debe escuchar como dirigidas a él las palabras que Jesucristo pronunció al enviar a los Apóstoles, es decir, al constituirlos en tales, ya que apóstol no es otra cosa que enviado. Así lo recuerda Camino : „‘Id, predicad el Evangelio... Yo estaré con vosotros...’. -Esto ha dicho Jesús... y te lo ha dicho a ti“ (156). „No es posible -glosa en una de las Cartas - disociar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne para salvar a los hombres, para hacerlos con Él una sola cosa: esa es la razón de su venida al mundo. Somos nosotros otros Cristos, llamados a corredimir, y tampoco se puede seccionar nuestra vida de hijos de Dios en su Obra, separándola de nuestro celo apostólico“ (157). „Apóstol -reitera en otro lugar- es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que (...) capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación“ (158).

Esa realidad, que se predica de toda condición cristiana, se aplica también, como es obvio, a la condición laical, impregnándola y asumiendo, por tanto, las resonancias propias de esa vocación. El cristiano que vive en medio del mundo, en contacto diario con los demás hombres, con sus alegrías y sus afanes, con sus ilusiones humanas y sus ansias -tal vez ocultas pero reales- de unión con Dios, debe manifestar, de modo espontáneo y vital, en coherencia con su forma concreta de vivir, la fe y el espiritu que animan su alma. „Con este afán de contemplación en medio del mundo -en medio de la calle: al aire, al sol, bajo la lluvia-, no solo os dominará el deseo de permanecer en la tarea temporal, de no alejaros de las realidades terrenas, sino que os arrastrará el afán apostólico de penetrar valientemente en todas esas realidades seculares, para desentrañar las exigencias divinas que contienen; para enseñar que la fraternidad de los hijos de Dios -la fraternidad humana tiene sentido sobrenatural- es la gran solución que se ofrece a los problemas del mundo; para sacar a los hombres de su caparazón de egoísmo; para asegurar, a la vez, la necesaria personalidad y la verdadera libertad, qua libertate Christus nos liberavit (Ga 4,31), a los que están disueltos en la masa, para; en una palabra, abrir a los hombres los caminos divinos de la tierra“ (159).

„El apostolado -comentaba en otra ocasión, esta vez en una de sus homilías-, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo“ (160). Nada varía -añade- en la condición secular y profesional del cristiano cuando advierte la dimensión apostólica de su vocación divina: „¿Qué cambia entonces?“, se pregunta. Y enseguida responde: „Cambia que en el alma -porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro- se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei (Hch 2,11), las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer“ (161).

¿Cómo se concretan, en la práctica, las perspectivas a las que venimos haciendo referencia?, ¿cómo se unen trabajo en medio del mundo y apostolado? Para contestar estas preguntas recordemos que con la palabra „apostolado“ se hace referencia a una amplia gama de realidades que van desde la palabra que anuncia a Cristo hasta la acción humana encaminada a informar cristianamente ambientes e instituciones. Apostolado es, afirma el Concilio Vaticano II, toda actividad que, „extendiendo por toda la tierra el reino de Cristo para gloria de Dios Padre, hace partícipes a los hombres de la redención salvadora, y, a través de ellos, ordena realmente el mundo entero hacia Cristo“ (162). En los escritos del Fundador del Opus Dei tiene también esa significación amplia: „El modo especifico de contribuir los laicos -leemos, por ejemplo, en una de sus entrevistas a la prensa- a la santidad y al apostolado de la Iglesia es la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano. El testimonio de vida cristiana, la palabra que ilumina en nombre de Dios, y la acción responsable, para servir a los demás contribuyendo a la resolución de los problemas comunes, son otras tantas manifestaciones de esa presencia con la que el cristiano corriente cumple su misión divina“ (163).

Dejando para un apartado posterior la tercera de esas realidades (la acción encaminada a ordenar el mundo hacia Dios, a la que por lo demás ya hemos hecho algunas referencias), consideremos ahora las otras dos -la palabra y el testimonio- para poner de manifiesto cómo, en la enseñanza del Fundador de Opus Dei, se unen y vinculan al trabajo.

Notas

155 Camino , n. 283 ( Consideraciones espirituales , p. 32).

156 Ibid. , n. 904 ( Consideraciones espirituales , p. 94); la cita evangélica corresponde a Mt 28,19-20.

157 Carta 6-V-1945, n. 40; expresiones muy parecidas en Es Cristo que pasa , nn. 106 y 122.

158 Es Cristo que pasa , n. 120, ver también n. 106.

159 Carta 11-III-1940, n. 16.

160 Amigos de Dios , n. 264.

161 Ibíd., n. 265, donde está comentado el pasaje de Lc 5,1ss. Las implicaciones eclesiológicas de la doctrina sobre el apostolado expuesta en los textos citados, y otros paralelos, son variadas e importantes. No es, sin embargo, este el momento adecuado para analizarlas. Limitémonos por eso a remitir a Conversaciones , nn. 9, 20-21, 58-59, 112, así como a L. ALONSO, La vacación apostólica del cristiano en la enseñanza de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer , en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei , cit., pp. 229-292. Desde una perspectiva general, ver A. DEL PORTILLO, Fieles y laicos en la Iglesia , Pamplona 1969.

162 CONC. VATICANO II, Decr. Apostolicam actuositatem , n. 2; ecos de esa amplia descripción de la misión apostólica del fiel cristiano y, concretamente, del seglar, pueden encontrarse en numerosos documentos y escritos posteriores, de entre los que, a modo de ejemplo, podemos destacar la Exhort. apost. Christifldeles laici (ver todo el capítulo tercero, nn. 32ss.).

163 Conversaciones , n. 59

Jose Luis Illanes