SENTIDO DE LA FILIACIÓN DIVINA EN LA VIDA DIARIA

“La santificación del trabajo. El trabajo en la historia de la espiritualidad”. Libro escrito por el teólogo José Luis Illanes. Décima Edición revisada y actualizada.

„Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso -a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando (...). Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos“ (119). Este punto de Consideraciones espirituales y de Camino prolonga las consideraciones anteriores al par que nos sitúa ante una realidad a la que es imprescindible hacer referencia si se aspira a comprender el talante espiritual del cristiano tal y como lo vivió y predicó el Fundador del Opus Dei. En ese punto, en efecto, aparece formulado con toda claridad, lo que podemos calificar de „nervio central“ (120), de piedra angular, de auténtica chiave di volta sobre la que reposa toda la espiritualidad del Opus Dei: el sentido de la filiación divina.

En la Instrucción de 19 de marzo de 1934, el Beato Josemaría afirmaba: „Formamos parte (del Opus Dei) por elección divina - ego elegi vos (Jn 16,16)- con el fin de que seamos en el mundo imitadores de Jesucristo Señor Nuestro, sicut filii carissimi , como hijos queridísimos (Ef 6,1)“ (121). Y años después, en una de sus Cartas : „El fundamento de su vida espiritual (la de los fieles del Opus Dei) es el sentido de su filiación divina: Dios es mi Padre, y es el Autor de todo bien y es toda la Bondad“ (122). „El Dios de nuestra fe -comenta en una homilía pronunciada en una festividad del Jueves Santo- no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres: sus afanes, sus luchas, sus angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo, Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que, encarnándose, muera por nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones“ (123). „El Creador -añade- se ha desbordado en cariño por sus criaturas“, de modo que la historia entera está regida por una „corriente trinitaria de amor por los hombres“ (124).

El sentido de la filiación divina, la honda penetración en lo que la fe nos dice acerca del amor paternal de Dios hacia los hombres tiene, en la oración y en la enseñanza del Fundador del Opus Dei, muchas consecuencias: la filiación divina da un tono íntimo, filial, confiado, a la oración (125); crea en el alma una actitud alegre, optimista, audaz, capaz de enfrentarse con empresas y tareas sin dejarse amilanar ante eventuales sinsabores y dificultades, ni aherrojar por afanes y preocupaciones (126); fundamenta la fraternidad y el espíritu de servicio (127)... Y provoca -punto que interesa ahora subrayar- ese reconocimiento del valor cristiano del mundo que, como veíamos, permite amarlo y recorrerlo con la alegría y la naturalidad de quien se sabe en casa propia: „La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual (...). Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo“ (128).

Cuando el cristiano habla de filiación divina presupone una realidad de orden ontológico: el hecho fundamental de que Dios, amando a los hombres, los eleva hacia Él hasta hacerlos, por la gracia, partícipes, consortes de la naturaleza divina, según la densa expresión de la segunda carta de San Pedro (129). El Beato Josemaría recoge esa realidad profunda, situándola en un contexto de oración. De ahí que, de ordinario, habla no solo de filiación divina, sino de „sentido de la filiación divina“. Y por „sentido“ entiende una conciencia viva y profunda de la cercanía de Aquel que sabemos que nos ama (130). O también -y quizá mejor- esa capacidad para advertir como instintivamente la presencia de la persona amada y reaccionar de acuerdo con cuanto le agrada, que brota en el alma cuando el corazón está connaturalizado con esa persona, hecho una sola cosa con ella.

En otras palabras, la filiación divina, en la predicación del Fundador del Opus Dei, es considerada como una realidad de la que el hombre debe tomar conciencia cada vez más clara y neta, hasta que acabe „por informar la existencia entera“, por estar „presente en todos los pensamientos, en todos los deseos, en todos los afectos“ (131). Es entonces, en efecto, y solo entonces, cuando produce todos sus frutos espirituales (132). Sentido de la filiación divina y vida contemplativa forman así, en cierto modo, una sola cosa, de modo que -y este modo de expresar tal vez sea el más exacto- el sentido de la filiación divina da su matiz definitivo y último a la vida contemplativa, ya que, si esta -la vida contemplativa- implica vivir en presencia de Dios, el sentido de la filiación divina lleva a recordar que ese Dios presente en el mundo y en nuestro propio corazón nos ama con corazón de padre y quiere que se le trate como tal (133).

Quien nos haya seguido hasta este punto habrá advertido que aquí confluyen varias de las líneas de pensamiento que hemos esbozado en páginas anteriores, ya que el Beato Josemaría, al hablar de filiación divina, no hace sino invitar a procurar que la luz de la fe penetre hasta lo más hondo de la realidad, de toda la realidad, también de la vida ordinaria, también del trabajo, también del existir normal en medio del mundo. „Todos los hombres -escribe- son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo“ (134). „Cuando la fe flojea, el hombre tiende a figurarse a Dios como si estuviera lejano, sin que apenas se preocupe de sus hijos. Piensa en la religión como en algo yuxtapuesto, para cuando no queda otro remedio; espera, no se explica con qué fundamento, manifestaciones aparatosas, sucesos insólitos. Cuando la fe vibra en el alma, se descubre, en cambio, que los pasos del cristiano no se separan de la misma vida humana corriente y habitual. Y que esta santidad grande, que Dios nos reclama, se encierra aquí y ahora, en las cosas pequeñas de cada jornada“ (135).

Para quien vive de fe, las cosas que le rodean, los sucesos que acaecen a su alrededor no son acontecimientos sin sentido, mostrencos, opacos, velos que impiden mirar más allá, sino, al contrario, llamadas, invitaciones de Dios, porque -como leemos en una de sus Cartas - „el Señor nos está hablando constantemente en mil pequeños detalles de cada día“ (136), ya que -como añade en una homilía- „hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir“ (137). „Asentado en tu alma en gracia, el Espíritu Santo -Dios contigo- va dando tono sobrenatural a todos tus pensamientos, deseos y obras“ (138) y así „aunque vivimos en el mundo y participamos de todos los afanes y trabajos de la sociedad, nuestra vocación es necesariamente contemplativa : estamos en continua, sencilla y filial unión con Dios, nuestro Padre“ (139).

La vida contemplativa, la conciencia de la paternidad de Dios amplían el horizonte del existir y crean en el alma la conciencia de que la vida y la historia están dotadas de un sentido en el que cabe confiar, lanzándose audaz y esforzadamente en el cumplimiento de los designios divinos. „Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. -¿Quién pide... la luna? -¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo? ‘Poned’ en un niño ‘así’, mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús , toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere“ (140).

Esa confianza, esa audacia, nacida de la conciencia de la cercanía paternal de Dios de que nos habla el punto de Camino recién citado constituirá, en ocasiones, cuando así lo requieran o aconsejen las circunstancias, impulso para acciones grandiosas, singulares, extraordinarias, incluso excepcionales (141). Pero no se limita ahí su efectividad. Más aún, si alguien llegara solo hasta ese punto, no habría captado todavía algunas de las implicaciones capitales de la fe cristiana, ya que esa fe invita a ver, buscar y encontrar a Dios también en la vida de cada día: en las incidencias, incluso menudas, del trabajo profesional, en la convivencia sencilla y natural con la familia, los colegas y los amigos; en suma, en las pequeñas cosas de la vida corriente.

Conviene leer todo el capítulo que Camino dedica a este tema -“cosas pequeñas“- para percibir la extraordinaria importancia que el Fundador del Opus Dei les atribuye como elemento clave de la actitud espiritual del cristiano y específicamente de la espiritualidad secular (142). Son, en efecto, sendero ofrecido al cristiano para llegar a Dios: „Has errado el camino si desprecias las cosas pequeñas“, „¿Quieres de verdad ser santo? -Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces“, afirma en Camino ( 143). „Alguno -comentaba en una Carta - puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros . Y el padre no considera la puerilidad del regalo. Lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías -esas pequeñeces- se hacen cosas grandes , porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante“ (144).

Si analizamos los textos en los que el Fundador de la Obra emplea la expresión „cosas pequeñas“ advertiremos que, a veces, lo hace para poner de manifiesto que el cristiano corriente está llamado a santificarse en la vida ordinaria o para combatir la tendencia a evadirse de la realidad refugiándose en ensueños ilusorios, es decir, para expresar ideas que ya hemos encontrado, formuladas en otros términos, en apartados anteriores. Pero percibirá también que, en otras ocasiones, el sentido de la expresión, presuponiendo ese trasfondo, es distinto: con ella, en esos momentos, se aspira a recordar que al amor incesante de Dios hacia nosotros, debemos corresponder con un amor también incesante que no se conforme con manifestarse de tanto en tanto, en momentos especiales, sino que aspire a informar todos los momentos del día.

La doctrina del Beato Josemaría Escrivá sobre las cosas pequeñas connota, en efecto, ante todo, una fe viva que lleva a descubrir a Dios en todas las personas y en todos los sucesos. Pero también, y sobre la base de lo anterior, una caridad, un amor, igualmente vivo, que aspire a impregnar todas y cada una de las acciones, aun las más pequeñas, aun las más menudas, aun aquellas que vistas con ojos humanos podrían parecer insignificantes y hasta despreciables, pero que, contempladas con los ojos de la fe, se revelan, al igual que todas las demás, llenas de sentido, susceptibles de encarnar el amor de Dios. „Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas pequeñas: todo es grande“ (145).

La vida, toda vida, cualquier vida, se presenta, en consecuencia, como itinerario a través del cual el ideal cristiano puede y debe alcanzar su máxima expansión. Quien, siendo fiel a la gracia, procure vivir con esa actitud de espíritu, llegará a pregustar de algún modo la realidad que anunció el Apóstol, es decir, que Dios comienza a ser todo en todas las cosas (146). Desde esta perspectiva, trascendiendo distinciones más o menos válidas a otros niveles, se hace patente que todas las actividades humanas, excepto aquellas marcadas por el pecado, son valiosas, más aun, importantes, decisivas, cruciales, en cuanto lugar de encuentro con Dios y momento para manifestar el amor en la entrega a Él y en el servicio a los hombres. „Es hora de que los cristianos digamos muy alto -afirmaba el Fundador del Opus Dei en una homilía en la festividad de San José- que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación“ (147).

„Cristo -proclamaba en otra meditación, esta vez en la fiesta de la Asunción de la Virgen- quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes“, y, como saliendo al paso de una objeción inexpresada, añadía enseguida: „Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideracion para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar -una y mil veces- en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual“ (148). Porque la historia que con nuestras vidas se construye no es solo la historia de los pueblos, de las civilizaciones y de las culturas, sino también, y más profundamente, la historia de la salvacion, una historia cuyo desenlace no es meramente intraterreno, puesto que, más allá de todo el acontecer temporal, está llamada a desembocar en la plenitud del Reino de los cielos.

Resulta claro, por lo demás, que hablar de sentido de filiación divina y de valor de las cosas pequeñas es ciertamente hablar de alegría, de confianza, de serenidad y paz interiores, pero, a la vez, de exigencia y de entrega. El panorama ante el que se encuentra situado el cristiano, también el cristiano corriente, llamado a santificarse en medio del mundo y en las actividades seculares, no es un panorama hecho de superficialidad y de facilonería, sino de compromiso y de hondura. El Fundador del Opus Dei, al referirse a las cosas pequeñas, pide una actitud de espíritu no de mediocridad, sino de plenitud; no de dejadez, sino de vitalidad, ya que „la perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo“ (149). Un amor que llegue a los detalles, a todos los detalles, solo puede ser vivido, en efecto, mediante una decisión constantemente renovada, mediante un deseo que se actualiza en cada instante. „En la vida interior -pregunta Camino -, ¿has considerado despacio la hermosura de ‘servir’ con voluntariedad actual?“ (150). Porque, como recuerda en otro momento, „Jesús no se satisface ‘compartiendo’: lo quiere todo“ (151).

Estas consideraciones nos remiten, de nuevo, al amor, ya que solo el amor puede fomentar y sostener una actitud de atención y de entrega vivida hasta los más pequeños detalles. De ahí que en uno de los puntos de Camino exclame: „Jesús, que sea yo el último en todo... y el primero en el Amor“ (152). Y que el libro concluya, precisamente, con las siguientes palabras: „¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. -Enamórate, y no Le dejarás“ (153). Fe viva, voluntariedad actual, amor son los pilares de la actitud interior que permite al cristiano, también al que vive en medio del mundo, encontrar a Dios en esos sucesos y deberes diarios que entretejen su vida y su trabajo y dotar así a lo ordinario de valor pleno, más aún, divino y, en consecuencia, infinito (154).

Notas

119 Camino , n. 267 ( Consideraciones espirituales , pp. 28-29).

120 A. DEL PORTILLO, prólogo a Es Cristo que pasa (puede consultarse sea en ese volumen de homilías, sea en A. DEL PORTILLO, Una vida para Dios: reflexiones en torno a la figura de Josemaría Escrivá de Balaguer , Madrid 1992, donde la expresión mencionada se encuentra en p. 114).

121 Instrucción 19-III-1934, n. 1.

122 Carta 19-III-1954, n. 19; una declaración análoga en Estatutos , n. 80, & 1.

123 Es Cristo que pasa , n. 84.

124 Ibíd., nn. 84 y 85.

125 „Qué buena cosa es ser niño! -Cuando un hombre solicita un favor, es menester que a la solicitud acompañe la hoja de sus méritos. Cuando el que pide es un chiquitín -como los niños no tienen méritos-, basta con que diga: soy hijo de Fulano. ¡Ah, Señor! -díselo ¡con toda tu alma!- Yo soy... ¡hijo de Dios!“ ( Camino , n. 892; Consideraciones espirituales , p. 90). „Somos hijos de Dios, y podemos entretenernos confiadamente con Él, como un hijo charla con su padre“ ( Amigos de Dios , n. 145). „¿Cómo se explica esa oración confiada, ese saber que no pereceremos en la batalla? Es un convencimiento que arranca de una realidad que nunca me cansaré de admirar: nuestra filiación divina“ ( Es Cristo que pasa , n. 64).

126. „Si viviéramos más confiados en la Providencia divina, seguros -¡con fe recia!- de esta protección diaria que nunca nos falta, cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos (...). Querría, en confidencia de amigo, de sacerdote, de padre, traeros a la memoria en cada circunstancia que nosotros, por la misericordia de Dios, somos hijos de ese Padre Nuestro, todopoderoso, que está en los cielos y a la vez en la intimidad del corazón“ ( Amigos de Dios , n. 116). „El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría“ ( Amigos de Dios , n, 92). „¿Hay mayor alegría que la del que, sabiéndose pobre y débil, se sabe también hijo de Dios? (...). Que estén tristes los que se empenan en no reconocerse hijos de Dios, vengo repitiendo desde siempre“ ( Amigos de Dios , n. 108). „Padre -me decía aquel muchachote (¿qué habrá sido de él?), buen estudiante de la Central-, pensaba en lo que usted me dijo... ¡que soy hijo de Dios!, y me sorprendí por la calle, „engallado“ el cuerpo y soberbio por dentro... ¡hijo de Dios! Le aconsejé, con segura conciencia, fomentar la ‘soberbia’“ ( Camino , n. 274).

127 „No hay mas que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios. Todos hemos de hablar la misma lengua, la que nos enseña nuestro Padre que está en los cielos: la lengua del diálogo de Jesús con su Padre, la lengua que se habla con el corazón y con la cabeza, la que empleáis ahora vosotros en vuestra oración. La lengua de las almas contemplativas, la de los hombres que son espirituales, porque se han dado cuenta de su filiación divina. Una lengua que se manifiesta en mil mociones de la voluntad, en luces claras del entendimiento, en afectos del corazón, en decisiones de vida recta, de bien, de contento, de paz“ ( Es Cristo que pasa , n. 13). Ver también Es Cristo que pasa , n. 106, y Amigos de Dios , n. 233).

128 Es Cristo que pasa , n. 65.

129 2 P 1,4.

130 Cfr. P. RODRÍGUEZ, Vocación, trabajo, contemplación , cit., pp. 157-159.

131 Amigos de Dios , n. 146; en ese mismo sentido, J. ECHEVARRIA, Itinerarios de vida cristiana , cit., pp. 14-21.

132 No es nuestra intención, en este ensayo, exponer todas las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá en torno a la vida de oración, sino solo tocar aquellos puntos que nos permiten comprender el alcance de sus afirmaciones sobre la santificación del trabajo y en el trabajo. De todas formas, tal vez no esté de más insistir, completando cosas ya dichas, que ese sentido hondo, cálido, familiar podríamos decir, de la filiación divina es predicado y presentado por el Fundador del Opus Dei como fruto y meta de una vida de oración muy centrada en el trato con Cristo, Dios y Hombre, y, más concretamente, en la consideración de su humanidad, captada a través de la contemplación de toda una vida terrena, no solo en los momentos cumbres -Muerte y Resurrección-, sino también en las situaciones ordinarias y comunes de su existencia sencilla en Nazaret, signo privilegiado del acercamiento de Dios a nuestro vivir ordinario. Por eso ocupó un lugar importantísimo en su vida interior el trato con María y José, que tan cerca estuvieron de Jesús y que pueden, por tanto, conducir hacia El, contribuir a sentirle cercano y a descubrir en su humanidad la divinidad, yendo así desde la „trinidad de la tierra“ (José, María, Jesús) hasta la „Trinidad del cielo“. Uno de los testimonios más vivos de ese estilo de oración lo constituye una de las obras más antiguas del Fundador del Opus Dei: Santo Rosario , cuya primera edición data de 1934. Remitamos también a la ya citada homilía „ Hacia la santidad “, en Amigos de Dios , nn. 294-316. Sobre el tránsito de la „trinidad de la tierra“ a la „Trinidad del cielo“, puede encontrarse un breve comentario en A. ARANDA, La Trinidad y la vida espiritual , en Gran Enciclopedia Rialp , t. 22, Madrid 1975, pp. 784-786.

133 Para una ulterior consideración de esta temática, ver F. OCÁRIZ, La filiación divina, realidad central en la vida y en la ensenanza de Mons. Escrivá de Balaguer , en Naturaleza, gracia y gloria , cit., pp. 175-221, y J. BURGGRAF, El sentido de la filiación divina , en AA.VV., Santidad y mundo , cit., pp. 109-127.

134 Es Cristo que pasa , n. 64.

135 Amigos de Dios , n. 312.

136 Carta 24-III-1930, n. 13.

137 Conversaciones , n. 114.

138 Camino , n. 273.

139 Carta 2-X-1958, n. 4.

140 Camino , n. 857 ( Consideraciones espirituales , p. 82).

141 Sobre la virtud de la magnanimidad, íntimamente relacionada con esta cuestión, ver Amigos de Dios , nn. 80 y 106.

142 Camino , nn. 813-830 (en parte, en Consideraciones espirituales , pp. 44 y 88-89). Ver también Conversaciones , n. 116; Es Cristo que pasa , nn. 44, 77,148; Amigos de Dios , nn. 7-8, 41, 62, 221.

143 Camino , nn. 8 16 y 8 15; en el mismo sentido Estatutos , n. 92.

144 Carta 24-III-1930, n. 19. Cuanto venimos diciendo se relaciona, como se advierte fácilmente por los textos citados, con otro aspecto importante de la doctrina espiritual del Beato Josemaría: su enseñanza sobre la vida de infancia, punto en el que recoge tradiciones espirituales que le preceden, pero reviviéndolas y dándoles una interpretación propia. Remitamos al respecto a los dos capítulos que Camino (nn. 852 a 901) y, antes, Consideraciones espirituales (pp. 81 a 93) dedican a la infancia espiritual y a la vida de infancia; exposiciones amplias de esa actitud de espíritu se encuentran también en Es Cristo que pasa , nn. 64-66, y Amigos de Dios , n. 142-148.

145 Camino , n. 813 ( Consideraciones espirituales , p. 44); ver también Camino , nn. 418 y 429 ( Consideraciones espirítuales , pp. 43 y 44).

146 Cfr. 1 Co 1-5, 28.

147 Es Cristo que pasa , n. 47.

148 Ibíd., n. 174; ver también Conversaciones , n. 18. A las declaraciones en este sentido en homilías y en entrevistas de prensa, pueden añadirse muchas otras hechas con ocasión de las visitas que el Fundador del Opus Dei recibió en Roma o de los viajes que realizó a diversos países de Europa y América, ya que esos encuentros le pusieron en contacto con personas de las profesiones y oficios más variados, dándole oportunidad de manifestar la profunda valoración que todos ellos le merecían. Entre otros muchos ejemplos, citemos dos tomados de un mismo viaje: el que realizó, en 1964, a la Universidad de Navarra. „Tenéis que estar -dijo en un encuentro con un grupo de mujeres encargadas de la limpieza de los edificios universitarios- orgullosas de vuestro trabajo: no sabría deciros qué es más importante en la Universidad, si vuestra labor o la de la Junta de Gobierno“. Y en otro momento, recibiendo a un grupo de mineros que habían acudido a Pamplona para saludarle: „Todos los trabajos son iguales ante el Señor; no hay oficios de más o menos categoría: la categoría depende del amor de Dios que ponen quienes los realizan. Decidles -de mi parte- a vuestros compañeros que, cuando están trabajando en las entrañas de la tierra, no están allá abajo, están muy altos, porque el trabajo los dignifica y los acerca a Dios“. De esa estancia en Pamplona, y de las reuniones que allí tuvo, se hicieron eco, con noticias y reportajes, diversos diarios y revistas de la época, en algunos de los cuales -por ejemplo , la revista madrileña „ Telva “ del 15-XII-1964- se reprodujeron las frases recién citadas; una amplia selección de esas noticias y reportajes fue recogida en el libro Asamblea general de la Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra , Pamplona 1964. Sobre esta implicación del ideal cristiano, nos permitimos remitir a nuestro ensayo Ante, Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo , cit., pp. 206-210.

149 Camino , n. 813 ( Consideraciones espírituales , p. 44).

150 Camino , n. 293.

151 Ibíd., n. 155; ver también n. 145.

152 Ibíd., n. 430 ( Consideraciones espirituales , p. 45).

153 Camino , n. 999.

154 Aunque, como hemos advertido en el prólogo, no ha sido nuestra intención al preparar una nueva edición de este libro, proceder a una reelaboración que tuviera en cuenta, en la medida en que ello es posible, los diversos desarrollos científicos y especulativos posteriores, no nos resistimos, al llegar a este punto, a dejar constancia de nuestra divergencia de parecer con Charles Taylor cuando, en su ensayo sobre las fuentes (o raíces) del yo contemporaneo, considera que la valoración de la vida ordinaria es fruto de un distanciamiento, e incluso de un abandono, del ideal clásico de la heroicidad de vida ( Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna , Madrid 1996, toda la tercera parte, pp. 227 ss.). Sin entrar a discutir si ello es o no cierto en referencia a las fuentes históricas que tiene presentes de forma inmediata -los predicadores puritanos de la Nueva Inglaterra norteamericana-, no lo es en modo alguno ni respecto de la tradición cristiana en su conjunto ni del Beato Josemaría Escrivá, del que ahora nos ocupamos, que dedicó su vida, de forma consciente, a poner de manifiesto que la prosa de la vida ordinaria puede, vivida con actitud de amor, transformarse en poesía, más aún, en endecasílabos, es decir, en ese verso al que la poética clásica presentó como verso heroico. „Al reanudar tu tarea ordinaria, se te escapó como un grito de protesta: ¡siempre la misma cosa! y yo te dije: -sí, siempre la misma cosa. Pero esa tarea vulgar -igual que la que realizan tus compañeros de oficio- ha de ser para ti una continua oración, con las mismas palabras entrañables, pero cada día con música distinta. Es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica“ ( Surco , n. 500); ver también Es Cristo que pasa , n. 50, y Conversaciones , n. 116.

Jose Luis Illanes