«Regreso a Cuba con más hermanos en mi corazón»

“Bueno, Rogelio, decídete”, dijo mi padre, miembro del Comité Central del Partido Comunista Cubano. Yo le dije: “Voy a ser sacerdote”.

Un día dije a mis padres: "Quiero ir a la iglesia". Empecé, poco a poco, a entrar en ese mundo de fe totalmente ajeno para mí. Y de repente, a veces rezando, me preguntaba: "¿Cómo es posible? Estoy creyendo, me estoy convirtiendo en una persona religiosa". Y no es que yo hice el camino, es que simplemente Dios me iba guiando y yo iba detrás de Él.

Empecé a estudiar Comercio Exterior. También alternaba estos estudios con el trabajo en una corporación de telecomunicaciones. Estudiaba francés en la Alianza Francesa y también inglés. A la par, iba disfrutando mi vida y mi entrega en la Iglesia: era un fuego grande que había dentro de mí. Y el Espíritu Santo pedía cada vez más.

Llegó un momento en que mi padre, muy inteligente, me precisó: "Bueno, Rogelio decídete". Y yo le dije: "Papá, voy a ser sacerdote". Eso me llevó a buscar. Conocí el movimiento de los Focolares. Ellos me invitaron a vivir un año en un centro en Italia.

El funeral de Juan Pablo II cambió mi vida

Como parte de esa experiencia, tuve la gran fortuna, ese gran regalo que me dio Dios, de participar en el funeral de san Juan Pablo II. Ese funeral marcó mi vida, porque después de un año en el extranjero, tenía mis dudas de si regresaba o no a Cuba. Recuerdo que mi padre y mi madre me escribieron, cada uno por su cuenta, sendas cartas diciendo: "El mejor modo de ser sacerdote es en Italia, qué lugar mejor que ese".

Después de un año en el extranjero, tenía mis dudas de si regresaba o no a Cuba

Hice seis horas de fila para ver el cuerpo de san Juan Pablo II. Cuando yo me vi delante de su cuerpo ahí expuesto, me acordé muchísimo de cuando fue a Cuba en 1998. Caminé a un costado, me arrodillé y empecé a llorar. Recordé sus palabras a los cubanos: “Ustedes tienen que ser protagonistas de su propia historia”. En ese momento no pude más; no me pude resistir: tenía que regresar a Cuba.

Fui acogido en Santiago de Cuba. Trabajé seis meses en el santuario Nacional de la Virgen del Cobre. María me acogió y me recordó que iba a ser un sacerdote de Ella. Después de la ordenación, fui enviado a la parroquia de San Bartolomé de Baire, fundada por san Antonio María Claret, que esperó un siglo por un sacerdote residente.

Mi primer contacto con el Opus Dei

Un día el director de proyecto del Arzobispado me habló de un grupo de jóvenes que viven en una residencia del Opus Dei en un país norteamericano, que vendrían a hacer una labor social. Quería que los recibiera en mi parroquia. ¿Qué fueron a hacer? Cogieron el pico, la pala, ropa de trabajo... Ellos nos ayudaron a levantar el piso del altar, que es más elevado. Y ahí, en la próxima Semana Santa, que estaba inmediata, celebramos los sacramentos. Sobre ese piso fueron bautizados los primeros adultos en ese nuevo templo parroquial, que se comenzó a construir en 1960 y que hasta el día de hoy solo tiene el piso y las columnas.


La interacción de ellos con nuestros jóvenes fue extraordinaria. Vieron como trabajaban con esfuerzo, y después llegaban a la parroquia y se sentaban a rezar con una devoción increíble al medio día. Se relacionaban con todo el mundo. Esos jóvenes se quedaron en nuestras casas, con gente pobre, sencilla. Se adaptaban rápido, no pedían nada. Nosotros, lógicamente, tratábamos de darles lo mejor. A veces no queríamos que trabajaran a eso de las dos o tres de la tarde, cuando el sol es tan fuerte en Cuba, y ellos decían: "No, no, no. Vamos a trabajar, no pasa nada".


El libro Camino les llegó de forma simpática

El libro Camino llegó a los jóvenes de una manera muy simpática, porque es pequeño, muy fácil de manipular. Entonces los jóvenes me decían: "Padre, dígame un número". Yo les decía: "El dos". Entonces te leían una frase de este libro de san Josemaría. Se creó un ambiente de comunicar una frase buena para el alma, una frase buena para el espíritu, de un modo sencillo, sin grandes pretensiones.

Viaje a Colombia

En el pasado mes de abril, tuve la oportunidad de viajar a Colombia, a un curso de tres días para párrocos. Con el afán de conocer más el Opus Dei, aproveché para contactar a un sacerdote de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, para entender cómo vive un sacerdote del Opus Dei en parroquia.

Me encontré una parroquia en donde se combina lo popular, con quizá unas personas de un nivel de vida mejor. Comencé a conocer otros miembros del Opus Dei. Visitamos algunos Centros de la Obra y la Universidad de la Sabana con su Clínica.

Yo pienso que por ahí hay un camino interesante para la Iglesia, donde se echa a un lado la mediocridad. El futuro de la humanidad no puede ser la miseria repartida. El futuro está en ayudar a formar profesionales de calidad, profesionales que le ofrezcan su vida a Dios, a partir de un rigor, de unos estudios serios, de una entrega.

Pienso que también cuenta mucho el esfuerzo humano. Y nosotros, como Iglesia, tenemos que dejar a un lado la mediocridad y buscar esa perfección a la que nos invitó el Señor, para que la vida del hombre se llene de felicidad, para que alcancen la plenitud que el Señor quiere para nosotros, por Dios.

Además, en mi trato con la gente de la Obra para acá, ha sido con una familiaridad tremenda. Me he sentido en familia, he tenido una experiencia de familia, y doy gracias al Señor sinceramente.

Trabajadores que gozan de vivir en esta familia

Hay una alegría tremenda en los colegios que he conocido del Opus Dei, aquí en Bogotá. Primero, la alegría de los estudiantes; segundo, la simplicidad con que se relacionan; lo otro, el estilo interactivo de los trabajadores de estos lugares con los estudiantes, con las personas que llegan. Uno llega a la cocina, y es una alegría, es una fiesta; como que son trabajadores que gozan de vivir en esta familia. Y es gente sencilla, gente humilde. Ah, pero eso sí: buenos trabajadores, gente profesional, que quiere ofrecerle a Dios algo de calidad.

Yo denominaría mi parroquia como gente que quiere conquistar sus sueños

Yo denominaría mi parroquia como gente que quiere conquistar sus sueños. Y les pido, siempre, que no dejen de soñar. ¡En Cuba tenemos tantas carencias! A veces nos desesperamos, a veces nos cansamos. Creo que la presencia del Opus Dei en nuestra parroquia, nos ayuda a soñar.

El Opus Dei tiene un carisma para la Iglesia. Un carisma estimado, en primer lugar, por san Juan Pablo II, que fue quien aprobó la Prelatura. Y Juan Pablo II tenía una habilidad especial para identificar la diversidad de la Iglesia; para gozar con ella. Y la Iglesia tiene que ser diversa.

En un país como en Cuba, el tema de vivir la santidad en la vida ordinaria, como hace énfasis San Josemaría Escrivá, pienso que es algo importante para Cuba. Porque imagínese: un joven, por ejemplo de una universidad, que entienda la santidad como una radicalidad en su estudio, en su trabajo; eso es una misión extraordinaria.

Ese rumbo nosotros sabemos cuál es: Jesucristo

En Cuba tenemos muchas personas frustradas. Personas que creyeron en un ideal y después se frustraron, se han sentido sin un rumbo. Ese rumbo nosotros sabemos cuál es: Jesucristo. Y tiene mucha felicidad para darnos, y nosotros los cubanos queremos ser felices.

La Obra de Dios tiene un camino interesante para todos. Para todo aquel que quiera de verdad, con su esfuerzo, con su voluntad, abrirse camino. Y no solo abrirse camino por un interés personal, sino para gloria de Dios. Y para eso hay que prepararse, para eso hay que estudiar. La mediocridad no es de Dios. Dios quiere el máximo de nosotros. Y me da la impresión de que el Opus Dei es un poco eso: una lucha contra la mediocridad.

A fin de cuentas el Opus Dei, lo que ha hecho más en mí, es ensanchar mi corazón.

Yo regreso a Cuba con más hermanos en mi corazón, con más diversidad en mi corazón. Interactuar con la Obra me abre a esa diversidad. Y me voy lleno de amor concreto, no sólo de palabras bonitas, porque mi país está cansado de palabras bonitas; mi país está necesitado de personas que te ofrezcan algo de calidad. Que te ofrezcan un amor real, que tú lo puedas sentir, tocar.

En Cuba la gente tiene necesidad de Dios. Y yo tengo que estar ahí.