Monseñor Escrivá de Balaguer y la universidad

Testimonio de Paul Ourliac, Miembro del Instituto de Francia Capitulo de “Así le vieron”, libro que recoge testimonios sobre el Fundador del Opus Dei

Yo era el único francés durante un coloquio que reunía en 1952 a unos 40 jóvenes profesores españoles. Tres de ellos me habían impresionado profundamente por su moderación, su amplitud de espíritu y su información. Lo comenté con un amigo español que con una media sonrisa me respondió: «Acaba usted de nombrar a los tres miembros del Opus Dei que están aquí». Aunque en aquel momento yo lo ignoraba todo acerca del Opus Dei no le hice más preguntas.

Algunos años después lo encontré de nuevo en la Universidad de Navarra, que se acababa de crear. Allí descubrí profesores y estu­diantes realmente felices. La Universidad carecía de campus uni­versitario, que por entonces se edificaban en todos los lugares. Los profesores se hospedaban con los estudiantes y entre ellos reinaban un afecto y una confianza que evocaban inevitablemente aquellos tiempos en que la universidad era una sociedad de maestros y discípulos, unidos por la misma afición a la cultura y al trabajo. Muchos profesores famosos tenían la sencillez que conviene a los verdaderos maestros. Los estudiantes, procedentes de diversos orígenes y confesiones, mostraban a la vez gentileza y seriedad.

Todas las instituciones tienen su espíritu y de aquélla reflejaba una paz y sencillez que sentí aún más cuando tuve el gran honor de ser recibido por Monseñor Escrivá de Balaguer.

La Universidad de Navarra era obra suya y él le había trans­mitido su espíritu. Tenia una sencillez y una bondad que impre­sionaban. Se llegaba a él con la inquietud que se tiene al tratar a un ser excepcional y, sin embargo, inspiraba confianza. Escuchaba, preguntaba. Sus palabras parecían simples, pero la intensidad de su mirada les confería un sentido sobrenatural. Pienso, por ejemplo, en las primeras frases de Camino: «Son cosas que te digo al oído, / en confidencia de amigo, de hermano, / de padre ./ Y esas confidencias las escucha Dios» (1). ( Camino, Monseñor Escrivá de Balaguer)

Otros han dicho, y dirán, más de lo que yo podría expresar sobre el sentido «viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo», del mensaje de Monseñor Escrivá de Balaguer. Yo quiero resaltar la atención particular que ponía en la juventud y en la universidad.

Vivió una época en la que todas la nociones que se tenían por sólidas, los valores de la vida, aquello que podía dar a hombres y naciones alguna confianza en el porvenir, se hallaban com­prometidos.

A la inquietud y la incertidumbre opuso el eterno principio de la libertad de las conciencias: el Opus Dei no «hace suyas las acti­vidades profesionales, sociales, políticas y económicas de sus miem­bros». Cada uno debe actuar según su conciencia, debe buscar la verdad, pero no puede ser obligado a profesar una fe que no ha recibido. Todos aquellos que son «capaces, deben tener acceso a los estudios superiores, cualquiera que sea su origen social, sus medios financieros, su raza o su religión».

Para la universidad, la libertad supone la autonomía, la función del Estado varía según los países. Éste controla, ayuda, pero debe permitir a cada universidad vivir su propia vida, escoger sus pro­fesores y fijar libremente sus programas y métodos.

La libertad no es posible sin la responsabilidad. La de la uni­versidad es responder a su función social; profesores y estudiantes no deben construir «su pequeño mundo para sí mismos». La ciencia no es un medio de poder ni un instrumento de dominación, no es un fin en sí misma, sino que debe ser puesta al servicio del bien común. La universidad debe ser la «casa común» y no el campo de batalla donde se enfrenten bandos rivales. Puede formar para comprender la política, pero perdería su ecuanimidad si debatiera los problemas concretos. Las asociaciones de estudiantes deben evi­tar «atribuirse poderes que no tienen»: que procuren el bien de la universidad y hagan de ella «un hogar irradiador de paz, un foco inagotable de sana inquietud, que permita el estudio y la formación de todos»

Estas frases datan de octubre de 1967 y parecen hoy proféticas. La crisis universitaria que siguió, señaló el peligro de una civiliza­ción que, desde hacía largo tiempo, Monseñor Escrivá de Balaguer había presentido. A profesores y estudiantes les proponía la misma regia de vida que a cualquier hombre: a los ojos de Dios todas las profesiones son válidas, pues son, para quienes las desempeñan lo mejor posible, su instrumento de santificación. Cada uno, en el lugar que le corresponde, debe cumplir su deber de estado y servir no al Estado, sino al bien común.

Si la tarea de la universidad es esencial, pues es ella quien debe formar a aquellos que mañana tendrán las más graves responsa­bilidades, debe inculcarles, ante todo, el respeto a la libertad per­sonal de cada uno y el pluralismo legítimo.

Diez años después de la muerte de Monseñor Escrivá de Bala­guer, es preciso evocar el profundo alcance que dio al mensaje cris­tiano: «Dios al crearnos aceptó el riesgo y la aventura de nuestra realidad».

Artículo publicado en LA CROIX DU MIDI

Toulouse, 14 - VII–85

(2) Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer.