Mis “grandes amigos” indios, senegaleses y coreanos

Vivo en Pumarín, un barrio obrero de Oviedo, al pie del Naranco. Me llamo Luis Jesús y tengo 61 años. Desde los 21 me dedico a reparar ordenadores o lo que había entonces. Y desde hace casi 20 tengo una tienda de reparación, instalación y venta. Vender poco, las grandes superficies se han comido el mercado. Vivo enfrente del negocio y siento todo el barrio como mi propia casa. Vivo aquí desde hace 30 años.

Murphy, Anny, Jafet (Kerala, India) y Ángel

En el barrio hay muchos inmigrantes: marroquíes, senegaleses, guineanos, rumanos, ucranianos, saharauis, de toda Hispanoamérica, etc. No acaba de empezar la tarde y han pasado por mi tienda un ucraniano, un senegalés y una familia rumana. Para todos soy el mago que hace funcionar ordenadores. Muchos compran el ordenador porque lo necesitan –los inmigrantes para comunicarse con sus familias lejanas–, pero no tienen dinero para repararlos. La mayoría vive con lo puesto, así que en ocasiones debo sacar brillo a la chatarra. Procuro siempre cobrar, a veces muy poco. Cuando esto ocurre me parece que ese trabajo ofrecido a Dios tiene más valor.

¡Cuántas conversaciones con vecinos y clientes! ¡Aquí se está bien! Los vecinos del barrio me conocen y yo he conocido a gente con un corazón de muchos quilates. ¡Con cuántas personas he hablado de lo divino y lo humano en los más de 40 años que hace que soy agregado del Opus Dei! Y desde hace unos años con personas que han llegado de todas partes del mundo y que vienen por mi tienda.

Ayer, por ejemplo, estuvo conmigo Papa. Está en España desde hace seis años. Es un musulmán senegalés, negro como el betún, pero de espíritu cristalino. Tiene 44 años está casado y tiene tres hijos. Hablamos de lo que hablan dos amigos: de la familia, del trabajo, de Dios –pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar a muchos musulmanes con turbante y todo–, de fútbol no –por no reñir, a mí no me gusta el fútbol–, etc., y estamos a gusto. Él sabe –no es ningún secreto en el barrio– que soy un católico que no se oculta. Que procuro hablar con Dios –me ven ir a diario en Misa– y que procuro hablar de Dios a quien quiere escuchar... Cuando le hablé a Papa de la Virgen de Covadonga, enseguida me dijo: "nosotros –refiriéndose a los musulmanes– también queremos mucho a la Virgen, es la madre de Jesús" –profeta para los musulmanes, Dios para los cristianos–. Hemos hecho planes de visitar Covadonga con su familia.

Jafet, Luis Jesús, Anny y D. Francisco

Me siento asturiano, aunque haya nacido en Valladolid, vivo en esta tierra desde hace 52 años y aquí tengo enterrados a mis padres. Quizá sea por esto mi carácter abierto y acogedor. Vivo muy feliz. Doy gracias a Dios por tener muchos amigos, amigos de verdad, de los que hacen bien al alma. La amistad supone siempre compartir la vida y eso conlleva penas y alegrías.

Muchos de estos amigos son inmigrantes, que es muy duro, más si se lo recuerdan. Cuando les tratas como si fueran tu propia familia –así lo siento-, pasan de inmigrantes a ser tu familia

Algunos me dicen que qué hago para tener amigos tan "peculiares". ¿Peculiares? No los veo yo peculiares, más bien creo que con el tiempo he aprendido a ver personas, sin fijarme ya en el envoltorio. Todos necesitamos que nos escuchen. Muchos de estos amigos son inmigrantes, que es muy duro, más si se lo recuerdan. Cuando les tratas como si fueran tu propia familia –así lo siento–, pasan de inmigrantes a ser tu familia y puedes hablar con toda confianza de tus preocupaciones y ellos de las suyas. Recuerdo ahora mi amistad con Shoji, estudiante de arte japonés, durante una estancia de trabajo en Madrid: aprovechaba las visitas al museo del Prado para hablarle de nuestra fe a través de los lienzos de carácter religioso. Luego nos tomábamos, porque le gustaban mucho, anchoas en vinagre y ¡un café con leche! No conseguí acostumbrarme a esa mezcla de sabores.

Siguiendo con mis amigos "peculiares", no puedo olvidarme de Jafet, de Kerala, India. Vivió en mi casa. Era economista y actor de teatro, con premios en su país. Aquí cuidaba enfermos. Ya regresó a su país, se casó y ha tenido un niño. Tulio es pintor de brocha gorda, un brasileño de tez tostada que pasa de los 40. Es toda una estrella bailando música latina. Quiere con locura a su mujer y a su hija, que tiene en Portugal.

Tulio (Brasil), Luis (Colombia) y Bertín (Camerún)

Otros de ellos es Bertín, de Camerún. Es biólogo, estudió en Nigeria, sabe más de cuatro idiomas y varios dialectos centroafricanos, pero en su tierra no ganaba lo suficiente para subsistir. Hizo “el camino” a través del desierto del Teneré hasta Libia. De allí a Argelia y luego a Marruecos, donde estuvo escondido tres años, esperando pasar a España saltando la valla de Melilla. Se dedicaba a curar las heridas de los que lo intentaban sin lograrlo. Al fin pasó a Ceuta a bordo de una cámara de rueda de camión. Ha vivido por temporadas en mi casa entre viaje y viaje a Irak, Sudán del Sur y República Centroafricana, con Médicos sin Fronteras, pero no creo que vuelva a estas labores humanitarias. Lo pasó muy mal cuando empezó la guerra en la República Centroafricana, además conoció a Filomena y encontró trabajo en Bilbao. Están preparando la boda.

Bertín hizo “el camino” a través del desierto del Teneré hasta Libia. De allí a Argelia y luego a Marruecos, donde estuvo escondido tres años, esperando pasar a España saltando la valla de Melilla. Se dedicaba a curar las heridas de los que lo intentaban sin lograrlo.

Bertín me presentó a Luis, un colombiano de 57 años. Es también un gran amigo. Añora mucho a su familia que permanece en Colombia y reza mucho a Dios por su mujer y sus dos hijos. Trabajaba de albañil. Ahora, hace algún trabajillo cuando le sale algo, no tiene ninguna ayuda del Estado. Juntos –los cuatro– hemos hecho de todo: comidas, asistir a medios de formación cristiana en Peñavera –Centro del Opus Dei por donde voy y que cumplió este año su 50 aniversario–, excursiones por la provincia, misa dominical, con su posterior vino, visitas a Covadonga… Suelo recordarles que deben su vocación cristiana a sus padres, igual que yo, y su piedad a su padre – los cuatro rezan todos los días el Rosario-. Coinciden en decir que era su padre el que les inculcó esta costumbre cristiana. En el caso de Bertín, Jafet y Luis sus padres rezaban más de un Rosario diariamente. Con esa enseñanza ahora viven a fondo su fe y acuden a medios de formación cristiana y, sobre todo, rezan y tienen a Dios en el horizonte de sus vidas.

Emmanuel –Pope rumano– y su esposa Gabriela, con Ángel

A esta forma de vivir se puede unir Murphy –también de Kerala–, profesor de Religión en un pueblo cercano a Oviedo. Coincidimos en Misa por la mañana. Él me presentó a Jafet. Asistió a algún medio de formación en Peñavera. Ahora está en contacto con un grupo neocatecumenal. Recién casado con Anny, prometió a la Virgen de Covadonga presentarle el primer retoño que tuvieran. Ya lo han tenido. En cuanto haga un poco de buen tiempo lo llevaremos a la Cueva. Ángel, ingeniero jubilado de la Nestlé, otro amigo del alma, nos preparará arroz con conejo en su casa. Como la otra vez.

No puedo olvidarme de Kim, un coreano del que fui muy amigo los años que estuvo aquí. Me lo presentó D. Rafael, un sacerdote de 79 años -entonces tenía menos-, que es cooperador de la Obra, y también vivía en el barrio. Kim es ahora profesor de español en la Universidad de Seúl. En su día colaboré para que pudiera recibir el bautismo y lo hizo en su patria. A los pocos meses se bautizaron él, su mujer, su madre y su hija, "Rafaela", en honor a D. Rafael.

Al terminar Emmanuel comentó: -“Ella nos unirá”. A lo que yo contesté: -Amén. Me pareció muy emocionante, ver esas ansias de unidad de los cristianos en una sola Iglesia, en labios de un ortodoxo.

Por medio de D. Rafael conocí también a Emmanuel –Pope rumano- y a su esposa Gabriela. Estuvieron en Asturias un par de días –se alojaron en un apartamentito donde vivían D. Rafael y su madre–. Hablamos de mil cosas referentes a sus actividades y de cómo vivíamos nuestra fe. El segundo día visitamos Covadonga, asistimos a la Misa celebrada en la Cueva por D. Francisco –sacerdote de la Obra–, que nos invitó a comer. A la vuelta, en el coche, Gabriela propuso rezar el Rosario. Lo dirigió ella con un folleto que yo le dejé. Fue un rosario trilingüe: español, rumano y la letanía en latín. Lo rezamos piadosamente. Al terminar Emmanuel comentó: –“Ella nos unirá”. A lo que yo contesté: –Amén. Me pareció muy emocionante, ver esas ansias de unidad de los cristianos en una sola Iglesia, en labios de un ortodoxo. ¡Cuántas veces he rezado por esta unión!

Como se puede suponer, detrás de cada nombre hay una historia muy hermosa. Hay muchas más, pero eso alargaría este artículo y me prometí ser breve.