Las visitas del Padre a Jenner

Francisco Ponz. MI ENCUENTRO CON EL FUNDADOR DEL OPUS DEI. Madrid, 1939-1944

Durante aquel curso 1940-41, la Residencia de Jenner siguió siendo el único lugar disponible en Madrid para las actividades de formación espiritual de universitarios, y don Josemaría el único sacerdote del Opus Dei. Tratábamos a nuestros amigos y compañeros en la Universidad, en la academia, en la calle, haciendo deporte, donde fuera; pero los cursos de formación y los retiros se tenían en la residencia. El Padre atendía a la gente en Jenner o en Diego de León.

A pesar de su intenso trabajo en Madrid y de sus viajes, el Padre sabía encontrar tiempo para venir a Jenner con cierta frecuencia, para celebrar algún día misa, dirigir la oración y oficiar la Bendición con el Santísimo. En especiales ocasiones comía con nosotros y se quedaba en la tertulia. Como se tardó en contar con un capellán que celebrase a diario la misa en Jenner, muy a menudo íbamos a oírla fuera. El Padre procuraba venir al menos una vez por semana. A veces invitaba a sacerdotes amigos suyos que estaban de paso por Madrid a que nos celebraran la misa.

Desde comienzos de diciembre hubo ya capellán fijo y teníamos la misa en casa, aunque de cuando en cuando, en algunas fiestas importantes venía el Padre. Así ocurrió en la fiesta de la Inmaculada Concepción de ese año 1940. Al terminar la misa nos animó a vivir la fraternidad cristiana, a querernos todos de veras, a que no se formaran camarillas o grupos cerrados en la residencia. Habló también de su gran amor a la libertad: debíamos actuar por propia convicción, de modo que nuestra conducta fuese consecuencia de elegir libremente lo que es bueno. Nos animó a ser reciamente piadosos, sin caer en la falsa piedad de la beatería, y anunció asimismo que después de las vacaciones de Navidad comenzarían los cursos de formación, que ese curso todavía no se habían iniciado. Después de desayunar, algunos tuvimos la suerte de salir un rato de paseo con él, en un coche que conducía Ricardo.

El 12 de enero, vino el Padre por la tarde para dar una plática y la Bendición con el Santísimo. A pesar de la competencia de los cines, asistieron casi todos los residentes. Se refirió a la reciente fiesta de la Epifanía y recordó que aún era tiempo de ofrecer al Niño Jesús, como los Magos, algún regalo: quizás más horas de estudio, cortar con compañeros que apartaran del trabajo, visitar más al Señor en el oratorio, comulgar con mayor frecuencia. Al referirse a la hipotética situación de alguno que no tuviera ganas de estudiar, decía: "¿No tienes ganas de estudiar? ¡Tienes toda la Castellana para ti! Pero no vayas a estorbar a otros. Has de contribuir a que haya en la residencia ambiente de trabajo, por Él -por el Señor- y por ti".

También se ocupaba el Padre de dirigir el retiro espiritual que se tenía cada mes en la mañana de un domingo. El de febrero -llevaba yo un año en el Opus Dei- contó con cerca de cuarenta asistentes: el oratorio estaba abarrotado, con bastantes sillas supletorias. Nos animó a luchar contra nuestras inclinaciones desviadas y a vencernos con la ayuda de Dios; a combatir los respetos humanos que obstaculizan el comportamiento cristiano y frenan el apostolado; a rechazar una falsa y ñoña vida de piedad, la comodonería y la pereza para estudiar. Insistió en que libráramos esa lucha, no con ánimo encogido, ni por miedo a nada ni a nadie, sino libremente, por amor al Señor. Al tratar de la entrega de todas las cosas al Señor, aun cuando fueran buenas, contó la anécdota del niño al que gustaba muchísimo un jarabe, el Ceregumil, al que sabía renunciar ofreciéndoselo al Niño Jesús todas las noches: al rezar la oración infantil "Jesusito de mi vida", la terminaba diciendo: "Yo te doy mi Ceregumil", en lugar de "mi corazón". La anécdota provocó risas y también dio mucho que pensar.

A primeros de marzo, vino por la tarde el Padre para dirigir la meditación. La asistencia fue escasa ese día, y para estimularnos al apostolado nos habló de la parábola del pastor que teniendo cien ovejas deja las noventa y nueve y va en busca de la extraviada. Nos decía que debíamos ocuparnos unos de otros para que mejorara la vida cristiana de todos. Otra vez, el último domingo de abril, celebró la misa y nos dirigió después unas palabras para recordarnos, como él sabía hacerlo, con mucho cariño, la necesidad de estudiar mucho y de ayudar a los demás a hacer lo mismo -se iban acercando los exámenes-, facilitando el ambiente de trabajo.

En ese año 1941 los cursos de formación se extendieron de enero a finales de mayo. Se organizaron también visitas a barrios extremos de Madrid, de la zona de Carabanchel, Cuatro Caminos o Vallecas, donde vivía gente hacinada en chabolas o tugurios, desasistida de la sociedad. Con esas visitas se les proporcionaba consuelo espiritual y humano, junto a algunos dulces que se compraban con el dinero que se recogía al pasar una bolsa en las clases de formación. Contemplar aquellas situaciones de extrema pobreza y desamparo provocaba reacciones generosas.

El Señor movía los corazones y, con el avance del curso, hubo en Jenner nuevas vocaciones al Opus Dei En casi todos los casos, los que querían ser admitidos habían hablado alguna vez con el Padre, que más bien les ponía dificultades: "yo no barro para adentro", nos comentaba. Admiraba ver el cambio que experimentaba quien pedía la admisión en la Obra. Uno me hacía notar: "Sólo por el hecho de decidirse a seguir el llamamiento divino, se adquieren de repente unas gracias y un espíritu que hacen sentir y obrar en pleno acuerdo con el espíritu de la Obra".