El hospital de los últimos días

La Fundación Vía Norte Laguna dirige un centro dedicado a cuidar a personas con enfermedades incurables “Es un orgullo estar en este duro proceso”, señala Borja Mújica

Agustín y su mujer en el centro de Laguna. Foto: Samuel Sánchez (El País)

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Pocos se imaginan que en el barrio de Laguna, a pocos metros de la M-30, se encuentra uno de los dos únicos centros de España (el otro está en Málaga) que se dedica a cuidados paliativos para enfermos terminales. “Cuidados al final de la vida”, como algunos profesionales prefieren llamarlos. Es el hospital Vía Norte Laguna (Hospital-Centro de Cuidados LagunaLaguna), al que cada año acuden más de 1.000 personas. Las dolencias más habituales, según los doctores del centro, son el cáncer y las insuficiencias respiratorias. Javier Rocafort, director médico de la institución, calcula que unas 250.000 personas necesitan cuidados paliativos cada año en toda España (30.000 en la Comunidad de Madrid). Debido a esto, el Parlamento regional aprobó el pasado 3 de marzo su Ley de Muerte Digna. Es la novena comunidad autónoma con una legislación que recoge los derechos del paciente en el último tramo de su vida.

En este hospital (concertado con la Comunidad de Madrid) no reina la tristeza, a pesar de las duras circunstancias que viven sus pacientes

En este hospital (concertado con la Comunidad de Madrid) no reina la tristeza, a pesar de las duras circunstancias que viven sus pacientes. Al contrario, se vive una inusitada normalidad en los largos pasillos llenos de habitaciones del centro. De una de ellas sale Santiago Giménez, de 69 años. Desde hace dos semanas está ingresada su mujer, con la que lleva casi 50 años casado, porque sufre un cáncer que arrastra desde hace dos años y medio. “Hace un par de meses la metástasis le llegó al hígado. Llegó un punto de inflexión en el que ya no la podía tener en casa porque se me podía caer al ducharla y, además, estoy yo solo”, cuenta con voz temblorosa.

Agustín de La Paz, en su habitación el pasado jueves. Foto: Samuel Sánchez (El País)

Giménez piensa que la Fundación Vía Norte Laguna, de la que depende el centro, es la mejor opción para sobrellevar el momento. “Todo el mundo tiene un alto grado de profesionalidad. Este hospital no es solo para enfermos, sino también para familiares. Te cuidan el alma en todos los sentidos”, afirma mientras regresa cabizbajo a la habitación. Su mujer falleció al día siguiente de entrevistarlo para este reportaje.

Una planta más abajo, Agustín de La Paz, de 69 años, termina su clase de fisioterapia. Llegó al centro el 28 de enero y sufre desde hace cinco años una insuficiencia pulmonar crónica. “Hubo un momento, estando en el hospital de Parla, que se me agravó tanto lo de los pulmones que no podía ni respirar. Aquí está todo muy bien, las actividades me ayudan a los huesos y a la mente”, cuenta mientras sujeta el tubo de su bombona de oxígeno. Su mujer, Ana María, lleva la situación peor que él. “Estoy mal. Tomo orfidal, y aunque mi mente no quiere pastillas, cuando viene el cambio de estación me dan ataques de ansiedad”, asegura.

“Todo el mundo tiene un alto grado de profesionalidad. Este hospital no es solo para enfermos, sino también para familiares. Te cuidan el alma en todos los sentidos”

El director médico de la institución, Javier Rocafort, conoce personalmente a cada uno de los enfermos. “Atendemos a pacientes que están en el tramo final de su vida, pero antes del fallecimiento hay que tener en cuenta que estas personas están vivas y tienen necesidades”, explica.

Rocafort recuerda que son muchos más los pacientes que fallecen por demencia o enfermedades terminales hepáticas o cardiacas que aquellos que mueren por cáncer. “Lo curioso de esto es que el acceso a los cuidados paliativos es más fácil para los enfermos de cáncer. Esto ocurre en España, porque es más sencillo identificar el cáncer en fase terminal que las otras enfermedades, las cuales intentamos curar o mantener a raya cuando ya es imposible”, aclara.

El último pilar que completa la atención especializada de la fundación son los psicólogos. Borja Mújica es uno de ellos y lleva más de nueve años en el centro. “Soy un mero espectador. Es un orgullo que estas personas nos permitan estar en este duro proceso y acompañarlos”, señala.

Esta afirmación se representa perfectamente en el caso de Agustín de la Paz. “Hay que ser claros y aceptar las cosas como vienen”, dice mientras camina con su mujer. Les esperan muchos paseos, pero no saben cuándo será el último juntos.

Amara Santos

El País