La obra maestra de la medicina

Reportaje publicado en el diario ABC sobre la Clínica Universidad de Navarra

La obra maestra de la medicina

La Clínica Universidad de Navarra cumple medio siglo de liderazgo científico y «entrega cristiana» al paciente

Los médicos de la Clínica Universidad de Navarra son mejores?

—«No son mejores. Los tenemos con mucho prestigio, pero el global es similar al de otros centros». Responde el director general, José Andrés Gómez.

—«No son mejores. La formación científica es igual». Responde uno de los aludidos, la ginecóloga María Aubá.

Responda también usted, por favor, después de leer este reportaje que —es probable— incomodará a los 2.183 profesionales de la institución sanitaria fundada en Pamplona hace ahora medio siglo. La inauguró monseñor Escrivá de Balaguer, pero parece en buena medida inspirada en «Fuenteovejuna». Desde el estudiante que se saca unos euros ayudando en la cocina hasta el director general, trabajan todos a una, sin admitir mérito individual o síntoma de superioridad alguno, en un mismo y casi obsesivo fin: «Cuidar a cada enfermo antes como persona que como paciente». Más de 66.700 peregrinan todos los años hasta el hospital del Opus Dei en busca, no pocas veces, de un milagro.

Como el que se obró con Francisco Manuel Rodríguez, el niño al que, a los nueve años, le diagnosticaron en la tibia un tumor del tamaño de un balón. Según los facultativos que le atendieron en su Murcia natal, iba a costarle la pierna, si no la vida. Una década después, aquel chaval camina sonriente sobre sus dos extremidades por los quirófanos de la Clínica Universidad de Navarra. Le han operado tantas veces que ni recuerda cuántas, pero hoy no le toca ponerse sobre la mesa del quirófano, sino delante. Acompaña al doctor Mikel San Julián, al que le debe, además de la salud, su vocación por la medicina. Cursa quinto de carrera y se siente un «privilegiado» porque hace prácticas con su propio médico, al que él sí considera mejor. A Francisco Manuel le basta levantarse y andar para demostrarlo, pero tambien lo razona:

«Aquí son más rápidos, más eficaces y obtienen mejores resultados, además del trato humano que te dan», asegura el estudiante de 22 años. «Pero un tumor como el tuyo no lo cura solo un francotirador. Está el trabajo de radiólogos, oncólogos, cirujanos... todos a una», responde por alusiones San Julián, cuyo departamento ha sido pionero en operar sarcomas infantiles: lleva 1.500 intervenciones, con un 75% de éxito. El subdirector de Cirugía Ortopédica y Traumatología reparte los méritos entre su equipo, que lucha unido contra la enfermedad como los héroes de Lope de Vega contra el comendador.

Solo sumando fuerzas se puede vencer a un enemigo cruel y voraz como el cáncer. Claro que se le puede derrotar. De hecho, el director general de la clínica reconoce que «aquí se curan cosas que en otros centros no. Afrontamos tratamientos que alargan la vida, cuando en otros hospitales te dicen que no merece la pena». Que le pregunten si vale la pena a ese enfermo al que le dieron dos meses de vida por un tumor hepático y que, ocho años después de la sentencia de muerte, ha vuelto hoy a Navarra. Ni siquiera a revisarse: a traer flores a la Virgen.

«Voy a tener un hijo tuyo»

Ser agradecido es de bien nacido, sobre todo cuando se ha vuelto a nacer. No pocos sanados invitan a su médico a la boda. Otros van incluso más allá. «Voy a tener un hijo tuyo», anunció una señora al doctor Berián. Pasado el sobresalto, comprendió que la embarazada era la esposa de un paciente al que había curado su infertilidad. Bueno, él y todo el departamento de Urología que fundó hace 36 años y en el que se jubilará dentro de dos, como manda el reglamento interno, al cumplir los 70.

Cuesta Dios y ayuda del jefe de Comunicación que José María Berián admita que el singular carácter y la filosofía de la institución son en buena medida obra suya. Siendo director médico, «en los noventa, se apostó por una clínica privada, universitaria, sin ánimo de lucro, volcada en la asistencia de calidad y en la investigación sobre necesidades reales. Se definió qué tipo de personas interesaba que trabajara aquí y se atajaron los personalismos, se introdujo la interrelación entre departamentos, la horizontalidad».

En el plano vertical, el de la jerarquía, rige la gravedad: todo el que sube baja. Los cargos directivos son transitorios. Lo habitual es que el director de un departamento lo sea solo por un tiempo y regrese después a su ocupación previa. No es degradación, es rotación. Y prevención. Cualquier tentativa de abuso de poder o de engorde del ego se neutraliza al saber que tus subordinados de ahora serán tus jefes en algún momento.

Ni el director general tiene bula: cada tres años ha de renovarlo el rector de la Universidad de Navarra, «aunque desde el punto de vista económico y de gestión es autónomo». José Andrés Gómez acaba de iniciar su tercer trienio al frente de una obra del Opus Dei de dimensiones considerables, que cuenta también con un punto asistencial en Madrid. 192.800 consultas al año. 12.329 ingresos. 11.522 operaciones. 11.839 urgencias. El 54,2% de los enfermos proceden de fuera de Navarra, y el 1,7%, del extranjero. Uno de cada diez se opera. Y no de apendicitis. Suelen ser casos graves frente a los que a menudo se ha perdido ya un tiempo precioso.

Toca, pues, trabajar contra reloj. «En 48 horas se diagnostica un cáncer de mama, y se le da tratamiento en menos de una semana», estima la subdirectora, Esperanza Lozano. Un equipo multidisciplinar analiza a la vez el caso, lo que garantiza su visión global y el permanente intercambio de opiniones de todos los profesionales implicados. Un par de veces a la semana, cada departamento realiza una revisión bibliográfica de artículos médicos o presenta una ponencia. Incluso se cita periódicamente a los 362 médicos en plantilla para estudiar cuadros singulares.

La formación, en efecto, es otro de los pilares que sostiene firmes los 75.000 metros cuadrados de la clínica. Y «nos diferencia». La mayoría de doctores dan clase en la Facultad de Medicina del Opus Dei. Examinan, pero también ellos son evaluados cada año en «un montón de indicadores», como infecciones, reintervenciones, tiempos de espera, calidad clínica y humana, proyectos de investigación o convocatorias». Además, se tienen «muy en cuenta» los artículos publicados.

Milagros con el tiempo sí que no hacen en Pamplona, por lo que, para poder dedicarse a la vez a la asistencia, la docencia y la investigación, se exige exclusividad. El horario estándar es de 9.00 a 19.00 horas, aunque no es raro que a David Nagore le den las diez en el quirófano. Y eso que aún es médico residente, además de otro «privilegiado» confeso por formarse «en un centro de referencia». «Mil veces volvería a elegirlo». Si pudiera, claro, porque ni el número uno de los licenciados tiene asegurada una plaza MIR en la clínica.

Dos años en el extranjero

Se convocan unas 45 al año. Los interesados han de someterse a una entrevista personal y recibir autorización expresa. Se valoran aspectos curriculares, pero también la idoneidad del candidato con el ideario que preside la institución y que implica, por ejemplo, la prohibición de practicar cualquier técnica abortiva o reproducción asistida. «Desde el principio te lo dejan muy claro», subraya la ginecóloga Aubá, que terminó la residencia hace dos años.

Los MIR que logran quedarse en Navarra han de sacar el doctorado y, casi siempre, pasar un par de años en el extranjero. «Tenemos acuerdos con Mayo, Hopkins, Anderson o Karolinska, lo que nos permite incorporar nuevas técnicas», celebra el director general. El objetivo no es ganar el Nobel, sino meses, días. Adelantarse en el tratamiento de patologías que no esperan. La Clínica de Navarra es precursora en terapia celular y en medicina nuclear. Sintetiza hasta doce radiofármacos, récord en España apenas igualado en Europa. Sin ánimo de lucro y con unos ingresos anuales en torno a 150 millones de euros, la prioridad es repartir dividendo entre todos los pacientes. «Reinvertimos el cien por cien de los beneficios en tecnología y formación para mejorar la asistencia». Los sueldos se ajustan bastante a las tarifas del gremio sanitario, aunque quedan por debajo en la retribución de las guardias. Una merma económica que compensa el hecho de trabajar en un hospital que, a diferencia de Osasuna, sí juega en la Champions. «Hay muchos intentos de fichaje, pero el índice de rotación es bajísimo», presume la subdirectora Lozano.

Las tarifas sí arrastran fama de ser algo más elevadas. «No somos más caros al lado de otros centros privados». Como mucho, el director general reconoce un sobrecoste «de un 10 o 15% por ser un centro universitario». Una operación tipo de un tumor con ingreso de cinco días cuesta en torno a 14.000 euros. Un día de UCI, 650, aparte medicamentos.

La salud no tiene precio, pero está claro que se compra. El doctor San Julián admite que «es muy duro» saber que está en sus manos curar a un niño, pero no en el bolsillo de sus padres. Para costear estos casos, recauda donativos el patronato «Niños contra el cáncer» (www.niñoscontraelcancer.org), en cuyo beneficio se celebra este viernes en Pamplona un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional Checa y dirigido por Inma Shara. Será el primer acto conmemorativo del cincuenta aniversario de la Clínica Universidad de Navarra: medio siglo de historia clínica escrito con ciencia, y conciencia.

—Y entonces, ¿los médicos de la Clínica Universidad de Navarra son mejores?

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«Si a un paciente se le antoja solomillo, vamos a comprarlo»

Escrivá de Balaguer mandó clausurar la clínica el día que la inauguró, al ver que carecía de lavandería y cocina con las que «primar la dignidad del enfermo» Monseñor Escrivá de Balaguer viajó a Pamplona en 1961. Venía a inaugurar la clínica donde, por fin, harían sus prácticas los estudiantes de la Facultad de Medicina. Sin embargo, en lugar de darle las bendiciones, el fundador del Opus Dei mandó cerrarla. «¿Cómo que cerrarla?», preguntaron desconcertados los allí congregados. «¿Dónde están las cocinas? ¿La lavandería?», respondió el hoy santo con otros dos interrogantes de padre y muy señor mío.

Para Josemaría, diabético y de quebrada salud, el paciente debía estar atendido «con plena dignidad» tanto desde el punto de vista médico como espiritual y humano. Era preciso volcarse en él en cuerpo y alma. Literalmente. Así que el sanatorio cerró unos meses hasta que, en 1962, reabrió definitivamente con la cocina donde hoy se elaboran 800 menús diarios a la carta servidos sobre manteles de tela; con la lavandería donde las cofias de las enfermeras se almidonan y las batas se planchan a mano; con el exquisito respeto a unos pacientes que son tratados obligatoriamente de usted, recibidos con la bata abotonada y felicitados con una tarta en su cumpleaños. Con la demoledora humanidad de unos padres que acaban de perder a su hijo, pero que, pese a no ser creyentes, confiesan haber descubierto el cielo en la Clínica Universidad de Navarra.

«Aquí lo primero es el espíritu de servicio, adelantarse a las necesidades del convaleciente», subraya la subdirectora, Esperanza Lozano. Para ello, a las seiscientas enfermeras, todas mujeres, «se les imparte un curso de acogida con consejos sobre calidad, seguridad laboral e ideario. El trato al paciente, respeto, confidencialidad, calidad, ética...». Lo explica Carmen Rumeu, la máxima responsable de ATS, pero queda todavía más claro al ver que un cirujano premia con un libro a un interno que acaba de recibir el alta o al respirar el olor a guiso casero que se propaga por la planta baja.

María Riestra, que lleva 25 años en la clínica y es médica, está al frente de la cocina, donde trabajan 42 personas. Cada tarde, se invita al enfermo a que elija entre los platos que se cocinarán mañana: cinco primeros, otros tantos segundos y postres. Cada receta se prepara triturada, con y sin sal, en raciones para diabéticos, poco hecha o mucho... como haga falta y apetezca. En total, más de cien combinaciones, sin excluir la posibilidad del pedido a capricho.

«Si la enfermera se entera de que el interno ha dicho que le encantaría un solomillo, avisa a la cocina y se lo preparamos. Aunque haya que ir a comprarlo». La comida se sirve en bandeja, siempre caliente, sobre un mantel de tela, que los domingos y festividades señaladas cambia de color. También en los aniversarios y celebraciones personales. Hay que exprimir las alegrías allí donde abundan las penas. Estar en buenas manos y tener quien te la dé. En la clínica no hay horarios de visita, ni en la UCI. Los ingresados en cuidados intensivos se encuentran en habitaciones abiertas, donde puede permanecer un familiar las 24 horas. «Está demostrado que no pasa nada». Lo único que se contagia es el cariño.

Atención religiosa voluntaria

La directora de enfermeras recuerda aquella familia que pidió pasar las navidades con el abuelo hospitalizado. Sabían que era la última Nochebuena juntos y quisieron cenar en su habitación. Se reunieron veinte personas, a las que se sirvió el menú con vajilla y platos a juego con la ocasión.

Los motivos cristianos están presentes en todas las estancias y se celebra misa a las 8.00 horas, a las 12.00 y a las 19.05, para que puedan asistir los médicos que quieran al acabar su jornada por la tarde. También se presta asistencia religiosa, «pero con absoluta libertad», precisa el director de comunicación, Jesús Zorrilla, consciente de que muchos enfermos tienen más fe en la clínica que en Dios. No pocos creen porque meten los dedos en las heridas de sus costados y en las suturas de la operación que en otro sitio no se atrevieron a practicarles. Otros descubren el cielo en el infierno de la enfermedad: profesionales limpios de espíritu, y de cualquier otra impureza.

Casi un millar de personas se encargan de la higiene del hospital pamplonés. Veinte minutos diarios por habitación. Las auxiliares limpian, pero también los pacientes suelen aprovechar para airear trapos sucios. «Cogen confianza y te cuentan su vida». Pueden estar tranquilos. Desde el primero al último trabajador han de firmar una cláusula de confidencialidad que les impide irse de la lengua. Esté ingresado el Rey, un político o quien sea. «Tenemos los mecanismos para garantizar que, si no quieres, no se sepa que estás».

Lo que no existe son habitaciones especiales. Las 330 disponibles ofrecen las mismas comodidades: las básicas. «Buscamos que no haya ningún lujo. Prefiero comprar aparatos a muebles», subraya el director general. Sí hay un tapicero, el único que tiene lista de espera en la clínica. Repara los achaques de las sillas, butacones o taburetes.

También en la lavandería aguardan toneladas de trabajo. 3.200 kilos de ropa se lavan a diario, se almidonan los cuellos del uniforme de enfermera y se planchan a mano las batas de los médicos. «Para nosotros es importante la imagen». De la clínica, que no la de uno mismo. De hecho, el personal ha de utilizar «poca bisutería y maquillaje discreto». Y las ATS, cofia, excepto las de radiodiagnóstico, para que las horquillas no interfieran con los aparatos magnéticos. Lo aclara el doctor Zubieta, director de esta área, que se disculpa por recibir a la periodista en ropa de calle fuera de su horario laboral. «Nos piden bata abrochada y corbata fina, elegante y discreta». Las apariencias no engañan.

Montserrat Lluis / ABC