La fe, sin rebajas

Mary Ann Glendon, nombrada doctor honoris causa por la Universidad de Navarra, propuso en su discurso un mayor arrojo de los católicos para defender en la sociedad los valores cristianos. Para ello, es necesario conocer la propia ‘tradición intelectual’. Por su interés, reproducimos sus palabras.

La profesora Glendon recibe el diploma de manos de Mons. Echevarría.

Esta universidad es un signo de esperanza para el mundo académico católico. Allí donde el relativismo, historicismo y nihilismo asedian la búsqueda del conocimiento como nunca antes, la Universidad de Navarra se yergue como una prueba del dinamismo y de la perdurabilidad de la incansable búsqueda de la verdad que caracteriza la tradición de los intelectuales católicos.

A lo largo de estos 50 años, desde que las puertas de esta Universidad se abrieron, la Iglesia ha exhortado a los laicos -cada vez con más urgencia- a tomar la iniciativa de lo que el Santo Padre llama la Nueva evangelización .

Esta tarea implica nada menos que la transformación de la cultura. Por mucho que intimide, esta tarea no es imposible, puesto que tal y como dice el Santo Padre, “si sois lo que debéis ser, si vivís vuestro cristianismo plenamente, incendiaréis el mundo” .

Y aquí está el problema que debemos afrontar los profesores y los que viven en el mundo universitario. ¿Cómo puede uno vivir la fe sin rebajas si no conoce la propia fe? Creo que no es exagerado decir que nosotros, los católicos, nos encontramos en medio de una crisis de formación que afecta a nuestros teólogos y, por tanto, a la educación de los padres.

La profesora Glendon, en el Aula Magna de la Universidad de Navarra.

Es una crisis que deja a los padre pobremente pertrechados para educar las almas de las generaciones venideras, que difícilmente pueden competir con la agresividad de las escuelas estatales, fuertemente secularizadas, y con la gran industria del entretenimiento que se complace en derribar todo lo que sea católico. Representa especialmente un peligro en las sociedades modernas porque, si la educación religiosa no se sitúa en el nivel general de la educación laica, nos llegará a resultar difícil defender nuestras creencias incluso para nosotros mismos.

Habiéndonos dado a la Iglesia católica una larga y distinguida tradición intelectual, es trágico que hoy muchos católicos sean incapaces de responder incluso a los más simples ataques relativistas, historicistas y nihilistas. Es un escándalo que muchos católicos callen cuando se confrontan con anti-católicos. Más aún si se supone que una de las glorias de nuestra fe es que podemos dar razones de las posiciones morales que mantenemos, razones que son accesibles a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a otras confesiones o a los que no tienen fe.

Como ha escrito Juan Pablo II, “para que el testimonio cristiano sea eficaz, sobre todo en temas delicados y controvertidos, es importante realizar un esfuerzo especial en explicar con rigor las razones de la posición de la Iglesia, subrayando que no se trata de imponer a los no creyentes una visión que nace de la fe, sino de interpretar y defender los valores enraizados en la misma naturaleza del hombre” .

Los educadores e intelectuales católicos tienen que volver a familiarizarse con la gran tradición intelectual que es nuestra herencia fundamental. Lo necesitamos no sólo por el bien de la Iglesia: ¡también por el bien de nuestra sociedad!