Cuando la vacuna contra el coronavirus es el amor de tu hermana

María, a riesgo de contagiarse, decidió ingresar junto a su hermano Felipe. Fueron diez días acompañando a una persona muy especial.

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Cualquiera que haya acompañado a un enfermo durante varios días en un hospital sabe de sobra que las jornadas se hacen eternas. En ocasiones, la espera de buenas noticias se hace interminable. Padeces por alguien y sientes la necesidad de estar ahí en todo momento. Seguro que se te viene a la mente algún momento concreto en el que has experimentado una situación similar.

Felipe tiene 34 años y es sin duda el más especial de sus siete hermanos

Felipe tiene 34 años y es sin duda el más especial de sus siete hermanos. No solo lo dicen sus padres, también una de sus hermanas, María: “Siempre ha sido un punto de referencia, genera cariño y une mucho a la familia”, nos explica. Felipe tiene síndrome de Down y una hermana dispuesta a todo.

Durante la tercera semana de marzo, la posterior al 8-M, la pandemia del coronavirus era una realidad en nuestro país y en pocos días se aplicaría un Estado de Alarma que todavía sigue vigente. Mientras, Felipe estaba en su casa y se empezaba a encontrar mal: “Estuvo cuatro días que le bajaba y le subía la fiebre”. Un síntoma que no invitaba al optimismo y mucha incertidumbre en aquel momento: “Mi madre llamó al 112 y le decían que le diera paracetamol”, recuerda María. La cosa no mejoraba y sus hermanos decidieron llevarle a la Clínica Universidad de Navarra en Madrid: “Allí le diagnosticaron una neumonía y el COVID-19”.

Había preocupación, lógicamente, pero había que afrontar el problema. Tenían miedo de que Felipe estuviera solo y además eran conscientes de las dificultades que tendría para comunicarse con los doctores: “Explicamos a los médicos y a las enfermeras que alguno de nosotros se tenía que quedar con él”. Ese ‘alguno’ fue María, que no lo dudó una vez lo decidieron entre todos. La comprensión del centro fue clave y el riesgo de contagiarse, queriéndose quedar con él, pasaba a un segundo plano.

Tenían miedo de que Felipe estuviera solo y además eran conscientes de las dificultades que tendría para comunicarse con los doctores

Al principio la situación era dura y Felipe estaba claro que no era el mismo: “Una de las reacciones a la medicación era no comer nada, estaba casi todo el día dormido y me asusté”, reconoce su hermana. Los sanitarios trataban de tranquilizarla: “Es algo normal”, le decían.

Durante esos días, María tenía un objetivo muy fijado: “Dedicaba bastante tiempo a intentar que respirara. Muchos de estos niños tienen dificultad respiratoria y los médicos no lograban que le llegara suficiente oxígeno”, nos explica. El reto pasaba porque Felipe estuviera más activo: “Ponía la música que le gustaba, le decía de aplaudir a las 20:00h para que se sentara y respirara mejor”, nos pone como ejemplo.

Las técnicas y la buena fe no eran suficientes para experimentar una mejora, por lo que los especialistas decidieron trasladarlo a la UCI: “Le tenía que explicar que él ya se iba con unos médicos y que nos veríamos unos días más tarde”, nos cuenta María.

Que lo entendiera resultaba complicado, pero era lo que tocaba en aquel momento: “Estaba absolutamente sedado, como una especie de coma inducido”. Fueron 48 horas en las que respiraba de forma asistida y las únicas en las que no estaba su hermana junto a él.

Durante esos días también ingresaron en el mismo hospital a su padre, que ya superó un cáncer de pulmón y otro de riñón, y a su madre por coronavirus. Más leña al fuego.

Esa es una de las cosas que señala como un “aprendizaje” durante una etapa de su vida en la que agradece el don de la fe

Otro momento duro en el que Felipe era el que mostraba el camino hacia la victoria: “Son personas que tienen el umbral del dolor distinto al nuestro. No se quejan nunca, o muy pocas veces”, asegura María. Esa es una de las cosas que señala como un “aprendizaje” durante una etapa de su vida en la que agradece el don de la fe: “Te ayuda mucho a superar una situación que no tiene explicación”.

Volvemos a Felipe. En la unidad de cuidados intensivos mejoraba su estado y María decidió hacer una petición a los médicos que una vez más aceptarían: “Les dijimos que nos avisaran cuando le fueran a reanimar. Se iba a encontrar en una situación distinta y solo”. Y allá que fue, una vez más, su hermana: “Fue emocionante, pero la verdad es que una UCI es un sitio muy especial”. Y más en pleno auge de la crisis sanitaria.

A partir de ese momento, el camino parecía estar cuesta abajo para Felipe. Ha perdido bastante peso e incluso “tenía un poco la cabeza un poco ida”, confiesa. Pero con el paso del tiempo, al igual que sus padres, va recuperando la normalidad: “No entiende que no pueda volver a su centro de trabajo, le explicas muchas cosas, pero es difícil…”.

Será todo un proceso en el que la cota más complicada ya la ha superado: “Tengo que agradecer que esté vivo”. Y para ello, María y los suyos saben que sus héroes han sido los de todos, los sanitarios: “Me gustaría transmitir mi agradecimiento por todos los cuidados que han recibido tanto él como mis padres”.

Poderlo contar ya es un triunfo, haber estado al lado de Felipe es la lección que nos da María. Un amor incondicional de hermanos que nos hacen sentir la emoción de vencer a ese maldito virus que no sabemos ni cuántas muertes se ha cobrado en nuestro país.