“Hablo con Dios por las calles de Madrid”

Cristina Rubio tiene 5 hijos. Además, trabaja en el campo de la promoción inmobiliaria en Madrid (España). Ella tiene la necesidad de conversar todos los días con Dios pero, como no le sobra el tiempo, a veces tiene que rezar en el coche mientras va al trabajo. Gracias a este encuentro diario, su vida laboral y familiar cobra otro color. Testimonio del folleto ‘La alegría de los hijos de Dios’.

Cristina Rubio (Madrid, España).

“Mi trabajo me da ocasión de conocer a gente que tiene a su cargo la gestión o la dirección de proyectos importantes. Es bonito ver cómo se puede aportar un punto de vista cristiano que incide en las decisiones que se toman. Por ejemplo, al hacer centros comerciales buscamos que los proyectos incluyan siempre un espacio dedicado al ocio familiar, y que haya viviendas con más de cuatro habitaciones, para que las familias que tienen más hijos no se sientan agobiadas.

Todas las mañanas tengo que prever cómo me voy a organizar y cuándo voy a rezar, porque es del trato y la conversación con Dios, de donde saco fuerza e ilusión para enfocar lo que tengo por delante. He visto la realidad de aquellas palabras: Una costumbre eficaz para lograr presencia de Dios: cada día, la primera audiencia, para Jesucristo. A veces me cuesta encontrar el tiempo para hacer un rato de oración mental. Entonces, aprovecho el viaje en coche. Saco una cinta de puntos de meditaciones de Forja que me ayuda a concentrarme, y logro hablar con Dios mientras ruedo por las calles de Madrid.

Por las tardes suelo llegar cansada a casa, cansadísima. Y sé que la jornada de las madres no acaba cuando se mete la llave en la puerta. ¡Ahí empieza otra! A veces pienso ¡no puedo más!, y entonces busco mi fortaleza en el Señor y procuro sonreír todo lo que puedo –es, como decía san Josemaría, la mejor mortificación– y me esfuerzo por dedicarles un ratito a cada uno de mis hijos para que me cuenten sus aventuras del colegio. No querría aparecer como la madre que ya no puede más a esas horas del día. Aunque hay veces que me cuesta, esa es la verdad.

Con José Manuel durante el día apenas nos vemos, pero todas las noches procuramos encontrar un momento para contarnos nuestras cosas. Hablamos de nuestros hijos, de cómo les han ido las cosas en el colegio, de sus médicos. Cuidamos nuestra relación con especial esmero porque somos conscientes de que tenemos que ayudarnos mutuamente a llegar al Cielo. Yo pienso –así lo enseñaba san Josemaría– que para mí el camino para ir al Cielo tiene el nombre de mi marido”.